La ética intenta orientar ante lo que se debe hacer,
explicando la naturaleza de lo que llamamos “bien”, de los valores, de la
justicia y de las consecuencias de los actos. Pero con frecuencia podemos
escuchar algo así: en último término, lo que hay que hacer es seguir la
conciencia.
¿Hasta qué
punto es esto así? Conviene plantearse qué y cómo es la conciencia, y
dónde se origina; qué valor tienen los sentimientos de culpabilidad y de
arrepentimiento; y, finalmente, tres preguntas: ¿la conciencia siempre lleva la
razón? ¿Hay que seguir siempre la conciencia? ¿Hay que respetar siempre la
conciencia de los otros?. Es lo que hace Spaemann en el capítulo VI de sus “Cuestiones
fundamentales de Ética”.
1. Qué y cómo es
la conciencia
Nuestro
lenguaje sobre la conciencia es muy variado. Hablamos de personas
“concienzudas” en el sentido de cumplidoras; pero también apelamos a la
conciencia cuando alguien no cumple su deber. También llamamos conciencia a
algo sagrado e incondicional que hay en cada uno; pero algunas veces los
tribunales condenan a personas que han actuado siguiendo su conciencia. Para
unos, la conciencia es la voz de Dios, para otros es producto de la educación.
a) A
diferencia de los animales, las personas sabemos la razón por la que actuamos. Hablamos de conciencia porque somos libres
de actuar y nos preguntamos sobre nuestra correspondiente responsabilidad. Tener conciencia significa la capacidad de
ser independientes de nuestros momentáneos y objetivos intereses, y tener
presente la jerarquía objetiva de valores relevantes para nuestros actos. Por la conciencia somos capaces de darnos
cuenta de que, en palabras del filósofo alemán, “la jerarquía objetiva de los
bienes y la exigencia de tenerlos en cuenta vale como nuestra propia voluntad”
(p. 93). Porque tenemos conciencia sabemos que lo bueno no es ni lo que
simplemente se nos impone desde fuera ni lo que simplemente nos apetece.
(Si invito
a mis amigos a una fiesta y cuando están dormidos, les robo, porque no tenía
dinero para acabar el mes, soy capaz de darme cuenta de que eso está mal). Nos
damos cuenta de que un acto malo daña ante todo al que lo comete; por eso a
veces se dice que tenemos “mala conciencia”, no el sentido de que sea malo
tenerla, sino porque me avisa de haber hecho el mal (es como la lucecita roja
en el salpicadero del coche: me avisa de que algo va mal); es lo que llamamos
normalmente remordimiento o arrepentimiento.
Porque
tenemos conciencia, dice Spaemann, podemos hablar de dignidad humana. Por tanto no hay nada que tenga sentido, que sea
bueno y justo si no aparece como tal en la conciencia.
b) En la
conciencia hay como un doble movimiento del espíritu humano: un primer movimiento
que nos permite salir de nosotros mismos,
relativizando nuestros propios intereses para preguntarnos por lo bueno. Para
garantizar que no nos equivocamos en esto, debemos contrastarlo con la razón y
también con los demás. Si alguien dice que no necesita de eso para saber lo que
es bueno o malo, su conciencia no se diferencia mucho del capricho particular o
de su idiosincrasia (modo de ser). Por eso, sin la disposición a la formación e
información de la conciencia (pensemos en un médico que se niega a estudiar o
dialogar con otros), no podríamos decir que esa persona tiene conciencia.
Un segundo movimiento que nos vuelve a
nosotros mismos, porque no basta con considerar las razones o las opiniones
en general; sino que es cada persona quien debe responder, primero ante su
conciencia, para poder actuar con convicción. Pues bien a esa convicción con la
que termina este proceso le llamamos conciencia.
Dos matices. La conciencia no siempre posee la certeza
o la seguridad de hacer objetiva y absolutamente lo mejor (por eso se
distingue entre conciencia “cierta” y conciencia “dudosa”). Por otra parte no
puede exigirse una “certeza absoluta”, pues con frecuencia el político, el
médico, o el padre y la madre no están en condiciones de asegurar absolutamente
que sus convicciones son las mejores; para
poder hablar de una conciencia cierta, basta saber cuál es la mejor solución posible en este momento, aquí y ahora; pues ya vimos que para justificar una
acción no se requiere, ni es posible, tener en cuenta todas sus consecuencias.
2. Origen de la
conciencia
La conciencia es como una
brújula interior. ¿Pero cómo ha entrado en nosotros y quién la ha programado?
a) Algunos
responderán: nuestros padres, pues la
conciencia es un producto de la educación recibida.
b) En línea parecida piensa Freud,
que identifica la conciencia con el “super yo”, puro producto de la educación, especie una imagen de nuestro padre o
“padre interior” (luego los neomarxistas aplicarían lo mismo a las sociedades
dominadas por ciertas normas): el “yo” se forma solo bajo la dirección del
“super-yo” (=conciencia), y así puede liberarse del “ello” (=los instintos);
aunque también debe emanciparse del dominio del “super-yo”.
Pero
identificar la conciencia con el super-yo es un error, dice Spaemann, porque
siempre ha habido quienes se vuelven contra las normas dominantes. La
conciencia no puede ser ni el super-yo, ni tampoco el movimiento de
emancipación del yo, sencillamente porque la conciencia es manifestación de la
libertad, libre en el sentido de no determinada necesariamente.
Muchos como
Tomás Moro hubieran preferido no rebelarse contra lo establecido (como puede
verse en la película “Un hombre para la eternidad”, A Man for all Seasons, F. Zinnemann, 1966). De ellos escribe
Spaeman: “No les guiaba ni la necesidad de acomodación ni la de rechazo sino el
pacífico convencimiento de que hay cosas que no se pueden hacer” (pp. 97s).
c) Una
tercera posibilidad es que la conciencia sea algo así como un instinto innato;
pero entonces la conciencia no sería libre, como lo es. Por eso quien obedece a
su conciencia y no a sus instintos, decían los griegos, es “amigo de sí mismo”.
Lo cierto
es que la conciencia ni es algo que viene totalmente de fuera ni algo que
tenemos interiormente de modo que no necesitamos de nadie para que funcione.
Algo
parecido es el lenguaje. No puede considerarse como algo que simplemente nos
viene de fuera y luego lo vamos aprendiendo (una “heterodeterminación
interiorizada”); tampoco es un sexto sentido instintivo por el que hablamos o
pensamos esencialmente (una “autodeterminación total”); sino que necesitamos de
la ayuda de otros para llegar a ser lo que propiamente somos.
Lo mismo,
sostiene Spaemann, sucede con la conciencia. Es como una semilla, como un
“órgano del bien y del mal”, que se observa ya en los niños; pero que se puede
atrofiar si no ven los valores morales
encarnados en sus padres o educadores (si descubren que les mienten o si, por
miedo, los niños aprenden a mentir para librarse de las amenazas de los
mayores). De aquí la importancia del buen
ejemplo y coherencia de los educadores (así, en la educación de la
sexualidad, se muestran especialmente significativos los “inputs” que los niños
reciben del padre y los que las niñas reciben de la madre); pues, cada vez más,
escuchamos más a los “testigos” (el que vive auténticamente lo que enseña) que
a los maestros.
3. Culpabilidad y
arrepentimiento
Culpabilidad
y arrepentimiento son sentimientos
propios de una conciencia
delicada y sensible. Esto no tiene que ver con la “conciencia escrupulosa”, que en lugar de contemplar lo bueno y
recto, tiende a analizarse con angustia. Por eso debe distinguirse entre sentimiento
de culpabilidad moral (el remordimiento o arrepentimiento es sano y
conveniente, cuando uno se da cuenta de que ha hecho algo malo), correspondiente
a una conciencia sensible, y otra cosa muy distinta: la “culpabilidad morbosa”
de quien no tiene realmente culpa porque no ha hecho nada malo (manifiesta una
conciencia escrupulosa).
Así como el
dolor es un mecanismo de defensa que nos avisa de una enfermedad orgánica, la
conciencia de culpabilidad nos informa de que hemos hecho algo mal. El no poder
sentir dolor es en sí mismo una enfermedad y un peligro para la vida, y así
también es algo enfermizo, al menos moralmente, no sentir culpabilidad o
arrepentimiento ante el mal causado (esto corresponde a lo que suele llamarse
una “conciencia laxa”). Al
contrario, sentir dolor sin una causa orgánica indica ya una enfermedad; como
también, según hemos visto, es enfermizo sentir una culpabilidad (en este caso
morbosa) por un mal que no se ha cometido, como sucede en una “conciencia
escrupulosa”.
En suma, el
arrepentimiento es una actitud esperable del que siente “dolor” ético por haber
actuado mal, y por eso siente una cierta tristeza. No confiaríamos en alguien
que después de haber atormentado a muchas personas, se riera o al menos se mantuviera
inconmovible sin experimentar ninguna “mala conciencia”, ningún remordimiento
ni tristeza.
4. Tres preguntas
ante la conciencia
a) ¿La conciencia siempre lleva la
razón? Como es experiencia de la humanidad, la conciencia no
siempre tiene razón; lo mismo que sucede con nuestros sentidos y
también con nuestra razón, que a veces se equivocan.
La
conciencia es el órgano del bien y del mal, pero no es un oráculo infalible. Es
como una brújula que nos marca la dirección para salir de nuestro egoísmo y
mirar lo universal, pero puede estar estropeada. Podría compararse también a
una ventana; nos deja ver la realidad pero para eso el cristal debe estar
limpio o estar abierta. La conciencia necesita la referencia al conocimiento, y
concretamente al conocimiento ético, en palabras de Spaemann, la conciencia
“necesita una idea recta de la jerarquía de valores que no esté deformada por
la ideología” (p. 101). En términos sencillos, la conciencia necesita estar bien formada, mediante la reflexión y el
estudio, el diálogo con los demás, etc. De otra manera nos llevará a actuar
mal; y no porque hayamos seguido la conciencia, sino porque nuestra conciencia
no es una conciencia verdadera, es decir calibrada, abierta y limpia, que
permite percibir la realidad, sino una conciencia errónea.
Aquí cabe aludir
a los efectos que un clima social de ridiculización de la moral o de las
convicciones religiosas pueden producir en muchas personas, en el sentido de dificultar
la formación de la conciencia a base de obstaculizar una crítica objetiva y un
diálogo verdadero.
También
sería interesante profundizar en los posibles efectos manipuladores del
ambiente, de los medios de comunicación o de la presión social en un momento
determinado. Esto puede crear todo un ambiente que afecte a la salud de la
conciencia, hasta el punto de producir en determinados grupos sociales, en
países enteros o incluso en una civilización lo que podríamos llamar “estructuras de ceguera moral” (para la
discusión sobre este tema, puede verse la película "Hannah Arendt" (M. von
Trotta, 2012. Ver sinopsis y trailer).
b) De todos modos, ¿hay que seguir siempre
la conciencia? Según lo anterior, y la experiencia de todos, mucha gente
siguiendo su conciencia ha ocasionado graves injusticias. ¿También estos deben
seguir su conciencia? Pues sí, hay que seguir siempre la conciencia.
Quizá por esto la tradición ética habla del “santuario de la conciencia”,
que a nadie le es lícito profanar.
Así el que mata a un enfermo
para que no tenga dolor, se equivoca; pero no se equivoca por el hecho de seguir
su conciencia, sino porque tenía una conciencia
errónea, al no ser capaz de
conseguir el bien objetivo (quitar el dolor) mediante un medio o bien subjetivo
(aliviarlo sin traspasar los límites de la dignidad humana, que prohíbe matar).
Esto no quiere decir que cualquiera que hace el mal invocando su conciencia
pueda ser eximido de culpabilidad; pues toda persona debe seguir su conciencia y también debe formar su conciencia.
Pero
entonces, ¿cómo distinguir la conciencia verdadera de la conciencia errónea? No
hay seguridad en esto; si fuera fácil, nadie se equivocaría. Un buen indicador
de que uno sigue su conciencia y no su capricho es consultar a otros: es la
disposición a “confrontar el propio juicio sopesándolo con el de los demás.
Puede suceder que ellos estén convencidos intelectualmente de algo que a uno no
acaba de convencerle, pues le da la sensación de que no tienen razón, sin que
uno sea capaz de mostrarlo. En un caso así, cerrarse a esas razones puede ser un
acto de conciencia.
c) Y del mismo modo, ¿hay que respetar siempre la conciencia de
los otros? La respuesta a esto depende de lo que entendamos por “respetar”.
- Si por
respetar se entiende “invadir” o “forzar” la conciencia de otro obligándole a actuar contra su conciencia, esto no puede
hacerse.
- Si por respetar la conciencia
se entiende que siempre hay que permitirle hacer lo que le dice su conciencia
(pensemos en un terrorista convencido de que con sus actos hace el bien),
entonces hay que decir que no, pues esto equivaldría a permitir también que el
que no tiene conciencia pueda hacerlo todo. Cierto que ante sí mismo tiene el
deber de seguir su conciencia; pero la sociedad o el Estado tienen el derecho
de impedírselo.
En relación
con esto es clarificador este principio que enuncia Spaeman: “Pertenece
a los derechos del hombre el que no dependan del juicio de conciencia de otro
hombre” (p. 103).
Y pone dos
ejemplos. (1) Piensa que se puede discutir si los no nacidos son dignos de
defensa, pero sería demencial defender que esto es una cuestión que cada uno
debe resolver según su conciencia; pues, si no tienen derecho a la vida la
conciencia no tiene que molestarse, o tienen derecho a la vida, y entonces esto
no puede depender de la conciencia de otros.
(2) Tampoco
el deber de pagar impuestos puede depender de la conciencia, aunque esto lleve
a que el que invoque su conciencia para no pagarlos, sufra por ello una pena.
Hay una
excepción a esto, excepción que depende de lo dicho más arriba (que nadie puede obligar a actuar contra la conciencia): nadie puede ser forzado a tomar las armas en contra de su
conciencia, pues ni siquiera la amenaza de muerte obliga a uno a actuar contra
su conciencia; esto constituye una lesión de la dignidad del hombre.
¿Cómo
asegurar que se trata de un caso de conciencia? Para esto hay un indicio: si el
encausado está dispuesto a ir a la cárcel o sufrir por ello.
Hablando
del santuario de la conciencia escribió Séneca: “Existe en nosotros un espíritu
santo como espectador de nuestras buenas y malas acciones”.
* * *
Preguntas de
autoevaluación
(Verdadero/Falso)
1. Tener conciencia significa la capacidad de ser
independientes de nuestros momentáneos y objetivos intereses, y tener presente
la jerarquía objetiva de valores relevantes para nuestros actos.
2. En la conciencia sucede que la jerarquía objetiva de los
bienes y la exigencia de tenerlos en cuenta, vale como nuestra propia voluntad
3. Cada uno debe seguir su conciencia, sin necesidad de
atenerse al diálogo con los demás, a las costumbres o a las razones.
4. La conciencia no siempre posee la certeza de hacer
objetivamente lo mejor.
5. Para tener una conciencia cierta, no basta haber llegado
a la conclusión sobre cuál es la mejor solución posible en ese momento.
6. Para Freud la conciencia es un puro producto de la
educación
7. La conciencia delicada y sensible es la que tiene una
persona escrupulosa
8. El sentido (o sentimiento) de culpabilidad es algo malo
9. Puesto que la conciencia no lleva siempre razón, no hay
que seguirla siempre
10. Pertenece a los derechos del hombre el que no dependan
del juicio de conciencia de otro hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario