martes, 12 de diciembre de 2023

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Yo estoy en la Iglesia

                            
                                    Van Gogh, V., La Iglesia de Auvers (1890)-Wikipedia Commons




[Los años setenta del siglo XX fueron tiempos de dura prueba para la Iglesia. Al principio de esa década hubo también grandes figuras que testimoniaron su adhesión a Cristo, como Jean Daniélou en el texto “Yo estoy en la Iglesia” (*), del que extraemos los párrafos siguientes. La primera razón que da para permanecer y vivir en la Iglesia es que en ella se encuentra Jesucristo].


En la Iglesia se encuentra Cristo

“Lo que me atrae a la Iglesia no es la simpatía que yo pueda sentir hacia las personas que la componen, sino lo que se me da a través de estos hombres, no importa quienes sean, esto es, la verdad y la vida de Jesucristo. Yo me uno a la Iglesia porque Ella no puede separarse de Jesucristo, porque Jesucristo libremente se dio a sí mismo a Ella, porque no puedo encontrar a Jesucristo de una manera auténtica fuera de Ella. Esa es la respuesta a aquellos que dicen: ‘¿Por qué la Iglesia?’ Toda búsqueda de Cristo fuera de la Iglesia es una quimera. Es sólo a la Iglesia, que es su esposa, a quien Cristo dio las riquezas de su gloria para su distribución al mundo. (…)"

[Y no es que Daniélou dejara de conocer y apreciar las enseñanzas del Concilio Vaticano II acerca de la "preparación del Evangelio" que hay en las religiones o en las culturas (cf. Lumen gentium, 16, Gaudium et spes, 57); pues la Iglesia "con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre" (Lumen gentium, 17; cf. Ad gentes, 11). Y por ello "la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo" (Nostra aetate, 2). En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien al misterio pascual (la muerte y la resurrección) de Cristo (cf. Gaudium et spes, 22). Por eso, en el fondo ninguno de los hombres de buena voluntad se encuentra propiamente "fuera" de la Iglesia, pues aunque no lo sepan, ellos esperan y anhelan el anuncio de Cristo, único mediador y salvador del género humano, anuncio que viene por medio de la misión de la Iglesia. En efecto, solamente por la misión evangelizadora de la Iglesia se encuentra plenamente a Cristo. De ahí la importancia del apostolado cristiano y de la tarea misionera].


"Yo dejo a los muertos que entierren a los muertos. Yo dejo a los necrólogos disecar una escritura muerta. Yo dejo a los excavadores de tumbas descubrir, según dicen ellos, una tibia de Jesucristo, y esto, agregan, no cambiaría nada. Si Cristo no resucitó, es decir si su cuerpo no fue transfigurado por el Espíritu Santo, que es la garantía de que mi propio cuerpo se transfigurará por el Espíritu Santo, entonces mi fe es inútil, como lo ha dicho ya san Pablo. Para mí Jesucristo está vivo y Él está vivo en la Iglesia. Y a través de la Iglesia viviente es como Él está hablando conmigo hoy, ‘haciéndome entender por el Espíritu Santo todo lo que Él me ha enseñado’. Es a esta palabra viva a lo que mi fe se adhiere. Estoy interesado en lo que los exegetas dicen. Pero creo lo que la Iglesia enseña”.


En la Iglesia se encuentran la vida espiritual, los sacramentos y la caridad

[En segundo lugar, en la Iglesia se encuentran los cauces que nos traen la vida de Cristo por el Espíritu Santo: los sacramentos. Gracias a ellos se participa del amor mismo de Dios: la caridad].

“Otra razón que me lleva a mantenerme en la Iglesia son los sacramentos. Si permanezco en la Iglesia es porque Ella es un entorno vital. Ella es el paraíso dónde las energías del Espíritu Santo están actuando. Éste es el lugar donde los grandes ríos de agua viva me lavan de mis manchas, dónde el árbol de vida me nutre con su fruta. Tertuliano decía: ‘Nosotros, pequeños peces, no podemos vivir fuera del agua’. Yo no puedo vivir fuera del entorno de los sacramentos. No hay vida espiritual real sin que se bañe en este entorno vital, pues el amor de Dios se difunde en nuestros corazones por el Espíritu Santo, y es a la Iglesia donde el Espíritu Santo fue enviado y es por los sacramentos como es comunicado. (…)

Yo amo la Iglesia porque yo estoy buscando la vida. La meta de la acción divina en Cristo, a través del Espíritu, es hacer que una persona viva en el Espíritu. La meta de la acción divina es abrir el intelecto al misterio de Dios, llevar al hombre a las profundidades más profundas de la realidad, para hacerle comprender que la base del ser es el amor eterno de las personas divinas y la participación del hombre en este amor. La meta de la acción divina es extender la caridad sobrenatural que me mueve a ayudar a mis hermanos los hombres, no solo en la dimensión humana de su vida terrenal, sino también en la realización de su vocación divina. (…)

La caridad es el crecimiento de vida cuyo germen sólo se da por los sacramentos. Sin esta caridad, se puede de hecho encontrar generosidad y dedicación, inteligencia y virtud, felicidad y belleza; la razón de ello es que todo cuanto Dios ha creado es bueno. Pero esto es verdad para todos los hombres, hindúes y musulmanes, deístas y ateos. Todo esto no forma parte del regalo especial de Cristo, y bien puede encontrarse fuera de la Iglesia. Pero ese regalo especial suyo solo se da por los sacramentos en la Iglesia. (…)”


En la Iglesia están el sacerdocio y las verdades objetivas sobre Dios y el hombre

[El texto contiene también un valiente y bello testimonio sobre el sacerdocio. Daniélou aprecia todo lo verdadero y bueno que hay en el hombre y todo lo interesante y útil que aportan el progreso técnico, las ciencias, la época moderna. Al mismo tiempo reivindica la verdad frente al error y al relativismo, los valores humanos frente a lo inhumano, la libertad frente a lo que esclaviza a las personas y a la sociedad. No desconoce las faltas y pecados que han existido y existen en la Iglesia, formada, en su lado humano, por personas falibles, desgraciadamente capaces de herir, desagradar y escandalizar; pero eso no es obstáculo para su fe ni para su amor a la Iglesia].

"Si no fuera sacerdote, yo me haría sacerdote hoy, porque siento la gran necesidad de sacerdotes que tiene el mundo. Si no fuera católico, yo me volvería católico, pues la Iglesia es la depositaria de los regalos divinos que necesita el mundo. (…)

Yo amo a la Iglesia que cree que hay verdad y que hay error. Yo amo a la Iglesia que se niega a permitir que las personas consideren las verdades metafísicas como simplemente unas opiniones entre otras. Yo amo a la Iglesia que ve en el rechazo a Dios, en el rechazo a la inmortalidad de hombre y en el rechazo a éticas objetivas las perversiones de la mente. (…)

Ella defiende los valores humanos auténticos contra aquellos que los destruyen. Defiende la justicia auténtica, el amor auténtico, la inteligencia auténtica. Y defiende, contra un mundo al que le gustaría quedarse sin Dios, la dimensión religiosa que es constitutiva del hombre y de la sociedad del hombre. Sin la referencia a esta dimensión religiosa, otros valores humanos son incapaces de hallar lo que les sirva de base y los justifique. (…)

Yo me siento libre en la Iglesia, libre para decir lo que me hiere o lo que me desagrada. Y yo amo esta libertad en otros, pero a condición de que proceda del amor. Pero cuando la crítica es tal que está destruyendo la substancia de las cosas y busca destruir la Roca, entonces yo la detesto y siento cuánto amo a la Iglesia, tanto por todos los regalos divinos que solo Ella ofrece, como también por esa cierta calidad que Ella confiere a las cosas humanas”.

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(*) J. Daniélou, “Je suis dans l’Église”, en G. M. Garrone (ed.), Je crois en l’Église, que je n’en sois jamais séparé, Paris 1972, 47-76.


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