martes, 16 de octubre de 2012

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Actualidad del Concilio Vaticano II: luz y llamada



El comienzo del Año de la fe, los 50 años de la inauguración del Concilio Vaticano II y los 20 del Catecismo de la Iglesia Católica, han hecho celebrativamente densos estos últimos días. 

            En la audiencia general del 10 de octubre, víspera de la magna celebración, Benedicto XVI ha ofrecido una reflexión “sobre el gran acontecimiento eclesial que ha sido el Concilio, acontecimiento del que he sido testigo directo”, citando una vez más las palabras de Juan Pablo II: “Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Carta ap. Novo millennio ineunte, n. 57). Añade el Papa actual que esta imagen de la brújula es bien elocuente al pensar en la navegación de la Iglesia; sobre todo porque es preciso volver a los documentos del Concilio Vaticano II, “liberándolos de una masa de publicaciones que con frecuencia, en vez de darlos a conocer, los han ocultado”.


Una experiencia única, un "acontecimiento de luz"

            Con emoción ha recordado el periodo conciliar como una “experiencia única”, que testimoniaba una “Iglesia viva –casi tres mil Padres conciliares de todas las partes del mundo reunidas bajo la guía del Sucesor del Apóstol Pedro– que acude a la escuela del Espíritu Santo, verdadero motor del Concilio”. Raras veces se pudo en la historia casi “tocar” la universalidad de la Iglesia. Tantos motivos que evocan la alegría, la esperanza y el ánimo de los participantes en ese “acontecimiento de luz” que se irradia hasta hoy.

            En la misma audiencia resume el Papa las orientaciones que Juan XXIII imprimió al Concilio: “La fe debía hablar de un modo ‘renovado’, más incisivo –porque el mundo estaba cambiando rápidamente–, pero manteniendo intactos sus perennes contenidos, sin cesiones o compromisos”.

            Pablo VI apuntaba, en la clausura del Concilio, algunos rasgos del mundo moderno: al lado del progreso científico y de la mayor conciencia de la libertad, se olvidaba de Dios, reivindicaba frente a él una autonomía absoluta, y se cerraba a la transcendencia, refugiándose en el “laicismo” como ideología perfilada por esas mismas características. Por eso, concluye Pablo VI, Dios –el Dios vivo y personal, providente, amoroso y garante de la dignidad humana– es el punto central del Concilio.


La lección fundamental del Concilio: la fe en Dios y el encuentro con Cristo

            Pues bien, señala ahora Benedicto XVI: “Vemos como el tiempo en el que vivimos continúa caracterizado por el olvido y sordera respecto a Dios. Pienso, por tanto, que debemos aprender la lección más sencilla y fundamental del Concilio; es decir, que el cristianismo en su esencia consiste en la fe en Dios, que es Amor trinitario, y en el encuentro, personal y comunitario con Cristo que orienta y guía la vida; y todo lo demás es consecuencia”. 

            Insiste el Papa en lo que considera la luz esencial del Concilio: “Lo importante hoy, como lo era en el deseo de los Padres conciliares, es que se vea –de nuevo, con claridad– que Dios está presente, nos ve, nos responde. Y en cambio, cuando falta la fe en Dios, se derrumba lo que es esencial, porque el hombre pierde su dignidad profunda y lo que hace grande su humanidad, contra todo reduccionismo”. El Concilio –en términos de Benedicto XVI– recuerda que la Iglesia tiene la tarea de transmitir la Palabra del amor de Dios que salva, para que sea acogida y escuchada, puesto que es una llamada divina que contiene en sí nuestra felicidad eterna. 


Los cuatro puntos cardinales de la brújula

            Retomando la imagen empleada por Juan Pablo II, el Papa actual compara las cuatro grandes constituciones conciliares con los cuatro puntos cardinales de la brújula que puede orientarnos de nuevo en la navegación de la Iglesia. La primera en el tiempo fue la constitución sobre la liturgia (Sacrosanctum concilium), que “indica cómo en la Iglesia al comienzo está la adoración, está Dios, está la centralidad del misterio de la presencia de Cristo”. Desde ahí la Iglesia (en la constitución dogmática Lumen gentium)  reconoce que como “cuerpo de Cristo y pueblo peregrinante en el tiempo, tiene como tarea fundamental la de glorificar a Dios”. En tercer lugar la constitución sobre la divina Revelación (Dei Verbum) expresa cómo “la Palabra viva de Dios convoca a la Iglesia y la vivifica a lo largo de todo su camino en la historia”. Finalmente la constitución pastoral Gaudium et spes se ocupa del modo “en que la Iglesia lleva al mundo entero la luz que ha recibido de Dios para que sea glorificado”.


Llamada a redescubrir la belleza de la fe

            Ante la celebración del 50 aniversario del Concilio, el Papa condensa en estas palabras el significado actual de este acontecimiento para nosotros: “El Concilio Vaticano II es para nosotros una fuerte llamada a redescubrir cada día la belleza de nuestra fe, a conocerla profundamente por medio de una relación intensa con el Señor, a vivir hasta el fundo nuestra vocación cristiana”. 

(publicado en www.religionconfidencial.com, 15-X-2012)

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