miércoles, 17 de julio de 2013

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Globalización de la indiferencia, anestesia del corazón

Flores echadas por el Papa Francisco al mar en Lampedusa, 
en recuerdo de los inmigrantes fallecidos

El primer viaje del Papa Francisco ha sido un viaje penitente, para pedir perdón por lo que ha llamado la “globalización de la indiferencia” y la “anestesia del corazón”. Es este un aldabonazo a la conciencia de nuestra civilización occidental, y antes que nada –puesto que las conciencias son ante todo de las personas- de cada uno de nosotros.

     En el campo de deportes “Arena”, de Lampedusa, pequeña isla entre Sicilia y África, el 8 de julio el Obispo de Roma ha confesado que el pensamiento de los inmigrantes muertos en el mar ha sido para él “como una espina en el corazón que causa dolor”. Sintió que tenía que ir a rezar y realizar un gesto de cercanía, “pero también a despertar nuestras conciencias”. Quiso proponer algunas palabras que “remuevan la conciencia de todos, nos hagan reflexionar y cambiar concretamente algunas actitudes”.


Adán, ¿dónde estás? Caín, ¿dónde está tu hermano?

     Desde Lampedusa el Papa Francisco formuló dos preguntas sacadas de las primeras páginas de la Biblia. La primera, “Adán, ¿dónde estás”, que Dios dirige al hombres después del primer pecado.

     “Adán –explica el Papa, haciendo de Adán el representante no solo de la humanidad en general sino de nuestra civilización actual– es un hombre desorientado que ha perdido su puesto en la creación porque piensa que será poderoso, que podrá dominar todo, que será Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se equivoca, y esto se repite también en la relación con el otro, que no es ya un hermano al que amar, sino simplemente alguien que molesta en mi vida, en mi bienestar”.

     Luego Dios hace la segunda pregunta: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”. También en este caso Caín nos representa, por desgracia: “El sueño de ser poderoso, de ser grande como Dios, en definitiva de ser Dios, lleva a una cadena de errores que es cadena de muerte, ¡lleva a derramar la sangre del hermano!


La desorientación actual lleva a las tragedias

      Y observa el Papa: “Estas dos preguntas de Dios resuenan también hoy, con toda su fuerza. Tantos de nosotros, me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos ya atentos al mundo en que vivimos, no nos preocupamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos y no somos capaces siquiera de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos asistido”.

     Esta es la situación: “Esos hermanos y hermanas nuestras [los inmigrantes muertos en el mar] intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios!

     Antes de llegar aquí –se ha informado bien el Papa– han pasado por las manos de los traficantes, que se aprovechan de la pobreza de los otros…”¡Cuánto han sufrido! Y algunos no han conseguido llegar”.


¿Quién es el responsable de esta sangre?

     Entonces, ¿quién es el responsable de esta sangre?, se pregunta de nuevo. Y evoca el relato de “Fuente Ovejuna” (Lope de Vega), aquella localidad donde los habitantes mataron al gobernador tirano, todos a una. Y cuando el juez les preguntó quién había matado al Gobernador, respondieron: “Fuente Ovejuna, señor”.

“También hoy –advierte el Papa Francisco– esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no”.

     Esto es lo que nos pasa, señala el Papa, esta vez recordando la parábola del Buen Samaritano: “Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz”.


Cultura del bienestar, pompas de jabón

     Y añade con acentos fuertes: “La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia (…) ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!”

     La globalización de la indiferencia nos hace “innominados” (en la novela de Manzoni, “Los novios”, hay un personaje, “el innominado”, que actúa anónimamente), responsables anónimos y sin rostro.

    Todavía una vez más insiste el Papa: las preguntas a Adán, “¿dónde estás?”, y a Caín, “¿dónde está tu hermano?”, las hace Dios al principio del mundo pero también nos las hace a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros.


¿Quién de nosotros ha llorado por ellos?

     Pero aún le queda a Francisco una última pregunta con diversos ecos: ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste? ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias?”

     Y contesta rompiendo el silencio y poniéndose junto a nosotros para reconocer lamentablemente lo que sucede: “Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de ‘sufrir con’: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!"

     Evoca, en el Evangelio, la matanza de los niños inocentes por Herodes –“ para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón”–, y el llanto de Raquel por sus hijos.


Superar nuestro corazón pequeño

     Y concluye con una súplica: “Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. ¿Quién ha llorado?. ¿Quién ha llorado hoy en el mundo? (…) Pidamos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor!”

     Después de esas preguntas del Papa, podrían plantearse otras. Pero es la hora de que todos comencemos o recomencemos a trabajar, para que se dé ese cambio que requiere, primero, cambiar dentro de nosotros, de cada uno. Luego, solo algunos están en condiciones, por su trabajo más próximo a estos temas, de intentar que estas situaciones no se repitan. Pero todos, por nuestra conducta en la vida cotidiana, en el trabajo sea el que sea, y en las tareas familiares y sociales, podemos contribuir a que la justicia y la caridad brillen un poco más en nuestro mundo.



(publicado en www.analisisdigital.com, 16-VII-2013)



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