lunes, 6 de enero de 2014

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Una estrella de esperanza


(La vida cristiana como Epifanía)
  

Gentile da Fabriano, Adoración de los Magos (1424), 
Florencia, Galleria degli Uffici

En uno de sus libros evoca el cardenal Ravasi lo sucedido en el año 614, cuando el rey persa Cosroes cercó la basílica de Belén, que encierra en su cripta la gruta del Nacimiento, construida por Elena, madre de Constantino en el 330. Al ver en el frontal una representación de los Reyes Magos caracterizados como persas, desistió de su empeño. Y así los Magos salvaron la gruta.

     Predicaba Benedicto XVI, en la Epifanía de 2012, que los Magos, por su corazón inquieto, vigilante y valiente fueron capaces no sólo de seguir la estrella sino de iluminar, con su actitud, el camino de los hombres hacia Cristo.

     En la misma línea, el Papa Francisco, en su homilía de Epifanía de este año ha dicho que el ejemplo de los Magos "nos ayuda a levantar la mirada hacia la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de 'pequeño cabotaje', sino a dejarnos atraer siempre por lo que es bueno, verdadero, bello… por Dios, ¡que todo esto lo es de modo cada vez más grande!" (Homilía 6-I-2013). Para ello, y de acuerdo con la tradición cristiana, nos ha aconsejado contemplar "dos libros": el del Evangelio (escucharlo, leerlo y meditarlo) y el de la creación (el mundo creado por Dios y los acontecimientos de nuestra vida). 

     En otras ocasiones, reflexionando sobre las actitudes de los Magos, el Papa Ratzinger ponía de relieve la conexión entre la humildad, la adoración y la sabiduría.


El relato de la Epifanía

     1. ¿Cuál es el significado de la Epifanía? En su libro sobre la Infancia de Jesucristo, dejando las elucubraciones científicas a los astrónomos, señala Joseph Ratzinger algunos puntos interesantes en el relato de los Evangelios sobre la Epifanía. Al ver la estrella los Magos se pusieron en camino. El cosmos habla de Cristo (aunque con frecuencia el hombre no sepa descifrarlo o se encierre en él y lo manipule); suscita la cuestión del Creador, la esperanza de su manifestación y la conciencia de que podemos y debemos salir a su encuentro. El relato nos habla, a la vez, de la insuficiencia de la ciencia y de la necesidad de la Sagrada Escritura, que comienza desmitificando a los astros (considerados antiguamente como divinidades) llamando al sol y a la luna “lumbreras” de la creación (cf. Gn 1, 16s). “Es el Niño el que guía la estrella” y no al contrario, decía Benedicto XVI.

     También el relato de los Evangelios sobre los Magos sugiere el “misterio de la cruz”, al preguntar por el “rey de los judíos” (cf. Mt 2, 2), inscripción que mandó poner Pilatos sobre Jesús crucificado, que declaraba con verdad la realeza de Jesús no sólo sobre los judíos sino sobre la humanidad.

     La estrella que guía a los magos es, en palabras del Papa, “una estrella de esperanza”. Y esa estrella, a la vez que ilumina, hace capaces, a los que se dejan iluminar por ella, de iluminar a otros. Ilumina acerca del poder de lo pequeño (un niño, unos pastores, un pequeño lugar…). Atrae hacia el amor y la ternura de ese pastor que nace en Belén (cf. Mt 2, 6).


La Epifanía en el Antiguo y en el Nuevo Testamento

     2. Todo esto requiere de nuestra parte, ante todo –como señalaba Guardini en una de sus homilías– “saber mirar”. En las bienaventuranzas se dice que los “limpios de corazón” son los que pueden ver a Dios (cf. Mat 5, 8). Y estos limpios son los que buscan la santidad. Requiere, al mismo tiempo, que sepamos vivir el misterio de la Epifanía a partir de su celebración en la liturgia cristiana.

     El mismo Guardini dedicó, ya antes del Concilio Vaticano II, un ensayo sobre la relación entre la epifanía y la liturgia (La experiencia religiosa y la epifanía, recogido en su libro El talante simbólico de la liturgia, CPL, Barcelona 2001, pp. 22 ss.). Ahí muestra cómo, en el Antiguo Testamento, Epifanía es la manifestación de Dios, que se hace visible, por ejemplo, en la zarza ardiente a Moisés, audible en la vocación de Samuel y manifiesta su poder en muchos acontecimientos portentosos. Son Epifanías estos sucesos extraordinarios, pero Dios está presente y actúa igualmente, como testifican los salmos, tanto en la doctrina y en el culto como en toda la vida del Pueblo y de cada persona.

     En el Nuevo Testamento, la Epifanía se hace plena en Cristo, que fue visto por los apóstoles, que también lo oyeron y tocaron. Y de tal manera era su plenitud que lo que en Cristo se manifestaba (en su rostro y su Palabra, su figura y sus acciones), traslucía la presencia y la acción del Dios vivo (“El que me ha visto, ha visto al Padre” : Jn 14, 9). Solo posteriormente vendrán los conceptos teológicos a elaborar, interpretar y aclarar el significado de esa Epifanía.

     Si esto es así, si la Epifanía es algo esencial a Cristo y a su misión –argumenta Guardini– deberá darse también en los cristianos. ¿Cómo y dónde? Cristo ha prometido que estará con nosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20), sobre todo por medio de la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 16, 14). Así se cumple a partir de san Esteban (los que lo vieron intuyeron en su rostro algo divino, y en sus palabras resonaron las de Cristo en la cruz: cf. Hch 6, 15; 7, 59). San Pablo, que estaba allí, dará luego una explicación, teniendo en cuenta su propia experiencia camino de Damasco: Cristo vive en los cristianos, en cada uno (cf. Ga 2, 20). San Pedro impresionará no solo por el contenido de sus palabras sino por su poder que acompaña sus palabras con los milagros que realiza (cf. Hch 2, 37).

     ¿No es esto –se pregunta Guardini– lo que se hace manifiesto en los santos? Así es, se responde, y Dios se sigue manifestando de muchos modos, incluso en los acontecimientos más sencillos. Pone el ejemplo de San Agustín, que se le quitó un fuerte dolor de muelas por la oración de sus amigos (cf. Confesiones 9, 14, 12). Todo ello es Epifanía, “signo, manifestación de la gloria invisible en la materia de la existencia”, que se produce cuando Dios quiere ante los ojos del que está bien dispuesto para creer.


Epifanía es la liturgia y la vida cristiana

     3. Pues bien, concluye el teólogo ítalo-alemán, la Epifanía es una ley de la liturgia y de la vida cristiana, especialmente a partir de las celebraciones sacramentales. Ahí se emplean signos que apelan a los sentidos; no solo a los sentidos externos sino a todos los sentidos humanos (los escolásticos hablaban de sentidos internos: la imaginación, la memoria, el sentido común y la estimativa o cogitativa, que viene a ser como el sentido del riesgo; son sentidos específicamente humanos, que conducen a lo espiritual).

     A través de los gestos, palabras y actitudes de la liturgia, el hombre puede captar el “espíritu viviente”, descubrir algo de la acción divina, y prepararse para la vida eterna definitiva. Por haber contemplado y hecho vida la liturgia y los sacramentos, el cristiano puede mostrar, en su conducta recta, un mundo que ha sido redimido por Cristo, “recreado” y santificado por Él. Y que ahora puede llegar a participar, con el hombre, de la imagen de Dios: manifestar su rostro, sus gestos, su Palabra. Esto –advierte Guardini– puede no ser fácil en un mundo que pierde la capacidad de contemplar, en el que nuestros sentidos están ocupados por tantas cosas que nos distraen; en el que hemos sustituido los símbolos y las imágenes por conceptos y máquinas, los manantiales por cañerías, el orden vital por un orden abstracto y utilitarista.

     En consecuencia, escribía Guardini (¡en 1950!) necesitamos que se nos eduque en la liturgia, que aprendamos el significado de las formas no menos que las palabras. Pero vale la pena, porque en ello nos jugamos la verdad de la Encarnación y de la Resurrección de los cuerpos (la vida cristiana no es la de un espíritu separado del cuerpo). Todo ello es, sigue siendo actual, quizá más que cuando este autor lo escribió. Epifanía es manifestación de Cristo en la vida cristiana. Esta vida que, gracias a la celebración de los sacramentos, puede desarrollarse y comprenderse como una ofrenda y servicio a Dios, por medio de Cristo y del Espíritu Santo, y traducirse en ese servicio a los demás que se condensa en lo que el cristianismo llama caridad.

     Enseñar y aprender, educar y vivir esto es el principal regalo de los Reyes. Y las familias tienen un papel central. “Pues si vosotros –dice el Evangelio según san Mateo– sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?” (Mt 7, 11).

     Por eso cabe decir: los Reyes existen hoy, también a través de los padres y madres… (la costumbre española de regalar en la Epifanía). "El don de los dones es conocer a Cristo y amarle” (R. Guardini).

     La estrella sigue resplandeciendo hoy, y continúa la manifestación del Salvador, particularmente a través de los cristianos.


(una primera versión fue publicada en www.religionconfidencial.com, 6-I-2013)

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, es precioso! Dios le bendiga su labor

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  2. Un verdadero placer adentrarnos en el significado teológico. Gracias por su entrega.

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