La sensibilidad social y el "amor preferencial por los pobres" no es algo nuevo que haya venido con el Papa Francisco en su deseo de una "Iglesia pobre y para los pobres" (Discurso 16-III-2013). El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "El amor de la Iglesia por los pobres pertenece a su constante tradición" (n. 2444).
Benedicto XVI explicó y fundamentó este principio, dándole el relieve que merece. La Iglesia viene tomando una conciencia progresiva de la importancia de los pobres y necesitados para su vida y su misión e incluso para la teología. Juan Pablo II insistió en la Doctrina social, o más ampliamente en la sensibilidad social, como dimensión esencial del Evangelio, como consecuencia de una auténtica oración y de un auténtico culto a Dios.
Todo ello se refleja en la acogida, por parte del Magisterio (*), del principio "opción preferencial por los pobres", nacido en los ambientes de la Teología de la liberación de América Latina, tras purificarlo de tendencias menos cristianas y teológicas afines al análisis marxista.
Juan Pablo II y la dignidad integral del hombre
Treinta años después del atentado que casi le cuesta la vida a Juan Pablo II (13-V-1981), se hizo público el texto que había preparado para aquel día, y que nunca fue pronunciado.
Se centraba en la conmemoración del 90º aniversario de la encíclica Rerum novarum, de León XIII (15-V-1891), considerada como Carta magna de la acción social de los cristianos (y por tanto de la Doctrina Social de la Iglesia).
Juan Pablo II señalaba que aquella encíclica era “demostración irrefutable de la viva y solícita atención de la Iglesia en favor del mundo del trabajo”. Se alzaba en defensa de los oprimidos y los pobres, los humildes y los explotados, como “eco de la voz de Aquél que había proclamado bienaventurados a los pobres y los hambrientos de justicia”. Subrayaba por tanto “la misión recibida de Cristo para salvar al hombre en su dignidad integral”.
Enseñar y vivir lo que Jesús hizo: "toda la verdad"
Con ese fundamento afirmaba el Papa: “La Iglesia está llamada por vocación a ser en todas partes la defensora fiel de la dignidad humana, la madre de los oprimidos y de los marginados, la Iglesia de los débiles y de los pobres”. Ella –seguía explicando– quiere no sólo cumplir un encargo del Señor, sino enseñar y vivir lo que Jesús hizo: “Quiere vivir toda la verdad contenida en las bienaventuranzas evangélicas, sobre todo, la primera, ‘Bienaventurados los pobres de espíritu’; la quiere enseñar y practicar lo mismo que hizo su Divino Fundador que vino ‘a hacer y a enseñar’ (cf. Hch 1, 1)". Atención a lo que se dice, porque esta será una cuestión clave para Juan Pablo II: ser “pobres de espíritu” implica preocuparse de hecho por los pobres y los necesitados. Eso forma parte de “toda la verdad”, y por tanto de la misión evangelizadora.
Ya lo había indicado el Concilio Vaticano II al comienzo mismo de la constitución sobre la Iglesia en el mundo actual: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).
Pues bien, en esa perspectiva Juan Pablo II deseaba –a partir de aquel 13 de mayo que pasó por otro motivo a la historia– “hacer cada vez más conscientes a las Iglesias locales, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los laicos, de su derecho-deber de prodigarse por el bien de cada uno de los hombres, y de ser en todo momento los defensores y los artífices de la auténtica justicia en el mundo”. Con otras palabras: “Volver a afirmar la importancia de la enseñanza social como parte integrante de la concepción cristiana de la vida”.
Con esa finalidad anunciaba una serie de catequesis, que, por lo que sabemos, no llegó a desarrollar. Con todo, exactamente cuatro meses después firmó su primera encíclica de tema social sobre el trabajo (Laborem exercens, 14-IX-1981). Luego vendrían la Sollicitudo rei socialis (30-XII-1987) y la Centessimus annus (1 de mayo de 1991). No parece una casualidad que fuera beatificado el 1 de mayo de 2011, día del trabajo, por Benedicto XVI, que ha contribuido con clarividencia a la sensibilización social de todos, en nombre del Evangelio.
El amor preferencial por los pobres
En esa línea, cabe ahora recordar aquí una de las audiencias generales de Juan Pablo II, el 27 de octubre de 1999, sobre “el amor preferencial por los pobres”.
Retomaba entonces una afirmación fundamental del Concilio Vaticano II sobre este tema: “Como Cristo fue enviado por el Padre a anunciar la buena nueva a los pobres, a sanar a los de corazón destrozado (Lc 4, 18), y a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 9, 10), así también la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos” (LG 8).
A continuación efectuaba un recorrido por la Sagrada Escritura para mostrar que se contiene ahí una enseñanza progresiva sobre los pobres. En el Antiguo Testamento, al principio la pobreza se ve como una desgracia, y al mismo tiempo se denuncian proféticamente la explotación y la opresión de los pobres y los desvalidos, las viudas y los huérfanos. Por eso pronto abundan las normas para defenderlos; porque, en resumen, “defender al pobre es honrar a Dios, padre de los pobres”. Y se promete que el Mesías se interesará por ellos y les hará justicia.
Poco a poco la pobreza va adquiriendo un valor religioso, en cuanto que los fieles a Dios deben ir adquiriendo una actitud humilde y pobre, confiando en la liberación futura. Y así se entienden las palabras de Jesús (cf. Lc 18-19), sus enseñanzas y sus actitudes respecto de los débiles y los pobres, los enfermos y los niños, para mostrar que pueden ser ricos en la fe y heredar el Reino de Dios (cf. St 2, 5).
No hay virtud de la pobreza sin preocupación activa por los pobres
Deducía Juan Pablo II que esa doble actitud –la actitud de amor hacia los pobres y la actitud interior de irse haciendo espiritualmente pobre– es la que constituye la virtud cristiana o evangélica de la pobreza. “La pobreza ‘evangélica’ implica siempre un gran amor a los más pobres de este mundo”. Es una virtud que, “además de aligerar la situación del pobre, se transforma en camino espiritual”; por eso lleva a buscar voluntariamente una cierta pobreza material, no como fin en sí mismo, sino como medio para seguir a Cristo (cf. 2 Co 8, 9).
Y concluía: la misión cristiana implica como actitud fundamental la preocupación por construir una sociedad más justa. Y por eso “los cristianos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la humanidad se libre de la plaga de la pobreza”.
También un 13 de mayo, del año 2007, Benedicto XVI afirmaba en su discurso de inauguración de la V Conferencia del CELAM, en Aparecida: "La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9)".
(foto del 4-V-2011)
Benedicto XVI ha seguido los pasos de Juan Pablo II,
también en la sensibilidad social (como fruto del amor a Dios),
especialmente por los pobres y más necesitados.
Y lo mismo hace ahora el Papa Francisco.
Benedicto XVI ha seguido los pasos de Juan Pablo II,
también en la sensibilidad social (como fruto del amor a Dios),
especialmente por los pobres y más necesitados.
Y lo mismo hace ahora el Papa Francisco.
El amor preferencial por los pobres
En esa línea, cabe ahora recordar aquí una de las audiencias generales de Juan Pablo II, el 27 de octubre de 1999, sobre “el amor preferencial por los pobres”.
Retomaba entonces una afirmación fundamental del Concilio Vaticano II sobre este tema: “Como Cristo fue enviado por el Padre a anunciar la buena nueva a los pobres, a sanar a los de corazón destrozado (Lc 4, 18), y a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 9, 10), así también la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos” (LG 8).
A continuación efectuaba un recorrido por la Sagrada Escritura para mostrar que se contiene ahí una enseñanza progresiva sobre los pobres. En el Antiguo Testamento, al principio la pobreza se ve como una desgracia, y al mismo tiempo se denuncian proféticamente la explotación y la opresión de los pobres y los desvalidos, las viudas y los huérfanos. Por eso pronto abundan las normas para defenderlos; porque, en resumen, “defender al pobre es honrar a Dios, padre de los pobres”. Y se promete que el Mesías se interesará por ellos y les hará justicia.
Poco a poco la pobreza va adquiriendo un valor religioso, en cuanto que los fieles a Dios deben ir adquiriendo una actitud humilde y pobre, confiando en la liberación futura. Y así se entienden las palabras de Jesús (cf. Lc 18-19), sus enseñanzas y sus actitudes respecto de los débiles y los pobres, los enfermos y los niños, para mostrar que pueden ser ricos en la fe y heredar el Reino de Dios (cf. St 2, 5).
No hay virtud de la pobreza sin preocupación activa por los pobres
Deducía Juan Pablo II que esa doble actitud –la actitud de amor hacia los pobres y la actitud interior de irse haciendo espiritualmente pobre– es la que constituye la virtud cristiana o evangélica de la pobreza. “La pobreza ‘evangélica’ implica siempre un gran amor a los más pobres de este mundo”. Es una virtud que, “además de aligerar la situación del pobre, se transforma en camino espiritual”; por eso lleva a buscar voluntariamente una cierta pobreza material, no como fin en sí mismo, sino como medio para seguir a Cristo (cf. 2 Co 8, 9).
Y concluía: la misión cristiana implica como actitud fundamental la preocupación por construir una sociedad más justa. Y por eso “los cristianos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la humanidad se libre de la plaga de la pobreza”.
También un 13 de mayo, del año 2007, Benedicto XVI afirmaba en su discurso de inauguración de la V Conferencia del CELAM, en Aparecida: "La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9)".
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(*) cf. R. Pellitero, voz "Pobres (amor preferencial por los)", en Diccionario General de Derecho Canónico, J. Otaduy - A. Viana - J. Sedano (dirs), ed. Thomson Reuters-Aranzadi, Instituto Martín de Azpilcueta-Facultad de Derecho Canónico, Universidad de Navarra, Pamplona 2012, vol. VI, pp. 240-244.
(una primera versión fue publicada en www.analisisdigital.com, 17-V-2011)
Yo no sabía lo que es "ser pobre de espíritu"..Ahora ya lo sé. Ojalá mi Señor, mi Padre descubra en mí el amor a todos los pobres y necesitados. De momento hago distinciones entre ellos. Mis oraciones de hoy por Vd, D.Ramiro!..Rosa.
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