El prestigioso vaticanista responde afirmativamente, si se cumple una condición: “Solo en la medida en la que cada pastor, cada sacerdote, religioso o religiosa, cada creyente se deje cuestionar por el testimonio y la palabra del Papa, evitando la actitud –lamentablemente difundida– de quien se siente sencillamente confirmado en lo que ya está haciendo y en quien, por una parte o por otra, tiene el problema de encasillar al Papa en sus propios esquemas” (Zenit, 7-I-2014).
Cabe tomar estas palabras como invitación a la lectura del entero documento papal; y concretamente ahora, de lo que Francisco llama, en el capítulo segundo, “tentaciones” de los evangelizadores (ver los nn. 76-101 de Evangelii gaudium). En esos párrafos –situados en el capítulo segundo que se titula “En la crisis del compromiso comunitario”–, Francisco vuelve sobre cuestiones afrontadas en Río de Janeiro, durante sus discursos a los obispos brasileños y al Comité coordinador del CELAM, respectivamente el 27 y 28 de julio del pasado año.
Aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás
Aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás
Después de agradecer la colaboración de tantas personas en la pastoral de la Iglesia, llama la atención hacia el escaso fervor evangelizador en aquellos ambientes eclesiales que se dejan llevar por el individualismo y una cierta crisis de identidad cristiana. Más peligroso que el relativismo doctrinal, dice el Papa, se extiende un relativismo práctico que consiste en “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran” (n. 80).
Concretamente denuncia la acedia (tibieza) egoísta de laicos y sacerdotes que no se comprometen en la evangelización, o lo hacen sin las motivaciones o la espiritualidad adecuada (cf. nn. 81-82). Así se llega, afirma el Papa, al “gris pragmatismo” del que hablaba J. Ratzinger, o a lo que aquí se denomina “psicología de la tumba” o de “momias de museo”; un “pesimismo estéril”, sin alegría ni esperanza. Ciertamente, advierte, “el triunfo cristiano es siempre una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria” (n. 85). Precisamente por eso los cristianos estamos llamados a ser “personas-cántaros” que dan de beber a los demás en los “desiertos de sentido” del mundo contemporáneo.
La propuesta del Papa es un decidido “sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”, que son relaciones de caridad y fraternidad. Francisco invita a salir de sí mismos, superar las desconfianzas, las actitudes defensivas y la privacidad cómoda, y abrirse al realismo de la dimensión social del Evangelio. Observa que también en el ámbito religioso cabe un cómodo aislamiento, un consumismo y un individualismo pseudoespirituales, desencarnados y poco comprometidos en la comunión solidaria y en la fecundidad misionera (cf. nn. 87-89).
Por eso insiste, primero, en la necesidad de “una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros” (n. 91). Hay que “aprender a encontrarse con los demás”, o, mejor todavía, “aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás”, incluso cuando por ello recibamos agresiones injustas o ingratitudes (cf. Ibid.).
Concretamente denuncia la acedia (tibieza) egoísta de laicos y sacerdotes que no se comprometen en la evangelización, o lo hacen sin las motivaciones o la espiritualidad adecuada (cf. nn. 81-82). Así se llega, afirma el Papa, al “gris pragmatismo” del que hablaba J. Ratzinger, o a lo que aquí se denomina “psicología de la tumba” o de “momias de museo”; un “pesimismo estéril”, sin alegría ni esperanza. Ciertamente, advierte, “el triunfo cristiano es siempre una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria” (n. 85). Precisamente por eso los cristianos estamos llamados a ser “personas-cántaros” que dan de beber a los demás en los “desiertos de sentido” del mundo contemporáneo.
La propuesta del Papa es un decidido “sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”, que son relaciones de caridad y fraternidad. Francisco invita a salir de sí mismos, superar las desconfianzas, las actitudes defensivas y la privacidad cómoda, y abrirse al realismo de la dimensión social del Evangelio. Observa que también en el ámbito religioso cabe un cómodo aislamiento, un consumismo y un individualismo pseudoespirituales, desencarnados y poco comprometidos en la comunión solidaria y en la fecundidad misionera (cf. nn. 87-89).
Por eso insiste, primero, en la necesidad de “una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros” (n. 91). Hay que “aprender a encontrarse con los demás”, o, mejor todavía, “aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás”, incluso cuando por ello recibamos agresiones injustas o ingratitudes (cf. Ibid.).
Rechazar la "mundanidad espiritual"
En segundo lugar subraya la “mundanidad espiritual” o la falta de autenticidad cristiana en algunos planteamientos evangelizadores.
Denuncia dos deformaciones del afán evangelizador: “la fascinación del gnosticismo” o del subjetivismo (resguardarse en un conocimiento o experiencia supuestamente superiores); el “neopelagianismo autorreferencial y prometeico” (voluntarismo que solo confía en las propias fuerzas o en un estilo autoritario que busca la seguridad en la mera doctrina o disciplina).
“En los dos casos –advierte el Papa–, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico” (n. 94). Y lo que se queda en el hombre, lo que le encierra en sí mismo –incluso con excusas de un cuidado ostentoso por la doctrina, por la liturgia o por determinadas realizaciones sociales (cf. n. 95) –, no puede abrirse a la evangelización. A quienes hubieran caído en esta tibieza o mundanidad espiritual –que lleva a algunos cristianos a una guerra con otros cristianos “que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica”– el Papa les aconseja humildad y constancia, sacrificio y generosidad, amor a la unidad y verdadera fraternidad: “¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!” (nn. 97 y 98).
En segundo lugar subraya la “mundanidad espiritual” o la falta de autenticidad cristiana en algunos planteamientos evangelizadores.
Denuncia dos deformaciones del afán evangelizador: “la fascinación del gnosticismo” o del subjetivismo (resguardarse en un conocimiento o experiencia supuestamente superiores); el “neopelagianismo autorreferencial y prometeico” (voluntarismo que solo confía en las propias fuerzas o en un estilo autoritario que busca la seguridad en la mera doctrina o disciplina).
“En los dos casos –advierte el Papa–, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico” (n. 94). Y lo que se queda en el hombre, lo que le encierra en sí mismo –incluso con excusas de un cuidado ostentoso por la doctrina, por la liturgia o por determinadas realizaciones sociales (cf. n. 95) –, no puede abrirse a la evangelización. A quienes hubieran caído en esta tibieza o mundanidad espiritual –que lleva a algunos cristianos a una guerra con otros cristianos “que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica”– el Papa les aconseja humildad y constancia, sacrificio y generosidad, amor a la unidad y verdadera fraternidad: “¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!” (nn. 97 y 98).
Armonía y autenticidad en la educación de la fe
Lecciones de compromiso con Dios y con los demás, que llaman a superar tanto el individualismo como el relativismo práctico. Se trata, hemos leído, de “aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás”; de saber armonizar los aspectos de conocimiento, experiencia y voluntad o ascesis, propios de la sabiduría cristiana, para crecer en lo que nos hace más grandes y mejores: la relación con Dios (basada en la oración y en la vida sacramental) y, por consiguiente, la apertura a los demás y a sus necesidades.
Todos podemos mejorar en nuestras actitudes: la auténtica piedad lleva a vivir la justicia y la caridad como sustancia de lo cristiano. También todos podemos reconocer nuestros errores y vencer las tentaciones de encerrarnos en nosotros mismos. El compromiso evangelizador, consecuencia necesaria del compromiso personal con Dios, tiene también necesariamente manifestaciones comunitarias, sociales y eclesiales.
Son lecciones para aprender y enseñar. Luces y sombras que, por tanto, pueden enriquecer, en las medidas y proporciones adecuadas, el cuadro de la educación en la fe.
Lecciones de compromiso con Dios y con los demás, que llaman a superar tanto el individualismo como el relativismo práctico. Se trata, hemos leído, de “aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás”; de saber armonizar los aspectos de conocimiento, experiencia y voluntad o ascesis, propios de la sabiduría cristiana, para crecer en lo que nos hace más grandes y mejores: la relación con Dios (basada en la oración y en la vida sacramental) y, por consiguiente, la apertura a los demás y a sus necesidades.
Todos podemos mejorar en nuestras actitudes: la auténtica piedad lleva a vivir la justicia y la caridad como sustancia de lo cristiano. También todos podemos reconocer nuestros errores y vencer las tentaciones de encerrarnos en nosotros mismos. El compromiso evangelizador, consecuencia necesaria del compromiso personal con Dios, tiene también necesariamente manifestaciones comunitarias, sociales y eclesiales.
Son lecciones para aprender y enseñar. Luces y sombras que, por tanto, pueden enriquecer, en las medidas y proporciones adecuadas, el cuadro de la educación en la fe.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 9-I-2014)
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