jueves, 9 de mayo de 2024

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Belleza y fragilidad

El discurso del Papa a los jóvenes en Venecia (28-IV-2024) es un fragmento de lo que ha llamado la “sinfonía de la gratuidad”, cuyo tema principal podría ser también belleza y fragilidad.

El punto de partida es la filiación divina y vale la pena reproducir el párrafo entero: 

“Todos hemos recibido un gran don, el de ser hijos predilectos de Dios, y estamos llamados a realizar el sueño del Señor: ser testigos y experimentar su alegría. No hay cosa más hermosa. No sé si ustedes han tenido alguna experiencia tan hermosa que no pueden guardársela para sí mismos, sino que sienten la necesidad de compartirla. Todos tenemos esa experiencia, una experiencia tan hermosa que uno siente la necesidad de compartirla. Hoy estamos aquí para eso: para redescubrir en el Señor la belleza que somos y para alegrarnos en el nombre de Jesús, el Dios joven que ama a los jóvenes y que siempre sorprende. Nuestro Dios siempre nos sorprende. ¿Lo han entendido? Es muy importante estar preparados para las sorpresas de Dios”.

Cada uno tenemos que ver, en efecto, con un sueño único de Dios, y es bello que lo sepamos descubrir. Precisamente se lo decía desde Venecia, ciudad de la belleza. Y les sugería dos verbos prácticos y maternales, dos verbos de movimiento que animaron el corazón joven de María, nuestra Madre: levantarse e ir.


Levantarse

En primer lugar, levantarse (cf. Lc 1, 39: "se levantó y se fue"). “Levantarse del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levantarse de las penas para mirar hacia arriba. Levantarse para estar ante la vida, no sentarse en el sofá”. No tiene sentido un joven que pasa la vida sentado en el sofá. Y hay diferentes sofás que nos agarran y no nos dejan levantarnos.

“Levantarse para decir ‘¡Aquí estoy!’ al Señor, que cree en nosotros. Levantarse para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles”.

Y, como susurrando, añade Francisco: no vale decir: no es verdad, soy feo o fea… Eso sí que no es verdad, replica: cada uno es hermoso y tiene un tesoro dentro para compartir.

Cada uno de nosotros, les explica, es hermoso y tiene un tesoro dentro, un hermoso tesoro para compartir y dar a los demás. Y no se trata de autoestima, sino de realidad. Hay que reconocerlo desde que nos levantamos y dar gracias a Dios:

"Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de la vida, de mi vida. Dios mío, Tú eres mi vida. Dios mío, ayúdame hoy por esto, por esto otro...”.

Luego está el Padrenuestro, donde la primera palabra es la clave de la alegría: "Padre", y ahí nos reconocemos como un hijo amado, una hija amada: “Te recuerdas que para Dios no eres un perfil digital, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que, por tanto, eres hijo del cielo”. Se adelanta el Papa: esto no es “demasiado romántico". Es la realidad, que hemos de descubrir en nuestra vida.

Y hablando de realidad, añade con realismo: es verdad que con frecuencia tenemos que luchar contra una fuerza que tira de nosotros hacia abajo, para verlo todo gris. Pero hemos de levantarnos. Y para eso dejarnos levantar. “Para levantarnos -no lo olvidemos- ante todo debemos dejarnos levantar: dejar que nos lleve de la mano el Señor, que nunca defrauda a los que confían en Él, que siempre levanta y perdona”. 


Cambiar de marco

Prosigue su discurso a modo de diálogo. Podemos pensar: pero yo no estoy a la altura, soy débil y a menudo pecador. ¿Qué hacer entonces? Del sabio, el consejo: “Cuando te sientas así, cambia de ‘marco’: no te mires con tus propios ojos, sino piensa en la mirada con la que Dios te mira. Cuando cometes un error y caes, ¿qué hace Él? Se queda ahí, a tu lado, y te sonríe, dispuesto a cogerte de la mano y levantarte. Esto es algo muy hermoso: siempre está ahí para levantarte”. Jesús nos mira desde lo alto, pero para levantarnos, como hizo con Pedro, con María Magdalena, con Zaqueo. Y así “el Señor hace maravillas con nuestra fragilidad”. Es el tema de esta sinfonía (decíamos): belleza y fragilidad.

Aprovecha el Papa, como otras veces, para aconsejar llevar encima un pequeño Evangelio de bolsillo y leer con frecuencia un pequeño pasaje.

Parece como si de repente, levanta la mirada y se topa… con Venecia: hermosa y delicada, aunque con fragilidades que deben cuidarse. Pero Dios no insiste en nuestras fragilidades, como para machacarnos psicológicamente: “hiciste eso, hiciste…”.

Y sigue Francisco escuchando el corazón de los jóvenes: "Pero, Padre, tengo muchas, muchas cosas de las que me avergüenzo". Y protesta: “¡Pero no te mires a ti, mira la mano que Dios te tiende para levantarte! No lo olvides: si te sientes agobiado por tu conciencia, mira al Señor y deja que te lleve de la mano. Cuando estamos abatidos, Él ve hijos a los que levantar, no malhechores a los que castigar”. Dios ve hijos, no malhechores.

Y una vez levantados, hay que permanecer así con constancia. El sucesor de Pedro es bien consciente del momento que nos toca. Hoy, les recuerda, vivimos de emociones, sensaciones e instintos que duran instantes. Pero tanto los campeones deportivos, como los artistas y los científicos demuestran que los grandes logros no se alcanzan en un momento, de golpe. Y con mayor motivo pasa esto con lo que más cuenta en la vida: el amor y la fe. Requieren perseverancia, sin dejarse llevar por la improvisación o el “me apetece”. Y un detalle importante: “Hacerlo juntos, porque el hacerlo juntos nos ayuda a avanzar”. En estas cosas grandes el «hazlo tú mismo» no funciona. Es, en efecto, un buen consejo: “No se aíslen, busquen a los demás, experimenten a Dios juntos, sigan caminos de grupo sin cansarse”

De nuevo, el contrapunto del diálogo que puede presentar el obstáculo real: todos los que me rodean están solos con sus móviles, pegados a las redes sociales y a los videojuegos…. Y el consejo: ir contracorriente y sin miedo.


El estilo y la sinfonía de la gratuidad

“Toma la vida en tus manos, ponte en juego; apaga la tele y abre el Evangelio – ¿es esto demasiado? -, deja el móvil y ¡encuéntrate con la gente! El teléfono móvil es muy útil, para comunicarse, es útil, pero ten cuidado cuando tu teléfono móvil te impida conocer gente. Usa el móvil, está bien, pero ¡conoce gente! Ya sabes lo que es un abrazo, un beso, un apretón de manos: gente. No lo olviden: usen el móvil, pero conozcan gente”.

Hasta el final escucha el Papa las objeciones: eso se dice fácil, ir contracorriente. 

Pero Venecia nos habla de remar con constancia y esfuerzo para llegar lejos. Por eso además de levantarse hay que ir:Ir es hacerse don, darse a los demás, capacidad de enamorarse; y esto es una cosa hermosa: una persona joven, un joven que no siente la capacidad de enamorarse o de ser cariñoso con los demás, algo le falta. Ir al encuentro, caminar hacia el encuentro, avanzar”.

Palabras sencillas, palabras de padre, palabras cristianas son estas. Hacia el final de su discurso el Papa llama a contemplar la belleza de lo que Dios ha creado e invita a ser creadores de belleza. Y crear es hacer algo que antes no existía. Esto acontece concretamente en la maternidad o paternidad (los hijos), en el trabajo profesional (ser creadores de novedad) e incluso en la oración: “Una oración hecha con el corazón, una página que escribes, un sueño que realizas, un gesto de amor hacia alguien que no puede corresponderte: esto es crear, imitar el estilo de Dios que crea”

Concluye con un acorde mayor: “Es el estilo de la gratuidad, que te saca de la lógica nihilista del ‘hago para tener’ y del ‘trabajo para ganar’. Esto hay que hacerlo -hago para tener y trabajo para ganar-, pero no debe ser el centro de tu vida. El centro es la gratuidad. Y renueva el consejo: “Den vida a una sinfonía de gratuidad en un mundo que busca el beneficio. Entonces seréis revolucionarios. ¡Adelante, entrégate sin miedo!”

Son los toques finales, fuertes, como los entienden los que son jóvenes, al menos de espíritu: “¡Levántate, enamórate y ve! Sal, camina con los demás, busca a los solitarios, colorea el mundo con tu creatividad, pinta las calles de la vida con el Evangelio”.


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