En la perspectiva cristiana lo único que salva y libera de verdad es el amor: el amor que Dios es y nos tiene, y que nos llama a colaborar con él en nuestra propia salvación y en la de otros.
Durante la vigilia de la JMJ de Panamá, el sábado 26 de enero, el papa Francisco ha explicado lo mismo a partir del “árbol de la vida”.
El libro de la vida aparece por primera vez en el libro del Génesis, 2, 9; también en el libro de los Proverbios y en el Apocalipsis.
El árbol de la vida puede representar la historia y la vida de amor que Dios nos ofrece (plenamente en Jesús), para que nuestra historia se entremezcle con su vida, que desea echar raíces en la tierra de cada uno.
A partir de ahí, el papa lanzó una serie de preguntas y mostró algunas consecuencias, entretejiendo un diálogo tanto con los jóvenes como con los adultos.
Una invitación a la confianza
Con metáforas de las tecnologías actuales, Francisco ha explicado que lo que Jesús nos ofrece no es algo que simplemente viene de fuera de nosotros y “espera” nuestra acción:
“No es una salvación colgada ‘en la nube’ esperando ser descargada, ni una ‘aplicación’ nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un ‘tutorial' con el que aprender la última novedad”.
Más bien es una oferta, una invitación: “La salvación que Dios nos regala es una invitación a ser parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir ‘sí’ a nuestra vida, El siempre va primero, es el primero a decir sí nuestra historia, y quiere que también digamos ‘sí’ junto a Él. Él siempre nos primerea”.
Esta invitación a la confianza en Dios –capaz de renovar nuestro corazón y transformar el mundo– le sucedió a María:
“Sin lugar a dudas –señala el papa– la joven de Nazaret no salía en las ‘redes sociales’ de la época, Ella no era una ‘influencer’, pero sin quererlo ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia”. Y ella, con pocas palabras, “se animó a decir ‘sí’ y a confiar en el amor, a confiar en las promesas de Dios, que es la única fuerza capaz de renovar, de hacer nuevas todas las cosas. (...) ¿Qué quiero yo que Dios renueve en mi corazón?”.
La respuesta de María: su compromiso
¿Cómo fue la respuesta de María? No fue –observa Francisco– como si hubiera dicho un ‘sí’ en plan pasivo o resignado: “bueno, vamos a probar a ver qué pasa”. “Fue el ‘sí’ de quién quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. (...) ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar adelante?”.
Así vemos, en efecto, que de la confianza se pasa al compromiso, a ser capaces de asumir el riesgo que lleva consigo todo amor, esfuerzo y sufrimiento incluidos. ¿No es cierto que en cristiano el amor se muestra plenamente en lo que Cristo ha hecho por nosotros?. En español decimos: “vale la pena”.
Sigue luego el papa evocando cómo María se fió de Dios y se comprometió, arriesgó, apostó por las promesas de Dios. Fue generosa y valiente, sin esperar a tenerlo todo asegurado. Como sucede con tantas personas –padres y madres de familia, amigos, profesionales y otras personas dispuestas a servir a otros–, María se animó a abrazar la vida con toda su fragilidad y pequeñez, tal como viene, imperfecta pero no por eso menos digna de amor. Como Jesús, que abrazó y perdonó a tantos necesitados del cuerpo y del alma.
Solo lo que se ama puede ser salvado
¿Por qué?, se pregunta el papa argentino. Y responde: “Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Vos no podes salvar una persona, vos no podes salvar una situación si no la amás. Solo lo que se ama puede ser salvado”.
Y aquí viene una consecuencia importante para todos: “Por eso nosotros podemos ser salvados por Jesús, porque nos ama. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva, porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado”.
En el amor de Jesús tenemos el modelo y la vida misma de nuestro amor: “El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir esta historia de amor”.
Hay vidas sin raíces (sin trabajo, educación, comunidad y familia). Los jóvenes necesitan esas raíces. Sin ellas es difícil que puedan “soñar el futuro”. Es decir, “responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar mi vida. y eso lo tenemos que facilitar nosotros los mayores dándoles trabajo, educación, comunidad, oportunidades”.
Ayudar a los jóvenes
Esta es otra consecuencia, esta vez para los adultos: “¿Qué haces vos para generar futuro en los jóvenes de hoy?, ¿sos capaz de luchar para que tengan educación, para que tengan trabajo, para que tengan familia, para que tengan comunidad?”.
Volviendo a los jóvenes, muchos de ellos “sienten que poco a poco dejaron de existir para otros –familia, sociedad, amigos–, se sienten muchas veces invisibles”. Sienten que “dejaron de existir para otros, para la familia, para la sociedad, para la comunidad, y entonces muchas veces se sienten invisibles”. No se cuenta con ellos, lo que les hace pensar que no tienen nada que aportar, y eso les hace vulnerables, fáciles presas para cualquier cosa –como las drogas– que les destruya.
Más preguntas para los adultos: “¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?, ¿los critico o no me interesa?, ¿los ayudo o no me interesa? ¿Es verdad que para mi dejaron de existir hace tiempo?”
Vuelve el papa a los jóvenes y sus actitudes y sentimientos: “Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para sentirse reconocido y amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más grande que estar ‘en la red’. Significa encontrar espacios en el que puedan con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más grande que los necesita y que también ustedes jóvenes necesitan”.
Y de nuevo a los adultos. Lo que hicieron muchos santos fue dedicar su vida a promover espiritual y materialmente a los jóvenes, porque los miraban “con los ojos de Dios”.
Así fueron custodios y vivificadores de las raíces que hacen vivir a los jóvenes. Comprendieron para sí mismos y para los demás que hemos sido creados “para algo más” que poseer un auto o contar con la última técnica del mercado.
Y así fueron capaces, como María, de gestar el mañana, de “creer en la fuerza transformadora del amor de Dios”, único que salva totalmente.
“Solo el amor –insiste Francisco– nos vuelve más humanos, no las peleas, no el bullying, no el estudio solo; solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto son buenos pero vacíos placebos”.
Por eso cada uno de nosotros está llamado, como María, a participar de ese “más”, que es la historia del amor de Dios en el mundo. Y así hacer nuestra, en toda la vida, la respuesta de María: “Hágase según tu palabra”.
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