Museo de arte antiguo, Lisboa
Me contó un sacerdote lo que le sucedió una vez en misa, al
comienzo de la lectura del Evangelio. Tocaba el pasaje que relata cómo acudían a
Jesús muchos tullidos ciegos, lisiados, sordomudos y otros, para ponerse a sus
pies y Él los curaba. Entonces “Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
‘Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen
qué comer…’” (Mt 15, 32).
Al llegar a
este punto de su lectura, el sacerdote tuvo que pararse unos momentos. Se le
había puesto un nudo en la garganta. Había pasado sobre ese texto muchas veces,
como también había leído que, en otra ocasión, “Jesús vio una multitud y se
compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor” (Mc 6,
32). Pero nunca le había afectado de esa manera.
Vivimos en un tiempo de misericordia. Esto no se refiere solamente
a la Cuaresma, o al pontificado del Papa Francisco -del que se cumple un año-, sino también al tiempo que vivimos los católicos, con raíces en el
pasado siglo.
"Estamos viviendo en tiempo de misericordia"
Santa Faustina Kowalska, “apóstol de la Divina Misericordia”,
murió en 1938, y fue beatificada y
canonizada por Juan Pablo II. “La luz de Divina Misericordia –afirmó en la
homilía de la canonización de sor Faustina– iluminará el camino de los hombres
del tercer milenio”. El Papa polaco estableció el domingo segundo de Pascua como
Domingo de la Misericordia. En nuestros días, Francisco ha hecho de la
misericordia (como también de la ternura, de la cercanía y de otras
manifestaciones de la caridad) el emblema de su pontificado.
El sacramento de la Reconciliación y las obras de misericordia
En un segundo paso se preguntaba el Papa qué significa misericordia para los sacerdotes. Como fruto de contemplar la imagen del Buen Pastor señala: “El sacerdote es hombre de misericordia y compasión, cercano a su gente y servidor de todos. Este es un criterio pastoral que quisiera subrayar mucho: ¡la cercanía!” Y añade Francisco que el sacerdote demuestra esto particularmente al administrar el sacramento de la Reconciliación, de la confesión de los pecados; sobre todo si él mismo ha sabido confesarse bien, dejándose abrazar por Dios Padre.
Cuenta de un sacerdote argentino, gran confesor, que tenía miedo de “perdonar demasiado”, pero pedía perdón al Señor ante el Sagrario, y se iba tranquilo.
Al llegar a este punto de su discurso el Papa evoca su modo de ver la Iglesia como un “hospital de campaña”; porque, dice, hay que curar tantas heridas, por problemas materiales, por escándalos, también en la Iglesia. Y los sacerdotes debemos estar ahí, cerca de la gente: “Misericordia significa, ante todo, curar las heridas”. Incluso cuando –como prescribía la ley mosaica para los leprosos– haya quienes se alejan por vergüenza de mostrar sus heridas; pero en el fondo quieren una caricia. Por eso, señala Francisco, hemos de preguntarnos si conocemos esas heridas, si las intuimos, si estamos cerca de esas personas.
Y desde aquí pasa de nuevo al sacramento de la Reconciliación, para señalar que “Misericordia significa ni manga ancha ni rigidez”, ni laxismo ni rigorismo. Es normal, apunta, que entre los confesores haya diferencias de estilo, pero “esas diferencias no pueden afectar a la sustancia, es decir a la sana doctrina moral y a la misericordia”.
“Ni el laxista ni el rigorista –explica Francisco– dan testimonio de Jesucristo, porque ni el uno ni el otro se hacen cargo de la persona que encuentra. El rigorista se lava las manos: de hecho, se las clava a la ley, entendida de modo frío y rígido; el laxista también se lava las manos: solo aparentemente es misericordioso, pero en realidad no se toma en serio el problema de aquella conciencia, minimizando el pecado. La verdadera misericordia se hace cargo de la persona, la escucha atentamente, se acerca con respeto y con verdad a su situación, y la acompaña en el camino de la reconciliación. ¡Y eso es agotador, sí, ciertamente! El sacerdote verdaderamente misericordioso se comporta como el Buen Samaritano. Pero, ¿por qué lo hace? Porque su corazón es capaz de compasión, ¡es el corazón de Cristo!"
De este modo, añade, el sacerdote acompaña en el camino de la santidad, sabiendo sufrir con y por las personas, como un padre y una madre sufren por sus hijos. Esto implica que a veces hay que llorar por nuestro pueblo, intercediendo por las personas que lo necesitan ante el sagrario, y saber “luchar” con el Señor como Abrahám (cf. Gn 18, 22-33).
Como el buen samaritano
En la última parte de su discurso, el Papa vuelve a la misericordia en el trato corriente del sacerdote, especialmente con los niños, los ancianos y los enfermos: “¿Sabes acariciarlos, o te da vergüenza acariciar a un anciano? No tengas vergüenza de la carne de tu hermano”.
Y pone el contraejemplo del sacerdote y del levita en la parábola del buen samaritano. No supieron acercarse a aquella persona atacada por los bandidos, porque su corazón estaba cerrado. Se justificaron quizá en sus compromisos o falta de tiempo, excusas al fin y al cabo: “¡Excusas! Tenían el corazón cerrado. Y el corazón cerrado justifica siempre lo que no hace”.
“En cambio –observa Francisco–, el samaritano abre su corazón, se deja conmover en sus entrañas, y ese movimiento interior se traduce en acción práctica, en una intervención concreta y eficaz para ayudar a esa persona”.
E insiste en su mensaje: “Al final de los tiempos, será admitido a contemplar la carne glorificada de Cristo solo quien no haya tenido vergüenza de la carne de su hermano herido y excluido. Os confieso que a mí me ayuda algunas veces leer la lista sobre la que seré juzgado, me hace bien: está en Mateo 25”.
El Papa concluye su encuentro con el clero romano apelando al ejemplo de tantos sacerdotes misericordiosos que estarán en el cielo, también para pedirles esa gracia.
* * *
Lección de misericordia, en línea con el mensaje de Cuaresma y con las predicaciones de las últimas semanas. Lección que condensa el mensaje de este primer año de pontificado. Un mensaje proclamado, gritado, con la propia vida, claro para quien lo quiera ver.
En su tweet del 13 de marzo, transcurrido un año de pontificado, el Papa ha pedido: “Recen por mí”. Una manera concreta de vivir la misericordia es responder con generosidad a esa petición de quién se está dando del todo a la Iglesia y a todas las personas.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 15-III-14)
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