El encuentro con los jóvenes y los catequistas congoleños (cf. Discurso en el Estadio de los mártires, Kinshasa, 2-II-2023) fue, según Francisco, “entusiasmante”. Con una catequesis apoyada en los cinco dedos de la mano, les indicó cinco caminos por los que podían encauzar su grito que invoca paz y justicia, como fuerza de renovación humana y cristiana: la oración, la comunidad, la honestidad, el perdón y el servicio.
El dedo pulgar, más cercano al corazón –explicaba el Papa– nos puede hablar de la necesidad de la oración, como “agua del alma”, como “el arma más potente”, “compañera de viaje cada día”; pues sin una oración viva y sin el trato personal con Jesús no podemos hacer nada. “Levanta cada día las manos hacia Él para alabarlo y bendecirlo; grítale las esperanzas de tu corazón, confíale los secretos más íntimos de la vida: la persona que amas, las heridas que llevas dentro, los sueños que tienes en el corazón. Cuéntale acerca de tu barrio, de tus vecinos, de tus maestros y compañeros, de tus amigos y coetáneos; cuéntale de tu país”.
El dedo índice, con el que indicamos algo a los demás –continuaba–, nos puede remitir a la comunidad. “Piénsense siempre juntos y serán felices –les aconsejó Francisco–, porque la comunidad es el camino para estar bien consigo mismo, para ser fieles a la propia llamada. Las decisiones individualistas –la droga, el ocultismo y la brujería, el miedo, la venganza y la rabia– , en cambio, al principio parecen atrayentes, pero después sólo dejan un gran vacío interior”. Para conectar de verdad con los demás, no bastan las redes sociales ni las pantallas de los móviles; hay que hablar y escuchar realmente a los demás, sentirte responsable de ellos, protagonistas de fraternidad, de un mundo más unido. De esto son testigos los santos y los mártires.
El dedo central puede representar la honestidad. Esto significa no dejarse enredar por la corrupción, por la idolatría del propio yo o por el uso de los demás en lugar de servirlos. El consejo de san Pablo es: No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rm 12,21).
El Papa les interpelaba con fuerza: “Cada uno de ustedes tiene un tesoro que nadie puede robarles. Es vuestra capacidad de decidir. (…) No permitan que sus vidas sean arrastradas por la corriente contaminada; no se dejen llevar como un tronco seco en un río de lodo. Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción, que son persuasivos pero envenenados”.
En el dedo anular se ponen los anillos nupciales. Por ser el más débil, nos puede recordar que las grandes metas de la vida pasan a través de la fragilidad, sin abrumarse por problemas inútiles, “como por ejemplo transformar el valor simbólico de la dote en un precio casi de mercado” (como sucede allí con frecuencia). Y la fuerza que nos permite ir adelante es el perdón: “Porque perdonar quiere decir saber empezar de nuevo. Perdonar no significa olvidar el pasado, sino no resignarse a que se repita. Es cambiar el curso de la historia. Es levantar al que ha caído. Es aceptar la idea de que nadie es perfecto y que no sólo yo, sino que todos tienen el derecho de empezar de nuevo”. Y la capacidad para perdonar se consigue dejándonos perdonar por Dios mediante la confesión de los pecados. Eso nos dará “el estilo de Dios”, capaz de renovar la historia, empezar siempre de nuevo.
Finalmente –concluye el sucesor de Pedro– está el dedo más pequeño; porque lo pequeño es lo que atrae a Dios. El que sirve se hace pequeño, aparentemente desaparece, pero da fruto. Y según Jesús, el servicio es el poder que transforma el mundo. “Por eso –concreta Francisco–, la pequeña pregunta que puedes atarte al dedo cada día es: ¿qué puedo hacer yo por los demás? Es decir, ¿cómo puedo servir a la Iglesia, a mi comunidad, a mi país?”. Teniendo en cuenta que en muchos lugares de África los catequistas son los que mantienen vivas a las comunidades cristianas, el Papa les agradeció su servicio, su luz y su esperanza, y les pidió que no se desanimen nunca, porque Jesús no les deja solos.
El dedo pulgar, más cercano al corazón –explicaba el Papa– nos puede hablar de la necesidad de la oración, como “agua del alma”, como “el arma más potente”, “compañera de viaje cada día”; pues sin una oración viva y sin el trato personal con Jesús no podemos hacer nada. “Levanta cada día las manos hacia Él para alabarlo y bendecirlo; grítale las esperanzas de tu corazón, confíale los secretos más íntimos de la vida: la persona que amas, las heridas que llevas dentro, los sueños que tienes en el corazón. Cuéntale acerca de tu barrio, de tus vecinos, de tus maestros y compañeros, de tus amigos y coetáneos; cuéntale de tu país”.
El dedo índice, con el que indicamos algo a los demás –continuaba–, nos puede remitir a la comunidad. “Piénsense siempre juntos y serán felices –les aconsejó Francisco–, porque la comunidad es el camino para estar bien consigo mismo, para ser fieles a la propia llamada. Las decisiones individualistas –la droga, el ocultismo y la brujería, el miedo, la venganza y la rabia– , en cambio, al principio parecen atrayentes, pero después sólo dejan un gran vacío interior”. Para conectar de verdad con los demás, no bastan las redes sociales ni las pantallas de los móviles; hay que hablar y escuchar realmente a los demás, sentirte responsable de ellos, protagonistas de fraternidad, de un mundo más unido. De esto son testigos los santos y los mártires.
El dedo central puede representar la honestidad. Esto significa no dejarse enredar por la corrupción, por la idolatría del propio yo o por el uso de los demás en lugar de servirlos. El consejo de san Pablo es: No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rm 12,21).
El Papa les interpelaba con fuerza: “Cada uno de ustedes tiene un tesoro que nadie puede robarles. Es vuestra capacidad de decidir. (…) No permitan que sus vidas sean arrastradas por la corriente contaminada; no se dejen llevar como un tronco seco en un río de lodo. Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción, que son persuasivos pero envenenados”.
En el dedo anular se ponen los anillos nupciales. Por ser el más débil, nos puede recordar que las grandes metas de la vida pasan a través de la fragilidad, sin abrumarse por problemas inútiles, “como por ejemplo transformar el valor simbólico de la dote en un precio casi de mercado” (como sucede allí con frecuencia). Y la fuerza que nos permite ir adelante es el perdón: “Porque perdonar quiere decir saber empezar de nuevo. Perdonar no significa olvidar el pasado, sino no resignarse a que se repita. Es cambiar el curso de la historia. Es levantar al que ha caído. Es aceptar la idea de que nadie es perfecto y que no sólo yo, sino que todos tienen el derecho de empezar de nuevo”. Y la capacidad para perdonar se consigue dejándonos perdonar por Dios mediante la confesión de los pecados. Eso nos dará “el estilo de Dios”, capaz de renovar la historia, empezar siempre de nuevo.
Finalmente –concluye el sucesor de Pedro– está el dedo más pequeño; porque lo pequeño es lo que atrae a Dios. El que sirve se hace pequeño, aparentemente desaparece, pero da fruto. Y según Jesús, el servicio es el poder que transforma el mundo. “Por eso –concreta Francisco–, la pequeña pregunta que puedes atarte al dedo cada día es: ¿qué puedo hacer yo por los demás? Es decir, ¿cómo puedo servir a la Iglesia, a mi comunidad, a mi país?”. Teniendo en cuenta que en muchos lugares de África los catequistas son los que mantienen vivas a las comunidades cristianas, el Papa les agradeció su servicio, su luz y su esperanza, y les pidió que no se desanimen nunca, porque Jesús no les deja solos.