miércoles, 21 de mayo de 2025

Del asombro a la coherencia

 (Actualidad de Nicea para la educación de la fe) *


Icono conmemorativo del primer Concilio de Nicea
(fuente: Wikipedia)

El 20 de mayo el mundo cristiano celebra los 1700 años del primer Concilio de Nicea, también primer concilio ecuménico. En él se declaró que Jesucristo es Dios (verdadero Dios y verdadero hombre), hijo eterno de Dios (homousios = de la misma naturaleza del Padre) y hecho hombre por nuestra salvación. La filiación divina de Jesús nos ha hecho hijos en Él y hermanos entre nosotros, especialmente los cristianos.

Esto ha tenido y sigue teniendo grandes consecuencias para la historia y la cultura, a través de la vida cristiana, como se apunta en el documento de la Comisión Teológica Internacional, “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador: 1700 años del Concilio Ecuménico de Nicea (325-2025)”. Nos limitamos aquí a señalar algunas implicaciones educativas de las conclusiones del texto (cf. nn 121-124).



Belleza, asombro

Ante todo, el camino de la belleza. Se dice que esta celebración “es una invitación apremiante para que la Iglesia redescubra el tesoro que se le ha confiado y aproveche para compartirlo con alegría, en un nuevo impulso, incluso en una ‘nueva etapa de evangelización’”, con palabras del Papa Francisco. Sin duda con implicaciones educativas.

Lo primero que propone es “dejarnos asombrar por la inmensidad de Cristo para que todos queden maravillados; reavivar el fuego de nuestro amor al Señor Jesús, para que todos puedan arder de amor por él. Nada ni nadie es más hermoso, más vivificante, más necesario que Él”, como ya dijo Dostoievski.

En efecto, ¿cómo es posible acostumbrarse a que Dios se haya unido, en Cristo, a la humanidad para llevarla a la plenitud de la vocación humana, y, además, de modo que nos ha hecho hijos amados y hermanos en la familia de Dios mediante el Espíritu Santo?

Y por eso: “Quienes han visto la gloria (doxa) de Cristo pueden cantarla y dejar que la doxología se convierta en anuncio generoso y fraterno, es decir, en kerigma”.

sábado, 17 de mayo de 2025

Contigo, todo comienza de nuevo



En la vigilia pascual pasada (celebrada por el cardenal Giovanni Baptista Re), la homilía del Papa Francisco considera el signo litúrgico de la llama que desde el cirio pascual, de manera discreta y humilde, termina iluminando todo.


Como un pequeño brote de luz

“La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores”. De hecho y por el contrario, “la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad”.

El estilo de Dios, señala el obispo de Roma, no es resolverlo todo mágicamente. Por eso, ante la muerte y el mal, el egoísmo y la violencia, hemos de confiar en la esperanza de la Pascua, y llevarla a los demás “con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio”. Así anunciamos la presencia de un nuevo comienzo, un “clarear en la oscuridad”, incluso ahí donde parece imposible.

“En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra”.

Y concluye Francisco con una exhortación: “¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo”.


Buscarlo en la vida

Finalmente, en la homilía de la misa de resurrección (20 de abril), leída por el cardenal Angelo Comastri, Francisco nos animaba, en su última homilía, a buscar al Señor sin cansancio, siempre de nuevo, porque con Él comienza todo de nuevo. De hecho, en los relatos de la resurrección “todos los protagonistas corren”, quizá por la preocupación de que quizá se han llevado el cuerpo del Maestro, y sobre todo, “por el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús”.

En todo caso, no hay que buscarlo en el sepulcro, porque ya no está allí, sino en la vida. “Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros”.

“En Jesucristo lo tenemos todo”, decía Henri de Lubac. Jesús, señala Francisco, abre nuestra vida a la esperanza, y con Él se renueva nuestra vida. Y acaba pidiendo para todos nosotros el asombro de la fe pascual “porque contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo”. Así también hemos pedido que lo sea para el Papa Francisco. Descanse en la paz de Cristo y de su Madre.

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(*) Fragmento de un texto más amplio publicado en la revista "Omnes" (mayo del 2025) bajo el título "Hacer espacio a la luz". 

viernes, 16 de mayo de 2025

El camino evangelizador de Francisco

(publicado en la revista "Omnes", mayo de 2025)

El camino de Francisco, también en su magisterio doctrinal, ha sido un camino en cierto modo sorprendente –para quien lo sepa mirar con los ojos de la sencillez propia de la sabiduría–, como el de Cristo, y evangelizador. Aquí sugerimos las que pueden considerarse como principales luces de ese camino. Nos limitamos a sus encíclicas y exhortaciones apostólicas. 



La fe transforma porque abre al amor

La encíclica Lumen fidei (“La luz de la fe”, 2013) fue realizada, en cierto sentido,  como discreto broche, pero broche de oro, del pensamiento y doctrina del papa Ratzinger, que aparece con la colaboración y la firma de Francisco.

Presenta la fe cristiana como luz que hace vivir, porque en ella “se nos ha dado un gran Amor” que “nos transforma, ilumina el camino y hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para poder recorrerlo con alegría” (n. 7)

La fe amplía el conocimiento de la verdad y trasnforma toda la persona. ¿Pero cómo lo hace? Sorprendentemente, afirma el texto: "La fe transforma toda la persona precisamente porque la fe se abre al amor” (n. 26), y así puede ayudar a ensanchar la razón. Y así, la fe cristiana, vivida realmente en la práctica, transforma la vida personal, familiar y social, la relación con la naturaleza y el sentido tanto de la alegría como del sufrimiento. 

viernes, 9 de mayo de 2025

Construir puentes




(Publicado por la Universidad de Navarra en su cuenta de Linkedin, el 9-V-2025)

En sus primeras palabras, León XIV ha anunciado y deseado la paz y la luz de Cristo.

Como proclamó el Concilio Vaticano II, Cristo es la "luz de las gentes" (Lumen gentium), el mediador de la salvación para todos y cada uno, el camino que Dios ha recorrido en lo que llamamos la “condescendencia” de Dios: su acercamiento para manifestarnos su misericordia.

"La humanidad –ha dicho el nuevo papa en referencia a Cristo– le necesita como puente para ser alcanzada por Dios y su amor". Cristo es "el Puente". Desde el 12 de diciembre de 2012, la cuenta de Twiter (después X) del papa es @pontifex. Pontífice significa hacedor o constructor de puentes.

A los discípulos de Cristo, León XIV les ha pedido ayuda e invitado para "construir puentes, mediante el diálogo y el encuentro, uniéndonos todos para ser un único pueblo, siempre en paz". 

El mundo necesita su luz

(Pubicado en Diario de Navarra, 9-V-2025)

En su homilía para la vigilia pascual (que leyó el cardenal Re), en vísperas del 20 de abril, el papa Francisco decía: “la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad”.

Como la luz que brota del cirio pascual en esa noche, la luz de Cristo brota siempre de nuevo para el mundo con la elección de un nuevo papa.

León XIV lo ha dicho así desde el balcón de la Logia de las bendiciones, en la plaza de san Pedro del Vaticano este jueves 8 de mayo: “Cristo nos precede, el mundo necesita su luz. La humanidad le necesita como el puente para ser alcanzados por Dios y su amor”.

Con la luz de la Pascua nos ha llegado el nuevo pontífice, cuyo oficio tiene que ver con la construcción de puentes. Ha dedicado sus primeras palabras a la paz, a la unidad y a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Ha saludado a los presentes y al mundo deseando la paz de Cristo. No cualquier paz sino “la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Esa paz que “proviene de Dios, que nos ama a todos de manera incondicional”.

Junto con la paz, la unidad: “Todos estamos en manos de Dios, por lo tanto, sin miedo, todos unidos de la mano de Dios y entre nosotros, avancemos”. Podría verse como evocación de aquel “todos estamos en la misma barca” que dijo Francisco hace cinco años, en su célebre meditación durante la pandemia.

Nos ha emplazado a construir puentes “mediante el diálogo y el encuentro, para ser un único pueblo, siempre en paz”.

Y con la paz y la unidad, nos ha pedido ser fieles a Jesucristo: “Sin miedo para proclamar el Evangelio, para ser misioneros”.

Con este trinomio –paz, unidad, misión– el primer papa estadounidense, que ha gastado buena parte de sus años en el Perú –dedicó un afectuoso recuerdo a la que fue su diócesis en Chiclayo– se ha dirigido a los presentes, a los cristianos y al mundo. 

Poco antes se nos informaba que había elegido el nombre de León XIV.

Su predecesor León XIII ocupó la sede de Pedro durante veinticinco años, desde 1878 a 1903. Fue un papa de notable solidez teológica que no dudó en entablar diálogo con el mundo moderno para abrirle a la luz del Evangelio. Entre sus 85 encíclicas cabe destacar aquellas con las que alentó la renovación del tomismo (encíclica Aeterni Patris, 1879), puso las bases de la doctrina social de la Iglesia (encíclica Rerum novarum, 1891) e impulsó los estudios bíblicos (encíclica Providentissimus Deus, 1893).

El papa León XIV es agustino, doctor en Derecho canónico con una tesis sobre “el rol del prior local en la orden de san Agustín”. Ha sido misionero en el Perú durante muchos años y ha ocupado importantes cargos en su Orden. En los últimos años ha sido Prefecto de la Congregación para los obispos, por tanto, un estrecho colaborador del papa Francisco.

Bajo su liderazgo esperamos los cristianos seguir aportando luz al mundo, como también decía Francisco en su última homilía de la vigilia pascual, “con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio”.