Desilusión y resignación...
Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén, desilusionados por la muerte de Jesús. También hoy entre nosotros –observa el Papa– cunde la “desilusión”, por la crisis no solo económico-financiera, sino también ecológica, educativa, moral, humana. Ahora bien, una crisis representa peligro y a la vez oportunidad. Y esto se puede considerar en cada uno de sus aspectos.
¿Cómo reaccionar? Aquellos discípulos reaccionaron con “resignación”, con un pesimismo que les hacía ciegos ante cualquier posibilidad de intervenir eficazmente para mejorar las cosas. Más bien trataban de huir de la realidad. También nosotros, sigue señalando el Papa, podemos estar tentados de escaparnos de nuestro mundo y su dinámica histórica. Incluso, como sucedió en el siglo II después de Cristo, se extendió una mentalidad “apocalíptica” (como esperando simplemente que Dios al final lo arreglará todo con su tremendo poder...).
“Esta concepción pesimista de la libertad humana y de los procesos históricos lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y de la voluntad. La desilusión lleva también a una especie de fuga, a buscar ‘islas’ o momentos de tregua”. Y evoca la actitud de Pilatos, que ha quedado en nuestro lenguaje cotidiano: lavarse las manos. “Un comportamiento que parece ‘pragmático’ –práctico–, pero que ignora de hecho el grito de justicia, de humanidad y de responsabilidad social y lleva al individualismo, a la hipocresía, si no a una especie de cinismo”.
A estas tentaciones pesimistas de escaparse, de no pensar, de no esforzarse, de comodidad, cobardía y egoísmo lleva la actitud de la desilusión.
No dejar oscurecer la esperanza: la Universidad
Por tanto, considera el Papa, no podemos resignarnos, ni dejar oscurecer nuestra esperanza, huir de la realidad, lavarnos las manos y cerrarnos en nosotros mismos. “Justamente el momento histórico que vivimos nos empuja a buscar y a encontrar caminos de esperanza, que abran horizontes nuevos a nuestra sociedad”.
Es aquí donde resplandece el papel de la Universidad: “La universidad como lugar de elaboración y transmisión del saber, de formación para la ‘sabiduría’ en el sentido más profundo del término, de educación integral de la persona”.
Tres aspectos destaca el Papa Francisco en la tarea universitaria: el lugar del discernimiento, el papel central del diálogo y del encuentro, y la educación de la solidaridad.
Finalmente, la Universidad es también lugar de educación para la solidaridad, palabra que pertenece tanto al vocabulario cristiano como al vocabulario común de nuestro tiempo, y que es elemento fundamental para la renovación de nuestra sociedad.
El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús les lleva a compartir con él el pan, como signo de la Eucaristía. Y el Papa Francisco insiste –como lo viene haciendo frecuentemente– en la solidaridad: “No hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro mundo, si no sabemos ser todos más solidarios. Solidaridad, por tanto, como modo de hacer la historia, como ámbito vital en el que los conflictos, las tensiones, e incluso los opuestos alcanzan una armonía que genera vida”.
Desde el punto de vista cristiano –termina el Papa–, “la fe misma da una esperanza sólida que nos empuja a discernir la realidad, a vivir la cercanía y la solidaridad, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hombre en Jesús, se ha sumergido en nuestra debilidad, haciéndose cercano a todos, mostrando solidaridad concreta, especialmente a los más pobres y necesitados, abriéndonos un horizonte infinito y seguro de esperanza”.
Por tanto, no a la desilusión ni a la resignación. Sí a la esperanza. Y la Universidad ha de saberse responsable de la educación para el discernimiento, el diálogo y el encuentro, la solidaridad. Sólo así puede alcanzar la educación para la sabiduría o, lo que es lo mismo, la educación integral de las personas.
Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén, desilusionados por la muerte de Jesús. También hoy entre nosotros –observa el Papa– cunde la “desilusión”, por la crisis no solo económico-financiera, sino también ecológica, educativa, moral, humana. Ahora bien, una crisis representa peligro y a la vez oportunidad. Y esto se puede considerar en cada uno de sus aspectos.
¿Cómo reaccionar? Aquellos discípulos reaccionaron con “resignación”, con un pesimismo que les hacía ciegos ante cualquier posibilidad de intervenir eficazmente para mejorar las cosas. Más bien trataban de huir de la realidad. También nosotros, sigue señalando el Papa, podemos estar tentados de escaparnos de nuestro mundo y su dinámica histórica. Incluso, como sucedió en el siglo II después de Cristo, se extendió una mentalidad “apocalíptica” (como esperando simplemente que Dios al final lo arreglará todo con su tremendo poder...).
“Esta concepción pesimista de la libertad humana y de los procesos históricos lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y de la voluntad. La desilusión lleva también a una especie de fuga, a buscar ‘islas’ o momentos de tregua”. Y evoca la actitud de Pilatos, que ha quedado en nuestro lenguaje cotidiano: lavarse las manos. “Un comportamiento que parece ‘pragmático’ –práctico–, pero que ignora de hecho el grito de justicia, de humanidad y de responsabilidad social y lleva al individualismo, a la hipocresía, si no a una especie de cinismo”.
A estas tentaciones pesimistas de escaparse, de no pensar, de no esforzarse, de comodidad, cobardía y egoísmo lleva la actitud de la desilusión.
No dejar oscurecer la esperanza: la Universidad
Por tanto, considera el Papa, no podemos resignarnos, ni dejar oscurecer nuestra esperanza, huir de la realidad, lavarnos las manos y cerrarnos en nosotros mismos. “Justamente el momento histórico que vivimos nos empuja a buscar y a encontrar caminos de esperanza, que abran horizontes nuevos a nuestra sociedad”.
Es aquí donde resplandece el papel de la Universidad: “La universidad como lugar de elaboración y transmisión del saber, de formación para la ‘sabiduría’ en el sentido más profundo del término, de educación integral de la persona”.
Tres aspectos destaca el Papa Francisco en la tarea universitaria: el lugar del discernimiento, el papel central del diálogo y del encuentro, y la educación de la solidaridad.
Universidad y discernimiento
Como lugar del discernimiento, la Universidad debe enseñar a “leer la realidad, mirándola de frente”; porque “las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solo la ilusión –en el sentido de espejismo– y la desilusión”. En cambio se trata de “leer la realidad, pero también vivir esta realidad, sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos”. Pues cada crisis comporta, junto al sufrimiento la capacidad para abrirse a un nuevo horizonte, a una renovación; implica “la fuerza de la esperanza”.
Esto sucede también con esta crisis, que es todo un “cambio de época”. Nos pone ante un discernimiento, es decir, ante la lectura de la realidad que debe hacerse con criterios éticos (y como cristianos también con los criterios de la fe). “El discernimiento no es ciego, ni improvisado; se realiza sobre la base de criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, con referencia a los valores propios de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre todo en la espiritual trascendente: no se puede considerar nunca a la persona como ‘material humano’. Esta es quizá la escondida propuesta del funcionalismo”.
La Universidad, es, por tanto, el lugar óptimo para hacer una lectura reflexiva de la realidad, que lleve a discernir lo que de valioso encierra y lo que hay de nocivo para la persona, para la sociedad de hoy y para los que vengan después, que podrán recibir un mundo valioso o, por el contrario, una cultura empobrecida.
Como lugar del discernimiento, la Universidad debe enseñar a “leer la realidad, mirándola de frente”; porque “las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solo la ilusión –en el sentido de espejismo– y la desilusión”. En cambio se trata de “leer la realidad, pero también vivir esta realidad, sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos”. Pues cada crisis comporta, junto al sufrimiento la capacidad para abrirse a un nuevo horizonte, a una renovación; implica “la fuerza de la esperanza”.
Esto sucede también con esta crisis, que es todo un “cambio de época”. Nos pone ante un discernimiento, es decir, ante la lectura de la realidad que debe hacerse con criterios éticos (y como cristianos también con los criterios de la fe). “El discernimiento no es ciego, ni improvisado; se realiza sobre la base de criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, con referencia a los valores propios de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre todo en la espiritual trascendente: no se puede considerar nunca a la persona como ‘material humano’. Esta es quizá la escondida propuesta del funcionalismo”.
La Universidad, es, por tanto, el lugar óptimo para hacer una lectura reflexiva de la realidad, que lleve a discernir lo que de valioso encierra y lo que hay de nocivo para la persona, para la sociedad de hoy y para los que vengan después, que podrán recibir un mundo valioso o, por el contrario, una cultura empobrecida.
Universidad como lugar de encuentro y diálogo
La universidad es también lugar donde se elabora la cultura de la “proximidad”, de la cercanía, la cultura del encuentro, y oponerse al aislamiento o al cerrarse en los propios intereses, lo que lleva más bien a un “desencuentro”.
“La Universidad –señala el papa Francisco– es lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña, se vive esta cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos –uno de los riesgos de la globalización es esto–. Y ni siquiera los exagera convirtiéndolos en motivos de desencuentro, sino que abre a la confrontación constructiva”. Con otras palabras: “Esto significa comprender y valorizar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, sino como factor de crecimiento”. Y esto, añade el Papa, particularmente en las Facultades de Teología ha de abrirse a los horizontes de la trascendencia, al encuentro con Cristo y a profundizar la relación con Él.
“La Universidad –señala el papa Francisco– es lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña, se vive esta cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos –uno de los riesgos de la globalización es esto–. Y ni siquiera los exagera convirtiéndolos en motivos de desencuentro, sino que abre a la confrontación constructiva”. Con otras palabras: “Esto significa comprender y valorizar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, sino como factor de crecimiento”. Y esto, añade el Papa, particularmente en las Facultades de Teología ha de abrirse a los horizontes de la trascendencia, al encuentro con Cristo y a profundizar la relación con Él.
Universidad como escuela de solidaridad
Finalmente, la Universidad es también lugar de educación para la solidaridad, palabra que pertenece tanto al vocabulario cristiano como al vocabulario común de nuestro tiempo, y que es elemento fundamental para la renovación de nuestra sociedad.
El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús les lleva a compartir con él el pan, como signo de la Eucaristía. Y el Papa Francisco insiste –como lo viene haciendo frecuentemente– en la solidaridad: “No hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro mundo, si no sabemos ser todos más solidarios. Solidaridad, por tanto, como modo de hacer la historia, como ámbito vital en el que los conflictos, las tensiones, e incluso los opuestos alcanzan una armonía que genera vida”.
Desde el punto de vista cristiano –termina el Papa–, “la fe misma da una esperanza sólida que nos empuja a discernir la realidad, a vivir la cercanía y la solidaridad, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hombre en Jesús, se ha sumergido en nuestra debilidad, haciéndose cercano a todos, mostrando solidaridad concreta, especialmente a los más pobres y necesitados, abriéndonos un horizonte infinito y seguro de esperanza”.
Por tanto, no a la desilusión ni a la resignación. Sí a la esperanza. Y la Universidad ha de saberse responsable de la educación para el discernimiento, el diálogo y el encuentro, la solidaridad. Sólo así puede alcanzar la educación para la sabiduría o, lo que es lo mismo, la educación integral de las personas.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 25-IX.2013)
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