Para servir hay que agacharse, hay que inclinarse. El Papa Francisco ha visitado el centro Astalli de Roma, donde se acoge a muchos refugiados que han llegado primero a Lampedusa, y buscan una vida digna. Desde allí ha llamado de nuevo a las puertas de nuestra vida, porque esos refugiados son parte de nuestro propio cuerpo, la humanidad. Y ha pronunciado tres palabras arriesgadas, comprometedoras e incluso provocadoras: servir, acompañar, defender.
Servir, acompañar, defender. Así expresa el Papa el “programa de atención” a los refugiados. Tres palabras que representan bien la actitud ética y cristiana que esas personas merecen y necesitan, y que todos debemos tener hacia ellos.
Servir
Servir significa, en palabras del Papa Francisco, “dar cabida a la persona que llega, con cuidado; significa agacharse hasta quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, así como Jesús se inclinó para lavar los pies de los apóstoles”. Porque Jesús se agachó para servir (se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo…, dice San Pablo, cf. Flp 2, 6-11).
“Servir –continúa el Papa– significa trabajar al lado de los más necesitados, estableciendo con ellos en primer lugar relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad”. Esa palabra, solidaridad, que da miedo al mundo más desarrollado: “Tratan de no decirla. Es casi un insulto para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger las exigencias de justicia, de esperanza y buscar juntos las los caminos, los itinerarios concretos de liberación”.
A través de ese “agacharse para servir” se puede conocer y comprender mejor a Dios, también porque los primeros liberados somos nosotros mismos: “Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y sencillez ponen al descubierto nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros, de todos nosotros”.
Por tanto, es lógico que el Papa nos pregunte, a todos, desde Roma y en compañía de los refugiados: “¿Me inclino sobre quien está en problemas, o tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o me percato de los que necesitan ayuda? Me sirvo sólo a mí mismo, o sé servir a los demás como Cristo, que vino a servir hasta dar su vida? ¿Miro a los ojos de los que buscan la justicia, o dirijo la mirada hacia el otro lado? ¿Acaso para no mirar a los ojos?”
Acompañar
Acompañar no es sólo acoger en un primer momento (dar limosna, dar de comer, etc.), sino que implica obrar según la justicia: “La caridad que deja a los pobres así como están, no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo”.
Esto se nos pide como personas y como cristianos, personalmente como ciudadanos y también a las instituciones: “Pide –y nos lo pide a nosotros como Iglesia, a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones–, pide que ninguno tenga ya la necesidad de un comedor público, de un alojamiento temporal, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona”. Todo un reto.
Defender
Defender es también palabra que está implicada en ese reto. Defender significa, dice el Papa Francisco, “tomar partido por los más débiles”. Y nos pone ante nuestra realidad: “Cuántas veces levantamos la voz para defender nuestros derechos, pero ¡cuántas veces somos indiferentes a los derechos de los demás!” Y también “¡cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz de quienes (…) han sufrido y sufren; a quienes han visto pisotear sus propios derechos, a quien ha sufrido tanta violencia, que se ha reprimido incluso el deseo de tener justicia!”.
Es importante insistir, como lo hace el Papa, en que este “defender, servir y acompañar” se nos pide a todos –ciertamente en diversas medidas–; porque no es cosa solamente de unas personas, encargados o “especialistas” en la atención a los refugiados, y en general a los pobres y necesitados:
“Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no sean confiadas solo a los ‘especialistas’, sino que sea una atención de todo el trabajo pastoral, de la formación de los futuros presbíteros y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y grupos eclesiales”. Más claro, agua.
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Todo esto, en perfecta continuidad con lo que especialmente Juan Pablo II y Benedicto XVI han venido enseñando, supone para los cristianos una interpelación. Para la mayoría, los fieles laicos, es un aspecto importante de su deber de santificar la vida de familia y de trabajo, cuyo sentido no es otro que servir, acompañar y defender la dignidad de todas las personas y abrir así el horizonte de su camino hacia Dios.
Es también un aspecto importante de la formación en las instituciones educativas, comenzando por las familias. Para impulsarlo, hoy contamos con el voluntariado, que los cristianos podemos y debemos impregnar de caridad y de justicia, colaborando en instituciones civiles o eclesiales. Es una buena ocasión para ejercitar y educar la misericordia.
Especialmente los educadores cristianos y los comunicadores tendríamos que preguntarnos si nos implicamos, primero nosotros, y luego implicamos a los demás, en estas tareas. Algo que debe ser normal, comenzando lógicamente dentro de nuestras casas y familias, y que pide abrirse a los demás para ser auténtico.
Es algo que debe estar previsto, como escuela de humanidad, en cualquier grupo de personas que se dedican a educar a otras. De uno u otro modo, todos debemos hacer participar a otros de nuestra “tierra de abundancia”, de las cosas buenas que en el terreno material o espiritual, hemos recibido.
“Todos los días –termina el Papa Francisco su discurso– muchas personas, especialmente jóvenes, hacen fila por una comida caliente. Estas personas nos recuerdan el sufrimiento y las tragedias de la humanidad. Pero esa fila también nos dice que hagamos algo, ahora, todos, es posible. Simplemente basta llamar a la puerta, y tratar de decir: ‘Yo estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?’”. Todos podemos y debemos ayudar. Tenemos tiempo para cambiar las cosas.
(Una primera versión fue publicada en www.religionconfidencial.com, 14-IX-2014)
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