martes, 2 de octubre de 2012

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El acento antropológico del Catecismo

                                              

El Greco, San Juan contempla la Inmaculada Concepción (1580-86)
Museo de la Santa Cruz, Toledo (España)

Esta imagen introduce la parte tercera sobre "la vida en Cristo" 
en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que dice:
"Abajo, a la izquierda, el apóstol Juan, que contempla a la Inmaculada, 
simboliza a los fieles, que ven en la Santísima Virgen el modelo perfecto 
y, al mismo tiempo, la maestra y guía en la vida del Espíritu"


No rara vez, especialmente a partir de la época moderna, se ha presentado la vida cristiana como enemiga, o al menos recelosa, de los valores humanos: de los intereses y las alegrías de las personas, de la belleza en el cuerpo y en el arte, la espontaneidad de la vida, el bienestar, el progreso y la cultura, el deporte, la amistad y el amor. Desde esta perspectiva se ha invitado a que los cristianos se queden con su valle de lágrimas y su paraíso celestial, y dejen a los demás buscar la felicidad en la tierra, salvarse a sí mismos (cf. J. Mouroux, Sentido cristiano del hombre, ed. Palabra, Madrid 2001, pp. 32-33).

     Nada más ajeno a la fe y a la vida cristiana que los planteamientos que separan la fe de la vida corriente, y que provocan el rechazo a una pseudorreligión. Lo contrario enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.



     Entre los contenidos “nuevos” del Catecismo (respecto a su principal antecesor en el género de los Catecismos mayores, el Catecismo Romano o Catecismo de Trento) destaca el acento antropológico; es decir, el interés por subrayar lo propio de la persona humana. Esto se lleva a cabo particularmente en tres secciones del Catecismo.


Tres nuevas secciones para subrayar la visión cristiana de la persona

      Las tres primeras partes del Catecismo, en contraste con las correspondientes del Catecismo Romano, se dividen cada una en dos grandes secciones, correspondiendo estructuralmente la segunda a la parte análoga del Catecismo Romano. La primera sección, en cada una de esas partes, es nueva. En su conjunto esas secciones marcan el acento con el que el Catecismo expresa que “el hombre es el camino de la Iglesia” (Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, 1979, n. 14).

     Como decimos, este acento antropológico, muy acorde con el Concilio Vaticano II, se enseña en el Catecismo a través de tres nuevas secciones, al principio de cada una de las tres primeras partes del Catecismo (sobre el Credo o “Símbolo de la fe”, los sacramentos y la moral).


La dignidad del hombre y del acto de fe

     La primera parte del Catecismo contiene, en su sección primera, una “antropología fundamental” que ayuda a valorar la dignidad del hombre y del acto de fe (sección “Creo”, “creemos”, nn. 26-184, sintetizada en el Compendio, nn. 1-32). El hombre es “capaz” de conocer y amar a Dios porque Dios lo creó a su imagen y semejanza, destinándolo a hacerle partícipe de la vida divina. De ahí que la alta dignidad del hombre está vinculada a su carácter esencialmente religioso. En la historia del mundo y de cada uno, Dios sale al encuentro del hombre revelándose en su bondad y sabiduría, sobre todo en Cristo.

     La respuesta del hombre es la fe, que consiste en fiarse de Dios, que es la Verdad misma. El acto de fe es a la vez personal y eclesial: es cada uno el que responde a la interpelación de Dios, pero esto no significa que creamos de modo independiente y aislado, sino “en” la Iglesia y por medio de ella. De hecho “la Iglesia precede, engendra y alimenta la fe de cada uno” (Compendio, n. 30).


Los sacramentos, la liturgia y la Iglesia

     La segunda parte del Catecismo comienza por una sección titulada “la economía sacramental” (nn. 1076-1209). Esto quiere indicar el modo en que Dios ha llevado a cabo su designio de salvación: por medio de la pasión y muerte redentora de Cristo, cuyos frutos se nos comunican por los sacramentos. En la liturgia celebramos la obra redentora de Cristo, que es el “sacramento” primordial y original del amor divino.

     La riqueza de esta parte del Catecismo proviene de dos raíces principales. En primer lugar del “movimiento litúrgico”, que se desarrolló durante los dos pasados siglos, buscando fortalecer la vida cristiana sobre todo en la Eucaristía, su fuente y culmen. Asimismo proviene de la comprensión de la Iglesia como “sacramento” (signo e instrumento, fruto y medio) universal de salvación en dependencia de Cristo; a esto se ha llamado la “sacramentalidad” general de la Iglesia, que es el marco de los siete sacramentos particulares. Dicho en términos más directos, los cristianos están llamados a ser luz y vida del mundo. Y pueden hacerlo porque de la Eucaristía y de los demás sacramentos reciben la fuerza de la vida misma de Cristo. Todo ello se profundizó a partir del Concilio Vaticano II (ver la síntesis del Compendio, nn. 218-249).


La vida cristiana, entendida como "vocación"

     La tercera parte del Catecismo se ocupa en los nn. 1699-2051 de “La vocación del hombre: la vida en el Espíritu”. Aquí se presenta una síntesis de la antropología cristiana, es decir, de la visión cristiana de la persona. Así se comprende que la moral cristiana es un llamamiento a la vida de la fe . La sección correspondiente del Compendio ocupa los nn. 357-433.

     Ante la pregunta de qué modo la vida (moral) cristiana está vinculada a la fe y a los sacramentos, declara el Compendio del Catecismo: “Lo que se profesa en el Símbolo de la fe, los sacramentos lo comunican. En efecto, con ellos, los fieles reciben la gracia de Cristo y los dones del Espíritu Santo, que les hacen capaces de vivir la vida nueva de hijos de Dios en Cristo, que es acogido con fe” (n. 357). Y más adelante, al introducir la parte cuarta, describe la oración como “relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones” (n. 534).


Un proyecto de vida plena
 
     En definitiva, el acento antropológico del Catecismo pone de manifiesto que la fe cristiana, cuando se vive auténticamente, responde a los anhelos de verdad, bien y belleza de la persona humana. La vida cristiana es un proyecto de vida plena. No se opone a nada de lo que interesa verdaderamente a las personas, a nada de lo que las hace mejores, de lo que las engrandece.

     Por eso Juan Pablo II comenzó su ministerio con aquella célebre exhortación: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”.

     Como señalaba el Papa actual al respecto, también en el comienzo de su pontificado, ciertamente los poderosos del mundo podrían tener miedo de que Cristo les quitara algo de su poder, y, con ello, “el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad”. Además, especialmente los jóvenes, pero de alguna manera todos, tenemos miedo de que si dejamos entrar a Cristo en nuestra vida, tengamos que renunciar a una vida grande y bella.

     Al contrario, esto era lo que el Papa polaco quería decir, en palabras de Benedicto XVI:

     ”¡No! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera” Y concluía invitando sobre todo a los jóvenes:

     ”¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

     El acento antropológico del Catecismo hace eco al Concilio Vaticano II: “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (constitución pastoral Gaudium et spes, n. 22).

     Por tanto la persona es más y mejor persona en la medida en que se parece más a Cristo, en la medida en que le sigue hasta unirse a Él y a todos los que con Él se unen, participando de una misma Vida. En esto consiste precisamente la vida cristiana.(*)

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(*) Posteriormente a la publicación de esta entrada, hay en este blog diversos desarrollos del mismo tema, la antropología cristiana como fundamento de la educación de la fe, en relación con la teología y las necesidades de la evangelización, Cf. por ejemplo:
- Fe y caridad, antropología y ética
- Antropología cristiana y familia de Dios
- Contexto antropológico de la educación de la fe;
- Sobre los fundamentos antropológicos y la educación de la moral;

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