D. Ghirlandaio, Llamada de los apóstoles (1481), detalle
Capilla Sixtina (Vaticano)
La prioridad absoluta en la evangelización es anunciar a
Cristo. Y quien tiene esta responsabilidad es “la Iglesia entendida como la
totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza”: cada uno de los cristianos
personalmente y la Iglesia en su conjunto. Lo desarrolla el Papa Francisco en
el capítulo tercero de Evangelii gaudium,
antes de hablar de dos importantes cauces para la evangelización: la
predicación y la educación en la fe.
Cada cristiano es responsable de la evangelización
1. La responsabilidad por la evangelización
–explica el Papa– es de cada cristiano y a la vez de la Iglesia como pueblo y familia
de Dios. La Iglesia no es ante todo una “institución”: no lo es, desde luego,
en el sentido meramente humano. En todo caso es una institución
divina de salvación, orgánica y jerárquica que procede del misterioso y amoroso designio de Dios uno y trino, que quiere que todos se salven; no como individuos
aislados ni por sus propias fuerzas, sino insertados en la “trama de relaciones
interpersonales que supone la vida en una comunidad humana” (n. 113). Es “el
gran proyecto de amor del Padre” (n. 114). Por eso tiene que ser “el lugar de
la misericordia gratuita, donde todo el mundo puede sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (Ibid).
La Iglesia
–continúa el documento– es un pueblo con
muchos rostros, porque acoge a todos los pueblos encarnándose en sus
culturas. En esta genuina catolicidad, la Iglesia muestra “la belleza de este
rostro pluriforme”, cuya diversidad cultural no amenaza la unidad. El Espíritu
Santo, vínculo de amor entre el Padre y el Hijo, es también quien compone la
armonía de la unidad en la evangelización, sin imponer ninguna cultura, sino
contando precisamente con la diversidad de las culturas (cf. nn. 116-118).
En este
pueblo universal extraído de todos los pueblos, el Espíritu Santo garantiza que
no haya errores en la fe, y nos hace, a todos los bautizados, discípulos misioneros, llamados,
comprometidos, sin necesitar de largas instrucciones para testimoniar la propia
experiencia cristiana. Al mismo tiempo, todos procuramos adquirir la mejor
formación posible, dejarnos evangelizar. Pero “nuestra imperfección no debe ser
una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse
en la mediocridad y para seguir creciendo” (cf. Flp 3, 12.-13) (n. 121).
Por el
hecho de que cada pueblo es creador de cultura y protagonista de una historia
como tal pueblo, no hay solamente responsables individuales de la
evangelización, sino que los pueblos son también “sujetos colectivos activos”.
En su encuentro con la fe, cada pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo,
y ello asume distintas manifestaciones bien elocuentes.
La piedad popular, pieza clave de la evangelización
2. Así
surge la piedad popular, como
testimonio de fe que, dice el Papa, es “verdadera expresión de la acción
misionera espontánea del Pueblo de Dios” y “una realidad en permanente
desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal” (n. 122). Esta piedad popular viene siendo revalorizada
después del Concilio Vaticano II.
Con
palabras de la Evangelii nuntiandi, la
piedad popular “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos
pueden conocer” y que “hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo
cuando se trata de manifestar la fe” (en efecto, y así puede verse el
testimonio de tantos mártires antiguos y contemporáneos, tal como se recoge en
algunas películas actuales como “Cristiada”, For Greater Glory, Dean Wright, México 2012).
Benedicto XVI calificó
a la piedad popular de “precioso tesoro” y manifestación del “alma de los
pueblos” latinoamericanos” (Discurso en
la inauguración de la V Conferencia del CELAM, Aparecida, 13-V-2007).
Señala Francisco
que esta piedad, espiritualidad o mística popular descubre y expresa la fe “más
por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental” (n. 124); añade
que no solo es una manera legítima de vivir la fe y sentirse parte de la
Iglesia, sino también una forma de ser misioneros.
Y explica
que si miramos esta “espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos” (Documento de Aparecida, n. 263) con la mirada del Buen Pastor, descubrimos la
fe y la esperanza firmes que se encierran tras la peregrinación a un santuario,
el rezo del rosario, una vela que se enciende, o una mirada para pedir ayuda a
María o a Cristo crucificado.
No se trata
simplemente, añade, de manifestaciones de una búsqueda natural de Dios, sino
que “son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del
Espíritu Santo” (cf. Rm 5, 5). Por eso, concluye el Papa, las expresiones de la
piedad popular son verdaderamente un lugar
teológico para la nueva evangelización (cf. nn. 125 y 126).
La evangelización "persona a persona"
3. Al lado
de la piedad popular, la alegría de Evangelizar se ha de manifestar también en
la evangelización que se realiza persona
a persona: “Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno
trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos”. Puesto que “ser
discípulo de Jesús es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor
de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en
la plaza, en el trabajo, en un camino” (n. 127).
Se comienza
–explica el Papa– por “un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y
comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y
tantas cosas que llenan el corazón”. Desde ahí se pasa a hablar del amor
personal de Dios, que se anuncia “con una actitud humilde y testimonial de
quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y
tan profundo que siempre nos supera” (Ibid).
Esto puede
revestir formas diversas: relatos, gestos, invitación a la oración, sin que se
precisen determinadas formulaciones. Pero en todo caso, este anuncio “persona a
persona” debe completarse, con la debida creatividad, por medio de formas de inculturación de la fe, porque el
Evangelio debe encarnarse en una cultura, la fe debe expresarse con categorías
propias de las diversas culturas (y las culturas, enraizándose en las personas,
a la vez las trascienden y las intercomunican).
Los carismas y la evangelización de la cultura
4. Dos
puntos más para finalizar este apartado sobre la responsabilidad evangelizadora
de todos los cristianos. Primero, los
carismas, gracias que el Espíritu Santo otorga para la evangelización; y
que se hacen fecundos en la comunión eclesial. Pues el Espíritu Santo suscita
la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y al mismo tiempo la unidad. “En
cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos
encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos
la división y, por otra parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir
la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad,
la homologación” (n. 131).
Segundo, el
anuncio del Evangelio en las culturas implica su anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas
(n. 132). El encuentro entre la fe, la razón y las ciencias hace surgir nuevos
lenguajes, categorías y elementos para iluminar y renovar el mundo.
Por eso
dice el Papa, recogiendo una
propuesta del sínodo para la nueva evangelización: “La teología –no sólo la teología pastoral– en diálogo con otras
ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer
llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de
destinatarios”. Para este propósito se requiere que los teólogos “lleven en el
corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia y también de la teología, y
no se contenten con una teología de escritorio” (n. 133).
Papel de las universidades y de las escuelas católicas
El
documento que estudiamos pone el broche a la tarea de anunciar el Evangelio en
las culturas subrayando la importancia del ámbito universitario y de las escuelas
católicas. En el esfuerzo por realizar una tarea educativa que lleve a la
madurez de toda la persona del educando y, por ello, anunciar de modo explícito
el Evangelio, las escuelas católicas
“constituyen un aporte muy valioso a la evangelizacíón de la cultura, aun en
los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra
creatividad para encontrar los caminos adecuados” (n. 134). El Papa desarrolla más
adelante por extenso el tema de la educación en la fe, como veremos en otro momento.
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