Vigilia de oración con Benedicto XVI en Cuatrovientos,
20-VIII-2011 (JMJ-Madrid)
20-VIII-2011 (JMJ-Madrid)
En la audiencia general del 23 de mayo, Benedicto XVI ha señalado que la oración cristiana es la oración de los hijos dentro de la familia de Dios, que es la Iglesia. Continuando su reflexión sobre la acción del Espíritu Santo en la oración cristiana, se ha centrado en “el Espíritu Santo y el abba de los creyentes” (palabra equivalente a nuestro “papá”). Cinco pasos pueden destacarse en el texto.
El cristianismo es la religión de los hijos
1. El cristianismo es la religión de los hijos. Así lo mostró Jesús incluso en el momento más dramático de su vida terrena, en Getsemaní (cf. Mc 14, 36) enseñándonos a aceptar la voluntad del Padre, también con el Padrenuestro (Mt. 6, 9-10). Según San Pablo, el Espíritu Santo grita en nosotros: ¡abba, Padre! (Ga. 4, 6-7) y nos lleva a gritar lo mismo con él (cf. Rm. 8, 15). De ahí que, según el Papa, “el cristianismo no es una religión del miedo, sino de la confianza y del amor al Padre que nos ama”. Por el Espíritu Santo, que se nos da en la fe y en los sacramentos (especialmente en el bautismo y la confirmación) somos hechos hijos de Dios en su Hijo y llamados a ser santos (cf. Ef. 1,4).
En este punto se detiene Benedicto XVI, como mirando nuestro mundo: “Tal vez el hombre de hoy no percibe la belleza, la grandeza y el consuelo profundo que se contienen en la palabra ‘padre’ con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque hoy a menudo no está suficientemente presente la figura paterna, y con frecuencia incluso no es suficientemente positiva en la vida diaria”. Así es por muchos factores: se ha dicho que hay en nuestra cultura occidental una gran nostalgia del padre, una necesidad de volver al padre.
Cristo nos muestra al Padre
2. Cristo nos muestra al Padre. Pues bien, Jesús, por su relación filial con Dios, nos enseña qué es ser “padre”, a partir del Padre que está en los cielos. De nuevo el Papa evoca nuestra cultura, esta vez los críticos de la religión, cuando dicen que hablar de Dios como “padre" sería una proyección de nuestros padres hasta el cielo. “Pero es verdad lo contrario: en el Evangelio, Cristo nos muestra quién es padre y cómo es un verdadero padre; así podemos intuir la verdadera paternidad, aprender también la verdadera paternidad”. Jesús, con sus palabras (por ejemplo, y de modo asombroso, en Mt. 5,44-45), y, sobre todo, con su entrega, nos enseña quién y cómo es el Padre: “Él es el Amor, y también nosotros, en nuestra oración de hijos, entramos en este circuito de amor, amor de Dios que purifica nuestros deseos, nuestras actitudes marcadas por la cerrazón, por la autosuficiencia, por el egoísmo típicos del hombre viejo”.
Dos dimensiones de un mismo amor
3. Dos dimensiones de nuestra filiación divina. La paternidad de Dios sobre nosotros, explica Benedicto XVI, tiene como dos dimensiones (cabría decir, como dos etapas de un mismo amor): en primer lugar es Padre como Creador, y el libro del Génesis lo expresa diciendo que estamos creados “a imagen de Dios” (cf. Gn 1, 27). Así lo dice el Papa: “Dios es nuestro padre, para él no somos seres anónimos, impersonales, sino que tenemos un nombre. Hay unas palabras en los Salmos que me conmueven siempre cuando las rezo: ‘Tus manos me hicieron y me formaron’ (Sal 119, 73), dice el salmista. Cada uno de nosotros puede decir, en esta hermosa imagen, la relación personal con Dios: ‘Tus manos me hicieron y me formaron. Tú me pensaste, me creaste, me quisiste’”.
Pero además el Espíritu Santo nos hace hijos en un sentido nuevo y más profundo, a través de Jesús, Hijo de Dios. Aunque no podemos serlo en el sentido pleno en que lo es Jesús (su Hijo por naturaleza), observa el Papa, “nosotros debemos llegar a serlo cada vez más, a lo largo del camino de toda nuestra existencia cristiana, creciendo en el seguimiento de Cristo, en la comunión con él para entrar cada vez más íntimamente en la relación de amor con Dios Padre, que sostiene la nuestra”. Y esto es lo que, según San Pablo, se manifiesta en nuestra oración con el grito interior: ¡abba, Padre!
En la oración, el Espíritu Santo nos lleva al Padre, dentro de la familia de Dios
4. En la oración, el Espíritu Santo nos lleva a conocer al Padre, dentro de la familia de Dios (la Iglesia). También en nuestra oración Benedicto XVI observa como dos pasos. Primero, de Dios viene la iniciativa (cf. Ga 4, 6) y nosotros respondemos a ese impulso (cf. Rm 8, 15). Esto es así porque “desde que existe, el homo sapiens siempre está en busca de Dios, trata de hablar con Dios, porque Dios se ha inscrito a sí mismo en nuestro corazón”.
Segundo, continúa el Papa, “la oración del Espíritu de Cristo en nosotros y la nuestra en él, no es sólo un acto individual, sino un acto de toda la Iglesia. Al orar, se abre nuestro corazón, entramos en comunión no sólo con Dios, sino también propiamente con todos los hijos de Dios, porque somos uno”. Esto no solamente sucede cuando estamos en el templo, sino también cuando rezamos solos: “Cuando nos dirigimos al Padre en nuestra morada interior, en el silencio y en el recogimiento, nunca estamos solos. Quien habla con Dios no está solo”.
Una gran sinfonía, un gran mosaico
Y utilizando una de sus imágenes favoritas, procedente de la música, añade Benedicto XVI: “Estamos inmersos en la gran oración de la Iglesia, somos parte de una gran sinfonía que la comunidad cristiana esparcida por todos los rincones de la tierra y en todos los tiempos eleva a Dios; ciertamente los músicos y los instrumentos son distintos —y este es un elemento de riqueza—, pero la melodía de alabanza es única y en armonía”.
Esto, observa, también se refleja en la pluralidad de los carismas, de los ministerios, de las tareas, que realizamos en la comunidad cristiana (cf. 1 Co 12, 4-6). “La oración guiada por el Espíritu Santo, que nos hace decir ‘¡Abba, Padre!’ con Cristo y en Cristo, nos inserta en el único gran mosaico de la familia de Dios, en el que cada uno tiene un puesto y un papel importante, en profunda unidad con el todo”.
Gracias a la respuesta plena de María
5. La filiación divina es posible por el sí de María. Todo ello ha sido posible por la adhesión plena de María a la voluntad de Dios (cf. Lc. 1, 38).
Como conclusión Benedicto XVI nos exhorta: “Aprendamos a gustar en nuestra oración la belleza de ser amigos, más aún, hijos de Dios, de poderlo invocar con la intimidad y la confianza que tiene un niño con sus padres, que lo aman”. Abramos nuestra oración a la acción del Espíritu Santo, para que cambie nuestro pensamiento y nuestra acción conforme a Cristo.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 29-V-2012)