S. Botticelli, Madonna del Magnificat (1481), Museo Uffici, Florencia
El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario estamos celebrando, explica la revelación como un manifestarse Dios a sí mismo. ¿Con qué finalidad? Para darnos a conocer su amor y para que, por medio de Cristo y el Espíritu Santo, podamos participar en la vida divina (cf. Constitución dogm. Dei verbum, n. 2).
La revelación alcanza su punto máximo en Cristo
Ya la carta a los Hebreos dice que durante la historia, Dios ha hablado progresivamente y de muchas maneras, particularmente en el Antiguo Testamento por medio de los profetas (cf. Hb 1, 1-2). Pero sobre todo, nos ha enviado a su propio Hijo, el Verbo o la Palabra eterna del Padre, hecho carne por nosotros y por nuestra salvación.
“Jesús –declara el Concilio– es el mediador y plenitud de toda la revelación” (Dei verbum, 2); El Señor, “con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación” (Ibid., n. 4).
Siguiendo los pasos del Concilio Vaticano II, el Sínodo de obispos en 2008 trató sobre “la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”. De allí surgió la Exhortación Verbum Domini (30-IX-2010), que Benedicto XVI firmó, como referencia para comprender el modo en que hoy debemos seguir escuchando la Palabra de Dios y contribuir a su difusión. También por tanto, para una formación bíblica y para una pastoral bíblica; y para que así la Sagrada Escritura sea realmente alma de la vida y del pensamiento de los cristianos.
La sinfonía de la Palabra
La única Palabra de Dios se expresa de muchos modos y a través de diversos cauces. Es como una sinfonía o “canto a varias voces”. A esto se llama la “analogía de la Palabra de Dios” (cf. Exhortación postsinodal Verbum Domini, n. 7).
El mensaje final del Sínodo explicaba, de modo gráfico, que la Palabra de Dios tiene hoy, principalmente la voz y el rostro, la casa y los caminos de la vida cristiana. Rompe así el silencio de la indiferencia y el relativismo para testimoniar, con los hechos y las palabras de los creyentes, la capacidad transformadora del mundo que tiene la revelación divina.
En efecto, expresada en la creación –“Dijo Dios…”–, la Palabra de Dios interviene desde muy pronto en la historia de la salvación para establecer un diálogo de amor con los hombres, insertado en la historia del Pueblo elegido. Y de ello es testimonio la Sagrada Escritura, cuya lectura puede ser para nosotros “memoria y camino” de esa historia que de alguna manera se repite en cada uno.
Con Jesucristo, se manifiesta el Rostro de la Palabra de Dios, cuya Casa es la Iglesia. Una casa sostenida por la enseñanza apostólica, la fracción del pan, la oración y la comunión fraterna en la familia de Dios (cf. Hch 2, 42).
El Papa viene subrayando la necesidad de escuchar la Palabra de Dios, también a través de la vida de los santos, que la han “vivido” realmente. En la estela del Concilio Vaticano II, nos impulsa a leer y entender la Biblia en su unidad, de acuerdo con la fe y con la tradición de la Iglesia. Y así podemos contribuir a que la Palabra de Dios vivifique la existencia personal y las culturas, sea Palabra de Dios para el mundo.
Los caminos de la Palabra, caminos de los cristianos
Los caminos de la Palabra en el mundo coinciden en gran parte con la vida coherente de los cristianos explicada por sus “palabras”. El testimonio de la vida y de las palabras forman una sola “palabra” que expresa la fe hecha caridad.
Y esta “palabra” se pronuncia de formas diversas y complementarias: además del diálogo apostólico de cada uno avalado por su coherencia de vida, está la predicación de los Pastores de la Iglesia, y los consejos de una dirección espiritual experimentada; como también la catequesis (la formación cristiana) y la enseñanza escolar y académica de la religión. La Palabra de Dios “celebrada” se transmite en la liturgia de la Iglesia. La Palabra de Dios “vivida” se enseña y transmite asimismo de muchas maneras: en los esfuerzos de los misioneros, en la vida de las familias, en los trabajos de los cristianos y en su contribución a la vida pública, cultural y política. Y siempre en la caridad, sobre todo con los más necesitados.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 9-II-2013)
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