Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás (1601-1602),
Palacio Sansoucci, Postdam (Alemania)
Al final de la misa que celebró en la apertura del Año de la Fe (el 11 de octubre de 2012), Benedicto XVI ha hecho simbólicamente entrega de los mensajes finales del Concilio Vaticano II (en el 50º aniversario de su comienzo), junto con el Catecismo de la Iglesia Católica (del que se celebraban 20 años) a todos los fieles.
Con ello quiere contribuir a renovar el verdadero sentido del Concilio: “La fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia”.
Dios es el verdadero protagonista de la evangelización
Subraya que Cristo es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización. “Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual”.
Observa que, si bien el Concilio Vaticano II no dedica ningún mensaje específico a la Fe, “sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrarse nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo”. Y ese deseo, ese anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo, es el impulso interior de la nueva evangelización.
Ayudar a salir del desierto, con el testimonio de una vida nueva
A causa del olvido de Dios, el mundo actual, viene diciendo el Papa, se ha convertido en un desierto. Y en este desierto, señala, hacen falta personas que con su vida de fe señalen el camino y mantengan viva la esperanza: “Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino”.
En efecto, y el testimonio implica la palabra que orienta al que no conoce el camino porque nunca lo ha recorrido; o al que lo caminó, pero por no pisarlo mucho tiempo se le ha perdido, cubierto por los abrojos o los espinos.
Y tanto para vivir de fe como para poder indicar el camino a otros, y para quitar los obstáculos que impiden caminar, hay que “adentrarse” en la oración, recibir con frecuencia los sacramentos (particularmente la confesión y la Eucaristía), estudiar el Catecismo, dejarse ayudar uno mismo para volver a empezar, y preocuparse por las necesidades de los que caminan junto a nosotros.
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