martes, 15 de febrero de 2011

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Lectura de la Biblia y vida cristiana

Icono de Cristo Pantokrator, Teófanes de Creta (1546)
Monasterio Stravonikita (Monte Athos)

 Cristo, Palabra de Dios hecho hombre y centro de las Escrituras,
por medio de la Iglesia continúa bendiciendo a la humanidad
e iluminándola con su Evangelio

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Entre las muchas enseñanzas de la exhortación de Benedicto XVI sobre la Palabra de Dios (Verbum Domini, 30-IX-2010), cabe subrayar tres particularmente incisivas: la relación entre la Palabra de Dios y la santidad; el modo de realizar una “lectura orante” de la Biblia; la relación entre la Palabra de Dios y la alegría.

1. Palabra de Dios y santidad. Este primer punto se ofrece como conclusión de la primera parte, que explica la naturaleza de la Palabra de Dios y cómo debe interpretarse. Aquí se recogen unas palabras del Sínodo de 2008, que iluminan poderosamente todo lo que se pueda decir sobre el tema: “La interpretación de la Sagrada Escritura quedaría incompleta si no se estuviera también a la escucha de quienes han vivido realmente la Palabra de Dios, es decir, los santos”. Lo que el Papa traduce así: “La interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua” (n. 48)
Dicho de otro modo, quienes más completamente y a fondo han entendido la Sagrada Escritura son aquellos que han logrado encarnarla en sus vidas. Ciertamente, son importantes los contextos históricos y literarios de los libros sagrados, junto con los criterios que vienen de la teología: la unidad de la Escritura, el conjunto de las verdades de la fe y la tradición de la Iglesia (bajo la guía del Magisterio).
El Concilio Vaticano II declaró que la Biblia debe leerse con el Espíritu (Santo) en el que fue escrita. Por eso –se dijo en la presentación de este documento– la investigación científica de los textos es inseparable de la fe: sin la fe no hay una interpretación científica de la Escritura, y sin la investigación de los textos no habría una interpretación teológica de la Biblia. Por eso igualmente errónea sería una interpretación puramente filológica como –en el otro extremo– una interpretación meramente espiritualista o fundamentalista. Es importante, en suma, conocer la Palabra de Dios y enseñar a escucharla. Y para ello no basta una “pastoral bíblica” entendida como promoción de actividades al lado de otras, sino que se requiere profundizar e impulsar la “dimensión bíblica” de toda la formación y de toda la vida cristiana.
Y es que todo eso quedaría incompleto si la Palabra de Dios no se hiciera vida de nuestra vida. Así se entiende que “cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios”, de manera que la vida cristiana coherente es la mejor y última interpretación de la Biblia.

2. Para una “lectura orante” de la Biblia. La tradición cristiana y eclesial ha desarrollado diversos métodos para leer la Biblia. Concluyendo su segunda parte (la Palabra de Dios en la Iglesia) el documento expone qué y cómo debe ser una “lectura orante” de la Escritura (tradicionalmente denominada "lectio divina") ; es decir, una lectura que enriquezca la oración del que lee y transforme su vida.
Ante todo es decisivo que para una “lectura orante” de la Escritura, “el lugar privilegiado es la Liturgia, especialmente la Eucaristía, en la cual, celebrando el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Sacramento, se actualiza en nosotros la Palabra misma”. En torno a la Eucaristía, “la lectura orante personal y comunitaria prepara, acompaña y profundiza lo que la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico” (n. 86).
A continuación el texto sintetiza, de manera bella y sencilla, cinco pasos para esa “lectura orante” de la Palabra de Dios (cf n. 87):
            1) Lectura del texto, procurando entender qué dice en sí mismo. Para esto –como ya se ha apuntado más arriba– hay que conocer las circunstancias en que fue escrito, los géneros literarios, etc.  (Son de mucha ayuda las ediciones de la Biblia con notas explicativas y comentarios, como la Biblia de Jerusalén, la Biblia de la Universidad de Navarra, la de la Casa de la Biblia o la publicada por la Conferencia Episcopal Española*).
            2) Meditación, buscando qué nos dice ese texto a cada uno y a la comunidad cristiana, aquí y ahora.
           3)  Oración: “¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra?”. Esta oración puede ser de petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
            4) Contemplación: “¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?”. Esto es lo que se llama “discernimiento” de la voluntad de Dios. Se trata de procurar identificarnos con Su voluntad, con la “mente de Cristo” y con la vida de Cristo.
           5) Acción, pues la lectura de la Escritura tiene como objetivo que el creyente busque “convertirse en don para los demás por la caridad”. Este último paso es reflejo de lo que hemos señalado en el punto 1: quien de verdad sabe interpretar la Biblia es quien –gracias a la Eucaristía– la hace vida de su vida por el amor a Dios y a los demás, a través del compromiso y del servicio efectivo.

3. La Palabra de Dios, fuente de la alegría completa. Al principio y al final del documento se señala que la Sagrada Escritura lleva al encuentro personal con Cristo, y, por tanto, a la alegría completa (cf. 1 Jn 1, 4). “Se pueden organizar fiestas –dice Benedicto XVI–, pero no la alegría”. En efecto, la verdadera alegría precede a la fiesta y es causa de la fiesta. Esto sucede especialmente con la alegría, don del Espíritu Santo,  “que brota del ser conscientes de que sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna” (n. 123).

Una primera versión de este texto fue publicada 
en www.analisisdigital.com, 28-XI-2010


* Acerca de otras ayudas para la lectura de la Biblia, cf. F. Varo, Cómo leer la Biblia, “Palabra” n 387, 1997/1, 64-68. Vid. también el blog http://bibliadenavarra.blogspot.com/

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