domingo, 7 de mayo de 2023

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Buen Pastor

La liturgia católica presenta, en la cuarta semana de Pascua, la figura de Cristo como buen pastor (Jn, capítulo 10). Es instructivo lo que al respecto escribe Fray Luis de León (†1591) en su obra “De los nombres de Cristo”[1], una de las cumbres de la literatura española. Comienza por preguntarse por qué le conviene a Cristo el nombre de “Pastor” y en qué consiste ese oficio. Luego explica detalladamente cómo lo ejercita Cristo con nosotros.

El punto de partida es que Cristo mismo dice en el evangelio de San Juan: “Yo soy buen pastor”. Y la carta a los Hebreos dice de Dios «que resucitó a Jesús, Pastor grande de ovejas». También san Pedro dice del mismo: «Cuando apareciere el Príncipe de los Pastores». Y los profetas le anuncian con ese nombre (cf. Is, cap. 40; Ez, cap. 34 y Zac, cap. 11). Destaquemos algunos de los argumentos de Fray Luis sobre Cristo como buen pastor


Comparación entre los pastores y Cristo

En primer lugar –aduce Fray Luis–, como corresponde a la vida pastoril, Jesús ama el sosiego de la soledad y del campo, la sencillez y la naturaleza. Esto predispone al amor puro y verdadero, y favorece la finura en el sentir, así como la amistad, el orden y la armonía.

En cuanto al oficio del pastor –adelanta Fray Luis lo que luego desmenuzará– Jesús gobierna y rige no por medio de leyes ni mandamientos; sino que apacienta y alimenta a los que gobierna. Además, a semejanza del pastor, “no guarda una regla generalmente con todos y en todos los tiempos, sino que en cada tiempo y en cada ocasión ordena su gobierno conforme al caso particular del que rige”[2]. Al mismo tiempo, “no es gobierno el suyo que se reparte y ejercita por muchos ministros, sino él solo administra todo lo que a su grey le conviene: que él la apasta, y la abreva, y la baña y la tresquila, y la cura, y la castiga, y la reposa, y la recrea y hace música, y la ampara y defiende”[3]. Y por último, “es propio de su oficio recoger lo esparcido y traer a un rebaño a muchos, que de suyo cada uno dellos caminara por sí”[4].

En síntesis, la vida de Jesús, de modo parecido a la del pastor, observa Fray Luis, “es inocente y sosegada y deleitosa; y la condición de su estado es inclinada al amor; y su ejercicio es gobernar dando pasto y acomodando su gobierno a las condiciones particulares de cada uno, y siendo él solo para los que gobierna todo lo que les es necesario, y enderezando siempre su obra a esto, que es hacer rebaño y grey”[5]. Consideremos ahora con más detalle cómo ejerce Cristo su oficio de pastor, y veremos la excelencia de su pastoreo.

El pasto de Cristo es su amor

¿En qué consiste el “pastoreo” de Cristo? Cristo es pastor, subraya nuestro autor, porque “sus obras son amor (que en nacer nos amó, y viviendo nos ama, y por nuestro amor padeció muerte, y todo lo que en la vida hizo, y todo lo que en el morir padeció, y cuanto glorioso ahora y asentado a la diestra del Padre negocia y entiende, lo ordena todo con amor para nuestro provecho); así que, demás de que todo su obrar es amar, la afición y la terneza de entrañas, y la solicitud y cuidado amoroso, y el encendimiento e intensión de voluntad con que siempre hace esas mismas obras de amor que por nosotros obró, excede todo cuanto se puede imaginar y decir”[6].

Y continúa ponderando Fray Luis: “Porque antes que le amemos nos ama; y, ofendiéndole y despreciándole locamente, nos busca; y no puede tanto la ceguedad de mi vista ni mi obstinada dureza, que no pueda más la blandura ardiente de su misericordia dulcísima. (…) Cristo, como fuente viva de amor que nunca se agota, mana de continuo en amor, y en su rostro y en su figura siempre está bulliendo este fuego, y por todo su traje y persona traspasan y se nos vienen a los ojos sus llamas, y todo es rayos de amor cuanto dél se parece”[7].

En cuanto al modo del oficio de pastorear de Cristo, continúa Fray Luis considerando que Cristo es Pastor porque gobierna apacentando, y porque sus mandamientos se dirigen a mantener nuestra vida más auténtica (que es la vida del amor a Dios y a los demás).


Atención a nuestra situación concreta

También es Cristo buen Pastor –y se detiene Fray Luis especialmente en ello– “porque en su regir no mide a sus ganados por un mismo rasero, sino atiende a lo particular de cada uno que rige, porque rige apacentando, y el pasto se mide según la hambre y necesidad de cada uno que pace. (…) Llama por su nombre a cada una de sus ovejas, que es decir que conoce lo particular de cada una dellas, y la rige y llama al bien en la forma particular que más le conviene, no a todas por una forma, sino a cada cual por la suya. Que de una manera pace Cristo a los flacos y de otra a los crecidos en fuerza; (…) y tiene con cada uno su estilo, y es negocio maravilloso el secreto trato que tiene con sus ovejas, y sus diferentes y admirables maneras”[8].

De hecho –observa Fray Luis–, en el tiempo que Cristo vivió en la tierra con nosotros, en los cuidados y beneficios que dispensó, “no guardó con todos una misma forma de hacer, sino a unos curó con su sola palabra, a otros con su palabra y presencia, a otros tocó con la mano, a otros no los sanaba luego después de tocados, sino cuando iban su camino, y ya dél apartados les enviaba salud, a unos que se la pedían y a otros que le miraban callando, ansí en este trato oculto y en esta medicina secreta que en sus ovejas contino hace, es extraño milagro ver la variedad de que usa y cómo se hace y se mide a las figuras y condiciones de todos”[9]. Por eso llama bien san Pedro “multiforme” a la gracia que Cristo nos otorga (cf. 1 Pe 4, 10), porque se transforma con cada uno en diferentes figuras.

Evoca Fray Luis el maná como figura del alimento que Cristo nos da (es tradicional ver el maná como figura de la Eucaristía) para explicar cómo el pastoreo de Cristo se adapta a cada uno: “Y como en el maná dice la Sabiduría que hallaba cada uno su gusto, así diferencia sus pastos Cristo, conformándose con las diferencias de todos. Por lo cual su gobierno es gobierno extremadamente perfecto”[10] (cf. Sab. 16, 20)

También tiene en cuenta Cristo-pastor las situaciones concretas y particulares sin limitarse a una ley escrita y estática. “Porque, como dice Platón, no es la mejor gobernación la de leyes escritas, porque son unas y no se mudan, y los casos particulares son muchos y que se varían, según las circunstancias, por horas. (…) La perfecta gobernación es de ley viva, que entienda siempre lo mejor y que quiera siempre aquello bueno que entiende, de manera que la ley sea el bueno y sano juicio del que gobierna, que se ajusta siempre con la particular de aquel a quien rige.  (…) [Cristo, ] como está perfectamente dotado de saber y bondad, ni yerra en lo justo ni quiere lo que es malo, y así, siempre ve lo que a cada uno conviene, y a eso mismo le guía, y, como san Pablo de sí dice, «a todos se hace todas las cosas, para ganarlos a todos” (cf. 1 Co 9, 22) [11].


Cristo nos atrae hacia Sí

Además, Cristo no apacienta a sus ovejas como desde fuera, sino y sobre todo desde dentro, desde el corazón, que es el núcleo de persona: “Este Pastor que Dios promete y tiene dado a su Iglesia dice que ha de estar levantado en medio de sus ovejas, que es decir que ha de residir en lo secreto de sus entrañas, enseñoreándose dellas, y que las ha de apacentar dentro de sí. Porque cierto es que el verdadero pasto del hombre está dentro del mismo hombre, y en los bienes de que es señor cada uno. (…) Por cuanto la buena suerte del hombre consiste en el buen uso de aquellas obras y cosas de que es señor enteramente, todas las cuales obras y cosas tiene el hombre dentro de sí mismo y debajo de su gobierno, sin respeto a fuerza exterior, por eso el regir y el apacentar al hombre, es el hacer que use bien de esto que es suyo y que tiene encerrado en sí mismo. Y así Dios con justa causa pone a Cristo, que es su Pastor, en medio de las entrañas del hombre, para que, poderoso sobre ellas, guíe sus opiniones, sus juicios, sus apetitos y deseos al bien, con que se alimente y cobre siempre mayores fuerzas el alma” [12].

De esta manera, Cristo, en su pastorear, busca nuestra verdadera vida que consiste en la unidad con Él y entre nosotros. Y porque Cristo tiene en sí todos los bienes soberanos del cielo como en montes altísimos, por esa misma causa, “lanzándose en medio de su ganado, mueve siempre a sí sus ovejas, y no lanzándose solamente, sino levantándose y encumbrándose en ellas, según lo que el Profeta dél dice. Porque en sí es alto por el amontonamiento de bienes soberanos que tiene, y en ellas es alto también, porque, apacentándolas, las levanta del suelo, y las aleja cuanto más va de la tierra, y las tira siempre hacia sí mismo, y las enrisca en su alteza, encumbrándolas siempre más y entrañándolas en los altísimos bienes suyos. Y porque él uno mismo está en los pechos de cada una de sus ovejas, y porque su pacerlas es ayuntarlas consigo y entrañarlas en sí, como agora decía, por eso le conviene también lo postrero que pertenece al Pastor, que es hacer unidad y rebaño” [13].

Cristo sobresale así por encima de todos los pastores. Para Él ser nuestro pastor es la razón de su vida, que llegó a dar por nosotros, para convertirse en nuestro pasto. Él “nació para ser Pastor” y “murió por el bien de su grey”. Es a la vez Pastor y pasto, “su apacentar es darse a sí a sus ovejas (…) Porque cebándose ellas de Él, se desnudan así de sí mismas y se visten de sus cualidades de Cristo y, creciendo con este dichoso pasto el ganado, viene por sus pasos contados a ser con su pastor una cosa”[14]

Finalmente, concluye Fray Luis, el nombre de “pastor” le conviene a Cristo desde el principio de los tiempos (cuida de todas las criaturas) y no tiene fin. También como hombre antes y después de su ascensión. Y será para siempre así en el cielo. Allí cuidará eternamente de sus ovejas, “que vivirán eternamente con él, él vivirá en ellas, comunicándoles su misma vida, hecho su pastor y su pasto”[15].

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[1] Cf. “Pastor”, en Fray Luis de León, De los nombres de Cristo (ed. de Javier San José Lera, vol. 39 de la Biblioteca clásica de la Real Academia Española), Madrid 2023, pp. 80-96. Las notas aquí son nuestras
[2] p. 82.
[3] pp. 82-83.
[4] p. 83.
[5] Ibid.
[6] p. 85. Es importante el hecho de que Jesús solo tiene un sentido en todo lo que hace: el amor. 
[7] p. 86.
[8] pp. 89-90. Dice Yves Congar (cf. Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, orig. francés de 1950, Santander 2014, parte II: “Condiciones para una auténtica reforma”) que es propio del “sentido pastoral” (es decir, de la preocupación por el bien de las almas y la conversión, la santidad y el apostolado), el tener en cuenta las situaciones concretas y las circunstancias de las personas, sin dejarse llevar por lo que llama un “espíritu de sistema”, lo que conduce a destruir la verdadera vida cristiana. Por espíritu de sistema entiende “la actitud intelectual y crítica que toma como punto de partida una representación de ideas y desarrolla un sistema que busca reformar la realidad existente bajo la influencia de ese sistema” . Al mismo tiempo, advierte que el buen sentido pastoral no consiste en dejarse llevar sin más por los cambios y avances en la teología o en la pastoral, sino en preocuparse primero de lo esencial (el esse, el ser esencial), y en segundo lugar, de la vida práctica de la Iglesia (el bene-esse, el que esa vida sea lo más buena posible).

[9] p. 90.
[10] Ibid.
[11] pp.90-91. Aquí pueden verse las características del discernimiento eclesial o pastoral: el adaptarse a cada persona, el situarse, el hacerse cargo, el comprender, el saber bajar a lo particular y a lo concreto, no quedarse en lo universal, en lo abstracto y, menos aún, en lo legalista.
[12] pp. 92-93. Cristo es nuestro Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6); nuestro centro y nuestro impulso, nuestra meta, siempre respetando nuestra libertad.  
[13] p. 94. “Cristo hace unidad y rebaño”, busca nuestra unidad y la paz con Él y entre nosotros.
[14] p. 96. Es decir la Iglesia, cuerpo (mistico) de Cristo.
[15] Ibid.

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