R. Van der Weyden, El descendimiento de la Cruz (1435),
Museo del Prado
Como interpreta en su web el Museo del Prado,
este cuadro muestra admirablemente la afirmación de Jesús según el evangelio según San Juan: "Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
En efecto, a eso conduce la fe cristiana y en eso consiste el testimonio de la vida cristiana.
El cuadro forma parte de la colección que se expuso con motivo de la JMJ-Madrid 2011.
La última parte del Documento para el sínodo sobre la nueva evangelización insiste en algunas cuestiones decisivas: la relación entre la fe y la razón, la ciencia y la belleza; la importancia del testimonio cristiano; y, para todo ello, la centralidad de Cristo en la fe y en la vida cristiana, que de Él toma su nombre.
Fe y razón, arte y ciencia
1. Especialmente en el ámbito universitario, esto se traduce en la necesidad de mostrar la complementariedad entre la fe y la razón. Una responsabilidad especial corresponde a los científicos cristianos: “ellos han de dar testimonio, con la propia actividad y sobre todo con la vida, de que la razón y la fe son dos alas que conducen a Dios” (Documento de trabajo para el sínodo sobre la nueva evangelización, n. 156; Juan Pablo II, enc. Fides et ratio, n. 5).
Asimismo la experiencia actual sobre la educación en la fe apunta a “el arte y la belleza, como lugar de transmisión de la fe. Es interesante escuchar en esto a las Iglesias Católicas Orientales cuando afirman, con su experiencia de siglos, que “la relación entre fe y belleza no es una simple aspiración estética. Por el contrario, dicha relación es vista como un recurso fundamental para dar testimonio de la fe y para desarrollar un saber que sea verdaderamente un servicio ‘integral’ a la totalidad del ser humano” (Documento de trabajo, n. 157). Así de la mano del arte cristiano y de la liturgia se abren los caminos hacia la sabiduría en los que se puede reconocer la plenitud de la belleza en la obra redentora de Cristo.
Cuestión de autenticidad: importancia del testimonio
2. Otras dos cuestiones decisivas. En primer lugar, que “el problema de la evangelización no es una cuestión organizativa ni estratégica, sino más bien espiritual”. Es una cuestión de autenticidad, como lo reflejan estas palabras de Pablo VI:
“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio [...] Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad” (exhort. Evangelii nuntiandi, n. 41).
Así pues, “el secreto último de la nueva evangelización es la respuesta a la llamada a la santidad de cada cristiano”. Solamente así un cristiano se convierte en “testigo” con su vida y sus palabras:
“Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre” (Benedicto XVI, exhort. Sacramentum caritatis, n. 85).
La vida como vocación (llamada)
3. En segundo lugar, el Documento de trabajo señala la necesidad de “promover una cultura de la vida entendida como vocación” (n. 160). El sínodo sobre la Palabra de Dios puso de relieve que “la vida misma es vocación en relación con Dios. (…) Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas, con las cuales nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para edificar la Iglesia. (…) Aquí tocamos uno de los puntos clave de la doctrina del Concilio Vaticano II, que ha subrayado la vocación a la santidad de todo fiel, cada uno en el propio estado de vida” (Benedicto XVI, exhort. Verbum Domini, n. 77). Como el Papa destaca, el Concilio Vaticano II ha puesto en primer plano que la vocación a la santidad es para todos, y, por tanto, que todos los cristianos han de verse corresponsables en la misión de la Iglesia, según su propia condición, dones, ministerios y carismas.
Nueva evangelización y conversión
¿Qué significa, en definitiva, “nueva evangelización? No ciertamente un nuevo Evangelio, sino responder a las necesidades actuales sobre la base de la identidad cristiana, del testimonio de vida y de palabra, y de la promoción de una cultura más profundamente radicada en el Evangelio (cf. Documento de trabajo, n. 164). Cabría subrayar que la evangelización de una cultura es consecuencia de la evangelización de las personas. Y que la conversión de las personas tiene también un reflejo en la “conversión” de las instituciones y comunidades cristianas, comenzando por la “reforma en la continuidad” de la Iglesia misma.
Juan Pablo II dijo bien claro que la nueva evangelización era responsabilidad de todos los cristianos, que debían revivir la “pasión evangelizadora” de San Pablo (cf. 1 Co 9, 16):
“Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos ‘especialistas’, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos” (Carta Novo millennio ineunte, n. 40).
Redescubrir el corazón del cristianismo. Anunciar a Jesucristo
4. Para lograr ese nuevo impulso evangelizador –concluye el Documento de trabajo– es necesario redescubrir el corazón que impulsa la esperanza cristiana, la fuente de la alegría y la energía que transforma nuestra vida en Palabra para nosotros mismos y para nuestros contemporáneos: esto es, descubrir a Jesucristo. Nueva evangelización significa, sobre todo, anunciar a Jesucristo:
“Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, [la fe] nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” (Benedicto XVI, Carta Porta fidei, n. 15).
El testimonio sencillo y creíble de la propia vida con Cristo (viviendo por Él, con Él y en Él) es lo que principalmente mostrará la fuerza transformadora de la fe cristiana. Este es el principal “argumento” y la primera “palabra” de la nueva evangelización para un mundo que se pregunta por el sentido de la vida y la verdad.
(publicado en www.cope.es, 18-IX-2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario