domingo, 1 de septiembre de 2024

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El encuentro y su papel en la pedagogía


M. Chagall, Lucha de Jacob con el ángel (1967) 
Musée National Marc Chagall, Niza (Francia)

Educar es educar desde y para el encuentro. Se reconoce que uno de los textos pedagógicos más importantes de Romano Guardini, que conservan hoy toda su vigencia, es el que dedica al encuentro (*).

Dejemos a un lado, aunque el autor lo considera brevemente, el encuentro entre dos objetos materiales, entre dos plantas, entre dos animales, que en cada caso sigue unas leyes diversas según sus respectivos modos de ser.


Condiciones para que se dé el encuentro personal


Hablamos de encuentro, se nos dice, propiamente cuando un hombre contacta con la realidad. No es todavía un encuentro si solo busca, por ejemplo satisfacer su hambre, aunque puede ir más allá del instinto. Como todavía no lo es tampoco un simple choque entre dos personas.

Dos condiciones iniciales para que se dé un encuentro (personal), según Guardini, serían: 1) el toparse con la realidad más allá de una interacción simplemente mecánica, biológica o psicoógica; 2) establecer una distancia respecto a esa realidad, fijarse en su singularidad, tomar postura ante ella y adoptar una conducta práctica respecto a ella.

Para todo ello se requiere la libertad. En la libertad se pueden ver dos lados: una libertad material, por la que podamos entrar en relación con todo lo que nos rodea; una libertad formal, como facultad de actuar (o no) desde la energía inicial propia de la persona. A veces la persona puede llegar a la convicción de que no se debe confiar en todo lo que sale al encuentro: “Puede cerrar las puertas de su corazón, y dejar fuera el mundo. La angua Stoa lo hizo así, y así se comporta la ascesis religiosa, para dirigir el amor solo a Dios”[1].

El encuentro puede partir solamente de parte de la persona, por ejemplo, frente a una cosa que despierta nuestro interés, como una fuente, un árbol o un pájaro y se puede convertir en una imagen de algo más profundo o incluso puede ayudar a comprender radicalmente la existencia. Esto, siempre que se venza la costumbre, la indiferencia o el esnobismo, la presunción engreída y llena de sí mismo[2]. Tales son los enemigos principales del encuentro.

Pero el encuentro puede ser también bilateral, y entonces surge una relación especial, en la que dos personas se valoran más profundamente, más allá de su mera presencia o sus funciones sociales: se convierten en un “tú”.

Como contenidos del encuentro Guardini enumera: 1) el conocimiento de la persona y de su conducta que de ahí se deriva; 2) una “vivencia peculiar de la familiaridad y de la extrañeza”: familiaridad que puede crecer y convertirse en confianza en unión; y aquí, la relación con el carácter y la actividad, el pueblo y el grupo social, las ideas, la relación con el mundo, etc; pero también con las diferencias, la extrañeza y la irritación, la antipatía y la enemistad; 3) Siempre, incluso entre las personas más íntimas, está ese elemento de extrañeza, por el carácter irreductible de la individualidad. Esto marca necesariamente la distancia de la persona.

Además, el encuentro requiere que se dé “un buen momento”, un momento propicio, que se constituye a partir de miles de elementos más o menos conscientes o inconscientes: vivencias del pasado e imágenes, energías y tensiones, necesidades, ambiente, estado de ánimo, elementos creativos y afectivos, etc. De ahí la dificultad o la imposibilidad de “confeccionar” un encuentro, y la apertura del encuentro hasta acercarse a la Providencia y a la suerte.

El encuentro requiere, pues, a la vez, la libertad y la espontaneidad, en el sentido de que solo acontece si no se busca, como sería el encuentro con una flor azul que abre el camino hacia el tesoro.


Dimensiones del encuentro: metafísica, psicología y religiosa

El fenómeno del encuentro puede ser descrito por su lado metafísico, es decir, lo que se refiere al “ser” mismo del encuentro: ¿porqué es como es?, ¿cómo ha surgido?, Esto lo testimonia la experiencia de los sabios. Sobre todo, que las grandes cosas tienen que ser regaladas, no son exigibles ni pueden ser forzadas.

“Esto apunta a una creatividad objetiva que está por encima de la individual y humana; a una instancia que dirige, condensa y ‘escribe’ la situación con una sabiduría y una originalidad ante cuya soberanía las acciones humanas resultan bobas y elementales. Por esto todo encuentro auténtico despierta el sentimiento de hallarse uno ante algo inmerecido, y también de gratitud o, al menos, de sorpresa por lo curiosamente y bien que ha salido todo. Estas reacciones no es necesario que se den siempre en el plano consciente; pero conforman una actitud (un elemento que, según lo que resulte y las circunstancias, puede hacerse arrollador”[3].

El encuentro puede describirse, como también hace Guardini, por su lado psicológico: pues el encuentro se sustrae ante lo que llamamos concentración, ya que esta tensiona, ordena y cierra. El encuentro resiste a la búsqueda de lo útil, lo sistemático, lo pedante y diligente. “Frecuentemente los encuentros se regalan a personas que no se esfuerzan en conseguirlos, que incluso puede que aparentemente no los merezcan (la felicidad)…”[4]. Se siente que ha sido una encrucijada “regalada” de libertad y necesidad: se han dado muchas circunstancias, quizá aparentemente casuales, para que sucediera, y surge el sentimiento curioso de que “no podía ser de otra manera”.

El encuentro tiene, en tercer lugar, relación con lo espiritual y con lo religioso, en cuanto que supone un logro o un éxito de lo personal, gracias a un factor que no viene simplemente del trabajo o de la previsión humana, que podría degenerar en puro hábito sin alegría ni emociones. Este factor, respetando la libertad, orienta la existencia hacia una cierta plenitud, sin dejarla convertirse, por el otro extremo, en una aventura inestable y juguete del momento. Por eso el encuentro afecta al centro espiritual o interior de la persona.

Esto es así, señala Guardini, “porque en el encuentro lo que brota no es únicamente lo esencial y singular, sino también el misterio[5]. “ En el momento en que yo me encuentro con una cosa o con una persona, éstas pueden adquirir una nueva dimensión, la religiosa. Entonces todo se convierte en misterio; y a eso responde la admiración, el agradecimiento, la emorción”. Guardini aduce el acontecimiento narrado por san Agustín, de cómo se le quitó un fuerte dolor de muelas después de acudir a la oración propia y ajena (cf. Confesiones, IX, 4, 12).


La “médula” del sentido del encuentro

Para mostrar lo que considera como “la médula del sentido del encuentro”, Guardini recurre a unas palabras de Jesús camino de Jerusalén. Conviene notar que estas palabras tiene siempre para Guardini un significado especial, pues se vinculan a un momento trascendental de su vida, en que experimentó una conversión a la vez intelectual y espiritual[6]: “Quien quisiere poner a salvo su vida (psyche, vida o alma), la perderá; mas quien perdiere su vida por mi causa, la hallará” Mt 16, 25).

Se refieren estas palabras a la manera de comportarse el hombre en la relación con Cristo y, según Guardini, son claves para entender la existencia humana en general. Vienen a significar: “Quien se aferra a su sí mismo en su propio ser, lo perderá; quien lo pierde por causa de Cristo, lo encuentra”[7].

Y explica Guardini esta expresión en cierto modo paradójica (pues es el perderse lo que lleva a encontrarse):

“El hombre llega a ser él mismo liberándose de su egoísmo. Pero no en forma de ligereza, de superficialidad y vacío existencial, sino en pro de algo que merece que por su causa corra uno el riesgo de no ser él”[8].

¿Cómo puede uno liberarse de sí mismo en este sentido? Esto, responde Guardini, puede suceder de formas muy diversas. Por ejemplo, ante un árbol, puedo pensar simplemente en comprarlo, aprovecharlo, etc., es decir en su relación conmigo. Pero también puedo considerarlo de otra manera, en sí mismo, contemplando su estructura, su belleza, etc.

Otro ejemplo que pone Guardini es el de dos estudiantes universitarios: uno trabaja con la vista puesta en su futuro, en sus oportunidades y en el provecho que puede sacar de tal asignatura o tal examen, y acabará siendo un buen abogado, médico o lo que sea. Al otro le interesan los temas en sí, la investigación, la verdad, y puede llegar a realizar una carrera razonable. Para el primero, la ciencia es un medio con vistas a un fin, que consiste en afirmarse a sí mismo en la vida. El segundo se abre al objeto, poniendo en el centro no a sí mismo sino la verdad. Y este se autorrealizó al crecer su yo en contacto con los avances de sus planteamientos e investigaciones.

Otros ejmplos servirían, apunta Guardini, en relación con la amistad y el amor (la amistad calculadora y la auténtica; el amor basado en el apetito y el amor personal).

La amistad nace solamente cuando reconozco al otro como persona; le reconozco la libertad de existir en su identidad y esencia; consiento que se convierta en un centro de gravedad por derecho propio y experimento una solicitud viva para que esto ocurra realmente… Entonces se convierten la forma y la estructura de la relación personal, y el estado de ánimo con el que la abordo. La relación se centra en la otra persona. Al darme cuenta de esto, me distancio continuamente de mí mismo y de este modo me encuentro a mí mismo, como amigo, en lugar de como explotador; libre en lugar de atado a mi propio beneficio; verdaderamente magnánimo, más que lleno de pretensiones”[9].

Guardini concluye su reflexión ofreciendo una interpretación conclusiva del sentido último del encuentro, diríamos nosotros, a la luz de una antropología cristiana. Es, por tanto, importante como clave para una pedagogía de la fe. Primero desde un nivel antropológico. Y luego, antropológico-teológico, en relación con la revelación cristiana:

“El hombre está hecho de manera tal que de entrada se manifiesta a sí mismo en una forma inicial, como un proyecto. Si se aferra a ese proyecto, permanece encerrado en sí mismo y no pasa a la entrega, se hace cada vez más estrecho y mezquino. Ha ‘conservado su alma’, pero la ha ido perdiendo cada vez más. En cambio, si se abre, si se entrega a algo, se convierte en campo donde puede aparecer lo otro (el país que ama, la obra a la que sirve, la persona a la que está unido, la idea que lo inspira), y entonces se hace cada vez más profunda y propiamente él mismo”[10]. Además, en el encuentro con el mundo circundante, el hombre encarna lo que es y crea haciendo cultura en su sentido más amplio[11].

“Este salir de uno mismo puede ser cada vez más completo. Puede alcanzar una intensidad religiosa. Tengamos en cuenta que el término con que se expresa una muy elevada forma de conmoción religiosa es el de ‘éxtasis’, que significa precisamente ser sacado de uno mismo, estar fuera de sí. Hay que pensar que, como sucede en todas las relaciones, el éxtasis no es unilateral, es decir que no afecta sólo a la persona que sale fuera de sí misma en busca de quien le sale al encuentro, sino que tambén éste sale de sí mismo; su ser sale fuera del arcano de su propio yo. Se revela, se abre”[12].

El hombre se hace verdaderamente hombre cuando sale de sí mismo respondiendo en los acontecimientos propiamente humanos. Pues bien:

El encuentro es el comienzo de ese proceso; o, al menos, puede serlo. Representa el primer toque por parte de lo que nos sale al paso, en virtud del cual el individuo es llamado a salir de su inmediato yo y renunciar a su egoísmo, animado a ir más allá de sí mismo en pos de lo que le sale al encuentro y se le abre”[13].

Sin duda todo ello puede ser educado en el sentido de facilitado, fomentado, orientado mediante una “pedagogía del encuentro”.


El encuentro en la pedagogía

En sus escritos pedagógicos, Guardini muestra el papel que juega el encuentro en el conjunto de la educación. Sobre la base constituida por la “forma” (estructura de la existencia personal concreta) que se va desplegando en la “formación” con la ayuda de la educación, la persona se realiza también gracias al encuentro, “en medio del movimiento del hacerse y de la multiplicidad de sus fases en la diversidad de factores del propio ser y en la pluralidad de sus determinanciones”[14].

Todo ello compete a la pedagogía del aspecto subjetivo o inmanente de la persona.

A esto habrá que añadir el aspecto objetivo o transcendente de la persona (en relación con las ideas, normas y valores: la realidad, el mundo, los hombres, la historia, la cultura, Dios, la Iglesia, etc., que valen por sí y no ante todo por su significado para mí). Esto segundo se lleva a cabo mediante la pedagogía de la aceptación (acogida de lo objetivo, tal como es) y del servicio (entrega a lo que me pide la realidad)[15].  En ese aspecto transcendente, dirá Guardini, se funda la dignidad humana. 

La educación debe enseñar el discernimiento de cuál debe ser el centro de gravedad de cada acción personal, teniendo en cuenta el conjunto: la forma personal, el encuentro o el servicio. Enseñar a tomar con auténtica libertad esas decisiones: eso es lo propio de la pedagogía.


(*) Cf. R. Guardini, “El encuentro” en Id., Ética. Lecciones en la Universidad de Múnich (redcoge textos de 1950-1962), BAC, Madrid 1999 (original alemán de 1993), pp. 186-197; Id., “L’incontro” (ensayo publicado en alemán en 1955),en Id., Persona e libertà. Saggi di fondazione della teoria pedagogica, a cura di C. Fedeli, ed. La Scuola, Brescia 1987, pp. 27-47.
[1] Persona e libertà, 32.
[2] Cf. Ib., 34.
[3] Ética, p. 192.
[4] Ibid.
[5] Ib., 193.
[6] Cf. https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2018/10/50-aniversario-de-romano-guardini.html.
[7] Ética, o. c., p. 194.
[8] Ib., 195.
Recuérdese, al respecto, lo que dirá diez años después el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, 24: “El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.
[9] Persona e libertà, 45.
[10] Ética, 196.
[11] Cf. R. Guardini, Fundamentación de la teoría de la formación, Eunsa, Pamplona 2020, 51s.
[12] Ética, 196. Así ha sucedido, en efecto, con la Revelación cristiana (en la que Dios se autocomunica al hombre) y, de otro modo, en toda auténtica toma de conciencia sobre la propia vocación.
[13] Ética., 197.
[14] Fundamentación de la teoría de la formación, 80s.
[15] Cf. Ib., 82-88.

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