G. B. Tiepolo, Los tres ángeles apareciéndose a Abraham (1726-29)
Palacio Patriarcal, Undine (Italia)
Dice la exhortación Evangelii gaudium que el hecho de vivir en una sociedad de información que nos satura indiscriminadamente de datos nos vuelve superficiales y dificulta las valoraciones morales. “Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (n. 64).
Junto con esta base antropológica y ética, la educación cristiana debe ser una educación que anuncia a Jesucristo, que introduce en la liturgia y cuida la belleza, que plantea la moral desde la luz y el bien, y que, centrada en la Palabra de Dios, acompaña personalmente a la maduración personal y de fe.
Profundización y crecimiento en el anuncio de la fe
Ante todo la educación cristiana ha de intentar “conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio”; y por ello constituye “un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados” (n. 134).
Además de la homilía –a la que el Papa dedica un amplio tratamiento teniendo en cuenta su gran importancia para la formación del pueblo cristiano– la exhortación apostólica señala que un objetivo principal de la evangelización es profundizar en el anuncio de la fe o en el crecimiento de la fe: “un camino de formación y de maduración” (n. 160) hasta la vida plena en Cristo según el Espíritu Santo (cf. Ga 2, 20; Rm 8, 5).
Enseguida advierte que “no sería correcto interpretar esta llamada al crecimiento exclusiva o prioritariamente como una formación doctrinal” (Ibid); pues la “última síntesis”, “lo más esencial” del mensaje moral cristiano es “la exigencia ineludible del amor al prójimo” (Evangelii gaudium, n. 160) cf. Jn 15, 12; Rm 13, 8.10; Ga 5, 14; 1 Ts 2, 12; St 2, 8).
Al servicio de este crecimiento, observa el Papa, se sitúa la catequesis en todas las edades, que es continuación del “primer anuncio” (kerygma en griego) de la fe; es decir, de la vida, muerte y resurrección de Jesús, que nos revela y comunica la misericordia infinita del Padre (cf. n. 164).
Siempre, señala Francisco, hay que volver a este “anuncio principal”; a escucharlo y anunciarlo de diversas maneras a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos. “Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística"; pues se trata del “anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano” (n. 165). De ahí que la catequesis deba ser ante todo una “catequesis kerygmática”.
Este anuncio, que la catequesis (y en general la educación de la fe) profundiza, tiene necesariamente estas características: “que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas”. Al mismo tiempo, “esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena” (Ibid. Sobre todo ello cf. la exhortación Catechesi tradendae, de 1979 y el Directorio general para la catequesis, de 1997).
Una educación "mistagógica"
Educación mistagógica -en segundo lugar- quiere decir dos cosas: la progresividad de la formación en la que interviene toda la comunidad cristiana –con todo lo que cree, celebra y vive–, y “una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana” (n. 166). Los signos litúrgicos no son solo los sacramentos (signos eficaces de la gracia), sino en sentido más amplio todos aquellos gestos, objetos y palabras que se utilizan en la liturgia (cf. por ejemplo los excelentes trabajos de R. Guardini, Los signos sagrados, Barcelona 1957 y E. Kapellari, Signos sagrados, Barcelona 1990).
Esto, señala el Papa, puede tomar diversas formas, pero en todo caso requiere, además del anuncio de la Palabra de Dios (sobre lo que se detendrá más adelante), “una adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la integración de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de respuesta” (Evangelii gaudium, Ibid.).
Especial atención al "camino de la belleza"
En el marco de estas orientaciones, el Papa señala la conveniencia de una especial atención al “camino de la belleza” (via pulchritudinis); pues “anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas” (n. 167).
En este sentido, añade, toda verdadera belleza es un sendero hacia el encuentro con Jesús. No se trata, explica, de fomentar un relativismo estético (que oscurecería la necesaria relación entre verdad, bondad y belleza), sino la belleza que refleja la verdad y bondad de los seres, la verdad y bondad de la Creación. Puesto que no amamos sino lo que es bello (San Agustín), se hace necesario el uso de las artes en la evangelización, para transmitir la fe, como decía Benedicto XVI, en un nuevo lenguaje parabólico (Discurso 25-X-2012).
Esto es lo que propone ahora Francisco: “Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros” (Evangelii gaudium, n. 67).
Junto con el anuncio de la fe y la celebración de la liturgia el cristiano necesita ser educado en la vida moral. Y la propuesta moral debe hacerse manifestando el bien deseable como luz. Es decir, la moral es la propuesta de Dios al hombre para que alcance una vida plena, una vida lograda. Bajo esta luz –advierte el documento– se comprende luego la denuncia de los males que puedan oscurecerla. Notemos cómo en esta prioridad de la luz y del bien, se encuentra también el atractivo de la belleza. Por eso dice el Papa teniendo en cuenta la tarea educadora: “Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (n. 168).
Acompañamiento, escucha, paciencia, "no juzgar"
La educación en la fe requiere el acompañamiento personal. Cabe notar que este principio personal en la educación de la fe no se ha valorado suficientemente en las décadas anteriores. En cambio se insistió mucho, de un modo más genérico, en la “experiencia” –a nivel antropológico y sociológico–, como punto de partida para buscar un sentido de las cosas que no siempre conectaba con el sentido cristiano de la vida. Ciertamente, es importante integrar las “experiencias humanas” en las “experiencias cristianas”, vividas personalmente (tanto desde el punto de vista del individuo como de su relación con los demás). Pero es la persona la que debe centrar la atención de la educación cristiana.
Acerca del acompañamiento personal se dice aquí que es necesario hacer presente “la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal” (n. 169), con una actitud llena de respeto y compasión, que libere y aliente en la maduración de la vida cristiana. El aspecto de liberación se explica señalando que la educación cristiana debe huir de fomentar el encierro de las personas sobre sí mismas. Pues la auténtica educación de la fe se sitúa en dirección contraria: la educación en la fe “se inicia y se lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión evangelizadora” (n. 173); es decir, saca a las personas de sí mismas (es una consecuencia, por ejemplo, de la verdadera oración y del auténtico examen de conciencia) e impulsa a la evangelización: hace que los discípulos sean realmente misioneros.
Para lograrlo, en el texto se apuntan algunas actitudes fundamentales del acompañante espiritual, educador o formador: conocimiento de “los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu”; necesidad de ejercitarse en “el arte de escuchar, que es más que oír”, puesto que es el corazón el que hace posible la proximidad y por tanto el encuentro espiritual.
“La escucha –insiste el Papa Francisco– nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (n. 171).
Siempre se requiere además la paciencia, pues según Santo Tomás de Aquino, alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar algunas virtudes a causa de algunas inclinaciones contrarias; por lo que se necesita ir paso a paso: “el tiempo es el mensajero de Dios” (San Pedro Fabro). Notemos que aquí puede verse una aplicación, a la educación de la fe, del “tiempo pedagógico” que todo educador ha de respetar.
Es importante la advertencia de que la situación de cada persona ante Dios es “un misterio” que nadie puede conocer plenamente desde fuera. Por tanto, deben conjugarse el ayudar a crecer con el abstenerse de juzgar sobre la responsabilidad y culpabilidad de las personas, sin dejar de impulsar para superar los fatalismos o la pusilanimidad. Con otras palabras, se trata de “despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” (n. 172).
Centralidad de la Palabra de Dios en la educación cristiana
Al final del capítulo se vuelve sobre la Palabra de Dios: “Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada” (n. 174). Por tanto, es necesaria la formación continua para escuchar esa Palabra, de modo que una vez escuchada y celebrada, impulse a los cristianos y los vuelva “capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana” (Ibid).
Esto significa, por un lado, que ha de darse por superada toda contraposición entre Palabra y Sacramento, pues “la Palabra proclamada, viva y eficaz, prepara la recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima eficacia” (Ibid). Y por otro lado, que es necesario “un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria” (n. 175).
Educar para atender a la realidad
Educación para la atención a la realidad es un último principio, que se desarrolla más adelante en el documento. No se trata solo de una orientación filosófico-pedagógica (la realidad es más importante que la idea); sino de algo que tiene consecuencias decisivas en la educación cristiana, como son el estudio de la historia de la Iglesia y la edificación de la memoria histórica del cristianismo; o la escucha del clamor de los pobres, y, desde ahí el impulso al espíritu de servicio y a las obras de misericordia en la vida de los cristianos y sus familias, con vistas a edificar una civilización del amor (cf. nn. 194 y 233).
En suma, educación fundamentada en una sólida antropología y en una propuesta ética. Educación cristiana que, al mismo tiempo, asuma el anuncio de la fe y colabore, con creatividad, en la evangelización de la cultura. Atención al lenguaje simbólico de la liturgia y al “camino de la belleza”. Educación que anteponga la luz y el bien a las tinieblas que los oscurecen y deforman. Acompañamiento personal, respetuoso y liberador. Educación centrada en la Palabra de Dios y atenta a la realidad, pasada presente y futura, sobre todo a las necesidades de los más desprotegidos. He aquí –presentadas en su interrelación sinfónica– las principales orientaciones educativas del Papa Francisco para la nueva evangelización.
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