Giotto, Nacimiento de Jesús (1304-1306), detalle.
Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia)
¿Para qué se hizo hombre el hijo de Dios? ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante este hecho central de la fe cristiana? Esta ha sido la realidad (la “Encarnación”) que ha centrado la atención de Benedicto XVI, en su audiencia general del 9 de enero.
¿Qué sentido y finalidad tiene la Encarnación? Ante todo (dice el Credo), “por nuestra salvación”. Cuando San Juan, en su Evangelio, dice que “la Palabra se hizo carne”, se refiere a que se hizo hombre subrayando, dice el Papa, el aspecto de transitoridad y temporalidad, pobreza y contigencia que tiene la naturaleza humana. “Esto –prosigue explicando– quiere decir que la salvación realizada por Dios hecho carne en Jesús de Nazaret, toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que esté”.
Para hacernos hijos de Dios
Asimismo, “Dios tomó la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para que podemos llamarlo, en su Hijo unigénito, con el nombre de ‘Abbà, Padre’ y ser verdaderamente hijos de Dios”. Así lo escribe San Ireneo: "Este es el motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (Adversus haereses, 3,19,1: PG 7,939; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 460).
Observa el Papa que actualmente, esta verdad de que “la Palabra se hizo carne” –que se sitúa en el corazón de la gran novedad cristiana que celebramos en Navidad–, pasa un tanto inadvertida frente a los elementos exteriores de la fiesta. “Y sin embargo, es algo absolutamente impensable, que solo Dios podía hacer y en la que solo se puede entrar con la fe”. El Concilio Vaticano II lo dice de modo bien concreto: "El Hijo de Dios ... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Gaudium et Spes, 22).
Una vez aclarado el sentido y la finalidad de la Encarnación (que el Compendio del Catecismo resume diciendo que se hizo hombre por nuestra salvación; para reconciliarnos a nosotros, pecadores, con Dios; manifestarnos su amor infinito; ser nuestro modelo de santidad y hacernos partícipes de la naturaleza divina o hijos de Dios (cf. n. 85), Benedicto XVI propone diversos elementos de la encarnación que nos enseñan acerca de cómo debe ser nuestra fe; esto es, algunas “lecciones” que podemos aprender de la Encarnación.
Asombro ante el regalo que Dios nos hace de sí mismo
Lo primero que debemos hacer al plantearnos la realidad de la encarnación, es “recuperar el asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la magnitud de este acontecimiento: Dios, el verdadero Dios, el Creador de todo, ha recorrido como un hombre nuestras calles, entrando en el tiempo del hombre para comunicarnos su propia vida (cf. 1 Jn. 1,1-4). Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que somete con su poder el mundo, sino con la humildad de un niño”.
Un segundo elemento es el del regalo, tan característico de estas fechas de Navidad, y de lo que implica en relación con nuestro compromiso personal: “A veces puede ser un acto realizado por costumbre, pero en general expresa afecto, es un signo de amor y de estima”. La liturgia de la Iglesia considera en esta perspectiva la venida de Cristo: como un regalo que Dios nos hace, dándonos a su Hijo, que “tomó nuestra humanidad para donarnos su divinidad”. Y subraya: “Este es el gran regalo”. Volviendo a nuestros regalos, observa el Papa: “Incluso en nuestro dar no es importante que un regalo sea caro o no; los que no pueden dar un poco de sí mismo, siempre dan muy poco; de hecho, a veces se intenta reemplazar el corazón y el compromiso de donarse, a través del dinero, con cosas que son materiales”.
Generosidad y realismo del amor divino
En cambio, advierte, “el misterio de la Encarnación significa que Dios no lo ha hecho de este modo: no ha donado cualquier cosa, sino que se entregó a sí mismo en su Hijo Unigénito”. Y la consecuencia: “Aquí encontramos el modelo de nuestro dar, porque nuestras relaciones, sobre todo las más importantes, son impulsadas por el don gratuito del amor”. Lo que importa es la generosidad de darse a sí mismo.
Un tercer punto es el del realismo del amor divino, que se manifiesta en la Encarnación: “La acción de Dios, de hecho, no se limita a las palabras (…) sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí la fatiga y el peso de la vida humana”. El modo de actuar de Dios (que creció en una familia, tuvo amigos, formó a sus discípulos, etc.), debe estimular nuestra fe para que no se limite a los sentimientos y las emociones, sino que afecte a toda nuestra vida de manera práctica. “Dios no se detuvo en las palabras, sino que nos mostró cómo vivir, compartiendo nuestra propia experiencia, excepto en el pecado”.
¿Y cómo lograr esto en nuestro caso? Aquí evoca el Papa lo que decía el antiguo Catecismo de san Pío X: "Para vivir según Dios debemos creer la verdad revelada por Él y guardar sus mandamientos con la ayuda de su gracia, que se obtiene mediante los sacramentos y la oración". Es decir, que la fe se manifiesta también en la vivencia de los sacramentos, en guardar los mandamientos (especialmente la caridad), en vivir en amistad con Dios (la gracia) y por tanto en el diálogo de la oración. Notemos que estas son, precisamente, las partes del Catecismo de la Iglesia Católica: fe, sacramentos, mandamientos, oración.
El verdadero rostro no solo de Dios, sino también del hombre
Un último elemento que Benedicto XVI extrae de la Encarnación es un criterio fundamental para la lectura cristiana de la Biblia: “el Antiguo y el Nuevo Testamento siempre son leídos en conjunto y a partir del Nuevo se revela el sentido más profundo del Antiguo”. Lo cual aplicado a nuestro tema suena así: la Palabra eterna de Dios se ha hecho hombre, un ser finito, para conducirlo hacia Él. En los términos del Catecismo: "La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera" (n. 349).
Como aplicación concreta de este principio está la pregunta sobre qué es el hombre, y la respuesta que da el Concilio Vaticano II: "En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes, 22; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 359).
Por tanto, concluye el Papa: “En ese niño, el Hijo de Dios contemplado en Navidad, podemos reconocer el verdadero rostro, no solo de Dios, sino el verdadero rostro del ser humano; y solo abriéndonos a la acción de su gracia y tratando todos los días de seguirle, realizamos el plan de Dios en nosotros, en cada uno de nosotros”.
Asombro y generosidad, realismo y visión cristiana del hombre (humanismo cristiano). He ahí cuatro lecciones de la Encarnación.
(publicado en www.analisisdigital.com, 14-I-2013)
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