J. Copista (s. IX), Ilustración del Tetraevangelio,
Biblioteca de los Padres Armenios Mequitaristas, Viena (Austria)
La ilustración, que representa la última Cena, está reproducida en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, como colofón de la parte segunda: la celebración del Misterio cristiano.
En su primera intervención en el Sínodo para la nueva evangelización (dejando aparte la homilía de inauguración) ha dicho Benedicto XVI que evangelización equivale a la fe hecha caridad. A punto de comenzar el Año de la Fe, cabe por eso redescubrir el dinamismo que enlaza la fe, los sacramentos y la caridad. Este dinamismo es traducción, también al plano social, de las actitudes y la “manera de ser” de Cristo, por parte de cada cristiano y de la Iglesia en su conjunto.
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge esta afirmación: “La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf. Mt 25, 40)” (n. 1397). Y la encíclica Deus caritas est señala: “Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (n. 14). Vayamos por pasos.
Eucaristía y compromiso social
La Eucaristía pide el compromiso en la caridad y en la justicia. La Eucaristía nos abre al amor de Dios, nos hace participar de la vida de Cristo, nos introduce en la dinámica de su entrega; nos hace ver todo con sus ojos, sentir con su corazón, prestarle nuestros brazos para trabajar y nuestros pies para caminar. Desde el encuentro con Cristo y la contemplación de su rostro (cf. Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, 6-I-2001), al hacernos miembros de su Cuerpo místico, nos encontramos con todos los que también lo son o pueden serlo. Y redescubrimos que son nuestros hermanos. Y sus necesidades se hacen las nuestras. No podríamos vivir del pan eucarístico y no percibir el hambre que hay en el mundo. Hambre del pan material y hambre de Dios. El amor a Dios nos abre a las necesidades materiales y espirituales de todos.
Al final de su autobiografía escribió Dorothy Day unas palabras que resumen bien su vida: “A Dios le conocemos en el acto de partir el pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan, y ya nunca más estamos solos” (La larga soledad, ed. Sal terrae, Santander 2000, p. 303).
Por eso la exhortación postsinodal Sacramentum caritatis, sobre la Eucaristía (2007) afirma que “hay que explicitar la relación entre Misterio eucarístico y compromiso social”, pues “la Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración” (n. 89)
La catequesis o educación en la fe, en todas las edades y circunstancias, debe orientar hacia la madurez de la fe cristiana. Gracias a la Eucaristía, los cristianos pueden transformar su vida en una ofrenda de servicio a Dios y a todas las personas y al mundo. Y esto implica tanto la responsabilidad social como el compromiso evangelizador. La misión cristiana es a la vez evangelizadora y humanizadora, siguiendo los pasos de Cristo.
La nueva evangelización pide redescubrir el amor a los pobres
Por tanto, la nueva evangelización pide redescubrir el amor a los pobres. Se trata, según el Catecismo de la Iglesia Católica, de una dimensión esencial de la vida cristiana. ¿En qué se inspira el amor a los pobres?, se pregunta el Compendio. He aquí su respuesta: “El amor a los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas y en el ejemplo de Jesús en su constante atención a los pobres. Jesús dijo: ‘Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25, 40). El amor a los pobres se realiza mediante la lucha contra la pobreza material, y también contra las numerosas formas de pobreza cultural, moral y religiosa. Las obras de misericordia espirituales y corporales, así como las numerosas instituciones benéficas a lo largo de los siglos, son un testimonio concreto del amor preferencial por los pobres que caracteriza a los discípulos de Jesús” (n. 520)
San Josemaría Escrivá, que predicó y promovió incansablemente la llamada universal a la santidad y la santificación del trabajo ordinario, señala con su estilo característicamente autobiográfico: “Los pobres –decía aquel amigo nuestro– son mi mejor libro espiritual, y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y porque me duele, comprendo que le amo y que les amo” (Surco, n. 827).
El compromiso evangelizador
Al dinamismo transformador de la vida cristiana pertenece, asimismo, el compromiso evangelizador. La vida cristiana, porque es vida en Cristo, amplía, por así decirlo, el corazón y la inteligencia del cristiano haciéndole preocuparse por los demás. Esta actitud proviene también del conocimiento amoroso de Cristo, que es la meta del Catecismo y de la educación en la fe. La identificación con Cristo, con sus sentimientos y su pensamiento, conduce al deseo de evangelizar, es decir, al apostolado cristiano –cristiano es nombre de misión– con todo lo que lleva consigo. Se trata de llevar a los demás la “buena noticia” del amor de Dios manifestado en Cristo, para que su vida se renueve y puedan contribuir a la “vida plena” de los otros. Por su unión a Cristo desde el bautismo, cada cristiano es ungido con el Espíritu Santo para esta misión.
Cada cristiano participa de la misión evangelizadora de la Iglesia. La evangelización es el primer servicio que los cristianos pueden prestar a cada persona y a la humanidad. El Evangelio no resta nada a la libertad humana, al debido respeto de las culturas, a cuanto hay de bueno en cada religión.
Así responde el Compendio a la pregunta: ¿Por qué la Iglesia debe anunciar el Evangelio a todo el mundo?: “La Iglesia debe anunciar el Evangelio a todo el mundo porque Cristo ha ordenado: ‘Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ (Mt 28, 19). Este mandato misionero del Señor tiene su fuente en el amor eterno de Dios, que ha enviado a su Hijo y a su Espíritu porque ‘quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’ (1 Tm 2, 4)” (Comp., n. 172).
La razón última del apostolado cristiano es, por tanto, el amor de Dios, que quiere que todos los hombres se salven por el “conocimiento de la verdad”; es decir, que lleguen, ya durante su vida terrena, a la plenitud de vida, de alegría y de libertad que sólo se encuentra en unión con Cristo. Obviamente el apostolado cristiano sólo merece ese nombre cuando se realiza en el mayor respeto a la libertad personal (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la Evangelización 3-XII-2007).
El testimonio de los fieles laicos
Cada cristiano participa en la evangelización según su condición y dones propios. Respecto a la mayoría de los cristianos, los fieles laicos o cristianos corrientes, al explicar las características de su vocación, dice el Compendio: “Los laicos participan en la misión profética de Cristo cuando acogen cada vez mejor en la fe la Palabra de Cristo, y la anuncian al mundo con el testimonio de la vida y de la palabra, mediante la evangelización y la catequesis” (n. 190).
El testimonio de la vida y de la palabra, es por tanto, el primer “medio” de apostolado, el primer camino, la primera forma de la evangelización; porque la vida cristiana es manifestación del amor de Dios y, efectivamente, “sólo el amor es digno de fe” (Balthasar). Eso es lo primero que entienden, “cada uno en su propia lengua” (Hch 2, 6), todas las gentes. Ese es el camino para el dinamismo transformador de la vida cristiana.
(pblicado en www.religionconfidencial.com, 10-X-2012)
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