M. Chagall, vidriera (1962), Hebrew Medical Center (Jerusalén)
“Creo en Dios: el creador del cielo y de la tierra, el creador del ser humano”, es el tema que ha centrado la audiencia general de Benedicto XVI, el 6 de febrero. En esa declaración, el Credo recoge el comienzo de la Biblia: “Al principio, creó Dios el cielo y la tierra (Gn, 1, 1). En palabras del Papa: “Es Dios el origen de todas las cosas y en la belleza de la creación se despliega su omnipotencia de Padre que ama”.
Creación, razón y fe
A partir de la Escritura subraya Benedicto XVI dos aspectos sucesivos: la razón puede llegar a descubrir, a través del mundo creado, la existencia de un Dios omnipotente y bueno que ha dejado ahí sus huellas; la fe puede desentrañar el lenguaje del “gran libro de la naturaleza”. Y por tanto, “la inteligencia humana puede encontrar, a la luz de la fe, la clave de interpretación para comprender el mundo”.
Dios crea con su amor y su Palabra
Que Dios crea con su amor y su Palabra se ve sobre todo en el libro del Génesis. Con diversas imágenes (los “siete días” en que se desarrolla la obra creadora, el “sábado” como día de descanso, de libertad y de unión con Dios), este primer libro de la Biblia explica que el sentido de las cosas proviene de Dios. “El libro del Génesis –observa el Papa– nos indica que el primer pensamiento de Dios era encontrar un amor que responda a su amor”. Luego su segundo pensamiento es “crear un mundo material donde colocar este amor, estas criaturas que le respondan en libertad”. La sucesiva repetición de la expresión “vio Dios que era bueno” –o en el caso del hombre, “muy bueno”–, significa que todo lo creado está “empapado de belleza y de amor; la acción creadora de Dios comporta orden, introduce armonía, da belleza”.
Además Dios crea con su palabra: por diez veces se lee: “dijo Dios”. Y es que –señala el Papa haciendo eco también a los salmos– “la vida surge, el mundo existe porque todo obedece a la Palabra divina”.
La Biblia, libro sagrado; no de ciencia
En todo esto destaca que la Biblia no es un manual de ciencia, sino que, apunta Benedicto XVI, el libro sagrado “quiere hacer comprender la verdad auténtica y profunda de las cosas”: que hay un proyecto sobre el mundo que nace de la Razón divina, del Espíritu creador. Y esto, sostiene el Papa, “ilumina todos los aspectos de la existencia y nos da la valentía de afrontar con confianza y esperanza la aventura de la vida”. En otras palabras: “la Escritura nos dice que el origen del ser, del mundo, nuestro origen no es lo irracional o la necesidad, sino la razón y el amor y la libertad”. De ahí –deduce– la alternativa: ”O prioridad de lo irracional, de la necesidad, o prioridad de la razón, de la libertad, del amor”. La segunda es la posición de la fe.
La persona humana, vértice de la creación
En el vértice de la creación se sitúa la persona humana, varón y mujer. Sus límites conviven con la grandeza de lo que Dios ha querido para ellos. Dios formó al hombre con el polvo de la tierra (cf. Gn 2, 7). “Esto –señala Benedicto XVI– significa que no somos Dios, no nos hemos hecho a nosotros mismos, somos tierra; pero significa también que venimos de la tierra buena, por obra del Creador bueno” y que todos “somos una única humanidad plasmada con la única tierra de Dios”.
Hemos sido creados mediante el soplo del aliento de vida (cf. Gn 2, 7), “a imagen y semejanza de Dios” (cf. Gn 1, 26 s). Y “esta –observa el Papa– es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana contra toda tentación de valorar a la persona según criterios utilitaristas y de poder”. También esto implica que “el hombre no está cerrado en sí mismo, sino que tiene una referencia esencial a Dios”.
El paraíso y la serpiente
El paraíso y la serpiente, en el relato del Génesis, son dos imágenes significativas. Así lo expresa Benedicto XVI: “El paraíso (con el árbol del conocimiento del bien y del mal) nos dice que la realidad en la que Dios ha puesto al ser humano no es un bosque salvaje, sino lugar que protege, alimenta y sostiene (al hombre); y el hombre debe reconocer el mundo no como propiedad para saquearla y disfrutarla, sino como don del Creador, signo de su voluntad salvífica, don para cultivarlo y custodiarlo, para hacerlo crecer y desarrollarlo en el respeto, en la armonía, siguiendo sus ritmos y su lógica, según el designio divino (cf. Gn 2, 8-15)”.
En cuanto a la serpiente, representa “la tentación de abandonar la misteriosa alianza con Dios”. Su sugerencia (cf. Gn 3, 1) “suscita la sospecha de que la alianza con Dios es una cadena que ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida”. (En efecto, y todo ello es bien actual, al oponerse a una fundamentación razonable, y no solo creyente, de la ecología). “La tentación se convierte así en la de construirse por sí mismos el mundo en el que vivir, no aceptar los límites del ser criatura, los límites del bien y del mal, de la moralidad”. De modo que “la dependencia del amor creador de Dios es vista como un peso del que hay que liberarse”. Tal es siempre el núcleo de la tentación.
Pero, añade Benedicto XVI, “cuando se falsea la relación con Dios, con una mentira, poniéndose en su lugar, todas las demás relaciones quedan alteradas”. El otro se convierte en una amenaza y se rechaza la amistad con Dios. El mundo ya no es un paraíso sino lugar que hay que explotar y en el que se esconden insidias. Se propaga la envidia, el odio y el crimen (cf. Gn 3 y 4). El mal entra en el mundo con su cortejo de dolor y muerte.
El pecado original
Finalmente una última enseñanza del Papa acerca del pecado: “El pecado engendra pecado y todos los pecados de la historia están ligados entre sí”. Esto lo conecta con el “pecado original”, una realidad para muchos difícil de comprender. De un lado, ningún hombre vive sólo por sí y para sí mismo, observa: “El ser humano es relación: yo soy yo mismo sólo en el tú, en la relación del amor con el Tú de Dios y el tú de los otros”. Pues bien –sigue explicando–, el pecado consiste en turbar o destruir la relación con Dios, ponerse en contra de Dios, en contra de las exigencias de la propia condición de criatura y por tanto en contra del propio bien (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 398). Y esa situación compromete o destruye la relación con los demás y con el mundo, que resulta también turbado por el pecado. De esta manera el pecado inicial hiere la naturaleza humana (cf. Ibid., nn. 404-406) y el hombre no puede salir de esta situación por sí mismo. Sólo Cristo, que sigue el camino inverso al de Adán –en una relación filial perfecta con el Padre, humillándose hasta la muerte de cruz– pone en orden las relaciones con Dios.
“Vivir de fe –concluye el Papa– quiere decir reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de criaturas, dejando que el Señor la llene de su amor y así crezca nuestra verdadera grandeza”.
La relación de la fe con la razón y la ciencia, con la ética de la persona, la ética social y la ecología, se iluminan en esta catequesis, que comienza, se centra y se concluye con el amor.
(publicado en www.cope.es, 12-2-2013)
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