jueves, 23 de mayo de 2024

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Una barca que lleva la paz y la esperanza

(L. Veneziano, Cristo rescata a Pedro de las aguas, 1370, Staaatliche Museen, Berlín)

En Verona, a mediados de mayo, se encontró Francisco con sacerdotes y consagrados en la basílica de san Zeno (Discurso 18-V-2024). Apeló a la vocación recibida para navegar en la barca de la Iglesia. Ella es  “la barca del Señor que navega en el mar de la historia para llevar a todos la gloria del Evangelio”.


Llamada y misión

Se detuvo en dos realidades: la llamada recibida (la vocación) que ha de ser acogida, y la misión, que pide ser cumplida con audacia. “¡Procuremos no perder nunca el estupor de la llamada! Recordar el día en que el Señor me ha llamado. (…) Y esto se alimenta con la memoria del don recibido por gracia: siempre debemos tener esta memoria en nosotros”.

Así no nos pondremos a nosotros mismos en el centro. Si guardamos esta memoria, “Él me ha escogido, incluso cuando advirtamos el peso del cansancio y de alguna desilusión, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”. 

La llamada implica cultivar la paciencia, afrontar los imprevistos, los cambios y los riesgos vinculados con nuestra misión, con apertura y con una corazón vigilante. También hay que pedir al Espíritu Santo la capacidad para discernir los signos de los tiempos y resistir en los momentos difíciles.

No olvidéis esto: las heridas de la Iglesia, las heridas de los pobres. No olvidéis al buen samaritano, que se detiene y va allí a curar las heridas. Una fe que se ha traducido en la audacia de la misión. También hoy nos sirve esto: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe operativa en la caridad, el ingenio de una Iglesia que sabe captar los signos de nuestro tiempo y responder a las necesidades de quienes más luchan”.

Estos son, pues, los caminos: “Audacia, valentía, capacidad de comenzar, capacidad de arriesgar. A todos, lo repito a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios”. Y de este modo podremos, desde la barca del Señor y en medio de las tempestades del mundo, llevar sin miedo la salvación a tantos que se arriesgan a naufragar.  Esas tempestades provienen en gran parte de una cultura individualista, indiferente y violenta.


Promover la paz

El mismo día, después de un encuentro con niños y jóvenes en la plaza de san Zeno, el obispo de Roma mantuvo otro encuentro sobre la paz, con jóvenes entre los que se hallaban algunos que han perdido familiares en la guerra entre Israel y Palestina (cf. Arena de Verona, 18-V-2024). Respondió a preguntas sobre la democracia y los derechos, las migraciones, el cuidado de la creación, el desarme y la economía.

Organizó sus respuestas como sugerencias para la promoción de la paz. La paz se organiza cuando hay un buen liderazgo. “La cultura fuertemente marcada por el individualismo –no por una comunidad– se arriesga siempre a hacer desaparecer la dimensión de la comunidad”. Por esto se requiere una autoridad que valore la colaboración, que sea capaz de reconocer sus propias limitaciones y de impulsar procesos de paz a partir de lo bueno que hay en cada uno.

Ante una pregunta de un miembro de Médicos sin fronteras, respondió que el Evangelio nos impulsa a ponernos siempre de parte de los pequeños, de los débiles y olvidados, y a romper convenciones y prejuicios para que sus voces puedan ser escuchadas. Nadie puede decir que no es responsable de los demás (en diversas medidas). A muchos, a muchos de nosotros, ironizó Francisco, se nos podría dar “el ‘premio Nobel’ de Poncio Pilatos porque somos maestros en lavarnos las manos”.

A propósito de otras preguntas, el Papa señaló la necesidad de oponerse a la cultura de la guerra y cultivar la revolución de la “lentitud”; es decir, de la paz y el diálogo, contando con los demás y con su historia. Esto no quiere decir que no existan tensiones ni conflictos que hay que gestionar con realismo, sin querer esconderlos y sin quedarse en uno de los extremos que suelen presentarse. Hemos de dejarnos interpelar por los conflictos, que nos pueden hacer progresar, si sabemos gestionarlos apelando a principios superiores.

Francisco manifestó su convicción de que el futuro de la humanidad no está en las manos de los grandes líderes y potencias mundiales, sino de los pueblos y culturas capaces de sembrar la paz y la esperanza.


La "puerta de la esperanza" 

El horizonte de la esperanza brilló también en otro encuentro que mantuvo Francisco a continuación, con un grupo de agentes de la policía penitenciaria, con detenidos y voluntarios (cf. Discurso en la Casa Circondariale di Montorio, 18-V-2024).

Confesó que siempre que va a una cárcel la experimenta personalmente como un lugar de humanidad. “de humanidad probada, quizá fatigada por dificultades, sentidos de culpa, juicios, incomprensiones, sufrimientos, pero al mismo tiempo llena de fuerza, de deseo de perdón, de ansias de rescate”. “Y en esta humanidad –señaló– aquí, en todos vosotros, está presente hoy el rostro de Cristo, el rostro del Dios de la misericordia y del perdón”. Por eso les exhortó: “No olvidéis esto: Dios perdona todo y perdona siempre, en esta humanidad, aquí, en todos vosotros”.

Refirió una pequeña anécdota al respecto. En una ocasión, una señora que trabajaba en una cárcel de mujeres y tenía una buena relación con las detenidas le dijo que tenía gran devoción a una santa. “¿A qué santa?”, le preguntó. –“A la puerta santa”. –“¿Y por qué? –“Porque es la puerta de la esperanza”.

El Papa tomó pie de este suceso para animar a los presentes a no perder los horizontes que se verán a través de esa puerta de la esperanza. Les pidió valorar la propia vida: “Nuestra existencia, la de cada uno de nosotros, es importante –no somos material de descarte, la existencia es importante–, es un don único para nosotros y para los otros, y sobre todo para Dios, que nunca nos abandona y, al contrario, sabe escuchar, gozar y apenarse con nosotros y perdonar siempre”.

Por eso les invitó a recomenzar siempre, a levantarse y a pedir ayuda: “No es debilidad pedir ayuda, no: hagámoslo con humildad y confianza y humanidad. Todos tenemos necesidad unos de otros, y todos tenemos derecho a esperar, más allá de cualquier historia y de cualquier error o fallo. La esperanza es un derecho que jamás decepciona. Jamás”.

Más tarde presidió la concelebración eucarística en el estadio Bentegodi (cf. Homilía, 18-V-24), en las vísperas de la solemnidad de Pentecostés. A los participantes les habló de la valentía que concede el Espíritu Santo y el cambio de vida que suscita. E insistió, como en otras ocasiones, en que el Espíritu Santo hace la armonía.


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