La celebración del primer año de pontificado del
Papa Francisco, su estilo y sus interpelaciones, nos pueden ayudar a
plantearnos: ¿es comunicable la fe? Puesto que es un don, más bien se trata de suscitar
la apertura a ese don divino, que es luz e impulso para vivir. ¿Qué
debemos tener en cuenta al tratar de esto con otra persona o en grupo, en
una conversación de amistad o mediante charlas, coloquios u otras sesiones de
formación más organizadas?
El
Papa Francisco nos ha dado algunas orientaciones al respecto, cuando aconseja
que el predicador debe prepararse con cuatro ingredientes básicos: estudio,
oración, reflexión y creatividad. Y si no, “es deshonesto e irresponsable
con los dones que ha recibido” (Evangelii
gaudium, n. 145). Pues bien, todo esto es aplicable a cada cristiano,
llamado a comunicar la fe según sus propias circunstancias y en el marco de su
testimonio de vida.
Luego
el Papa señala cinco puntos. Los tres primeros se refieren a la Palabra de
Dios. Esto también nos conviene a todos, no solamente a los predicadores, pues
el anuncio de la fe requiere primero, en el que anuncia, una respuesta “suya” a
la Palabra de Dios, como condición para que pueda suscitar la fe en otros.
a) Primero, el “culto a la verdad”.
Es decir, atención a la Palabra de Dios con paciencia e interés, sin
querer obtener “resultados rápidos, fáciles o inmediatos” (n. 146). Ante esa
Palabra necesitamos humildad, porque no somos –señalaba Pablo
VI– “ni los dueños ni los árbitros, sino los depositarios, los heraldos, los
servidores” (Evangelii nuntiandi,
78).
Con esa base, hemos de procurar comprender
el significado de las palabras que leemos, el lenguaje que se usa, la situación de
los personajes que presenta, etc., pero
sobre todo el mensaje central que contiene.
“El mensaje central –explica el
Papa– es aquello que el autor en primer lugar ha querido transmitir, lo cual
implica no sólo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha
querido producir. Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser
utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser
utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no
debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue
escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para
informar acerca de las últimas noticias” (n. 147).
En definitiva, se trata de saber qué
quiere decir el texto, cuál es su fuerza propia. También debemos “ponerlo
en conexión con la enseñanza de toda la Biblia”, pues con frecuencia la
comprensión del pueblo ha crecido con la experiencia vivida (cf. n. 148). Esa
interpretación, que hace ante todo la Iglesia, se transmite en las notas que suelen tener las
ediciones bíblicas, que contextualizan, aclaran y precisan lo que leemos.
Cabría aludir aquí a tres criterios que da el Concilio Vaticano II para
interpretar la Escritura: la unidad de
la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y el conjunto de la fe
cristiana (cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 30-IX-2010, nn. 34, 86 y 87).
Dejarnos interpelar por Dios, primero nosotros
b) La personalización de la Palabra. Insiste
Francisco en que hemos de escuchar primero
nosotros, los que deseamos ayudar a otros en la fe, esa Palabra, con un
“corazón dócil y orante”, dispuestos a dejarnos
conmover –herir– por ella y hacerla vida de nuestra vida (cf. nn. 149-150).
Este
itinerario que arranca desde el interior del corazón creyente a los demás, lo
intuye la gente en nuestra época, cuando prefiere escuchar a los testigos, porque
tiene sed de autenticidad. Y por eso, observaba Pablo VI, “exige a los
evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos [los que lo anuncian] conocen
y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo” (Evangelii nuntiandi, n. 76). Lo cual, advierte el Papa Francisco, no
quiere decir que seamos inmaculados, pero sí que nos dejemos interpelar sinceramente por Dios; porque el Señor
nos necesita como “seres vivos, libres y
creativos” (n. 152).
"Lectura orante" de la Escritura
c) La lectura espiritual u orante de la Escritura. Este
punto recoge contenidos de los dos anteriores con otras palabras. Se trata
primero de captar el sentido literal de lo que leemos (preguntarse ¿qué
dice el texto?), con el fin de no “manipularlo” reduciéndolo a nuestros
previos esquemas.
En segundo lugar hemos de preguntarnos: ¿qué me dice a mí este texto?, ¿qué quiere Dios cambiar en mi vida
con este mensaje? Para ello hay que
vencer diversas tentaciones (como enfadarse o cerrarse, evitar enfrentarse
personalmente con aquello pensando que es “para otros”, buscar excusas de poca
generosidad); y, sobre todo, pedirle a Él lo que todavía no podamos lograr (cf.
non. 152-153). Todo esto –cabe deducir– necesita oración y examen sobre cómo nos afecta esa cuestión, primero a
nosotros mismos.
¿Qué necesitan los demás?
d) “Un oído en el pueblo” (cf. nn.
154-155). Ahora ya podemos preguntarnos qué necesitan escuchar los demás, según
las cuestiones que ellos se plantean, su situación humana, lo que viven, sus
experiencias previas. Advierte Francisco que esto no responde a una actitud
“oportunista y diplomática”, o simplemente al deseo de buscar algo interesante
para decir. Más bien se trata de ir logrando una “sensibilidad espiritual para
leer en los acontecimientos el mensaje de Dios”; descubrir “lo que el Señor
desea decir en una determinada circunstancia” (Evangelii nuntiandi, nn. 53 y 33).
Calidad en el modo de comunicar
e) Recursos pedagógicos (cf. nn.
156- 159). Y finalmente llegamos al cómo. El Papa observa que algunos se
equivocan al comunicar la fe porque descuidan el modo de hacerlo. Se quejan
cuando no los escuchan o valoran, pero no se preocupan de buscar la forma
adecuada –los medios, los métodos– de presentar el mensaje cristiano. Y esto no
está bien, porque queremos responder al amor de Dios amando nosotros al
prójimo; y, por ello, “no queremos
ofrecer a los demás algo de escasa calidad”.
En esta
línea sugiere algunos recursos pedagógicos “prácticos”: resumir (decir mucho en pocas palabras); usar no solo ejemplos que
se refieran al entendimiento, sino imágenes
atractivas, comparaciones a partir
de alguna experiencia conectada con la vida. Como decía un viejo maestro: “una
idea, un sentimiento, una imagen”.
Nuestra
comunicación debe ser sencilla, clara,
directa, acomodada a los que nos escuchan. En principio debemos usar
términos que ellos comprendan, y no términos especializados, propios de la
teología o de la catequesis. Para lograr esto, propone el Papa con sabiduría,
quien comunica debe “escuchar mucho,
necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención”
(n. 158).
Nótese
que estos consejos parecen fáciles de llevar a la “práctica”, pero no lo son
tanto, porque nos exigen quizá cambios más allá de una mera didáctica. Bastaría
pensar si damos pie a que nos pregunten,
porque vemos en esas preguntas caminos hacia Dios, que lleva tiempo actuando en
esas personas; si nos tomamos en serio sus dudas
y dificultades, porque queremos realmente su bien; si llevamos a nuestra oración todo eso poniéndonos “en su lugar”, porque sabemos que cada
persona recorre de modo único su camino de fe.
Y
concluye diciendo que no basta la sencillez;
también se requiere la claridad, y, para ello, el orden y la lógica en lo que se expone.
Sin olvidar que el lenguaje debe ser positivo: que atraiga, sin quedarse
en la queja o en la crítica; que oriente con esperanza hacia el futuro. Sin
duda tiene esto que ver con la belleza
de la fe cristiana que hemos de saber “comunicar”.
En síntesis, aunque Francisco se
refiere a la predicación, de su Exhortación sobre “la alegría del Evangelio”
(buena noticia) podemos todos aprender actitudes de fondo, necesarias para “comunicar”
la fe: humildad y veneración hacia la
Palabra de Dios (la Sagrada Escritura), sinceridad
y valentía con nosotros mismos, respeto
y sensibilidad hacia los demás.
En la película The Way (E. Estévez, 2000, hijo de Martin Sheen, ambos actúan en el film), un grupo de peregrinos van por el Camino de Santiago. A medida que se van conociendo y comunicando, se van abriendo a la profundidad de sus vidas. En la comunicación con los demás podemos descubrir caminos por los que Dios nos llama. Y a la vez, todos jugamos siempre algún papel en el camino de los demás.
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(publicado en www.religionconfidencial.com, 23-III-2014)
En la película The Way (E. Estévez, 2000, hijo de Martin Sheen, ambos actúan en el film), un grupo de peregrinos van por el Camino de Santiago. A medida que se van conociendo y comunicando, se van abriendo a la profundidad de sus vidas. En la comunicación con los demás podemos descubrir caminos por los que Dios nos llama. Y a la vez, todos jugamos siempre algún papel en el camino de los demás.
Podrías decirme cuándo dijo el Papa Francisco esto, necesito saber para ver si encuentro el video ya que me gustaría pasarlo en un Taller que estamos confeccionando. Gracias
ResponderEliminarLos textos que son la base de esta entrada están en la exhortación apostólica del Papa Francisco, "Evangelii gaudium" (La alegría del Evangelio), de 24 de noviembre de 2013, números 146 a 159. Saludos cordiales.
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