domingo, 12 de noviembre de 2023

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Los "protagonistas" de la sinodalidad

 (Sinodalidad para la misión, III


En la “relación de síntesis” del sínodo sobre la sinodalidad, en la asamblea de octubre de 2023, la segunda parte se dedica a los sujetos o “protagonistas” de la sinodalidad. Y el título es bien expresivo: “Todos discípulos, todos misioneros”. No podía ser de otro modo, puesto que todos somos corresponsables de la Iglesia. El lugar de los pobres y necesitados en la sinodalidad se contempla ya en la primera parte (capítulo 4) vinculado a la Doctrina social de la Iglesia.


Todos los cristianos, discípulos misioneros  

Esta parte se distribuye en seis capítulos (del 8 al 13). Se comienza señalando que, en efecto, la Iglesia es misión y todos los cristianos somos discípulos misioneros corresponsables: “cada cristiano es una misión en este mundo” (8b). En este marco se subrayan algunos grupos: las familias (comunidad de vida y amor, en la que los padres y madres deben ser ayudados para que puedan conciliar su misión en la familia con el trabajo y sus tareas en la comunidad eclesial), los fieles laicos (que contribuyen a la misión de la Iglesia en todos los ambientes y en las situaciones más ordinarias, y por eso no deben ser clericalizados); los misioneros “ad gentes” (con su propia misión que será siempre importante y paradigmática de toda la misión de la Iglesia.

En esa misión en la que todos participamos, debe situarse la Eucaristía como centro, y cuidarse la relación de complementariedad entre ministerios, carismas y dones de cada uno, incluyendo los denominados “ministerios laicales”. A este propósito se advierte que la expresión “Iglesia toda ministerial”, que se usa en el Documento de trabajo, debe ser bien entendida (no se trata, en efecto de que todos sean ministros en el mismo sentido, pues deben distinguirse los ministerios ordenados de los instituidos o de los simplemente reconocidos; además, como queda dicho, los fieles laicos tienen su propia vocación y misión, que normalmente no se condiera propiamente ningún “ministerio”, sino que se desarrolla en su propio ambiente familiar, laboral y social). Entre las propuestas, se sugiere que se instituya un ministerio de la Palabra y otro formado por matrimonios, de manera que se pueda servir en estos aspectos a la comunidad cristiana. 

Las mujeres

El capítulo siguiente se dedica a las mujeres. Se destaca la común dignidad de mujeres y varones, su complementariedad en el plano antropológico y su corresponsabilidad en la misión de la Iglesia. Se desea promover especialmente a las mujeres, y acompañarlas desde el punto de vista pastoral y sacramental, a causa de su situación desfavorable durante mucho tiempo y en muchos ambientes. De hecho, ellas son en muchas ocasiones las primeras misioneras y transmisoras de la fe en todos los ambientes (su primera y principal misión evangelizadora), siguiendo el modelo de María, la madre de Jesús.

Al mismo tiempo que muchas mujeres agradecen la labor de los sacerdotes y de los obispos, se denuncia la plaga del clericalismo y se pide una conversión espiritual para que se cuide la dignidad y la justicia en las relaciones entre varones y mujeres, sin que las mujeres sean presentadas como un problema. Ellas también están disponibles para asumir los “ministerios” y otras responsabilidades pastorales que sean necesarias y posibles, por lo que se pide que siga el estudio en esa línea. Se solicita que se facilite a las mujeres el acceso a los estudios teológicos y se tenga en cuenta su sensibilidad en los ámbitos del lenguaje eclesial, de la enseñanza, de la teología, etc. 


Los carismas

El tercer capítulo de esta parte se dedica a la vida consagrada y a las asociaciones laicales. Todo ello tiene en común la dimensión carismática. El auge de los movimientos eclesiales en la actualidad junto con el impulso a la promoción humana y la Doctrina social de la Iglesia son signos prometedores en cuanto a las vocaciones y a la participación en la misión de la Iglesia. Se pide una formación adecuada (comenzando por los ministros ordenados) para comprender todas estas realidades de modo que se les ayude tanto en su camino de santidad como en su contribución a la misión de todos. Se necesita profundizar y avanzar en las relaciones entre obispos y religiosos, y, en general, entre todos los componentes de la Iglesia local. 


Diáconos, presbíteros, obispos

A continuación se trata sobre los diáconos y presbíteros en la Iglesia local. Reaparece el peligro del clericalismo (que también puede darse en los laicos). Peligro que debe evitarse sobre todo con la formación adecuada de los seminaristas para una vida de servicio a la comunidad cristiana y de fraternidad y complementariedad entre todos. Se pide cuidar la formación humana de los ministros sagrados, sin descuidar los vínculos con sus familias y comunidades de origen, así como un especial cuidado en evitar los formalismos y las ideologías en la formación sacerdotal, favoreciendo en cambio adecuados estilos de vida e itinerarios formativos. Entre las propuestas figuran: profundizar el tema de la necesidad y conveniencia del celibato de los presbíteros; valorar la figura y el papel de los diáconos permanentes; promover una formación en la sinodalidad para todos; impulsar una cultura de transparencia en el terreno económico; pensar en la posible aportación de sacerdotes que han dejado el ministerio.

En cuanto a los obispos, se presenta su figura paterna con los diversos aspectos de su identidad sacramental su y papel de responsables en y ante el Pueblo de Dios, responsabilidad que debe ser ejercida de modo sinodal (contando con la escucha de los fieles) así como su relación entre ellos y con el obispo de Roma. Se pide que se les apoye en su tarea y se impulse la fraternidad entre ellos y con los presbíteros. Se propone que se estudie el modo en que el obispo debe repartir las responsabilidades en la Iglesia local; que se le ayude a ejercer su ministerio con un estilo pastoral adecuado, así como con los consejos previstos (sobre todo el episcopal y el pastoral); que se mejoren los criterios y procedimientos para la selección de candidatos al episcopado, ampliando las consultas a los fieles; y que se revisen los criterios referentes a las provincias eclesiásticas.

Finalmente, respecto al obispo de Roma, figura clave en la sinodalidad, se pide que se profundice y dinamice este aspecto de su ministerio petrino, también en relación con el ecumenismo y la reforma de la Curia romana. Entre las propuestas, se pide que se estudie la posibilidad de un ejercicio más colegial del papado, cómo mejorar la colaboración de los cardenales, y las visitas ad limina de los obispos.


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