lunes, 19 de agosto de 2024

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Literatura y evangelización

En su Carta sobre el papel de la literatura en la formación (17-VII-2024), señala el Papa Francisco que la literatura es un camino importante para la madurez personal, en cuanto que permite abrirse al mundo, a la realidad, a las otras personas y culturas, y entablar un diálogo interior enriquecedor, que tiene que ver con los propios deseos y expectativas.


Para abrir el mundo personal

De esta manera sirve al discernimiento espiritual y moral así como a la contemplación. El Papa utiliza diversas metáforas –el telescopio, el gimnasio, el acto de la digestión– para mostrar cómo la literatura es un excelente instrumento para la comprensión personal del mundo, para comprender y experimentar el sentido que los demás dan a sus vidas, para ver la realidad con sus ojos y no solo con los propios (cf. nn. 16-20, 26-40).

La literatura proporciona una escuela de la mirada y del “éxtasis” (salida de uno mismo), de la solidaridad, de la tolerancia y de la comprensión. Esto es así, piensa el sucesor de Pedro, porque “siendo cristianos, nada que sea humano nos es indiferente” (37).

Para los creyentes, la lectura es un camino para conocer las culturas (la propia las otras) y así, poder hablar al corazón de los hombres. Nos facilita reconocer las semillas plantadas por el Espíritu Santo en toda realidad humana y social. Y de este modo podemos responder hoy mejor a la sed de Dios que late en muchs corazones, aunque a veces no lo reconozcan.

Pero hay una condición: el anunciarles a Jesucristo, Palabra de Dios “hecha carne”, no a un Cristo sin carne. “Esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor” (14).

De ahí que, a través de la literatura, los sacerdotes y en general todos los evangelizadores pueden hacerse más sensibles a la plena humanidad de Jesús, de modo que puedan anunciarlo mejor. Pues cuando el Concilio Vaticano II dice que “en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS, 22), señala Francisco, “no se trata de una realidad abstracta, sino el misterio de ese ser humano concreto, con todas las heridas, deseos, recuerdos y esperanzas de su vida” (15).

Tocar el corazón del ser humano contemporáneo


De eso se trata: “Esta es la cuestión: la tarea de los creyentes, y en particular de los sacerdotes, es precisamente ‘tocar’ el corazón del ser humano contemporáneo para que se conmueva y se abra ante el anuncio del Señor Jesús y, en este esfuerzo, la contribución que la literatura y la poesía pueden ofrecer es de un valor inigualable” (21).

Haciendo un paréntesis a este propósito, cabría que alguien pensara, al ir leyendo esta carta del Papa, que lo que falta en nuestros contemporáneos es sobre todo fe y “doctrina”; es decir, conocimiento de la verdad cristiana sobre Dios, Jesucristo, los sacramentos, la moral. Ciertamente, habrá que discernir las necesidades de cada cultura. Pero en general ese juicio es al menos insuficiente.

Como dice T. S. Elliot y recoge el Papa, la crisis religiosa moderna lleva consigo una “incapacidad emotiva” generalizada. Señala Francisco: “A la luz de esta lectura de la realidad, hoy el problema de la fe no es en primera instancia el de creer más o creer menos en las proposiciones doctrinales. Está más bien relacionado con la incapacidad de muchos para emocionarse ante Dios, ante su creación, ante los otros seres humanos. De plantea aquí, por tanto, la tarea de sanar y enriquecer nuestra sensibilidad” (22).

En la parte final de su carta, insiste Francisco en señalar por qué es importante considerar y promover la lectura de las grandes obras literarias como un elemento importante de la paideia sacerdotal, lo que podría equivaler, para los evangelizadores en general, a la educación de la fe. Y, atención, como ya hemos visto, dirá que no se trata solo de tocar el corazón de los demás, sino de cambiar el propio corazón, el corazón del pastor del evangelizador, a imagen del corazón de Cristo.


Una autoeducación del evangelizador

Esa autoeducación del evangelizador puede desmenuzarse en cuatro direcciones que señala, para concluir, la carta (cf. nn. 41-44):

1) Autoeducación de la propia personalidad (mente, corazón, sensibilidad para reconocer el pluralismo de los lenguajes humanos y de las culturas.

2) Purificación del lenguaje evangelizador, rechazando los lenguajes autorreferenciales y estáticamente convencionales, que aprisionan los horizontes de la Palabra de Dios.

3) Reconocimiento de la realidad (dar nombre a los seres y a las cosas, cf. Gn 2, 19-20) y cuidado de la creación. 

 4) Encarnación (mediante la unión sacramental entre la Palabra divina y la palabra humana) de la propia misión, en un servicio de escucha y de compasión, que señale el camino hacia la verdad y el bien que se abren como belleza.

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