domingo, 19 de diciembre de 2021

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Valentía de la esperanza

 


 

                                 Ulises, atado al mástil para poder oír el canto de las sirenas sin ir en su busca

                                              (parte de un mosaico del s. III, museo nacional del Bardo (Túnez)



Durante su viaje a Chipre y Grecia, en su encuentro con los jóvenes atenienses (Discurso en la escuela de san Dionisio, Atenas, 6-XII-2021) Francisco les habla de belleza y asombro, servicio y fraternidad, valentía y espíritu deportivo. Y como resumen les propone la valentía de la esperanza.

Comienza invitándoles al asombro, que es tanto el principio de la filosofía como una buena actitud para abrirse a la fe.

“Esto es así porque tener fe no consiste principalmente en un conjunto de cosas que hay que creer y de preceptos que hay que cumplir. El corazón de la fe no es una idea, no es una moral; el corazón de la fe es una realidad, una realidad bellísima que no depende de nosotros y que nos deja con la boca abierta: ¡somos hijos amados de Dios! Este es el corazón de la fe: ¡somos hijos amados de Dios!



Asombro del amor y del perdón

Junto con este “asombro del amor de Dios”, está el asombro del perdón: “Dios perdona siempre. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre. Allí, en el perdón, se encuentra el rostro del Padre y la paz del corazón. Allí, Él nos restaura de nuevo, derrama su amor en un abrazo que vuelve a levantarnos, que desintegra el mal cometido y vuelve a hacer resplandecer la belleza incontenible que hay en nosotros, el ser sus hijos predilectos. No permitamos que la pereza, el miedo o la vergüenza nos roben el tesoro del perdón”.

Y recurriendo a la cultura griega, les aconseja, primero, hacer caso del oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”.

En segundo lugar, no dejarse llevar por los “cantos de las sirenas” que podían haber acabado con Ulises: “Reconoce que vales por lo que eres, no por lo que tienes. No vales por la marca de la ropa o por el calzado que llevas, sino porque eres único, eres única”.

Tercero, tomar el camino mejor que es el de la belleza, representada por la melodía de Orfeo, más hermosa que la de las sirenas.

Una melodía que en nuestro caso puede ser incluso superada por la fe cristiana y la alegría del Evangelio.

Además, ver la vida como un servicio a las necesidades de los demás.


Encuentros reales y no solo virtuales


En griego joven se dice nuevo, y nuevo significa joven. Pregunta Francisco: “¿Quieres rejuvenecer? No te contentes con publicar algún post o algún tuit. No te contentes con encuentros virtuales, busca los reales, sobre todo con quien te necesita; no busques la visibilidad, sino a los invisibles. Esto es original, esto es revolucionario. Salir de uno mismo para encontrar a los otros. Pero si tú vives prisionero en ti mismo, nunca encontrarás a los otros, nunca sabrás qué es servir. Servir es el gesto más bello, más grande de una persona, servir a los demás”.

El hombre vivo necesita abrirse realmente, y no solo “virtualmente”, al rostro de los demás: “Muchos hoy son ‘de redes sociales’ pero poco “sociales”, encerrados en sí mismos, prisioneros del teléfono que tienen entre sus manos. Pero en la pantalla falta el otro, faltan sus ojos, su respiración, sus manos. La pantalla se vuelve fácilmente un espejo, donde crees que estás frente al mundo, pero en realidad estás solo, en un mundo virtual lleno de apariencias, de fotos trucadas para parecer siempre hermosos y en forma. ¡Qué bonito, en cambio, es estar con los demás, descubrir la novedad del otro, dialogar con el otro, cultivar la mística del conjunto, la alegría de compartir, el ardor de servir!”.


Soñar con la fraternidad, y arriesgarse por ella

En los demás se nos hace presente Cristo. Por eso hay que soñar con la fraternidad. Hay un refrán griego iluminador. “el amigo es otro yo”. Francisco dice que el amigo, y no el espejo, es el camino para encontrarse con uno mismo.

“Ciertamente ­–observa–, cuesta salir de las propias zonas de confort, es más fácil estar sentados en el sofá frente a la televisión. Pero eso es algo viejo, no es de jóvenes”.

De jóvenes es el espíritu deportivo, les asegura Francisco a los jóvenes atenienses: “Aquí nacieron los eventos deportivos más grandes, las Olimpíadas, el maratón. Más allá del espíritu de lucha que hace bien al cuerpo, está aquello que hace bien al alma: entrenarse para la apertura, recorrer largas distancias desde uno mismo para acortarlas con los demás, lanzar el corazón atravesando los obstáculos, cargar unos los pesos de los otros. Entrenarse en esto los hará felices, los mantendrá jóvenes y les hará sentir la aventura de vivir”.

En la Odisea de Homero, el primer héroe que aparece es Telémaco, hijo de Ulises, que vivió una gran aventura. No conocía a su padre y se encontraba en una encrucijada: dejarlo estar o lanzarse en su búsqueda. Algunas voces le susurrarán: déjalo, no te arriesgues, es inútil. Pero él escucha la voz de la divinidad, que le exhorta a ser valiente y partir. Se levanta, prepara el barco y al despuntar el sol se pone en marcha

Es una buena lección: “El sentido de la vida no es quedarse en la playa esperando que el viento traiga novedades. La salvación está en mar abierto, está en el impulso, en seguir los sueños, los verdaderos, los que se sueñan con los ojos abiertos, que comportan esfuerzo, lucha, vientos contrarios, borrascas repentinas. Por favor, no hay que dejarse paralizar por el miedo, ¡sueñen en grande! ¡Y sueñen juntos!”. Anima a no dejarse frenar por los “los anuladores de sueños, los sicarios de la esperanza, los incurables nostálgicos del pasado”.

Ese es el consejo: alimentar “La valentía de la esperanza”. ¿Qué cómo se hace? Por medio de las decisiones. “Elegir es un desafío, es afrontar el miedo a lo desconocido, es salir del pantano de la aprobación, es decidirse a tomar la propia vida entre las manos”. Y una observación importante: para tomar decisiones adecuadas, recordar: “las buenas decisiones incluyen siempre a los demás, no sólo a uno mismo. Esas son las decisiones por las que vale la pena arriesgarse, los sueños que hay que realizar; aquellos que requieren valentía y que implican a los demás”.

En síntesis, al despedirse de ellos les propone “la valentía de seguir adelante, la valentía de arriesgar, la valentía de no quedarse en el sofá. El coraje de arriesgar, de ir al encuentro de los otros, nunca aislados, siempre con los demás. Y con esa valentía, cada uno de ustedes se encontrará a sí mismo, encontrará a los otros y hallará el sentido de la vida. Les deseo esto, con la ayuda de Dios, que los ama a todos. Dios los ama, sean valientes, ¡sigan adelante! Brostà, óli masí! [¡Adelante, todos juntos!]”

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