domingo, 4 de marzo de 2018

Felicidad y salvación


M. Chagall, de la colección Fábulas de La Fontaine (1927-1930)

¿Quién diría que no le interesa la felicidad? La religión afronta la cuestión de la felicidad al hablar de la salvación. Un nuevo documento de la Congregación para la doctrina de la fe (Carta Placuit Deo, fechada el 22-II-2018) toca algunos aspectos del mensaje cristiano sobre la salvación en referencia a las enseñanzas del Papa Francisco. Si bien es un documento de tipo doctrinal, manifiesta una notable sensibilidad evangelizadora y pastoral. Sus observaciones tienen especial interés en el campo de la educación cristiana.

Comienza por una mirada a la situación de nuestra cultura: ¿dónde pone la felicidad? ¿Siente la necesidad de “salvación”?

Fidelidad creativa


V. Van Gogh, La noche estrellada (1889)
Museo de arte moderno, Nueva York,

Vivimos tiempos de cambios. Vivir es cambiar, aunque solo sea para avanzar. Es conocida la expresión de san Agustín: “Si dices basta, ya estás perdido. No te detengas, avanza siempre; no vuelvas hacia atrás, no te desvíes. En este camino, el que no adelanta, retrocede” (Sermón 169, 18). Y Unamuno selló la frase de que “el progreso consiste en renovarse”. Esto sucede tanto en el plano material como en el biológico, en el ámbito familiar y en el empresarial, en la vida cristiana y en la eclesial.

En un videomensaje a la semana social de Verona en noviembre de 2017, ha explicado el papa Francisco que la fidelidad significa cambio. En efecto, para ser fieles se requiere avanzar sobre lo vivido sin dejar de vivirlo, recomenzar continuamente, renovarse, actualizarse sin olvidar la propia identidad y los propios fines. Quien no avanza se detiene y deja de ser fiel a su camino y a su misión. Y esto –observaba Francisco– tiene dos caras. Una positiva: la confianza en Dios que impulsa y acompaña. Y otra cara negativa: la resistencia a caminar y renovarse, la rutina, el encerramiento defensivo en las falsas seguridades.

jueves, 18 de enero de 2018

Teología pastoral como Teología de la misión

Se ha publicado un nuevo libro: R. Pellitero, Teología de la Misión (Colección Manuales del ISCR, n. 17), ed. Eunsa, Pamplona 2018, 210 pp. 

La vida cristiana es misión. Si toda vida humana es un proyecto y una tarea, lo es aún más en la perspectiva cristiana, como dice el Documento de Aparecida: "La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es, en definitiva, la misión" (n. 360).

Según la Constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II, la entera Iglesia es enviada por Dios para la salvación del mundo. Todos los discípulos de Cristo, según la propia condición de vida, dones y carismas, son responsables de la única Misión.

La misión cristiana se identifica con la vida cristiana: es un "hacer" que se realiza a medida que se vive, es decir, consiste en un modo de "ser".

Cada discípulo del Señor está enviado a llevar a cabo la misión personalmente y como comunidad “convocada”: Iglesia. Se es cristiano como miembro de un cuerpo, de un pueblo, de una familia. La misión es el testimonio del don recibido, que compromete a cada uno personalmente, y a todos juntos como Iglesia. Por eso hablamos de la Misión de la Iglesia.

Hoy estamos convocados a una renovación del testimonio evangelizador. Pero, ¿qué formas adquiere ese testimonio? ¿Cómo acertar en la tarea de “iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar” (Evangelii gaudium, 273)? ¿Qué es lo esencial y más necesario? (cf. ibid, 35) ¿Cómo llevarlo a cabo con fidelidad y creatividad? ¿Cómo compartir el don con los individuos y las familias, con jóvenes y ancianos, con todas las personas, especialmente con los más pobres y necesitados? ¿Cómo configurar el diálogo de la fe con la cultura y las ciencias, en el contexto de los rápidos avances de las tecnologías de la comunicación? ¿Cómo articular la misión y sus tareas? ¿Cómo educar para la misión?

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Dimensiones de la coherencia cristiana

 

Marc Chagall, Cristo y el pintor (1951), Museos Vaticanos.

En el Documento de Aparecida puede leerse: “Cuando hablamos de una educación cristiana entendemos que el maestro educa hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva” (n. 332). Esto tiene especial interés en la perspectiva del próximo Sínodo sobre los jóvenes.

La formación cristiana está centrada en Cristo. San Pablo exhorta a los Filipenses para que tengan “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2, 5). Y a los Corintios les dice que tienen “la mente de Cristo” (1 Co 2, 16). La carta a los Hebreos explica la entrega de Cristo en toda su vida, y especialmente en la Cruz, en solidaridad por la salvación de todos los hombres. Estas son las coordenadas de la educación cristiana, sobre la base de la antropología bíblica, que ve a la persona como imagen de Dios (cf. Gn 1, 27).

Por tanto la educación cristiana se asienta sobre los fundamentos antropológicos y éticos de la racionalidad, de la afectividad y de la dimensión social. Pero no se queda a nivel meramente humano, sino que asume esas tres dimensiones en la plenitud de Jesucristo, que da así unidad al vivir cristiano en la apertura al amor divino. En efecto, “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 22).

Esto requiere, primero en los educadores cristianos, unas adecuadas disposiciones y actitudes, que comienzan por cultivar la amistad personal con Jesucristo y, al mismo tiempo, conocer en profundidad el mundo en que vivimos y las personas que nos encontramos. Y todo ello es condición para vivir y transmitir la coherencia cristiana.

martes, 21 de noviembre de 2017

Vivir, conocer, comprender la Iglesia



El autor de este blog ha publicado "Eclesiología", en la colección de manuales ISCR del Instituto Superior de Ciencias Religiosas (ed. Eunsa), Universidad de Navarra.

El libro tiene como objetivo presentar una visión de conjunto de la Eclesiología.

Se plantea responder a preguntas acerca de la naturaleza y el origen de la Iglesia, no solamente como institución sino también en su realidad más profunda: ¿Quiso Cristo la Iglesia?, ¿cómo está configurada, quiénes pertenecen a ella y cómo se relacionan con ella otras personas?

Asimismo se ocupa del desarrollo, misión y destino de la Iglesia: lo que puede o no puede cambiar en la Iglesia y por qué, el papel que juega la Iglesia en los ámbitos culturales y sociales, el modo de compaginar en la Iglesia lo universal y lo local, si cabe la salvación fuera de la Iglesia, cómo es la relación de la Iglesia con los judíos y con otras religiones, qué pasará con la Iglesia cuando se acabe la historia. También se da pie a cuestiones muy actuales y personales: ¿cómo hablar hoy de la Iglesia? ¿Cabe “sentir” con la Iglesia, identificarse con ella?

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viernes, 8 de septiembre de 2017

Francisco, pontífice de la paz



Con un mensaje de paz y de reconciliación va Francisco a Colombia, en su viaje número 20. Es el tercer Papa que visita ese país después de Pablo VI (1968) y Juan Pablo II (1986). Le acogen cuatro ciudades. Bogotá, capital del país y sede cardenalicia. Villavicencio, de gran valor ecológico y puerta de entrada a una región especialmente afectada por el conflicto armado ahora en vías de resolución, tras el acuerdo del 12 de noviembre. Medellín, destacada por la presencia eclesial y como símbolo del narcotráfico. Cartagena, que guarda los restos de san Pedro Claver, cuya memoria está unida a la historia de la esclavitud, y que cuenta con una gran presencia de afrocolombianos.

En su videomensaje el Papa explica el lema de la visita: “Demos el primer paso”. Se refiere a la paz que tanto trabajo va costando conseguir. Augura “una paz estable, duradera, para vernos y tratarnos como hermanos, nunca como enemigos”. Y subraya su fundamento: “La paz nos recuerda que todos somos hijos de un mismo Padre que nos ama y nos consuela”.

Ya en su exhortación programática sobre “la alegría de evangelizar” (2013), Francisco señalaba que la paz no se puede reducir a una ausencia de violencia, sobre todo si es impuesta por unos pocos con perjuicio de los más pobres y débiles; o a una ausencia de guerra, en equilibrio inestable. La verdadera paz no puede ser una paz meramente negociada, sino solo un fruto del desarrollo integral de todos.

Y citaba unas palabras de la Congregación para la doctrina de la fe: “La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos” (Instrucción Libertatis nuntius, 1984).


(publicado en "La Razón", 8-IX-2017)

miércoles, 26 de julio de 2017

Jesucristo en el centro de la educación de la fe

B. E. Murillo, La resurrección del Señor (1650-1660)

En un mensaje al Simposio internacional de catequética, celebrado en Buenos Aires del 11 al 14 de julio, el Papa Francisco ha señalado exactamente el centro de la educación de la fe: “Cuanto más toma Jesús el centro de nuestra vida, tanto más nos hace salir de nosotros mismos, nos descentra y nos hace ser próximos a los otros”.

En el citado Simposio ha intervenido Monseñor Luis Ladaria, actual prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. En su exposición ha subrayado que Cristo es el centro de la fe porque es el único y definitivo mediador de la salvación, al ser “testigo fiel” (Ap. 1, 5) del amor de Dios Padre. La fe cristiana es fe en ese amor, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo y dominar el tiempo. El amor concreto de Dios Padre que se deja ver y tocar en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, Dios y Hombre verdadero. Ese amor del Padre manifestado en Cristo nos llega a nosotros gracias a que estamos ungidos por el Espíritu Santo desde nuestro bautismo.

En este proceso la resurrección de Cristo ocupa a su vez un lugar central ¿Qué consecuencias “prácticas” tiene esto y cómo nos afecta? ¿Cómo debe comprenderse y vivirse la centralidad de Cristo en la educación de la fe?