domingo, 12 de mayo de 2024

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Paciencia

(Imagen: Tiziano o Giorgione, Cristo llevando la cruz (h. 1506-1507), Scuola Grande di san Rocco, Venecia).

En su pequeño pero excelente libro sobre Virtudes (*), Romano Guardini dedica un capítulo a la Paciencia.

La primera acepción de paciencia que aparece en el diccionario del español es “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Y entre los sinónimos se ofrecen términos como aguante, estoicismo o resignación. Así las cosas, no es extraño que en el sentir popular la paciencia no tenga un brillo particularmente atractivo. Quizá por ello se cuestiona Guardini si se trata, en efecto, de algo gris o mezquino, con que una vida oprimida trate de justificar su pobreza.

Para profundizar en el tema, el ilustre teólogo italoalemán se traslada inmediatamente a la cima de la realidad, que para un creyente se sitúa en Dios. Dios ha creado el mundo, pero ¿por qué? Contestar a esta pregunta a fondo no es posible en esta tierra.

De todas formas, aventura algunas reflexiones: Dios no tenía necesidad del mundo, a él no le sirve de nada. “Quizá –añade– en tales consideraciones, presentimos algo así como las raíces de la paciencia divina”.

El caso, explica Guardini, es que Dios no sólo ha creado el mundo, sino que lo mantiene y sostiene. Y no se harta de él.

A este propósito, evoca el mito indio de Shiva en estos términos: “El formador del universo, que creó el mundo en una tormenta de entusiasmo, pero luego se hartó de él, lo pisoteó despedazándolo y produjo uno nuevo. Con éste pasó lo mismo, y la producción y la destrucción prosiguen interminablemente”. Y con ello esta divinidad se transformó en imagen de la impaciencia.

En la perspectiva cristiana, el verdadero Dios tiene una relación bien diferente respecto al mundo. 

La paciencia de Dios con el mundo

Dios crea el mundo, afirma Guardini, porque es insondable. En cambio, el mundo, a pesar de su abundancia de fuerzas y formas, que ningún espíritu humano puede agotar, es finito, medido y limitado. En sí mismo el mundo no basta para Dios, aunque Dios no se harta de él. “Ésa es la primera paciencia: que Dios no rechace al mundo, sino que lo conserve en el ser, que lo mantenga en honor, que, si así puede decirse, le guarde fidelidad para siempre”.

Por su parte, al hombre, ser en el mundo con conciencia e interioridad, espíritu y corazón, Dios le ha confiado su mundo, para que sea “vivido”, e incluso mejorado, por el hombre. “El hombre ha de proseguir la obra de Dios al comprender, sentir, amar. Ha de administrar el primer mundo y configurarlo en verdad y justicia, para que se convierta en el segundo, que será el auténtico: el mundo que pretende Dios”.

¿Y que ha hecho el hombre con esta obra de Dios? 

Responde Guardini: “Quien haya enriquecido sus experiencias mirando con alguna exactitud la historia y sin dejarse cegar por ninguna superstición del progreso, alguna vez debe percibir con espanto cuánto trastorno hay en el mundo, cuánto error y tontería, cuánta avidez, violencia y mentira, cuánto crimen. Y todo ello a pesar de ciencia, técnica, bienestar; mezclado con ello, al mismo tiempo, lo uno en lo otro y a través de lo otro. También en lo religioso, en el pensamiento de lo divino, en el trato con ello, en la lucha por ello”. Ahora bien, quien ha aprendido a distinguir, a llamar verdadero a lo verdadero y falso a lo falso, a lo justo, justo, e injusto a lo injusto, ya no puede seguir haciéndolo así, y ha de asustarse de cómo trata el hombre con el mundo”.

Sin embargo, Dios no rechaza la creación tan corrompida ni crea otra nueva en su lugar. A pesar de que podría aniquilarlo (prueba de ello es el diluvio, que al autor del libro sagrado interpretó con un “le pesó al Señor Dios haber creado al hombre en la tierra” (Gn 6, 6), Dios sigue llevando adelante el mundo.

Esta “paciencia de Dios” solo es posible porque Él es Omnipotente, porque no siente ninguna debilidad; es el verdadero Señor a quien nadie amenaza y el Eterno para quién no existe el miedo ni la prisa. Basta recordar cómo en el Evangelio, cuando los trabajadores del campo le preguntan al dueño que ha sembrado buen trigo, si arrancan la cizaña, les contesta: “No, no sea que al arrancarla arranquéis también el trigo. Dejad crecer las dos cosas juntas hasta la cosecha”; en el momento de la cosecha se separará lo uno de lo otro (Mt 13,24ss). “Esa es la paciencia –deduce Guardini– de aquél que podría ejercer violencia, pero es indulgente porque es verdaderamente Señor, excelso y bondadoso”

(Como trasfondo cabe recordar las palabras de Cristo que Él mismo cumplió en con su entrega hasta la Cruz y la Eucaristía por nosotros: “Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto”: Jn 12, 24).


La paciencia del hombre: la aceptación

Como el hombre es imagen y semejanza de Dios, debe ser también paciente. “En sus manos está puesto el mundo, el mundo de las cosas, de las personas y de su propia vida. Debe hacer de él lo que espera Dios, incluso ahora, cuando la cizaña lo ha invadido todo. La paciencia es la condición necesaria para que pueda crecer el trigo”.

Se pregunta Guardini si el animal puede ser impaciente. Y contesta que evidentemente no, ni impaciente ni paciente. Simplemente vive según la naturaleza. “La impaciencia sólo es posible para un ser que tenga la capacidad de elevarse por encima de lo real inmediato y querer lo que todavía no es”. Pero en su existencia de tiempo y finitud, constantemente se presenta ante el hombre la tensión entre lo que es y lo que querría ser, entre lo ya realizado y lo que queda por lograr. Pues bien: la paciencia es lo que sobrelleva esta tensión.

Y aquí vale la pena concretar, recogiendo literalmente lo que escribe Guardini, que tiene que ver con lo que en otros lugares (como en el capítulo anterior de estse mismo libro) llama “la aceptación de sí mismo”: nuestras circunstancias, nuestra historia los acontecimientos:

“Sobre todo, la paciencia con lo que se nos da y nos toca en suerte, con el ‘destino’. La circunstancia en que vivimos nos está impuesta: nacemos dentro de ella. Los acontecimientos de la historia marchan sin que podamos cambiar en ellos nada esencial, y cada cual ha de notar sus efectos. Día tras día nos sale al encuentro, en forma personal, lo que acontece históricamente. Podemos defendernos, podemos arreglar muchas cosas conforme a nuestra voluntad; en el fondo hemos de aceptar lo que viene y nos es dado. Comprenderlo y conducirnos conforme a ello es paciencia. Quien no quiere está en perpetuo conflicto con su propia existencia”.

Como ejemplo de lo contrario, aduce Guardini la figura del Fausto de Goethe, que rechaza la esperanza y la fe, y luego declara maldita la paciencia. Representa el hombre eternamente inmaduro, que nunca ve ni toma realidad como es. “Siempre la sobrevuela en su fantasía. Siempre está en protesta contra el destino, mientras que la madurez del hombre empieza al aceptar lo que es. Sólo de ahí le llega la fuerza para cambiarlo y darle forma”.


Paciencia con los demás

Si hemos de tener paciencia con nosotros mismos (que no significa una mera resignación o aguante, sino realismo en el pensar y actuar), también la hemos de tener con los demás, especialmente con quienes estamos vinculados: los padres, los cónyuges, los hijos, los amigos, los compañeros de trabajo, etc. He aquí de nuevo el principio y el consejo de la sabiduría: “La vida responsable, mayor de edad, empieza aceptando al hombre como es”. Atención: la responsabilidad, en cierto sentido, “empieza” por ahí, por la aceptación tanto de uno mismo como de los demás, tal cual son.

Y concreta Guardini, también aquí: “Puede ser muy difícil estar vinculado con una persona a quien poco a poco se conoce de memoria: de quien se sabe cómo habla, cómo piensa, cómo se sitúa ante todo. Se querría eliminar a esa persona y tomar otra. Aquí la fidelidad es ante todo paciencia: con lo que esa persona es, con cómo es y se comporta y cómo lo hace. Donde no se aplica, todo se rompe y falla la posibilidad que había en esa relación”.

Cabría ir demasiado deprisa, pensando quizá que esto último, la paciencia con los demás, es lo verdaderamente costoso. Pero no. Guardini vuelve e insiste sobre la aceptación y la paciencia con uno mismo (por algo será).


Paciencia y maduración moral

“El hastío de sí mismo, ¡cuántas veces ha invadido precisamente a los mayores espíritus! Aquí otra vez hay que poner en juego la paciencia, aceptarse a sí mismo y sobrellevarse”.

Es una aceptación bien distinta, como venimos diciendo, del mero aguante o resignación estoica.

No dar por bueno en la propia imagen lo que no es bueno; no contentarse consigo mismo, eso sería el modo del filisteo. Debe permanecer despierta una cierta insatisfacción ante la defectuosidad e insuficiencia de uno mismo”.

De lo contrario, observa Guardini, “se perdería esa autocrítica que constituye el supuesto previo de toda maduración moral. Pero no apartándose de uno mismo con fantaseos, sino que toda sana crítica debe ponerse en juego desde lo dado y continuar actuando desde ahí, y sabiendo que será cosa lenta, muy lenta. Pero esa misma lentitud constituye la garantía de que la transformación no se realiza en la fantasía, sino en la realidad”.

Y con ello avanza un paso más en el análisis del papel de la paciencia en la maduración o transformación moral, y, por tanto, en el conjunto de las virtudes. Como buen observador de los fenómenos del espíritu humano, aterriza Guardini para nosotros algunos ejemplos:

“Por ejemplo, uno ha reconocido, me falta dominio propio. Debo dominarme mejor, hablar con más sosiego, actuar con más prudencia. Eso está reconocido y afirmado, pero el principio sólo está en la imaginación, pensado, planeado. Sin embargo, debe entrar en la realidad, y ésta es tenaz”.

O a renglón seguido: “También puede uno adelantar en sueños en una virtud, y ¡cuántos sueños de deseo consisten en virtudes fantaseadas! Pero los sueños vuelan, y todo vuelve a estar como antes. No; ha empeorado, pues en el fantasear se consume energía moral, aun prescindiendo del embuste que hay en él”.

Se impone el realismo, por duro que sea: “¡Cuántas veces, bajo la impresión de una hora sublime o de una decisión flamante, se piensa: ahora ya estoy! Pero en la siguiente ocasión se nota cómo nuestra propia realidad, que parecía haber recibido la actuación de lo nuevo, de lo reconocido como justo, vuelve rápidamente a lo viejo, y todo está como estaba”.

El auténtico progreso moral –aquí se diría que Guardini escribe más despacio, interpelando al lector desde una mayor profundidad– contaría con tomar más conciencia “realista” de lo que sucede con nosotros mismos: comprenderlo, tratar de adecuarnos a esa realidad, pero sin conformarnos a esa situación por comodidad, sino resistiendo con más fortaleza, y, por tanto, con más libertad, a ese acontecer que nos arrastra. Esto sería avanzar en la vida interior, cambiar en la conexión de nuestros actos, y por tanto en la configuración de su carácter. Pero esas cosas, reconoce el autor, sólo se producen muy despacio.


Recomenzar siempre

Todo ello desemboca en una propuesta que es la disposición para recomenzar, como recomienda el libro de la Imitación de Cristo. Observa Guardini que en el mundo de la mecánica el comienzo solo está, por definición, al principio y luego se va más adelante.  “En lo vivo el empezar es un elemento que constantemente ha de hacerse operante. Nada va adelante si no ‘empieza’ a la vez”.

He aquí la propuesta: “Quien quiera adelantar, pues, debe empezar siempre de nuevo. Siempre debe sumergirse en el origen interior de lo vivo y elevarse desde él en nueva libertad, en ‘iniciativa’, en ‘potencia iniciadora’, para hacer real lo antes pensado: la prudencia, la mesura, la superación de sí mismo y todo lo que haya de llegar a ser”.

Queda claro, pues, que la paciencia consigo mismo no tiene que ver con la dejadez ni la blandura, sino con el realismo que es fundamento de todo esfuerzo humano.


La paciencia en el marco de las virtudes

Como suele hacer Guardini al tratar sobre las virtudes, señala que no hay virtud “químicamente pura”, tampoco la paciencia, sino que están entremezcladas y se sustentan mutuamente. En este caso señala los vínculos de la paciencia con la comprensión, la sabiduría, con la fortaleza y, sobre todo, con el amor, a imagen de Dios.

Paciencia, comprensión y sabiduría: “No es posible ninguna paciencia sin comprensión: sin saber el modo como va la vida. Paciencia es sabiduría, comprensión de lo que significa: tengo esto, y nada más; soy así, y no de otro modo; la persona con que estoy vinculado es así y no como todos los demás. Cierto que me gustaría que fuera de otro modo, que también se podrá cambiar mucho con tenaz esfuerzo; pero, en principio, las cosas están como están, y tengo que aceptarlo. Sabiduría es comprensión del modo como tiene lugar la realización; de cómo un pensamiento se hace real en la sustancia de la existencia partiendo de la imaginación; de qué lento es el proceso y en cuántos sentidos puesto en riesgo; de qué fácilmente se engaña uno a sí mismo y se va de la mano”.

Paciencia y fortaleza: “La paciencia comporta fuerza, mucha fuerza. La suprema paciencia descansa en la omnipotencia. Dios, por ser el Todopoderoso, puede tener paciencia con el mundo. Sólo el hombre fuerte puede aplicar una paciencia viva, recibir en sí, una vez y otra, lo que es; empezar de nuevo, una vez y otra”. La paciencia sin fuerza es mera pasividad, superficial tolerancia, acostumbramiento a ser cosa.

Paciencia y amor. “El amor forma parte de la auténtica paciencia, amor a la vida. Pues lo vivo crece despacio, tiene sus horas, va por muchos caminos y rodeos. Por eso requiere confianza, y sólo el amor confía. Quien no ama la vida, no tiene paciencia con ella. Entonces vienen las vehemencias y los cortocircuitos, y hay heridas y roturas”.


La “paciencia viva”

Concluye Guardini refiriéndose a la “paciencia viva” de modo conforme a lo que se ha llamado su pensamiento de “contrastes o polaridades”: los rasgos de la realidad se mueven siempre en tensión entre extremos. Una tensión que no es mala, si se sabe “gestionar” adecuadamente:

La paciencia viva es la persona entera, que está en tensión entre lo que querría tener y lo que tiene; lo que habría de hacer y lo que es capaz de hacer; lo que desea ser y lo que realmente es. El soportar esa tensión, el concentrarse siempre de nuevo en la posibilidad de cada hora, eso es paciencia. Así, se puede decir que la paciencia es la persona en devenir que se entiende adecuadamente. También sólo en la mano de la paciencia prospera la persona que nos está confiada”.

Pone algunos ejemplos, relativos a la educación y a la vida: “Un padre, una madre que no tienen paciencia en ese sentido nunca harán más que daño a sus hijos. El educador que no toma con paciencia a los que se le confían les asustará y les quitará la sinceridad”.

“Dondequiera que se nos pone vida en las manos, el trabajo en ella sólo puede prosperar si lo hacemos con esa fuerza profunda y silenciosa. Tiene semejanza con la manera como crece la vida misma. De niños, quizá, disponíamos de un jardincillo, o siquiera de un tiesto en la ventana, y sembramos semillas; ¿no fue difícil acostumbrarse al modo como tenía lugar el crecimiento en la tierra? ¿No escarbamos entonces para ver cómo adelantaba, y el germen se echó a perder? ¿No iba demasiado despacio para nosotros, hasta que surgió lo que al principio estaba tan invisible? Y cuando se formaron las yemas, ¿no las apretamos para que brotaran? Pero en vez de eso se pusieron oscuras y se marchitaron”.

“La paciencia –concluye Guardini– es la fuerza bajo cuya custodia puede desplegarse la vida que nos está encomendada”. Con todo, en su “plenitud viva”, la paciencia es fuerza que no se consigue solamente mediante los esfuerzos humanos y en una perspectiva voluntarista. Es necesario recurrir a su fuente, Dios mismo. Por eso, la paciencia se adquiere, tras la conciencia de su necesidad, pidiéndola, porque es un don, en la oración.

“¡Ay si no tuviera esa larga y sabia voluntad que conserva y deja madurar el mundo, que no necesita, pero al que ama!”

“¡Señor, ten paciencia conmigo, y concédemela, para que las posibilidades que se me han otorgado crezcan y den fruto en el corto intervalo de mi vida en estos pocos años!”.

Paciencia como don a imagen de Dios, como necesidad y como fruto. No en vano la tradición de la Iglesia la cuenta entre los frutos del Espíritu Santo (cf. Ga, 5, 22-23 según la versión bíblica de la Vulgata), que es, a su vez fruto de la Cruz; es decir “perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1832). La paciencia sostiene la Esperanza y es hija suya (cf. Francisco, Spes non confundit, bula de convocación del jubileo del año 2025, n. 4). (**)
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(*) Cf. Tugenden: Meditationem über Gestalten sittlichen Lebens [Virtudes: Meditaciones sobre las formas de la vida moral], Mainz y Paderborn 1963. En español está publicado como segunda parte del volumen La Esencia del cristianismo. Una ética para nuestro tiempo, ed. Cristiandad, 3ª ed., 2007. 
(**) Sobre la paciencia ver también la audiencia general del miércoles, 27-III-2024.



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