Van Gogh, El buen samaritano (1890)
Romano Guardini falleció en Munich, el 1 de octubre de 1968. En una conferencia pronunciada en esa misma ciudad, en 1956, el ilustre profesor italoalemán explicó la diferencia que, según el Evangelio, hay entre el “prójimo” en apuro y el “próximo”. No se debe entender el prójimo sin más en el sentido del miembro de la propia familia, del amigo o cercano en el grupo social o cultural; es decir, aquél con el que nos unen estrechos vínculos de sangre, intereses o simpatía; porque en realidad, éste pertenece a uno mismo, al dominio de lo propio. En cambio, fuera de ese ámbito, las necesidades de los “ajenos” se interpretan frecuentemente como un desafío al propio bienestar. Sin embargo, en opinión de Guardini y algunos otros, el necesitado no tan “próximo”, tiene una tarea importante dentro del conjunto de la existencia: “defender a los que no sufren –a los sanos, enérgicos, bien acomodados– de los peligros del egoísmo, de la despreocupación, de la dureza, y aun de la crueldad”.
Entonces, ¿quién es el prójimo?
Con ejemplos bien concretos de la historia reciente, Guardini argumenta diciendo que la frase “ahí hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla", no es un sentimiento natural o espontáneo, por mucho que lo pretenda la mentalidad común de la época moderna. Y la cuestión estriba en que para ser verdadera la admonición interior que expresa, debe ser percibida ante toda persona: “Es decir, no sólo ante la persona estrechamente ligada a nosotros, simpática, sino también ante aquel que no logra serlo; no sólo ante la persona dotada y hermosa, sino también ante el mediocre, y aun el retrasado; no sólo ante el rico y el cultivado, sino también ante el pobre y el mísero. Si esa frase ha de ser cierta, la admonición debe atravesar por medio de toda distinción, y dirigirse a algo que determine al hombre como tal, sea como sea por lo demás. Y si, no obstante, han de notarse distinciones, entonces, que sea según este principio: Cuanto más pobre y pequeño el hombre, más apremiante es la obligación de ayudarlo”.
Para aclarar la perspectiva cristiana, hay que recordar ante todo que, con la parábola del buen samaritano, Jesús rompió todas las fronteras de pueblo y grupo social, riqueza y cultura, para enseñar que el primer prójimo es que el necesita de ayuda, sea quien sea, y no como un principio vago o abstracto, sino aquél necesitado que está ante mí, aquí y ahora, porque el Padre del cielo lo ha puesto en el camino de mi vida.
El prójimo no sólo es el próximo
Pero con eso –observa agudamente Guardini– todavía no se ha comprendido en profundidad el Evangelio; porque Jesús afirma que Él mismo aparece en esos “más pequeños”, más necesitados (Mt 25, 40), precisamente en ellos, que no pueden aducir ninguna de las diversas razones naturales para mover el interés de ayudar: ni admiración, ni simpatía, ni utilidad. En el fondo, todo ello nos está diciendo que Jesús nos ha hecho hermanos de todas las personas del mundo, hijos e hijas de Su Padre. Y desde esta última definición de la persona (hijo de Dios en Cristo) y del mundo (llamado a ser la fraternidad de los hijos de Dios), que señala el horizonte pleno del “mandamiento nuevo” (Jn 2, 8), se decide todo lo definitivo (Mt 25, 34-40).
Abrir los ojos y el corazón
Situándose en la línea guardiniana, escribe Benedicto XVI en Jesús de Nazaret (volumen primero): “La fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe”. Y más adelante “Yo tengo que convertirme en prójimo, de forma que el otro cuente para mí tanto como yo mismo… Tengo que llegar a ser una persona que ama, una persona de corazón abierto que se conmueve ante la necesidad del otro. Entonces encontraré a mí prójimo, o mejor dicho, será él quien me encuentre”. De esta manera, el Evangelio abre a “una nueva universalidad basada en el hecho de que, en mi interior, yo soy hermano de todo aquel que me encuentro y que necesita mi ayuda”.
¡Hay a nuestro alrededor, observa el Papa, tantas personas explotadas y maltratadas (como las víctimas de la droga, del tráfico de personas, del turismo sexual), personas destrozadas interiormente, vacías en medio de la riqueza material! Eso nos afecta y nos llama a tener los ojos y el corazón de quien es prójimo, y el valor de amar al prójimo. “Lo conseguiremos –concluye– si somos prójimos desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicio se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de mi existencia y cómo puedo prestarlo yo”. Ahí está la verdadera proximidad del prójimo.
Publicado en “Alfa y Omega”, 4-X-2007
Reproducido en el libro "Al hilo de un pontificado: el gran sí de Dios"
ed. Eunsa, 2010