miércoles, 22 de enero de 2025

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La esperanza, motor de la educación



¿Cuál es –se preguntaba Francisco– el método educativo de Dios?” Y se respondía: “Es el de la proximidad y cercanía”. Así comenzó Francisco su discurso para un grupo de educadores católicos italianos, el pasado 4 de enero de 2025


La pedagogia de Dios

Sobre el telón de fondo de la cercanía, compasión y ternura, características del “estilo” Dios, se perfila la pedagogía divina: “Como un maestro que entra en el mundo de sus alumnos, Dios elige vivir entre los hombres para enseñar a través del lenguaje de la vida y del amor. Jesús nació en una condición de pobreza y sencillez: esto nos llama a una pedagogía que valora lo esencial y pone en el centro la humildad, la gratuidad y la acogida”. 

“La de Dios –señala Francisco– es una pedagogía del don, una llamada a vivir en comunión con Él y con los demás, como parte de un proyecto de fraternidad universal, un proyecto en el que la familia ocupa un lugar central e insustituible”. Es una síntesis, en clave educativa, de las líneas principales de su pontificado.

La pedagogía de Dios, prosigue, es “una invitación a reconocer la dignidad de cada persona, empezando por los descartados y marginados, como se trataba a los pastores hace dos mil años, y a apreciar el valor de cada etapa de la vida, incluida la infancia. La familia es el centro, ¡no lo olvidemos!” (cf. Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita, 8-IV-2024)


La educación en el marco del jubileo


¿Cómo queda la educación iluminada en el jubileo de la esperanza?

“El Jubileo –señaló el Papa– tiene mucho que decir al mundo de la educación y de la escuela. De hecho, ‘peregrinos de la esperanza’ son todas las personas que buscan un sentido para su vida y también quienes ayudan a los más jóvenes a recorrer este camino”.

Destaca Francisco la evidencia de que la educación tiene que ver de modo central con la esperanza: la esperanza, apoyada en la experiencia de la historia de la humanidad, de que las personas pueden madurar y crecer. Y esta esperanza sostiene al educador en su tarea:

“Un buen profesor es un hombre o una mujer de esperanza, porque se entrega con confianza y paciencia a un proyecto de crecimiento humano. Su esperanza no es ingenua, está arraigada en la realidad, sostenida por la convicción de que todo esfuerzo educativo tiene valor y de que toda persona tiene una dignidad y una vocación que merecen ser cultivadas”.

En suma, y es el centro del discurso: “La esperanza es el motor que sostiene al educador en su compromiso diario, incluso en las dificultades y los fracasos”.

Pero, se pregunta el Papa, “¿cómo no perder la esperanza y alimentarla cada día?”


La pedagogía de la esperanza

Sus consejos comienzan por la relación personal del educador con el Maestro y compañero de maestros y alumnos: “Mantened la mirada fija en Jesús, maestro y compañero de camino: esto os permite ser verdaderamente peregrinos de esperanza. Pensad en las personas que encontráis en la escuela, niños y adultos”.

Ya lo decía en la bula para la convocación del jubileo: “Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana” (Spes non confundit, 1).

Recurriendo a ese argumento en continuidad con la encíclica Spe salvi, de Benedicto XVI, dice Francisco: “Estas esperanzas humanas, a través de cada uno de vosotros –los educadores–, pueden encontrar la esperanza cristiana, la esperanza que nace de la fe y vive de la caridad”. Y, subraya: “no lo olvidemos: la esperanza no defrauda. El optimismo defrauda, pero la esperanza no defrauda. Una esperanza que supera todo deseo humano, porque abre las mentes y los corazones a la vida y a la belleza eterna”.

¿Cómo hacer, en concreto para que esto pueda acontecer en las escuelas o en los colegios de inspiración cristiana?

He aquí la propuesta de Francisco: “Estáis llamados a elaborar y transmitir una nueva cultura, basada en el encuentro entre generaciones, en la inclusión, en el discernimiento de lo verdadero, lo bueno y lo bello; una cultura de la responsabilidad, personal y colectiva, para hacer frente a desafíos globales como las crisis medioambientales, sociales y económicas, y al gran reto de la paz. En la escuela se puede ‘imaginar la paz’, es decir, sentar las bases de un mundo más justo y fraterno, con la contribución de todas las disciplinas y la creatividad de niños y jóvenes”.

Se trata, como vemos, de una propuesta incisiva y articulada: la esperanza cristiana asume todas nuestras esperanzas (especialmente la paz); es una esperanza activa y responsable que trabaja por una nueva cultura; requiere el diálogo y la interdisciplinariedad (cf. const. ap. Veritatis gaudiium, 4c), el discernimiento y la creatividad, que han de pasar de los profesores a los alumnos.

Es una propuesta exigente, pero no utópica. Todo depende de la calidad de nuestra esperanza (la de cada educador, la de cada familia, la de cada comunidad educativa). Ese es el motor.

El Papa concluye apelando a las tradiciones educativas y animando al trabajo en conjunto de los educadores:

“No olvidéis nunca de dónde venís, pero no caminéis con la cabeza vuelta hacia atrás, lamentándoos de los viejos tiempos. Pensad más bien en el presente de la escuela, que es el futuro de la sociedad, en plena transformación epocal. Pensad en los jóvenes profesores que dan sus primeros pasos en la escuela y en las familias que se sienten solas en su tarea educativa. Proponed a cada uno vuestro estilo educativo y asociativo con humildad y novedad”.

La esperanza, en la medida de su calidad, es el motor de la educación (*)
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(*) Este texto es síntesis de uno más amplio que se publicará en el número de febrero de la revista “Omnes”.

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