En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz (“Bienaventurados los que trabajan por la paz”, 1-I-2013), dice Benedicto XVI: “La paz no es un sueño, no es una utopía”. Bajo las apariencias de lo contrario, sabemos que el hombre es imagen de Dios y que Cristo, con su obra redentora, nos ha dado la posibilidad de tener “un corazón nuevo” y un “espíritu nuevo” (cf. Ez 36, 26). Él nos brinda la verdadera paz, que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.
La paz, señala el Papa, es un don divino y una tarea del hombre. Como don divino se implora y se alcanza por medio de la oración y rechazando el pecado en todas sus formas: “el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas”. Como tarea humana, el camino de la paz es el mismo que el del bien común. Lo confirma el Evangelio, como expresa Benedicto XVI: “El que trabaja por la paz, según la bienaventuranza de Jesús, es aquel que busca el bien del otro, el bien total del alma y el cuerpo, hoy y mañana”.
Trabajar por la paz implica defender la vida, la familia y la libertad religiosa
“La paz –observa– es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales. Es un orden llevado a cabo en la libertad, es decir, en el modo que corresponde a la dignidad de las personas, que por su propia naturaleza racional asumen la responsabilidad de sus propias obras”.
Trabajar por la paz implica amar, defender y promover la vida en toda su integridad, la familia y la estructura natural del matrimonio. Y también la libertad religiosa en todas sus manifestaciones, incluyendo “testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas, benéficas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, estructurados según los principios doctrinales y los fines institucionales que les son propios” (esto es importante por ejemplo, en la promoción y sostenimiento de las escuelas de inspiración cristiana).
Todo ello requiere rechazar “la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia” (que promueven el crecimiento económico pasando por encima de la solidaridad y del bien común para todos, desatendiendo la crisis alimentaria y particularmente los derechos de los pequeños agricultores).
Por eso propone: “Para salir de la actual crisis financiera y económica –que tiene como efecto un aumento de las desigualdades– se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico”. Ese nuevo modelo debe superar el que ha prevalecido en los últimos decenios, que postula “la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad”.
Educar para la paz: la familia y las instituciones educativas
En la educación para la paz, Benedicto XVI subraya el papel de la familia: “En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor”.
La misión de las instituciones culturales, escolares y universitarias, sostiene, es importante “no sólo en la formación de nuevas generaciones de líderes, sino también en la renovación de las instituciones públicas, nacionales e internacionales. También pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético”.
La “pedagogía de la paz”, entiende el Papa, “pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados”. Se trata de proponer actitudes como rechazar la venganza, reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas, perdonar.
Todo ello –reconoce– “es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación para los más altos valores, una visión nueva de la historia humana”. Requiere “renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia”. “Por el contrario –apunta– la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia”, como actitudes que encarna Jesús hasta perder la vida en completa solidaridad por los hombres.
De este modo se rinde también homenaje a la encíclica Pacem in terris, de Juan XXIII, de la que pronto se cumplirán 50 años. Para todos es un don y una tarea. Para los cristianos, en este Año de la Fe y en el marco de la nueva evangelización, trabajar y educar para la paz es una parte esencial de nuestra misión.
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