Entiende que lo propio de la tarea educativa, y por tanto de la ciencia pedagógica es ayudar en la dinámica humana del llegar a ser (o devenir). Y hacerlo en relación con lo que no soy (todo lo que hay frente a mí: las personas, el mundo y sobre todo Dios), para convertirlo, poniendo en juego mi libertad, en contenido de mi vida. “En esta doble dialéctica y en sus direcciones de movimiento, se basa todo el impulso formativo”. Se trata de fomentar el “tránsito de lo viviente posible a lo viviente real”.
Crítica este autor tres concepciones insuficientes de la formación, que han atravesado la historia humana, pero son insuficientes de por sí: 1) el centrarse en el puro conocimiento (pues este no garantiza la sabiduría, y tiende a abandonar la vida real); 2) el buscar la pura ética o el valor moral (lo que es empobrecedor por inhibe la plenitud humana y cultural); 3) el fomentar solo la plenitud natural, biológica y estética (lo que pude caer en lo infrahumano).
A estas concepciones y a otras de tipo social, económico o político les falta, según Guardini, lo específicamente pedagógico. Pues, como en otros seres, lo propio del hombre es la configuración de su propio ser, la forma que le corresponde. Y lo demás está incluido en esto.
Dos dimensiones y dos “pedagogías”: identidad y servicio
En esta estructura propia de la persona humana, destaca Guardini dos dimensiones o componentes: el elemento inmanente (que le lleva a perfeccionarse a sí misma desde sus propias estructuras) y el elemento trascendente (que le lleva a perfeccionarse saliendo de sí misma hacia el mundo exterior y hacia Dios).
El elemento imanente, a su vez, está constituido por la tensión entre dos polos: la forma humana esencial y la plenitud o movimiento existencial.
La forma humana contiene tanto lo biológico y lo psíquico como lo espiritual: la conciencia, la libertad, la iniciativa, la decisión y la acción; y está abierta a los demás, al mundo y a Dios. La plenitud de esta forma está en la vida de la gracia, que le otorga una semejanza con el ser divino. Para Guardini la forma del hombre constituye el primer fundamento de lo pedagógico.
Pero no debe entenderse esta “forma” según un canon abstracto, una norma universal establecida a priori, y en todo caso separada de las situaciones concretas en que se encuentra la persona. Si se entendiera así, una pedagogía centrada en la forma humana destruiría la auténticamente humano, e incluso podría hacer de esa idea o valor abstracto algo así como un dios.
Tampoco cabe suprimir la forma y quedarse solo con las situaciones concretas, en una perspectiva “actualista” (lo propio humano sería simplemente enfrentarse sucesivamente con las acciones aisladas) o existencialista; pues esto no tiene en cuenta que la persona pide una continuidad en el ser y en el hacer; y también esto puede llevar a un sentido trágico de la existencia.
Precisamente lo propio de la pedagogía es comprender y trabajar ayudando a la persona a situarse en la intersección entre esos dos polos: forma y movimiento, identidad (abierta a la libertad) y desarrollo (siempre desde la posesión de sí misma). Subraya Guardini que la formación (la ayuda para lograr a llegar a la plenitud de la forma) no debe dirigirse a configurar la persona según una forma subjetivista o egocéntrica, sino abierta a lo “objetivo” de los demás, de Dios y del mundo. Y con ello tenemos el elemento trascendente de la pedagogía.
Por eso la “pedagogía de la identidad” debe ir unida a una “pedagogía del servicio”, que comienza por la aceptación de sí mismo, de las personas y de las cosas no como uno las considere o valore, sino en sí mismas (según sus leyes y valores reales y objetivos) y continúa por el servicio a las necesidades, peticiones y valores del “objeto”, constituido por la realidad que no es ella misma.
Riesgos o límites de estas “pedagogías”
Tambien cada una de esas “pedagogías” tiene sus riesgos o límites. La “pedagogía de la inmanencia o de la identidad “tiene el peligro de empobrecer a la persona, encerrarla en sí misma. Por eso necesita como contrapartida la otra pedagogía de la aceptación y del servicio . Y así podrá desarrollar las “virtudes del carácter”: disciplina, diligencia, fidelidad, responsabilidad, fiabilidad, justicia, sensatez y mesura; y más de fondo, el auténtico hacerse a sí mismo, que solo puede realizarse por la auténtica entrega al "tú".
En cuanto a la “pedagogía de la trascendencia o del servicio”, tiene el límite relacionado con el orden que me impida caer en el caos, al relacionarme con las cosas, perjudicando mi identidad. Esto se puede resolver teniendo en cuenta el contrapunto de la otra dimensión: la pedagogía de la identidad constituida por el juego entre forma y movimiento o plenitud.
Orden, decisiones, discernimiento
En definitiva, para Guardini, los tres puntos de vista descritos (la forma, el movimiento y el servicio) expresan tres estructuras y posibilidades de la pedagogía que no pueden separarse porque se complementan necesariamente. La elección del orden que deben guardar en el acto pedagógico concreto puede variar, y depende de las decisiones del sujeto (de la persona o del educador) en las situaciones particulares, en determinadas temporadas, o en la relación con la vida en su conjunto. (De ahí la importancia, podríamos decir por nuestra parte, del discernimiento educativo en el educador y de que este enseñe a la persona a discernir a la hora de su actuar).
Dos dimensiones y dos “pedagogías”: identidad y servicio
En esta estructura propia de la persona humana, destaca Guardini dos dimensiones o componentes: el elemento inmanente (que le lleva a perfeccionarse a sí misma desde sus propias estructuras) y el elemento trascendente (que le lleva a perfeccionarse saliendo de sí misma hacia el mundo exterior y hacia Dios).
El elemento imanente, a su vez, está constituido por la tensión entre dos polos: la forma humana esencial y la plenitud o movimiento existencial.
La forma humana contiene tanto lo biológico y lo psíquico como lo espiritual: la conciencia, la libertad, la iniciativa, la decisión y la acción; y está abierta a los demás, al mundo y a Dios. La plenitud de esta forma está en la vida de la gracia, que le otorga una semejanza con el ser divino. Para Guardini la forma del hombre constituye el primer fundamento de lo pedagógico.
Pero no debe entenderse esta “forma” según un canon abstracto, una norma universal establecida a priori, y en todo caso separada de las situaciones concretas en que se encuentra la persona. Si se entendiera así, una pedagogía centrada en la forma humana destruiría la auténticamente humano, e incluso podría hacer de esa idea o valor abstracto algo así como un dios.
Tampoco cabe suprimir la forma y quedarse solo con las situaciones concretas, en una perspectiva “actualista” (lo propio humano sería simplemente enfrentarse sucesivamente con las acciones aisladas) o existencialista; pues esto no tiene en cuenta que la persona pide una continuidad en el ser y en el hacer; y también esto puede llevar a un sentido trágico de la existencia.
Precisamente lo propio de la pedagogía es comprender y trabajar ayudando a la persona a situarse en la intersección entre esos dos polos: forma y movimiento, identidad (abierta a la libertad) y desarrollo (siempre desde la posesión de sí misma). Subraya Guardini que la formación (la ayuda para lograr a llegar a la plenitud de la forma) no debe dirigirse a configurar la persona según una forma subjetivista o egocéntrica, sino abierta a lo “objetivo” de los demás, de Dios y del mundo. Y con ello tenemos el elemento trascendente de la pedagogía.
Por eso la “pedagogía de la identidad” debe ir unida a una “pedagogía del servicio”, que comienza por la aceptación de sí mismo, de las personas y de las cosas no como uno las considere o valore, sino en sí mismas (según sus leyes y valores reales y objetivos) y continúa por el servicio a las necesidades, peticiones y valores del “objeto”, constituido por la realidad que no es ella misma.
Riesgos o límites de estas “pedagogías”
Tambien cada una de esas “pedagogías” tiene sus riesgos o límites. La “pedagogía de la inmanencia o de la identidad “tiene el peligro de empobrecer a la persona, encerrarla en sí misma. Por eso necesita como contrapartida la otra pedagogía de la aceptación y del servicio . Y así podrá desarrollar las “virtudes del carácter”: disciplina, diligencia, fidelidad, responsabilidad, fiabilidad, justicia, sensatez y mesura; y más de fondo, el auténtico hacerse a sí mismo, que solo puede realizarse por la auténtica entrega al "tú".
En cuanto a la “pedagogía de la trascendencia o del servicio”, tiene el límite relacionado con el orden que me impida caer en el caos, al relacionarme con las cosas, perjudicando mi identidad. Esto se puede resolver teniendo en cuenta el contrapunto de la otra dimensión: la pedagogía de la identidad constituida por el juego entre forma y movimiento o plenitud.
Orden, decisiones, discernimiento
En definitiva, para Guardini, los tres puntos de vista descritos (la forma, el movimiento y el servicio) expresan tres estructuras y posibilidades de la pedagogía que no pueden separarse porque se complementan necesariamente. La elección del orden que deben guardar en el acto pedagógico concreto puede variar, y depende de las decisiones del sujeto (de la persona o del educador) en las situaciones particulares, en determinadas temporadas, o en la relación con la vida en su conjunto. (De ahí la importancia, podríamos decir por nuestra parte, del discernimiento educativo en el educador y de que este enseñe a la persona a discernir a la hora de su actuar).
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(*) Hay sustancial acuerdo en que el ensayo del autor más acabado sobre este tema es “Fundamentación de la teoría de la formación”. Ver la traducción al castellano de Sergio Sánchez Migallón con el estudio introductorio de Rafael Fayos Febrer, Romano Guardini, Fundamentación de la teoría de la formación, Eunsa, Pamplona 2020. Entre la abundante bibliografía sobre su pensamiento y su actualidad, cabe citar la breve introducción de A. López Quintás, “La revitalización de un gran maestro”, en Humanitas 9 (2004) n. 34, 278-285.
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