domingo, 18 de agosto de 2024

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Sentido de la vida y educación cristiana

Duccio di Buoninsegna, Jesús cura a un ciego de nacimiento (1311),
National Gallery, Londres

Sentido de la vida y educación cristiana


Contemplamos estos días el valor reconocido a los esfuerzos, mantenidos durante largo tiempo, de quienes llegan a obtener medallas en las Olimpiadas. Todos ellos, cuando se les pregunta, vienen a decir: "ha valido la pena el esfuerzo".

Sin duda el esfuerzo tiene que ver con el sentido de la vida, y esto es importante en la educación especialmente de los jóvenes.  ¿Cómo ilumina esto la fe cristiana?


La búsqueda de la felicidad y el valor de la vida

    De un lado, hay en cada persona una búsqueda innata de felicidad, entendida como vida plena. A esto se vincula la pregunta por un bien supremo, que responda al porqué y para qué de la vida, y también la pregunta por el lugar del sufrimiento en la vida humana. De ahí la importancia de la educación del sentido que viene, a confluir con la orientación de los deseos, de las metas y de los fines de cada cual. 
    A la necesidad de una vida con sentido, se opuso el siglo pasado el "absurdismo", propio del existencialismo radical. Esto venía representado por el mito de Sísifo, condenado a subir una gran piedra por una pendiente: al llegar arriba la piedra se resbalaba y caía, y la situación se volvía a repetir indefinidamente,  de modo que la vida humana es un continuo comenzar en una tarea sin sentido. Se proponía aceptar ese sinsentido. 
    Sin embargo, la propuesta no es racional y por ello tampoco sana. 
    ¿Cómo encontrar un sentido verdadero de la vida? Verdadero puede traducirse aquí por válido, acorde con la realidad de las personas y sus esperanzas. Evidentemente, no todos los "sentidos" tienen el mismo valor. Si así fuera la vida de los hitlerianos y la de los santos sería equivalente. Nada sería bueno ni malo. Sin el sentido, como saben bien los psiquiatras, crece el riesgo del nihilismo y de la depresión, quizá compensados transitoriamente por mecanismos exteriores (ruidos, activismo, drogas, etc.) o por el esfuerzo en la lucha contra enemigos más o menos imaginarios. 
    En la práctica uno tiende a llenar de "sentidos" su vida o dejar que se la llenen otros: el ambiente, la mayoría, los medios de comunicación. Pero no todos los sentido, decíamos, valen los mismo. La vida no es un saco que se puede llenar de cualquier cosa. Ya san Agustín decía: "Corres bien, pero fuera del camino". 

Las exigencias de un sentido válido

    Un sentido válido debería serlo para todo el camino y no solo una parte (es decir, tanto para el origen, como para el trayecto, como para el destino). Tendría que ser válido para las cosas pequeñas de cada día: las alegrías y los sufrimientos, la muerte y la vida eterna. De otra manera sería un sentido utópico, como el que pensara que lo único importante del partido del fútbol fuera el partido mismo y no también el resultado. 
    Y todo esto no debería implicar tristeza o ansiedad, pero sí responsabilidad de todos por todos. 
    Los que se dedican a la ética ofrecen diversas respuestas posibles al sentido, entre ellas: la propia excelencia (el éxito, el poder, el dinero, el placer, el saber, etc.); los demás o la esperanza de una sociedad más justa. Peo suelen permanecer ciertas preguntas: ¿eso llena plenamente a cada uno? Y sobre todo, en la práctica, ¿cómo se ha buscado por quienes lo proponían, y con qué frutos?
    Entre los más sabios, el sentido de la vida se relaciona con la verdad, el bien (el amor) y la belleza. Pero ¿qué tipo de verdad, de bien o de belleza? ¿Cómo garantizar la calidad de esos valores? Se trataría de hacer justicia a la realidad, como bien supremo (Spaeman), de hacer de la propia vida una obra de arte (san Juan Pablo II), de llegar a ser así, aunque con los límites de la existencia humana, verdaderamente libres.
    Como fuentes del sentido se enumeran: la naturaleza de la persona y la razón, la experiencia y el corazón, la sabiduría y las tradiciones de los pueblos. 
    Pues bien, todo ello puede ponerse en diálogo con la fe, de donde el sentido de la vida puede recibir luces e impulsos decisivos.  
    En nuestros días, ante un cambio de época marcado por la globalización tecnológica y la necesidad de la interculturalidad, la persistencia de tantos buenos ideales y a la vez las frecuentes manipulaciones (posverdad), desuniones y conflictos, cabe preguntarse por la aportación específica del cristianismo al sentido de la vida. Esto pide detenerse en el modo conveniente del anuncio de la fe en un ambiente de pluralismo social y religioso. Y por tanto, atender al diálogo y al lenguaje. 


Luces desde la fe cristiana

Uno de los autores que de un modo más incisivo han aportado luces al sentido de la vida, desde la fe cristiana, es Romano Guardini.  Por ejemplo, en su obra Libertad, gracia y destino (ed. Palabra, Madrid 2018). 

Para Guardini, el sentido de la vida tiene que ver con el juicio. Sobre todo, con el juicio final de Dios, en el que reside todo sentido. Pero también con el “juicio diario” del hombre, que este requiere para su discerminiento en el obrar; con su responsabilidad en el uso del poder que a cada uno corresponde según su situación en el mundo; con su conocimiento y su capacidad de prever los acontecimientos. Y todo ello en un grado mayor respecto a siglos pasados, que hoy permite e interpela la madurez del llamado hombre moderno. En una palabra, cabría decir, el sentido de la vida tiene que ver con la conciencia.

Esto tiene consecuencias para la educación, porque hoy, sostiene Guardini, tenemos más capacidades y medios para ayudar a crecer y madurar a los niños y jóvenes, para dotarles de un sentido que plenamente solo la fe proporciona, en el medio del compromiso por configurar el mundo mediante el trabajo.

Al hablar de la educación del sentido, Guardini tiene delante la historia, especialmente de Occidente y también los logros y los desafíos de la modernidad. “Solo ahora (escribe al final de los años cuarenta, pero es incluso más verdadero hoy) todo lo que llama educación recibe su plano significado. Ya no es solamente el esfuerzo del adulto que se preocupa por meter en vereda a las jóvenes vidas, sino un trabajo de futuro en sentido absoluto. No acepta al hombre tal como es, sino que diseña la imagen de cómo debe ser y, conociendo las leyes de cómo obra la naturaleza, realiza esa imagen, tendiendo conscientemente a la meta en el curso de las generaciones”.

Todo ello, observa el ilustre pensador italoalemán, es hoy más desafiante y peligroso que en los siglos anteriores. Dios espera del hombre un mayor compromiso y un mayor trabajo en la configuración del mundo. Esto es especialmente un reto para el cristiano. Pues de este modo, y gracias a la fe, está llamado a participar en la Providencia activa de Dios, cada uno desde su sitio, pero colaborando de algún modo (tantas veces escondido) en la resolución de los problemas mundiales. 


La sustitución de lo trágico por la seriedad cristiana

El sentido de la vida se vincula, desde la época de los clásicos, pasando por Shakespeare y hasta nuestros días, al sentido de lo trágico. Es decir, en palabras de Guardini, “el callejón sin salida del destino, en un mundo encerrado en sí mismo, de forma que al hombre no le cabe apelar a otra instancia”.

Pues bien, apunta Guardini: “Después de la Revelación, esta clausura ya no existe, pues en Cristo el mundo quedó abierto. Cristo es esencialmente el camino que va del Dios vivo a nosotros y de nosotros a Dios. A través de Cristo podemos remontarnos, desde el curso inmediato de los acontecimientos, al sentido oculto del gobierno divino. Hasta las peores cosas caen dentro del ámbito en el que reina la Providencia. Aun la más oscura caída está ligada a la resurrección”. “Al igual que Cristo disipó el encantamiento del ‘puro sentimiento religioso’, instaurando en su lugar la seriedad de la fe y la obediencia al Dios vivo, así también se quebró el encanto del sentido trágico, con su pathos y su desesperación, y lo sustituyó la seriedad cristiana, con su valentía en pro de la verdad y de su indestructible esperanza”.

Todo ello, señala nuestro autor, lo que muestra es el “propósito “de la creación y de la redención. De esta manera, se ilumina el sentido de la vida, de un modo misteriosamente no solo compatible, sino armónico con el sentido de la Revelación cristiana y de la Providencia divina. Y ese propósito es el Amor divino. 


No a la mundanización ni al pesimismo

Y concluye. Sobre todo en la Cruz de Cristo, Dios asume el destino del hombre y del mundo con toda su seriedad. Hoy los cristianos, mucho más que en la época medieval con toda su grandeza espiritual, tenemos la experiencia, para bien y para mal, de lo que significa, para el mundo y para la vida de cada uno de nosotros, abrazar la Cruz de Cristo con todo su sginficado. Y tenemos dos riesgos opuestos: de un lado, la mundanización, que nos hace atenuar la voluntad de Cristo y diluirla en medio de un ambiente descristianizado. De otro lado, el pesimisno, que desemboca fácilmente en el escepticismo cuando no en la comodidad, con lo que acaba por coincidir con la mundanización. La solución para educar el sentido de la vida es un trabajo y un discerminiento iluminados y vivificados por la fe, la esperanza y el amor.

Como colofón, cabe aquí recordar el planteamiento de Benedicto XVI: “La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces ‘vivimos’” (enc. Spe salvi, 27)

Y aún más: “Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Ib., 37).

En efecto, el mensaje cristiano es un anuncio sobre la plenitud del sentido de la vida. Ese sentido está en la Palabra de Dios (Logos) que se ha hecho carne. El hombre no puede vivir solo del pan sino de la Palabra que se nos da en la Eucaristía, pan del cielo, pan de la vida (cf. Jn 6). La Eucaristía integra, desde la Cruz, el sufrimiento humano junto con todas nuestras esperanzas (*).

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(*) Este texto recoge algunas ideas de un seminario impartido en la Universidad de La Sabana (Colombia) sobre "La respuesta de la educación cristiana al sentido de la vida" (23 y 24 de julio de 2024).

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