M. Chagall, Moisés-Las tablas de la ley (litografía de 1956)
Lo señala el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii gaudium: “La Palabra
de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía , alimenta y
refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico
testimonio evangélico en la vida cotidiana” (n. 174).
De ahí
la importancia de la educación o la formación bíblica, encaminada primero a
comprender la Palabra
de Dios, que da sentido pleno a nuestra vida y a la vida del mundo; y hacer así
posible que los cristianos seamos eco de esa Palabra con nuestra
existencia, vivida de forma coherente.
Palabra de Dios y vida cristiana
Si Jesús es el “rostro” de la Palabra , la Iglesia es la
“casa” de la Palabra
de Dios. Una casa sostenida por la enseñanza apostólica, la fracción del pan,
la oración y la comunión fraterna en la familia de Dios (cf. Hch 2, 42). Así la Palabra de Dios puede ser anunciada,
celebrada y vivida. En este sentido las vidas de los cristianos son "palabras cristianas", palabras de Cristo.
Con
la fuerza de la Escritura
y de la oración, la vida cristiana en
medio de las situaciones más corrientes de cada día, es un
resplandor de la Palabra
de Dios para otros. La Palabra de Dios “vivida” se enseña y transmite de diversas
formas: en los esfuerzos de los misioneros, en la vida de las familias, en los trabajos de los cristianos y en su
contribución a la vida pública, cultural y política. Y siempre en la caridad, sobre todo con los más necesitados. Por eso la vida de los
santos es “un rayo de luz que sale de la Palabra de
Dios” (Verbum Domini, n. 48).
¿Cómo educar para una comprensión e interpretación
cristianas de la Biblia ? ¿Es necesaria una información sofisticada
sobre las cuestiones filológicas e históricas? ¿No basta, entonces con la fe? La solución está en la armonía entre los diferentes
aspectos que están en juego. Lo que se trata es de ayudar a “vivir” la Palabra de
Dios: “La interpretación
más profunda de la
Escritura proviene precisamente de los que se han dejado
plasmar por la
Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la
meditación asidua” (Verbum Domini, n.
48). De esto se trata cuando hablamos de una “lectura orante” de la Escritura : una
lectura y una comprensión que enriquezca la oración del que lee y transforme su
vida.
Para esto la Iglesia propone
los siguientes pasos: (cf. Verbum Domini,
n. 87): 1) lectura: ¿qué dice el
texto en sí mismo? (conocer el contexto histórico y literario, sirviéndose de
las ediciones de la Biblia
con notas explicativas); 2) meditación:
¿qué nos dice el texto a cada uno y a la comunidad cristiana, aquí y ahora?; 3)
oración: ¿qué podemos decir al Señor
como respuesta a su Palabra? (oraciones de petición, intercesión,
agradecimiento y alabanza); 4) contemplación:
¿qué conversión o qué cambio de nuestra mente, del corazón y de la vida nos
pide el Señor? (discernimiento); 5) acción: ¿qué hemos de hacer a
partir de ahora en concreto, para hacer vida lo que Dios nos dice, por amor a
Él y a los demás?
“Es indispensable –afirma el Papa Francisco recogiendo palabras del Sínodo de 2008– que la
Palabra de Dios ‘sea cada vez más el corazón de toda
actividad eclesial’ (Exhortación Evangelii
gaudium, n. 174). Si esto es así, ¡cómo no tendrá que situarse la educación
bíblica en “el alma” de la educación cristiana! No le corresponde,
por tanto, un lugar yuxtapuesto a las enseñanzas doctrinales o
morales, sino el ser fuente viva de toda la formación en la fe.
Algunas
recomendaciones de la
Iglesia en este sentido son: enseñar el sentido literal del
texto sagrado (lo que los autores quisieron decir); la conveniencia de
memorizar algunos pasajes centrales para la vida cristiana; la finalidad de la
educación bíblica ha de ser transmitir la actualidad y la vida de la Palabra de
Dios; el talante pedagógico debe adecuarse a esta comunicación vital de la Escritura , de
modo que los cristianos reconozcan que su existencia personal está comprometida
con la historia de la salvación (cf. Exhortación Verbum Domini, n. 74).
Respecto al primer
punto, el sentido literal, señala el Papa Francisco: “La lectura espiritual de
un texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le
hará decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus
propias decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en
definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y trasladar esa
confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces ‘el mismo
Satanás se disfraza de ángel de luz’ (2 Co 11,14)" (Exhortación Evangelii gaudium, n.
152).
Además de esta
formación bíblica que vivifique transversalmente toda la educación cristiana,
debe ponerse un particular atención en la formación de los catequistas y demás
educadores, y promoverse el “apostolado bíblico” en centros especializados.
Todo ello lo
sintetizaba el Sínodo sobre la Palabra de Dios (2008) refiriéndose a la
formación de los fieles laicos: “Se ha de formar a los laicos para discernir la
voluntad de Dios mediante una familiaridad con la Palabra de
Dios, leída y estudiada en la Iglesia , bajo la guía de sus legítimos Pastores.
Pueden adquirir esta formación en la escuela de las grandes espiritualidades
eclesiales, en cuya raíz está siempre la Sagrada Escritura.
Y, según sus posibilidades, las diócesis mismas brinden oportunidades
formativas en este sentido para los laicos con particulares responsabilidades
eclesiales” (Verbum Domini, Ibid.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario