domingo, 31 de diciembre de 2023

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El fundamental misterio mariano de la Iglesia

(Imagen: Gary Melchers, La Sagrada Familia (1891), Home and Studio. Belmont, Virginia. Descubierta por nosotros en la web del padre Patrick van der Vorst, Christian Art.

Es una de las noches en Belén. María y José están agotados. El Niño es la Luz, no se necesita ninguna otra. Y la puerta está abierta, como invitando a los que quieran bajar los escalones, para descubrir ese misterio de humildad).


En la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, cabe reflexionar sobre su relación con la Iglesia. Para ello es útil la tipología. Es decir, la interpretación bíblica que señala ciertas figuras que anticipan, como modelo, otras realidades posteriores. Esta perspectiva, tan propia de los Padres de la Iglesia, procede del supuesto de que Dios anticipó la presencia de Cristo en los acontecimientos, personajes y leyes del Antiguo Testamento. En este sentido, María es una prefiguración y un modelo de la Iglesia.

[María precede a la Iglesia y la prefigura como fuente y mediadora de vida. De una vida que no es sólo la vida sociológica de un pueblo o como la suma de los individuos que lo componen. Es una vida que no procede de la naturaleza, sino que procede de un modo nuevo de Dios uno y trino. Veamos cómo lo explica el teólogo alemán Johann Auer en 1983 (*)].

"Empecemos por dos observaciones preliminares: 1) En este razonamiento se trata preferentemente de una ‘teología tipológica’: María aparece de diversas formas como modelo de la Iglesia y la Iglesia como su imitación. La importancia de María para la encarnación de Cristo se contempla respecto de la Iglesia como cuerpo de Cristo, que, a su vez, y como sacramento universal de salvación, es fuente y mediadora de nueva vida. 2) A ello hay que añadir que aquí la Iglesia se entiende, incluso en la concepción católica, más que como la vasta realidad sociológica ordenada al pueblo de Dios, pues, como el mismo pueblo de Dios, aparece (sobre todo en la visión evangélica) más que como la suma de los cristianos individuales. 


Bajo estos supuestos hay que definir el misterio fundamental mariano de la Iglesia con las proposiciones siguientes":


María, el misterio de la gracia y la maternidad espiritual

[La acción de Dios primero sobre María y luego sobre la Iglesia, se concreta en lo que llamamos la gracia, es decir, nuestra unión con Dios, hecha posible por el pedagógico y amoroso plan de divino de la salvación]

"a) El misterio fundamental, que une a María y a la Iglesia, es el misterio de la gracia. Cuanto el ángel anuncia a María sobre su condición de agraciada por Dios, su estar llena del Espíritu Santo y su maternidad respecto del Hijo de Dios (cf. Lc 1, 30-37), tiene también una importancia suprema para la Iglesia que, fundada por Cristo y llena del Espíritu Santo desde su nacimiento en la festividad de Pentecostés, es ‘madre de los hombres’. Las afirmaciones fundamentales de Pablo (cf. Rm 8, 29 ss) sobre la antropología cristiana valen tanto para María como para la Iglesia: [ambas] conocidas de antemano, predestinadas, llamadas, justificadas, glorificadas.

b) María, como la Iglesia, responde a esa gracia cual ‘esclava del Señor’. En esa humilde respuesta de gratitud y obediencia la sierva es convertida en ‘esposa’ por el propio Señor. Todo servicio de los hombres se hace servicio conyugal [o esponsal] con la gracia de Dios. Todo esfuerzo está sostenido por la fuerza y las alas del amor.

c) En María, como en la Iglesia, el encuentro de la gracia divina con la entrega humana no es un mero acontecimiento histórico, por singular que resulte. Más bien se hace fecundo en una maternidad permanente respecto de cuantos pertenecen a Cristo y a Dios [los cristianos participan de la maternidad espiritual de la Iglesia, maternidad que se adelanta en María]. Así, mediante su acción transmiten vida, aunque el único mediador entre Dios y los hombres lo siga siendo Cristo en exclusiva (cf. 1 Tm 2, 5s)".


El servicio maternal de María y el sacerdocio común de los fieles

[Tanto María como la Iglesia son “madres” que engendran a los cristianos y los acompañan hasta la unión definitiva con Cristo; María es modelo también de las virtudes cristianas, del culto espiritual y del testimonio que la Iglesia sustenta y promueve en los cristianos]

"d) Como Cristo ofreció una vez por todas su sacrificio por la redención del mundo, pero ofrece permanentemente su sacrificio al Padre celestial hasta el fin de los tiempos (cf. Hb 8, 10), así también el servicio de María en la obra salvadora de Jesús es el único [solamente ella y solamente una vez lo llevó a cabo] servicio corporal de la maternidad, continuada como una maternidad espiritual (empezando en la comunión de plegarias en el cenáculo antes de la fiesta de Pentecostés, Hch 1, 14) en la solicitud por los cristianos hasta el fin del tiempo; [esto es lo que la Iglesia imita y continúa también en favor de los cristianos] y asimismo es la acción materna de la Iglesia en favor de los cristianos, que ella ha engendrado una vez en la fuente bautismal, una solicitud espiritual y materna hasta más allá del sepulcro, hasta el juicio de Dios. De ese modo María es imagen de la Iglesia por lo que respecta a la fe, el amor y la unidad perfecta con Cristo (cf. LG 63-64).

e) Si Cristo permanece siendo el centro y fundamento primero del sacerdocio ministerial de la Iglesia, María es modelo y prototipo originario del sacerdocio general (sacerdocio criatural y bautismal) [o sacerdocio común de los fieles] del pueblo cristiano y eclesial, con lo que es también modelo de todas las ‘virtudes cristianas’. Mediante su posición singular en el plan salvífico de Dios, ella introduce el ánimo contemplativo de los cristianos cada vez más hondo en los misterios vitales del reino de Dios, de los que la Iglesia tiene que dar testimonio en su predicación y en su vida. De ese modo la recta veneración de María conduce a un culto más profundo de Cristo y a una más íntima adoración de Dios, como toda recta veneración de los santos constituye un camino seguro y una ayuda eficaz para la imitación personal de Cristo.

f) María como sierva (hija) del Señor, madre de Cristo y esposa del Espíritu Santo, es modelo y prototipo originario de la Iglesia, y la Iglesia es su copia, puesto que debe hacer fecundo su servicio agradecido dentro del ordenamiento creacional, su maternidad en la entrega sacrificada al servicio del orden de la gracia y su venturoso desposorio en la obediencia incondicional de la fe al Espíritu en el orden de la acción y en favor del mundo y de los hombres de todos los tiempos". 


María, la santidad y el apostolado de los laicos

[La Virgen preserva de la “mundanidad espiritual”, es decir, de la búsqueda de la perfección solamente con los esfuerzos humanos. La vocación a la santidad cristiana y al apostolado, que la Iglesia presenta como realizada plenamente en María, vive, obra y se enraíza en Dios, por la fe, la esperanza y la caridad. Esto no quiere decir que Dios no cuente con la colaboración humana; al contrario, quiere "necesitar" de esa colaboración, también en la vida ordinaria y cotidiana de los fieles laicos, como se ve también en la vida de la Virgen]

"g) En su constitución Munificentissimus Deus para la proclamación del dogma de la asunción de María al cielo, de 1-II-1950, dijo el papa Pío XII: ‘El gran valor de esta definición es que dirige al género humano hacia la gloria de la Trinidad santísima’. En efecto, ese es el misterio de toda veneración a los santos y muy especialmente del culto a María: el de preservar a los cristianos (y a la Iglesia) de la tentación más peligrosa de la vida cristiana, o el de ayudar a superarla: la tentación de la ‘mundanidad espiritual’ como la denomina Dom Vonier, y que pone la ‘perfección’ intramundana y humana en el puesto de la ‘santidad’ propia de los cristianos. Solo ésta sabe (y por eso se hace ‘santa’) que todo lo realmente grande, toda auténtica perfección del hombre es don de Dios (un tesoro en vasos quebradizos: cf. 2 Co 4, 7); no es fruto de una maduración natural ni obra del esfuerzo humano. De ahí que el Magnificat de María sea el canto de alabanza de la Iglesia que nunca ha de terminar; sobre él se cimenta la última tarea de la Iglesia en nuestro tiempo, el ‘apostolado de los seglares’, es decir, de todos los cristianos. Ese apostolado vive de la fe mariana que vence siempre al mundo (cf. 1 Jn 5, 4); opera por la fuerza que le llega de la tan mariana ‘alegría en Dios’ (Neh 8, 10); y finalmente, tiene sus raíces en el ‘amor’, que es fuerte como la muerte (cf. Cant 8, 6s; cf. AA 4)”.

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(*) J. Auer, Sacramento universal de salvación, Barcelona 1986, 471-473. Subrayados nuestros.



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