Nuestra época requiere un “salto de calidad” en la educación de la fe vivida. Benedicto XVI acuñó la expresión “urgencia educativa” para la situación actual (cf. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21-I-2008); y se refirió concretamente al “analfabetismo religioso” que se extiende en nuestra sociedad (cf. Homilía 5-IV-2012).
Pues bien, así como en la educación han de reflejarse las dimensiones de la persona, en la “educación de la fe” deben reflejarse adecuadamente los elementos, contenidos y dimensiones de la fe cristiana. Pensemos en un piano, cuya estructura y funcionamiento debe conocer el artista suficientemente para poder hacer su música: debe conocer las teclas, los acordes, las posibilidades para lograr una buena armonía.
La encíclica Lumen fidei, primera del Papa Francisco, afirma que “la fe sin verdad no salva”: se queda en una bella fábula o en meros sentimientos (cf. n. 24). Y la verdad de la fe es la que la Iglesia transmite en su “memoria viva” por medio del Credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración (cf. capítulo tercero). Por tanto no se puede seleccionar sólo lo que parece más fácil de aceptar, pues la fe es como un cuerpo o un organismo vivo que requiere de todos sus miembros (cf. n. 48, de acuerdo con San Ireneo y J. H. Newman).
Diversos factores históricos y culturales vienen contribuyendo a que, en nuestros días, no sea fácil para los educadores (padres y madres de familia, catequistas, maestros, sacerdotes, etc.) conocer la armonía de esa música que les toca hacer: el relativismo que cunde en el ambiente, un agnosticismo que desconfía de alcanzar la verdad, las consecuencias negativas del proceso de secularización, la falta de reflejos de una buena parte de la teología contemporánea, la ausencia de mediadores entre el ámbito académico y la gente de la calle, los antitestimonios y escándalos de algunos cristianos, la capacidad globalizadora del momento actual con sus ventajas e inconvenientes, etc.
Como resultado se observan actualmente tendencias a quedarse en las notas altas o las bajas de nuestro piano educativo. Se asiste así a una educación que cae a veces en las redes del relativismo y del secularismo ambientales, como consecuencia del racionalismo que se ha encaminado en Occidente hacia el consumismo y el nihilismo. De otro lado, quizá por la ley del péndulo, se asiste en ocasiones a una educación de tendencia fideísta y rigorista, espiritualista e individualista, heredera también de ciertas deformaciones predominantes en los últimos siglos.
Y así, aunque muchos educadores se esfuerzan y realmente consiguen resultados más que aceptables, sucede con frecuencia que algunas o muchas teclas faltan en este piano, o no están afinadas, o el artista no las conoce del todo, o no sabe cómo interpretar acabadamente su partitura. Y hay que reconocer que no es fácil. Pero sin ello no se puede educar en la coherencia cristiana.
Un decálogo educativo para la fe en nuestro tiempo
He aquí un “decálogo educativo” para la educación en la fe, cuyos elementos deberían estar presente en todo ámbito de educación cristiana (comenzando por la familia, con la ayuda de la escuela, la parroquia, los grupos, movimientos y otras realidades eclesiales). Se podrían señalar para cada uno abundante bibliografía documental y de experiencias en la vida de la Iglesia y de los santos.
Los enumeramos ahora sencillamente, con alguna referencia a la encíclica Lumen fidei, como orientaciones para su lectura y estudio, también con vistas a la tarea educativa.
1. La antropología cristiana que conduce a vivir y educar en la Iglesia como familia de Dios (cf. nn. 27 ss, en referencia al vínculo entre verdad y amor; nn. 37 ss., respecto a la Iglesia y a la transmisión de la fe; nn. 47-49 acerca de la unidad e integridad de la fe; en conexión con la familia, cf. nn. 52 s). La educación en la fe debe situarse en un contexto antropológico no genérico y abstracto, sino el que corresponda con la situación real de los tiempos y lugares.
2. El camino educativo de la belleza, para la educación de la fe (cf. n 35, en relación con la búsqueda de Dios).
3. La educación o catequesis bíblica (cf. especialmente todo el capítulo primero). Aquí se incluye la formación para la lectura orante de la Sagrada Escritura.
4. La educación litúrgica y sacramental (cf. nn. 40-45).
5. La vida moral como respuesta al amor de Dios que se refleja en el amor al prójimo (cf. n. 46).
6. La doctrina social de la Iglesia en sentido amplio, es decir, la sensibilidad social como dimensión esencial de la vida cristiana (cf. nn. 54-57: la fe como luz para la vida en sociedad y fuerza que conforta en el sufrimiento).
7. La oración como diálogo confiado con Dios que nos une con Jesús y bajo la acción del Espíritu Santo nos lleva a Dios Padre, a la vez que nos hace salir de nosotros mismos (cf. n. 29 sobre la “escucha” que requiere la fe; n. 30 acerca de la contemplación de la vida de Jesús; y n. 46 sobre el Padrenuestro como modelo de oración)
8. El afán apostólico, evangelizador o misionero, ya desde niños. El niño es sostenido en su fe incipiente por sus padres o padrinos (cf. n. 43). “Quien confiesa la fe se ve implicado en la verdad que confiesa” (n. 45). Los mandamientos de la Ley de Dios llevan a “entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia” (n. 46).
9. La santidad en la vida ordinaria de familia, trabajo, relaciones sociales, etc.: La fe se acompaña del amor verdadero, que “unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena” (n. 27); “La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo” (n. 51). La santidad es para todos, tiene siempre un significado actual, lleva consigo la alegría y su corazón son las bienaventuranzas. Se manifiesta especialmente en algunas virtudes y requiere el combate espiritual y el discernimiento.
10. El trabajo interdisciplinar, encaminado a proponer en las distintas materias de la enseñanza escolar las luces que reciben de la fe en el Dios creador y redentor, también para la verdadera dignidad del hombre que esa fe confirma y esclarece. Lograr esa educación interdisciplinar de la fe requiere de los educadores elaborar proyectos concretos en las materias, que permitan que la religión entre en diálogo con la ética y la razón, para contribuir conjuntamente al bien común de las personas, abierto a la transcendencia.
(Y es que la fe ilumina el camino de la historia de cada uno y del mundo –cf. n. 28–, beneficia el quehacer científico, estimula el sentido crítico, impulsa la investigación y ensancha los horizontes de la razón, cf. n 34).
He aquí un “decálogo educativo” para la educación en la fe, cuyos elementos deberían estar presente en todo ámbito de educación cristiana (comenzando por la familia, con la ayuda de la escuela, la parroquia, los grupos, movimientos y otras realidades eclesiales). Se podrían señalar para cada uno abundante bibliografía documental y de experiencias en la vida de la Iglesia y de los santos.
Los enumeramos ahora sencillamente, con alguna referencia a la encíclica Lumen fidei, como orientaciones para su lectura y estudio, también con vistas a la tarea educativa.
1. La antropología cristiana que conduce a vivir y educar en la Iglesia como familia de Dios (cf. nn. 27 ss, en referencia al vínculo entre verdad y amor; nn. 37 ss., respecto a la Iglesia y a la transmisión de la fe; nn. 47-49 acerca de la unidad e integridad de la fe; en conexión con la familia, cf. nn. 52 s). La educación en la fe debe situarse en un contexto antropológico no genérico y abstracto, sino el que corresponda con la situación real de los tiempos y lugares.
2. El camino educativo de la belleza, para la educación de la fe (cf. n 35, en relación con la búsqueda de Dios).
3. La educación o catequesis bíblica (cf. especialmente todo el capítulo primero). Aquí se incluye la formación para la lectura orante de la Sagrada Escritura.
4. La educación litúrgica y sacramental (cf. nn. 40-45).
5. La vida moral como respuesta al amor de Dios que se refleja en el amor al prójimo (cf. n. 46).
6. La doctrina social de la Iglesia en sentido amplio, es decir, la sensibilidad social como dimensión esencial de la vida cristiana (cf. nn. 54-57: la fe como luz para la vida en sociedad y fuerza que conforta en el sufrimiento).
7. La oración como diálogo confiado con Dios que nos une con Jesús y bajo la acción del Espíritu Santo nos lleva a Dios Padre, a la vez que nos hace salir de nosotros mismos (cf. n. 29 sobre la “escucha” que requiere la fe; n. 30 acerca de la contemplación de la vida de Jesús; y n. 46 sobre el Padrenuestro como modelo de oración)
8. El afán apostólico, evangelizador o misionero, ya desde niños. El niño es sostenido en su fe incipiente por sus padres o padrinos (cf. n. 43). “Quien confiesa la fe se ve implicado en la verdad que confiesa” (n. 45). Los mandamientos de la Ley de Dios llevan a “entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia” (n. 46).
9. La santidad en la vida ordinaria de familia, trabajo, relaciones sociales, etc.: La fe se acompaña del amor verdadero, que “unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena” (n. 27); “La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo” (n. 51). La santidad es para todos, tiene siempre un significado actual, lleva consigo la alegría y su corazón son las bienaventuranzas. Se manifiesta especialmente en algunas virtudes y requiere el combate espiritual y el discernimiento.
10. El trabajo interdisciplinar, encaminado a proponer en las distintas materias de la enseñanza escolar las luces que reciben de la fe en el Dios creador y redentor, también para la verdadera dignidad del hombre que esa fe confirma y esclarece. Lograr esa educación interdisciplinar de la fe requiere de los educadores elaborar proyectos concretos en las materias, que permitan que la religión entre en diálogo con la ética y la razón, para contribuir conjuntamente al bien común de las personas, abierto a la transcendencia.
(Y es que la fe ilumina el camino de la historia de cada uno y del mundo –cf. n. 28–, beneficia el quehacer científico, estimula el sentido crítico, impulsa la investigación y ensancha los horizontes de la razón, cf. n 34).
(Publicado en www.cope.es, 26-VII-2013)
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