viernes, 17 de noviembre de 2023

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Teología y fe vivida (*)

La teología representa al esfuerzo por comprender la fe al mismo tiempo que se hace vida. La teología puede considerarse como ciencia (dimensión especulativa, en cuanto que “especula” o refleja el orden real) y también como sabiduría (dimensión existencial o práctica, a veces llamada también dimensión afectiva o espiritual, presidida por el amor), al servicio de la vida cristiana y de la Iglesia, de la sociedad y del mundo.

En cualquiera de sus dimensiones, la teología requiere tener en cuenta los “signos de los tiempos”, para hacerse cargo de las necesidades y aspiraciones de la humanidad en un momento determinado. Veamos esto más despacio.


1. La teología como ciencia (especulativa) y como sabiduría (práctica)

La teología, además de ser ciencia (en el sentido de ciencia especulativa, pues se ordena al conocimiento de Dios, a la contemplación en el cielo), es también sabiduría, en el sentido de ciencia práctica, dirigida a la acción más perfecta que es el amor (cf. Santo Tomás, Summa theologiae, I, q. 1, a. 6). La fe se convierte en teología –dice san Buenaventura– impulsada “por el amor de Aquel a quien asiente” (Sent. I Proemium q. 2).

Puesto que la fe “incluye en sí misma la praxis cristiana, la teología ­­–fides quaerens intellectum– “no podrá limitarse a la reflexión sobre su dimensión cognitiva (…); deberá también tomar en consideración la praxis de la fe eclesial” (J. Alfaro, Revelación cristiana, fe y teología, Salamanca 1985, 120).

En efecto, la vida cristiana (“fe vivida”) viene pedida por la estructura profunda del acto de fe. Y por ello la reflexión sobre la “práctica de la fe” pertenece a la teología como una de sus dimensiones fundamentales.

De este modo, podríamos decir, desde dentro de su misma naturaleza, y no por una una mera razón funcional, la teología se sitúa tanto al servicio de la vida cristiana y de la misión evangelizadora de la Iglesia, como al servicio de las ciencias, en orden a iluminar la verdad sobre el hombre y su dignidad.

Dicho en otro orden, la teología ayuda a conocer la verdad sobre el hombre y su dignidad, y en esa medida ayuda a situarse a las ciencias y valorar su método y progreso verdadero, al manifestar cómo esos saberes engarzan en el todo de la existencia humana. Claro está que para ello la Teología debe estar contacto con las ciencias y mantenerse a la escucha de esos saberes.

Insistamos: por su naturaleza propia, la teología tiene una importante función de servicio a la comunión eclesial y a la evangelización, en colaboración con los pastores de la Iglesia.

Como consecuencia, en el ámbito de los estudios eclesiásticos no basta con transmitir conocimientos, competencias y experiencias, sino que es necesario elaborar herramientas intelectuales aptas para el anuncio del Evangelio en un mundo de pluralismo ético-religioso (cf. Francisco, Const. Ap. Veritatis gaudium, 2017).

En el ámbito educativo
, la teología contribuye a superar tentaciones como la aridez de corazón, el orgullo y la ambición, tanto en el profesor como en los alumnos. En relación con la educación de la fe, la teología ha de servir para ilustrar y confirmar la devoción de los sencillos. Es este otro buen indicador de calidad teológica junto con el dejarse ayudar por el Magisterio de la Iglesia.

2. La función social de la teología

Junto con su dimensión científica y su servicio cristiano y eclesial, la teología, decíamos, tiene también una función social. Por su carácter de ciencia y de sabiduría, la teología puede y debe entrar en diálogo con las diversas culturas, con la filosofía y con las ciencias empíricas, humanas y sociales, en el marco de un trabajo interdisciplinar que hoy se pide por todas partes en la educación.

Sobre el trasfondo del humanismo cristiano y con el testimonio de coherencia de los cristianos –hoy el testigo tiene también un gran impacto, vinculado a la belleza que resplandece en su conducta, que no se reduce a la conducta moral–, la teología puede fomentar un espíritu constructivo ante las crisis morales y sociales.

De esta manera, la teología –y con ella la enseñanza de la religión– está llamada a acompañar los procesos culturales y sociales, y abordar los conflictos que surgen tanto en la Iglesia como en la sociedad. La enseñanza de la teología debe ser así mismo expresión de una Iglesia que es «hospital de campaña» y por tanto puede y debe reflejar la centralidad de la misericordia.

En consecuencia, quien estudia o enseña teología debe implicarse en los acontecimientos y ser capaz de transmitir la verdad cristiana en una dimensión verdaderamente humana, que llegue a todos.


3. La “dimensión pastoral” de la teología

Dentro de este marco sapiencial o práctico de la teología interesa subrayar lo que se ha denominado “pastoralidad” o dimensión pastoral de la teología, y que expresa precisamente el fin último de la teología. Aquí se emplea el término pastoral en su sentido más amplio, equivalente a toda la misión evangelizadora de la Iglesia. Esa dimensión debe comprenderse en íntima conexión con la recíproca dimensión teologal y espiritual, tanto de la entera vida y praxis de la Iglesia como de la vida cristiana.

Poco después de concluido el concilio Vaticano II, Pablo VI invitaba a desarrollar una teología a la vez pastoral y científica (cf. Alocución en Roma, 1-X-1966).

La dimensión pastoral, evangelizadora o misionera de la teología afecta tanto a la teología dogmática como al resto de las disciplinas teológicas. De hecho, la distinción entre lo doctrinal y lo pastoral no es una distinción rigurosamente adecuada.

Con referencia al carácter simultáneamente científico y pastoral de la teología, señalaba Juan Pablo II:

“Se trata de dos características de la teología y de su enseñanza que no sólo no se oponen entre sí, sino que coinciden, aunque sea bajo aspectos diversos, en el plano de una más completa ‘inteligencia de la fe’. En efecto, el carácter pastoral de la teología no significa que ésta sea menos doctrinal o incluso que esté privada de su carácter científico” (exhort. ap. Pastores dabo vobis, 55).

Por este motivo, escribió Sergio Lanza:

“No puede dejar de sorprender cómo se ha podido (y todavía hoy se pueda) pensar que la fides quae per caritatem operatur no pertenezca –también por cuanto corresponde a sus determinaciones concretas– a la reflexión propiamente y específicamente teológica. Tal reflexión afecta a la vida y al obrar tanto del individuo (teología moral) como de la comunidad (teología pastoral). Puesto que la fe sin las obras está muerta, la vida de la fe pertenece intrínsecamente y necesariamente a la reflexión competente, metódica y científica sobre la fe misma” (S. Lanza, “Telogia pratica: luoghi communi-questioni aperti”, en P. Coda (ed.), La teologia del XX secolo: un bilancio. 3. Prospettive pratiche, Roma 2003, 202).

A propósito de la relación entre teología y pastoral, ha señalado el Papa Francisco:

“No son pocas las veces que se genera una oposición entre teología y pastoral, como si fuesen dos realidades opuestas, separadas, que nada tuvieran que ver una con la otra. No son pocas las veces que identificamos lo doctrinal con conservador, retrogrado; y por el contrario, pensamos la pastoral desde la adaptación, reducción, acomodación. Como si nada tuviesen que ver entre sí. Se genera de este modo una falsa oposición entre los así llamados ‘pastoralistas’ y ‘academicistas’, los que están al lado del pueblo y los que están al lado de la doctrina. Se genera una falsa oposición entre la teología y la pastoral; entre la reflexión creyente y la vida creyente; la vida, entonces, no tiene espacio para la reflexión y la reflexión no encuentra espacio en la vida. Los grandes padres de la Iglesia: Ireneo, Agustín, Basilio, Ambrosio, por nombrar algunos, fueron grandes teólogos porque fueron grandes pastores. Buscar superar este divorcio entre teología y pastoral, entre fe y vida, ha sido precisamente uno de los principales aportes del Concilio Vaticano II. Me animo a decir que ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y del pensar creyente” (Videomensaje a la Universidad católica de Argentina, 3-IX-2015).

La dimensión pastoral o evangelizadora de la teología no excluye, sino que exige disciplinas concretas que subrayen ese carácter práctico o existencial de la teología por su relación con la acción cristiana, bien sea considerada individualmente o en su contexto eclesial. Entre ellas cabe señalar una disciplina propia que se puede llamar teología pastoral (entendida en su sentido más amplio), teología de la acción eclesial, de la misión o de la evangelización.

Esto viene pedido de modo especial en las circunstancias actuales de crisis –crisis antropológica y moral, crisis económica, crisis sanitaria, etc.–, que piden recuperar la evangelización como impulso vital y razón del ser del cristianismo. Al mismo tiempo el impulso evangelizador debe ser luz para la inteligencia cristiana, abierta mediante la fe al amor.

Todo ello interpela de modo principal a la teología en su diálogo con la antropología, con la ética y con las demás ciencias humanas y sociales (cf. Const. Ap. Sapientia Christiana, 1979, proemio; Const. Ap. Veritatis gaudium, 2017, 4-5).

En síntesis, la situación actual pide a la teología dejarse iluminar por estos criterios: ante todo, el anuncio hecho por Jesús mismo; los contextos originarios de la evangelización, por el camino de la misericordia; la asunción de la historia, como espacio abierto al encuentro con el Señor; el ejercicio responsable de la libertad teológica, con prudencia para no herir a fe de los fieles con las cuestiones controvertidas; que todo ello se refleje, en los estudios teológicos, en estructuras flexibles que prioricen la acogida y el diálogo, el trabajo inter y trans-disciplinar y en red (cf. Francisco, Discurso en la Facultad de Teología de Nápoles, 21-VI-2019).
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 (*) Esta entrada reproduce las pp. 30-34 del libro de R. Pellitero, Teologia Pastoral: la misión evangelizadora de la Iglesia, Eunsa, Pamplona 2023). 

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