sábado, 9 de marzo de 2024

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Una eclesiología "de misión"

Imagen: "San Pedro y el gallo" (cf. Lc 22, 61) en el Salterio bizantino Cludov (s. IX). Tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/El_estudiante_(relato)


En los párrafos que siguen (*) el entonces obispo Angelo Scola (luego sería cardenal de Venecia) propone, en una primera parte, tres rasgos esenciales de la Iglesia, que se traducen en la vocación-misión de sus miembros: 

a) su carácter dramático (en cuanto implica la acción que envuelve la libertad de Dios y de los hombres);

 b) su carácter sacramental (la Iglesia ha sido denominada “sacramento radical”, en el sentido de que es el ámbito y punto de encuentro de todos los sacramentos, que los contiene a todos y los vivifica; y todo ello en y desde Cristo, que es el “sacramento primordial” según los Padres, del que depende también la función mediadora de la Iglesia, centrada en los siete sacramentos;

 c) su carácter eucarístico (pues en torno a la Eucaristía se desarrolla el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre y, desde ahí, el despliegue de la vocación y misión del cristiano).


En la segunda parte, el autor muestra cómo una “eclesiología de misión” es capaz de manifestar la dimensión antropológica y sacramental del misterio de comunión que es la Iglesia. 


 

*     *     *

 

“(…) Esta eclesiología de misión permite realizar las necesarias articulaciones entre la esencial dimensión misionera de la Iglesia y la función específica de su misión ad gentes [la misión "ad extra", dirigida a los no cristianos] así como las oportunas distinciones entre misión, evangelización y nueva evangelización. Además, si se propone equilibradamente, ella muestra la intrínseca necesidad del ecumenismo y del diálogo interreligioso.


 

El carácter “dramático” de la Iglesia

 

            Volviendo ahora a los perfiles de nuestra propuesta eclesiológica, se puede decir que su primer rasgo, fundado sobre el Bautismo-Eucaristía, describe su naturaleza dramática. La Iglesia de Cristo vive siempre en esta polaridad: si por una parte ella está constituida por el sacrificio de Cristo, este último, a su vez, debe ser continuamente ratificado por una fe testimonial y por un amor que se dona. La dramaticidad se inserta en el sujeto comunional-Iglesia en el mismo momento en que revela todo su peso en el individuo bautizado. De hecho, su ser hecho ontológicamente cristiforme en virtud de la incorporación bautismal, mantiene todo el carácter dramático de encuentro-choque entre la libertad divina y la humana (cf. Ad gentes 13-14). Decir que una eclesiología de misión es esencialmente dramática significa entonces poner en evidencia y respetar profundamente la libertad de cada uno de sus actores. En realidad, es propiamente el binomio vocación-misión la garantía completa de la grandeza de la libertad de cada miembro de la Iglesia”.

 

 

La Iglesia como “sacramento radical”

 

[A partir del drama humano que pone en juego la libertad, los cristianos constituyen la Iglesia en torno a Cristo-cabeza. La Iglesia es llamada en el concilio Vaticano II “sacramento universal de salvación” en Cristo. También se la puede llamar sacramento general (algunos usan también el título de sacramento primordial, básico o fundamental: Grundsakrament) en relación con los “sacramentos particulares”, como si quisiera decirse que la Iglesia es la madre o el hogar de los sacramentos. Para Cristo se reserva la designación de sacramento original u originario (Ur-sakrament). Scola considera a la Iglesia como “sacramento radical”, si bien siempre dependiente de Cristo, aunque cabría pensar que solo Cristo es el sacramento radical y primordial].

 

            “Podemos introducir, llegados a este punto, el segundo rasgo que perfila la fisionomía de la Iglesia [su carácter o dimensión sacramental]. Este brota precisamente de su naturaleza dramática, es más, tiende a mostrar su esencial permanencia en la vida de la Iglesia como garantía de la libertad. No pocos teólogos, y entre ellos Karl Rahner y Balthasar, lo han indicado con la fórmula de la Iglesia sacramentum radicale [=sacramento radical] (cf. H. De Lubac, Meditazione sulla Chiesa (Milán 1979, 135). (...). 


 

La Eucaristía y la misión

 

            Justamente esta última consideración nos permite introducir el título del último trazo de la eclesiología que intentamos proponer.

            Para que el individuo, siempre históricamente situado, encuentre en la naturaleza sacramental de la Iglesia su modo de inclusión en Cristo, es decir, su vocación-misión, es necesario que exista concretamente en la vida de la Iglesia un lugar en el que todos los factores de su libertad, incluida la posibilidad del pecado, sean considerados. Es necesario sustancialmente que el drama de cada individuo miembro de la Iglesia no esté decidido de antemano. Este lugar es precisamente la Eucaristía, en la que el evento de Cristo se dona al acto de libertad del creyente. Una eclesiología de misión es esencialmente eucarístico-sacramental. (…)

            (…) Una perspectiva misionera adecuada ­–según la cual el campo en que se desarrolla el Reino tiene los mismos confines que el mundo– puede introducir a la comprensión del misterio de la Iglesia. (...) La Gaudium et spes resulta así particularmente iluminadora. Una eclesiología de misiónprecisamente porque está centrada en el sujeto, debe ser escrita en primera persona y no en tercera. Implica necesariamente el testimonio. (...) Permite realizarse a la libertad de cada miembro de la Iglesia.

            En esta perspectiva de la vocación-misión brilla la concepción cristiana de la vida como vocación, que permite acoger, en la unidad y en la distinción, los diferentes estados de vida cristiana. En este marco todo fiel posee verdaderamente la misma dignidad, en cuanto miembro del pueblo de los redimidos.

            Una eclesiología de misión es, entonces, una eclesiología dramática (de libertad), que se funda en el sacramentum radicale, mediante el cual el evento de Jesucristo se dona eucarísticamente al acto de libertad del creyente. Se puede decir que tal eclesiología representa, en cierto sentido, la concentración antropológica de la eclesiología de comunión. Ambas, por tanto, se implican mutuamente, integrándose.  

            Nuestra reflexión requiere ahora un paso ulterior. ¿Cómo pasar de la misión de la Iglesia en cuanto tal a la misión del individuo cristiano y, en particular, del fiel laico? (…)”

 

El cristiano, “sacramento” de Cristo

 

[Después de considerar las dimensiones “dramática”, sacramental y eucarísticaa de una eclesiología de la misión, Scola enlaza con la misión del cristiano singular. Precisamente gracias a la Eucaristía, por la que el cristiano crece en la misma libertad de Cristo conjugándola con la propia, el cristiano puede ser “sacramento” de Cristo. Habría que nombrar –no lo hace el autor– la indispensable acción del Espíritu Santo, cuya “misión” el mismo Catecismo de la Iglesia Católica sitúa junto con la de Cristo, como una “misión doble” o “misión conjunta”. Porque sólo así cada cristiano “continúa” la Encarnación del Hijo de Dios y está llamado a ser “sacramento” suyo. De hecho, cristiano significa discípulo y miembro de Cristo, nombre que a su vez significa Mesías, o Ungido por el Padre con el Espíritu Santo].

 

            “Un importante parágrafo del Catecismo de la Iglesia Católica que no me canso de reproponer afirma: “Todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que ‘en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el ‘sacramento’, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 515). (…) La Encarnación –y la lógica que de ella deriva– se revela entonces como el método elegido por la Trinidad para comunicarse. ¡La Encarnación es el método de la misión! De las misiones trinitarias, a través de la misión de Jesucristo, se llega a la misión de la Iglesia, que en concreto coincide con la de cada individuo cristiano (cf. LG 17). (…) El cristiano está llamado a ser, en sí mismo y en todos sus actos, dentro de todo ámbito de la existencia humana, sacramento del evento de Jesucristo (cf. S. Pedro Damián, Liber qui apellatur Dominus vobiscum, 5).

            (…) El existir del cristiano en Cristo, en cuanto miembro de la comunidad eclesial, lo convierte en evento comunicativo (sacramento) de aquella verdad de la cual forma parte. (…) Es necesario, sin embargo, subrayar que el hombre, abandonado a sí mismo, no sabría reconocer el carácter de evento sacramental de las circunstancias y relaciones. Necesita estar dentro de una comunidad eclesial sensiblemente presente. (…) Fuera del sacramento [del sacramento-Iglesia] no es posible ni siquiera intuir el valor sacramental de circunstancias y relaciones. Por otra parte, sin embargo, hasta que este valor no se convierte en experiencia concreta del creyente, movido en cada acto de su libertad por circunstancias y relaciones, se puede legítimamente dudar de su ensimismamiento con el sacramento [es decir, de su valor en relación con la sacramentalidad de la Iglesia, puesto que ese valor pide ser experimentado de alguna manera por el cristiano, para contribuir plenamente en su vocación y misión]. El método de vida cristiana, es decir, el método de la misión, revela la naturaleza esencialmente pedagógica de la Iglesia: Erunt omnes semper docibiles Dei (Jn 6, 45) [=Y serán todos enseñados por Dios].



Un cuento de Chéjov


El pasaje final de un relato de Chéjov, El estudiante, me parece reproponer –con la inalcanzable fuerza persuasiva del arte– el corazón de lo que hemos definido aquí como el método de la vida cristiana (misión): un evento se comunica sólo a través de otro evento.

Es Viernes Santo. El protagonista, un joven estudiante, ha apenas acabado de contar a dos mujeres del pueblo el episodio evangélico que describe el llanto de Pedro cuando, tras la traición, se cruzó con la mirada de Jesús. Al final del relato del joven, una de las dos mujeres se echa a llorar. Escribe Chéjov: ‘el estudiante pensó de nuevo que (...) lo que él acababa de relatar, y que había acaecido diecinueve siglos atrás, tenía una relación con el presente: con las dos mujeres y, probablemente, con aquel pueblecito desierto, con él mismo, con todos los hombres. (...) Y la alegría se agitó de repente en su alma con tanta intensidad que tuvo incluso que detenerse un momento para retomar el aliento. ‘El pasado’, pensaba, ‘está ligado al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que brotan uno del otro’. Y le parecía haber unido, poco antes, los dos extremos de aquella cadena (Pedro, que había vivido hacía siglos, y aquella mujer presente en carne y hueso delante de él): apenas había tocado uno de los extremos, el otro había vibrado. Y mientras atravesaba el río en la balsa (...) pensaba que la misma verdad y la misma belleza que guiaban la vida de los hombres en el huerto de los olivos y en el patio de la casa del sumo sacerdote habían continuado sin interrupción hasta aquel día (hasta él), y ciertamente habían constituido siempre la parte esencial de la vida de los hombres y, en general, de la tierra aquí abajo” (A. Cechov , “Lo studente”, en Id., Tutte le Novelle, Milán 1956, 64-68, aquí 67-68)".

 

[Así es. En la perspectiva cristiana, esa “cadena interrumpida de acontecimientos” había sucedido, y sigue sucediendo, en el seno del único sujeto histórico “Iglesia”: cuerpo (místico) de Cristo que se extiende “desde Abel hasta el último justo”, donde tiene sentido la existencia de toda persona que viene al mundo, como enseña la eclesiología de los Padres. Toda existencia se desarrolla en relación con ese mismo cuerpo, con esa misma verdad, belleza y vida, en inefable combinación con la libertad de cada cristiano].

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(*) Cf. A. Scola, "Una eclesiología ‘de misión’”, Revista Española de Teología 62 (2002) 757-779, los párrafos seleccionados están en las pp. 767-776 (hemos simplificado las notas dejando solo algunas de ellas entre paréntesis).

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