domingo, 26 de noviembre de 2023

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Dimensión social de la evangelización

(imagen: P. Rubens, El pago del tributo, 1612-1614)

Con motivo del 10º aniversario de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, (=EG) el Papa ha dirigido un mensaje a un simposio promovido por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral (24-XI-2023)

En el texto, explica cómo la evangelización tiene necesariamente una dimensión social. Esto significa, entre otras cosas, que debe preocuparse por los pobres y por cambiar las estructuras sociales y las mentalidades. (Un tema que el Magisterio de la Iglesia ha ido confirmando –a la vez que aclarando, para rechazar interpretaciones ajenas al mensaje del Evangelio– en las últimas décadas).

Como desde el principio de la Iglesia, hoy –decía ya entonces Francisco en el texto programático de su pontificado– también tenemos dificultades, y resumía las causas (que vienen a ser: los límites humanos y el pecado, con sus consecuencias): “En todos los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro” (EG 263).


La “Iglesia en salida” nació entre dificultades

Esto sucedió ya desde los primeros cristianos: “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa” (EG 263). En estas circunstancias fueron difamados y perseguidos, pero ellos no se encerraron. Este, subraya ahora Francisco, fue “el paradigma de una Iglesia en salida” (es decir, el ejemplo y modelo que habrá de seguir la evangelización). Y esto se traduce así: “tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (EG 24)

En el mundo actual, sigue diciendo, el anuncio del Evangelio sigue requiriendo de nosotros “una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano” (EG 193), como la de los Padres de la Iglesia: “resistencia frente a un sistema que mata, excluye, destruye la dignidad humana; resistencia frente a una mentalidad que aísla, aliena, clausura la vida interior a los propios intereses, nos aleja del prójimo, nos aleja de Dios”. Resistencia, en suma, contra el secularismo (vivir como si Dios no existiera) y el individualismo de nuestro ambiente cultural.

Los pobres en el centro de la evangelización

A partir de esa observación de la realidad, desde la razón y la fe, Francisco vuelve a proponer el lugar central de los pobres: nuestra misión evangelizadora y nuestra vida cristiana no puede desentenderse de los pobres.

Ya en su documento primero afirmaba: “Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres” (EG 193). El ambiente en que nació y vivió Jesús, su actitud y sus enseñanzas sobre esto, son claras, “hasta el punto tal de indicarnos con caridad que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25, 35 ss.)” Y esto no tiene vuelta de hoja. “No es política, no es sociología, no es ideología, es pura y simplemente la exigencia del Evangelio”. Las consecuencias prácticas serán diversas, pero, insiste el obispo de Roma, “de lo que nadie puede evadirse o excusarse es de la deuda de amor que tiene todo cristiano —y me atrevo a decir, todo ser humano— con los pobres”.

Afirma Francisco, nada menos, que “en el amor activo que les debemos a los pobres está el remedio para el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo: una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (cf. EG 2).

E insiste, como al principio de su pontificado, en la necesidad de “un cambio profundo de mentalidades y estructuras”. Evidentemente, todo ello tiene que ver con caer en la cuenta de que lo que llamamos “Doctrina social” de la Iglesia no se limita a cuestiones particulares de mundo laboral o de los impuestos, etc., sino que es una verdadera dimensión del mensaje cristiano.


Una nueva mentalidad

¿En qué consistiría, en primer lugar, el “cambio de mentalidad”? Responde Francisco: “Una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (cf. EG 188). Y apela al principio de solidaridad: “La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada”. (Este principio viene siendo propuesto, con diversos acentos, por los Papas desde León XIII, cf. Compendio de Doctrina social, particularmente, nn. 103, 176 ss., 192-203).

“Lamentablemente –recoge Francisco–, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos”. Incluso, citando a Pablo VI, repite que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás” (Carta ap. Octogesima adveniens, 23, cf. EG 190).


Nuevas estructuras sociales

En segundo lugar, cabe preguntarse cómo se concretan las “nuevas estructuras sociales”. El principio, también aquí, es claro, aunque seguramente difícil de aceptar por muchos: “Las nuevas estructuras, fundadas sobre esta nueva mentalidad, deben renunciar a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad” (cf. EG 202, reforzado por una referencia a Benedicto XVI, Discurso al cuerpo diplomático, 8-I-2007.

¿Cuáles serían, entonces los principios estructurales de una nueva y deseable política económica? La dignidad de cada persona humana y el bien común. Pero estas palabras, reconocía ya Francisco en 2013, suenan molestas: “Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia”. Y añade: “Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las deshonra”. En cualquier caso, “la cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado” (EG 203).

En un sentido positivo, explica cómo entra aquí el principio del bien común: “La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo” (cf. EG 203).

Con referencia a planteamientos bien conocidos por los economistas, señala: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo” (cf. Ib., 204).

Y todavía advierte ahora: “Si no logramos este cambio de mentalidad y estructuras, estamos condenados a ver cómo se profundiza la crisis climática, sanitaria, migratoria y muy particularmente la violencia y las guerras, poniendo en riesgo al conjunto de la familia humana, pobres y no pobres, integrados y excluidos, porque ‘estamos todos en el mismo barco y somos llamados a remar juntos’” (la cita interna proviene de la Meditación del Papa, en solitario, en la plaza de San Pedro, el 27-III-2020, en plena pandemia).

Argumenta que, para responder a la violencia, es necesario no abandonar en las periferias una parte de la sociedad, sobre todo si el sistema social y económico es injusto en su raíz. Y del mismo modo “las crisis climáticas, sanitarias y migratorias encuentran la misma raíz en la inequidad de esta economía que mata, descarta y destruye la hermana madre tierra, en la mentalidad egoísta que la sostiene” (cf. Enc. Laudato Sí’), pues, en efecto, “quien piensa que puede salvarse solo, en este mundo o en el otro, se equivoca”.

Con esta conclusión redonda y densa termina el mensaje: “A diez años de la publicación de Evangelii Gaudium, reafirmemos que sólo si escuchamos el clamor tantas veces silenciado de la tierra y de los pobres podremos cumplir nuestra misión evangelizadora, vivir la vida que nos propone Jesús y contribuir a resolver los graves problemas de la humanidad”.

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