domingo, 24 de junio de 2012

Misa, adoración, vida

Rafael, Disputa del Sacramento (h. 1509), Museos Vaticanos

Rafael pintó en 1509 una de sus obras maestras, que se conoce como “la disputa del sacramento”, y que se podría llamar mejor la exaltación o la contemplación y el diálogo sobre la realidad asombrosa de la Eucaristía. En la parte superior se representa la Iglesia en el cielo: bajo el Padre, Cristo resucitado, flanqueado por la Virgen y San Juan Bautista, y rodeado por los ángeles y los santos. En la parte inferior, la Iglesia peregrina en la historia, en torno a la Eucaristía, que por la acción del Espíritu Santo, enlaza la tierra con el cielo.

     En la basílica de San Juan de Letrán, la tarde del Corpus, 7 de junio, Benedicto XVI celebraba la misa, antes de la procesión. En la homilía aclara dos aspectos de la Eucaristía: el culto eucarístico y su carácter sagrado.

lunes, 18 de junio de 2012

El camino cristiano: libertad y vida plena


Crucero en el campus de la Universidad de Navarra

En su meditación ante la asamblea eclesial de Roma en San Juan de Letrán, el 11 de junio, Benedicto XVI ha explicado por qué no es suficiente conocer la doctrina de Jesús, sino que es necesario ser bautizados (cf. Mt 28, 19).
      La reflexión tiene dos grandes partes. La primera desarrolla el significado y las consecuencias del bautismo. La segunda analiza la estructura del rito bautismal. A lo largo de su discurso, el Papa va señalando importantes implicaciones para la vida cristiana en la actualidad. 



La vida cristiana es salir de sí mismo y vivir para los demás

      Entrando en el sentido del bautismo, destaca el hecho de que bautizar “en nombre del Padre” significa la “inmersión” del bautizado en la vida de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Y por tanto, la llamada a ser testigos del Dios vivo (cf. Mt 22, 31-32).

      Esto tiene varias consecuencias. La primera, señala el Papa, la cercanía, “la prioridad, la centralidad de Dios en nuestra vida”. Por tanto, hemos de tener en cuenta esta presencia de Dios y vivir realmente en su presencia.

      Segunda, no somos nosotros los que nos hacemos cristianos. Lo explica Benedicto XVI: “Así como yo no me doy la vida, sino que la vida me es dada (…), así también el ser cristiano me es dado (…)”. Y esto, el que no nos hacemos a nosotros mismos cristianos, sino que somos hechos cristianos por Dios, “implica ya un poco el misterio de la cruz: sólo puedo ser cristiano muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo”.

      De lo anterior se sigue, según el Papa, que al estar inmerso en Dios, estoy unido a mis hermanos y hermanas, que también están unidos a Él; así salgo de mi aislamiento y quedo inmerso en la comunión con los otros. Es decir: “Ser bautizados nunca es un acto “mío” solitario, sino que siempre es necesariamente un estar unido con todos los demás, un estar en unidad y solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo, con toda la comunidad de sus hermanos y hermanas”. El bautismo rompe así mi aislamiento, y esto es clave para el cristiano.

       Cuarta y última consecuencia. Puesto que Dios es un Dios vivo y Dios de vivos (cf. Mt 22, 32), el bautismo es una primera etapa de la resurrección”, entramos para siempre en la inmortalidad, en la vida indestructible de Dios. 


Un camino de vida plena

       La segunda parte es un análisis del rito sacramental, su “materia” y su “palabra”. Ante todo, el Papa considera que el bautismo se realiza a través de la imposición del agua –materia del sacramento-. Esto es importante pues expresa que “el cristianismo no es algo puramente espiritual, algo solamente subjetivo, del sentimiento, de la voluntad, de ideas, sino que es una realidad cósmica
”.

      En cuanto a “la palabra” del bautismo, se presenta de tres formas: renuncias, promesas e invocaciones. Según Benedicto XVI, no se trata solamente de palabras sino de un camino de vida, al que decimos “sí” y que se extiende a toda nuestra existencia.

      El Papa se fija en las tres “renuncias”: al mal, al pecado y a Satanás. Primero, se renuncia al mal, “a la pompa del diablo”, como se decía en los primeros siglos: “La pompa del diablo eran sobre todo los grandes espectáculos sangrientos, en los que la crueldad se convierte en diversión”. Además esto significaba renunciar a “
un tipo de cultura, de un way of life, de un estilo de vida, en el que no cuenta la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación, y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere destruir y considerarse sólo a sí mismos vencedores. En resumen, es una renuncia muy real, “la renuncia a un tipo de cultura que es una anticultura, contra Cristo y contra Dios. A esto le llama el evangelio de San Juan “este mundo”, no en el sentido del mundo creado o del hombre, sino de un modo de vivir que “se impone como si fuera este el mundo”. Así que “estar bautizados significa sustancialmente emanciparse, liberarse de esta cultura”.

      Esto se cumple también en la vida actual: “
También hoy conocemos un tipo de cultura en la que no cuenta la verdad; aunque aparentemente se quiere hacer aparecer toda la verdad, cuenta sólo la sensación y el espíritu de calumnia y de destrucción. Una cultura que no busca el bien, cuyo moralismo es, en realidad, una máscara para confundir, para crear confusión y destrucción. Contra esta cultura, en la que la mentira se presenta con el disfraz de la verdad y de la información, contra esta cultura que busca sólo el bienestar material y niega a Dios, decimos 'no'”, porque es una cultura que intenta ponerse por encima de Dios, una cultura del mal. 


Renuncia al pecado para vivir en libertad

      Otra renuncia es la renuncia al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios. “
Hoy libertad y vida cristiana, observancia de los mandamientos de Dios, van en direcciones opuestas; ser cristianos sería una especie de esclavitud; libertad es emanciparse de la fe cristiana, emanciparse —en definitiva— de Dios”.

      Hoy, continúa explicando, se considera que Dios es demasiado grande para que yo lo pueda ofender. Esto “parece verdad, pero no es verdad” porque “en Cristo crucificado vemos que Dios se hizo vulnerable” hasta la muerte. Por tanto, “
el amor de Dios es vulnerabilidad, el amor de Dios es interés por el hombre, el amor de Dios quiere decir que nuestra primera preocupación debe ser no herir, no destruir su amor, no hacer nada contra su amor, porque de lo contrario vivimos también contra nosotros mismos y contra nuestra libertad”. También por eso, “en realidad, esta aparente libertad en la emancipación de Dios se transforma inmediatamente en esclavitud de tantas dictaduras de nuestro tiempo, que se deben acatar para ser considerados a la altura de nuestro tiempo”.

      Y finalmente, apunta el Papa, en el bautismo se renuncia a Satanás, al “no” que él representa frente a Dios, y que “coordina todas estas actividades y se quiere ser dios de este mundo (…). Pero no es Dios, es sólo el adversario, y nosotros no nos sometemos a su poder; nosotros decimos ‘no’ porque decimos ‘sí’, un ‘sí’ fundamental, el ‘sí’ del amor y de la verdad”. 


La fe como Vida, Cristo como camino

      Pues bien, evoca Benedicto XVI, estas tres renuncias, en el antiguo rito del bautismo se acompañaban de tres inmersiones en el agua como símbolo de la muerte, “de un ‘no’ que realmente es la muerte de un tipo de vida y resurrección a otra vida”. Y esto era seguido de la confesión de la fe en el Padre omnipotente, en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre y en el Espíritu Santo, con toda su acción en la historia y en la Iglesia, comunión de los santos. Y todo se desarrollaba no simplemente como una fórmula sino como un diálogo.

     Esto es signo de que “
la profesión de la fe no es sólo algo para comprender, algo intelectual, algo para memorizar —ciertamente, también es esto—; toca también el intelecto, toca también nuestro vivir, sobre todo”. Y esto le parece muy importante: “Es un diálogo de Dios con nosotros, una acción de Dios con nosotros, y una respuesta nuestra; es un camino.

      Continúa el Papa concretando esto en relación con Cristo y la vida cristiana: “
La verdad de Cristo sólo se puede comprender si se ha comprendido su camino. Sólo si aceptamos a Cristo como camino comenzamos realmente a estar en el camino de Cristo y podemos también comprender la verdad de Cristo”. Porque la verdad que no se vive no se abre; sólo la verdad vivida, la verdad aceptada como estilo de vida, como camino, se abre también como verdad en toda su riqueza y profundidad”. Y concluye diciendo que la vida cristiana es comunión de camino con Dios, con Cristo. “Y así estamos en comunión con la verdad: viviendo la verdad, la verdad se transforma en vida, y viviendo esta vida encontramos también la verdad”. 


Una vida nueva: bautismo y libertad

      ¿Y el agua? El agua significa que el bautismo no sólo es una ceremonia, un rito antiguo, un lavado. Es mucho más. En primer lugar el agua es símbolo del mar, del paso (liberador) por el mar Rojo, y también de la muerte y de la cruz: “es muerte a una cierta existencia, y renacimiento a una nueva vida”. También el agua bautismal es símbolo de la fuente vital, pues “toda vida viene también del agua, del agua que viene de Cristo como la verdadera vida nueva que nos acompaña a la eternidad”.

      Termina Benedicto XVI con una palabra sobre el bautismo de los niños. Hoy surge con frecuencia la pregunta de si se puede imponer la religión a un niño, o esperar a que él escoja. Esto, señala el Papa, muestra que “
ya no vemos en la fe cristiana la vida nueva, la verdadera vida, sino que vemos una opción entre otras, incluso un peso que no se debería imponer sin haber obtenido el asentimiento del sujeto”. Pero la realidad es distinta: “La vida misma se nos da sin que podamos nosotros elegir si queremos vivir o no”.

           ¿Es justo, entonces, dar la vida sin pedir permiso al interesado? Benedicto XVI entiende que dar la vida “
sólo es posible y es justo si, con la vida, podemos dar también la garantía de que la vida, con todos los problemas del mundo, es buena, que es un bien vivir, que hay una garantía de que esta vida es buena, que está protegida por Dios y que es un verdadero don”. Y esa garantía, explica aquí, es el bautismo, como anticipación del ‘sí’ de Dios que protege y justifica la vida. Por eso el bautismo de los niños no va contra la libertad; y es precisamente necesario para justificar el bien de la vida, que consiste en vivir en ese gran “sí” de Dios.

      En efecto. De un lado, Dios llama a todos al bautismo, que introduciendo en la vida cristiana significa y realiza, como acabamos de ver, la vida humana solidaria y plena. Por eso mismo y a la vez, los cristianos tenemos un deber especial de colaborar para que se mejoren las condiciones de vida, como signo de que la dignidad de la vida humana pide un cierto desarrollo tanto material como espiritual. En ese marco, adquirimos, también, desde el bautismo, el compromiso de anunciar ese gran “sí” que Dios ha dado, en Cristo, a la vida humana. Un sí que pide nuestra apertura a Dios y a los demás.


(publicado en www.analisisdigital.com, 18-VI-2012) 

viernes, 15 de junio de 2012

Fuerza de la oración y vida ordinaria

M. Chagall, Paris through the window (1913), Museo Guggenheim, Nueva York


En la audiencia general del 13 de junio, Benedicto XVI ha presentado la fuerza de la oración cristiana, también en la vida ordinaria, a partir de un texto de san Pablo (cf. 2 Co 12, 1-10). 



Dios actúa por medio de nuestra oración


     Para legitimar su apostolado, san Pablo subraya no sus realizaciones personales, sus esfuerzos y éxitos, sino la acción de Dios en él, por medio de la oración, y a través de él. San Pablo llegó a tener revelaciones extraordinarias, de modo que, en palabras de Benedicto XVI, “el Señor lo tomó totalmente, lo atrajo hacia sí, como lo había hecho en el camino de Damasco en el momento de su conversión” (cf. Flp. 3, 12).

     En un segundo momento, san Pablo continúa diciendo que precisamente para que no caiga en la soberbia por las revelaciones recibidas, Dios permite que el apóstol lleve en sí una “espina”, un “aguijón” (cf. 2 Co 12, 7), una debilidad o flaqueza que le hace sufrir y pedir tres veces ser liberado de ella. Pero experimenta que Dios le responde: “Mi gracia te basta; que mi fuerza se realiza en la flaqueza” (v. 9). 



A pesar de nuestras debilidades

     El Papa se admira de cómo san Pablo ha comprendido hasta el fondo lo que significa ser apóstol: se complace incluso en sus flaquezas, “es decir, no se enorgullece de sus acciones, sino de la actividad de Cristo que obra precisamente en su debilidad” (cf. vv. 9-10). San Pablo es consciente de ser un “siervo inútil”, un “vaso de barro”. En su oración se da cuenta de cómo debe afrontar todos sus sufrimientos, dificultades y persecuciones: “abriéndose con confianza a la acción del Señor”. Porque hace oración comprende que “cuando uno experimenta la propia debilidad, se manifiesta el poder de Dios, que no abandona, no te deja solo, sino que se convierte en apoyo y fuerza”.

     Por eso, aunque Pablo ha pedido ser librado de esa “espina”, es como si Dios le respondiese: “No, eso es para ti. Tendrás la gracia suficiente para resistir y hacer lo que debe hacerse”.

     Como en otras ocasiones, Benedicto XVI nos invita a hacer nuestras esas actitudes auténticamente cristianas. La profunda humildad y confianza de san Pablo en Dios es también fundamental en nuestra vida y ante nuestras debilidades.Y esa “respuesta” de Dios vale para nosotros: “El Señor no nos libera de los males, más bien nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones” (cf. vv. 16 y 17); pues aunque las dificultades sean grandes, comparadas con la grandeza del amor de Dios, parecen ligeras. 



Humildad y confianza en Dios

     Humildad: “En la medida en que crece nuestra unión con el Señor y se intensifica nuestra oración, también nosotros vamos a lo esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, de nuestras capacidades lo que realiza el Reino de Dios, sino es Dios que obra maravillas a través de nuestra debilidad, de nuestra insuficiencia para lo encomendado”.

     Confianza en Dios: en las dos “revelaciones” que relata San Pablo (la primera con motivo de su conversión y la segunda como experiencia contemplativa, cf. Hch 9, 4 y 2 Co 12, 9), queda clara la enseñanza. “Solo la fe, el confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que no nos abandona, es la garantía de no trabajar en vano. Así la gracia del Señor ha sido la fuerza que acompañó a san Pablo en el enorme esfuerzo por difundir el Evangelio, y su corazón ha entrado en el corazón de Cristo, haciéndose capaz de dirigir a otros hacia Aquel que murió y resucitó por nosotros”.

     “En la oración ‑­invita el Papa- abrimos, por lo tanto, nuestro ánimo al Señor para que Él venga a habitar en nuestra debilidad, transformándola en fuerza para el Evangelio”, así como por la encarnación del Hijo de Dios, ha “puesto su tienda” entre nosotros para iluminar y transforma nuestra vida y el mundo.

     Esto evoca la escena de la transfiguración en el monte Tabor (cf. Mc 9, 5 ss). Pero ahí también se aprende que “contemplar al Señor es, al mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante, porque nos atrae hacia él y rapta nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su altura donde experimentamos la paz, la belleza de su amor; tremendo porque pone al descubierto nuestra debilidad humana, nuestra deficiencia, el esfuerzo para superar al Maligno que amenaza nuestras vidas, esa espina también clavada en nuestra carne”. Lo importante es que “En la oración, en la contemplación cotidiana del Señor, recibimos la fuerza del amor de Dios” para vencer todas las dificultades (cf. Rm 8, 38-39).

     Es de notar la advertencia de Benedicto XVI “en un mundo donde hay el riesgo de confiar únicamente en la eficiencia y el poder de los medios humanos”. Precisamente “en este mundo estamos llamados a redescubrir y dar testimonio del poder de Dios que se comunica en la oración, con la que crecemos cada día en configurar nuestra vida a la de Cristo”, que se hizo débil para manifestar el poder de Dios que también a nosotros nos hace vivir (cf. 2 Co 13,4). 



Mística cristiana y vida ordinaria

     En la última parte de su audiencia, el Papa se refiere a la relación entre la mística cristiana y la vida ordinaria. Se ha dicho (A. Schweitzer) que Pablo era simplemente un místico. Pero la mística de San Pablo, señala el Papa, “no se fundamenta solo sobre la base de los acontecimientos extraordinarios que experimentó, sino también en la cotidiana e intensa relación con el Señor, que siempre lo ha sostenido con su gracia”. Y añade: “La mística no lo ha alejado de la realidad, por el contrario, le dio la fuerza para vivir cada día para Cristo y para construir la Iglesia hasta el fin del mundo en ese momento”.

     También para nosotros (y esto sin duda adquiere un relieve especial para los fieles laicos) “La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza para permanecer de tal modo, que se pueda hacer lo que se debe hacer en el mundo”. También en la oración podemos quizá experimentar algunos momentos de más intensidad, en que notemos la presencia del Señor, “pero es importante la constancia, la fidelidad en la relación con Dios, especialmente en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios”. Así, dice Benedicto XVI, solamente si estamos “aferrados al amor de Cristo” podremos afrontar como san Pablo las dificultades (cf. Flp. 4, 13). Y cuanto más espacio demos a la oración, más descubriremos “la fuerza concreta del amor de Dios”, a pesar de la aridez, como testimonia la vida de la beata Madre Teresa de Calcuta.

     La conclusión es una insistencia sobre este punto: “La contemplación de Cristo en nuestra vida no nos saca –como he dicho– de la realidad, sino que nos hace aún más partícipes de las experiencias humanas, porque el Señor, atrayéndonos hacia sí en la oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a cada hermano en su amor”.

     Así es. Y la oración contemplativa, como predicaba San Josemaría, es no solamente posible sino necesaria, también para los cristianos llamados a la santidad en medio del mundo.




(publicado en www.religionconfidencial.com, 14-VI-12)

jueves, 7 de junio de 2012

Abrir las puertas a Dios y a los demás


Portada del nuevo libro

(Un nuevo libro)


Este libro es continuación de otro ya publicado: Al Hilo de un Pontificado: el gran “sí” de Dios (Eunsa, 2010).



Al hilo de un pontificado (2)


      También este volumen está compuesto de reflexiones breves, como cartas sobre la fe, como ventanas para mirar el horizonte de la vida cristiana en el tiempo que a cada uno Dios nos concede. Por tanto, no estamos ante una antología de textos del Papa ni un tratado sobre la teología de Benedicto XVI.

      Los destinatarios siguen siendo los jóvenes de todas las edades, porque, mucho más que los que son jóvenes sólo en edad (que también se cansan y fatigan, desfallecen y caen), “los que esperan en el Señor renuevan su fuerza, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan” (Is 40, 31).

     En el primer volumen, la expresión el gran ‘sí’ de Dios se inspiraba en un pasaje de sabor paulino, muy querido por Benedicto XVI: San Pablo escribe en la segunda carta a los corintios que Jesucristo fue el sí de Dios a las promesas de la salvación (Cf. 2 Co 1, 19-20).

     Entre otros lugares de su pontificado donde pueden encontrarse referencias a este tema, el Papa decía en Verona (19-X-2006) que a través del testimonio multiforme de los cristianos “debe brotar sobre todo el gran ‘sí’ que en Jesucristo Dios dijo al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; y, por tanto, cómo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegría al mundo. En efecto, el cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia”. 



* * *

¿Por qué abrir las puertas a Dios y a los demás?

      Abrir las puertas a Dios y a los demás es, en cambio, el título del presente libro. No se encuentra así, dicho en nuestro lenguaje de hoy, en la Escritura, ni literalmente en la predicación de Benedicto XVI. Pero obviamente es tema que se anuncia ya desde al comienzo de su pontificado:

      “Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana... Queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida” (Homilía en el comienzo del ministerio petrino, 24-IV-2005).

     Abrirse a Dios y abrir también las puertas a los demás es un modo de hablar del amor a Dios y al prójimo, sustancia del mensaje bíblico y centro del cristianismo. “El amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí”. Ahora bien, “el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora” (encíclica Deus caritas est, 25-XII-2005, nn. 14 y 15).

     Como tema principal de una sinfonía, el amor a Dios y a los demás resuena continuamente en las enseñanzas del Papa.

     Abrir las puertas a Dios y, en consecuencia, a los demás, para un cristiano implica ayudar a que el mundo se abra a Dios. En su segunda encíclica, Spe salvi (30-XI-2007), sobre la esperanza cristiana, el Papa explica que el Reino de Dios no lo podemos construir con nuestras fuerzas: es un don suyo. De todas formas, nuestro obrar, nuestra acción o nuestro trabajo, no es indiferente a Dios. Y es entonces donde escribe: “Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como ‘colaboradores de Dios’, han contribuido a la salvación del mundo” (n. 35).

     Baste citar otro de los documentos más importantes firmados por el Benedicto XVI, la Exhortación apostólica Verbum Domini (30-IX-2010): “No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante” (n. 2). “Toda auténtica cultura, si quiere ser realmente para el hombre, ha de estar abierta a la transcendencia, en último término, a Dios” (n. 104).

     En definitiva, todo consiste en abrirse, primero, uno mismo a Dios, especialmente si todavía se está lejos de Él. Luego es necesario abrirse siempre de nuevo y cada vez más, porque la vida cristiana no es otra cosa. Y hacerlo sabiendo que Él va por delante con su iniciativa, atrayendo a todas las personas y todas las cosas hacia su amor. Como fruto del abrirse cada uno a Dios, desde dentro de esa apertura se ensancha siempre el corazón hacia los demás, para llenarse con ellos del amor de Dios. Se trata de colaborar –porque es Dios el que sigue haciéndolo– para que también el mundo se abra a su verdadera Vida, y así, viva en su realidad más fecunda. 



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Desde la JMJ de Madrid-2011


      El prólogo del primer libro aludía al lema propuesto por el Papa a los jóvenes para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que tendría lugar en Madrid en 2011: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7).


      En esta ocasión el prólogo se comienza a escribir el día después de la clausura de la JMJ de 2011. Unos acontecimientos –encuentros y cantos, silencios impresionantes de adoración, e incluso la tormenta que acabó subrayando la serenidad de los congregados en Cuatro Vientos– que debemos conservarlos como María, en la memoria del corazón.

      (...) Fiel al lema propuesto, Benedicto XVI les habló de echar raíces en la amistad con Cristo y entre ellos; de edificar su vida sobre roca, abriéndose a la universalidad de la Iglesia; de desplegar sus alas para experimentar la libertad, ejerciendo la responsabilidad en la preocupación por las necesidades materiales y espirituales de los otros.

      “Una estupenda manifestación de fe para España y para el mundo”. Así calificó el encuentro de Madrid el Papa, haciendo su propio balance el miércoles siguiente. “Para la multitud de jóvenes provenientes de todos los ángulos de la tierra, ha sido una ocasión especial para reflexionar, dialogar, intercambiarse experiencias positivas y, sobre todo, rezar juntos y renovar el compromiso de radicar la propia vida en Cristo, Amigo fiel”. Por eso, concluía, “estoy seguro de que han vuelto con el propósito firme de ser levadura en la masa, llevando la esperanza que nace de la fe” (Audiencia general, 24-VIII-2011).

      En efecto, el día después de la JMJ-Madrid-2011 se abría una etapa nueva que va, desde el corazón de cada uno y de la Iglesia, hacia Dios y hacia los demás.


Del prólogo del libro de R. Pellitero, 
"Abrir las puertas a Dios y a los demás. Al hilo de un pontificado (2)", 
ed. Eunsa, Pamplona 2012 




CONTENIDO



Prólogo
Contar con Dios: el verdadero realismo
Empezar de nuevo con Dios
Al Dios desconocido
Dios está donde se sufre
Reconciliación y nostalgia de Dios
Verdad y adoración
Entre la pesadilla y la ternura. Diálogos sobre Dios
Dios en la plaza pública
Exclusión social, exclusión de Dios
La libertad religiosa, derecho fundamental

Dios sigue viniendo (Adviento y Navidad)
Adviento: puerta de la esperanza
Despertad: Dios sigue llegando
Navidad: el corazón del mundo
El poder del resucitado hecho Niño
Navidad: dejar que se hagan realidad los sueños
Luz de las gentes, familia de Dio
La estrella que aún resplandece

Vivir como proyecto (Cuaresma y Pascua)
La zarza ardiente: el misterio del encuentro (cuaresma)
Mensajes vivos (cuaresma)
Abolir esclavitudes (cuaresma)
Abrirse y abrir el mundo a Dios (pascua)
Vivir como proyecto (pascua)
Dos ciudades (pascua)

Fe, Amor, Esperanza
Sentido de la vida y propuesta cristiana
La fe, camino de belleza
Un torrente de luz y fuerza
La caridad mueve a la justicia
Grandeza de la compasión
Inquietud por el más allá

La Iglesia, familia de Dios
Santidad y juventud de la Iglesia
La barca de Pedro
Aprender de la Iglesia: pedir perdón y perdonar
El eco de un mensaje
La unión hace la vida: 100 años de ecumenismo
Pilares de la unidad
El testimonio común de los cristianos
Celibato y matrimonio: el compromiso fortalecido por la fe
La familia, en cabeza del ranking de valores

Palabra, oración, sacramentos
Lectura de la Biblia y vida cristiana
Palabra de Dios para el mundo
Oración y vida corriente
La oración en la era digital
Comenzar la tarea rezando… y abrir las fronteras
La Eucaristía, remedio para el individualismo
La Eucaristía abre a las necesidades del mundo
El valor educativo de la Confesión
La pedagogía de la Cruz

Responsabilidad por el mundo
Santidad y mundo
Desarrollo y cristianismo
Animar a la política
Políticos y actos religiosos
Al servicio de la verdad y del bien
Responsabilidad por la vida pública
Sólo el amor mueve el mundo

Los jóvenes y la “emergencia educativa”
Niño y pastor
En los bordes de la educación integral
Compromiso educativo
Los jóvenes y el testimonio de la fe
El testigo como educador
Ayudar a vivir en plenitud
El “YouCat” y la sinfonía de la fe
Fe cristiana y universidad
De música y amistad
El sentido cristiano de la sexualidad
Raíces, cimientos, alas: el mensaje de Madrid

Cristianismo y cultura actual
Fe y razón, Teología y Ciencia
El cristianismo no es un moralismo
Ecología humana y revolución cultural
El papel de la Teología en la universidad
Amor que busca entender
Cristianos en las redes sociales
Nuevas tecnologías y fe cristiana
Dragones
Encarnar la fe en la vida y en la inteligencia

El reto de la Nueva evangelización
Renovar y compartir la experiencia de Dios
La catequesis, transmisión de vida cristiana
Hablar con la vida
El panorama de la Nueva Evangelización
Sentido sacerdotal de la vida cristiana
Sacerdotes de hoy
Sacerdotes en el mundo digital
Sin complejos ni mediocridad

Autenticidad, coherencia, compromiso
Vivir la fe
La bondad y sus apariencias
Santidad en lo cotidiano
Ser cristiano: vocación al compromiso
El domingo, la razón y la libertad
Realismo a contracorriente
Juan Pablo II y la sensibilidad social
Testimonio, vigilancia, alegría
María: matriz eterna del amor
 

miércoles, 6 de junio de 2012

Apuntar a lo esencial de la fe y de la vida cristiana





Alguien podría pensar que Benedicto XVI debe tener suficientes problemas, que no le dejan más que un poco de respiro para sujetar, a trancas y barrancas, el timón de la Iglesia. Sin embargo, todo indica que el Papa mantiene el rumbo de modo sereno y clarividente. En un discurso a la Conferencia Episcopal Italiana, el pasado 24 de mayo, ha renovado su propuesta para la próxima celebración del 50 aniversario del Concilio Vaticano II en el marco del Año de la Fe, de un modo que responde con realismo a las necesidades de la nueva evangelización.


Conocer los textos y la finalidad del Concilio Vaticano II

      Una primera meta es la lectura y el estudio de los textos del Concilio: “Que el 50° aniversario de su inicio, que celebraremos en otoño, sea motivo para profundizar en los textos, condición de una recepción dinámica y fiel”.

      En segundo lugar el Papa invita a redescubrir el propósito principal del Concilio como fue señalado por Juan XXIII en su discurso de apertura: “Lo que principalmente atañe al Concilio ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz”. Con estas palabras, señala Benedicto XVI, “el Papa (Juan XXIII) comprometía a los padres a profundizar y a presentar esa doctrina perenne en continuidad con la tradición milenaria de la Iglesia”. Así se deduce de estas otras palabras que también se recogen ahora: “Transmitir la doctrina pura e íntegra sin atenuaciones o alteraciones», sino de un manera nueva, «como exige nuestro tiempo» (Discurso en la apertura solemne del concilio ecuménico Vaticano II, 11 de octubre de 1962). Dos elementos para entender la finalidad del Concilio: custodiar la doctrina de la fe íntegramente; y transmitirla eficazmente de una manera nueva según las necesidades de nuestro tiempo.

      Desde esas coordenadas, según Benedicto XVI, debe entenderse la totalidad del Concilio Vaticano II, para descubrir el modo en que hoy debemos responder a las transformaciones actuales: “Con esta clave de lectura y de aplicación —no en la perspectiva de una inaceptable hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, sino de una hermenéutica de la continuidad y de la reforma— escuchar el Concilio y hacer nuestras sus indicaciones autorizadas constituye el camino para descubrir las modalidades con que la Iglesia puede dar una respuesta significativa a las grandes transformaciones sociales y culturales de nuestro tiempo, que también tienen consecuencias visibles sobre la dimensión religiosa”.


En las circunstancias actuales:  recomenzar desde Dios

      Tercero, se plantea cuáles son las circunstancias actuales. El Papa traza el panorama: una racionalidad científica reducida al método empírico; la marginación de toda norma moral; un secularismo que socava la verdad. (Aunque, al mismo tiempo, “surge, a veces de manera confusa, una singular y creciente demanda de espiritualidad y de lo sobrenatural, signo de una inquietud que anida en el corazón del hombre que no se abre al horizonte trascendente de Dios”). La disminución de la práctica religiosa (visible en la baja participación en los sacramentos de la Eucaristía y más aún de la Penitencia), la ignorancia de los contenidos esenciales de la fe o la reducción de los horizontes del Reino de Dios, hasta la reclusión de Dios mismo en la esfera privada, junto con el abandono y la cerrazón a la trascendencia, son las manifestaciones centrales de la crisis que hiere a Europa, “que es crisis espiritual y moral: el hombre pretende tener una identidad plena solamente en sí mismo”. En suma: la exclusión de Dios es la característica central de la situación en que nos encontramos.

      Ya los padres conciliares del Vaticano II descubrieron de qué se trataba: “Se trataba de recomenzar desde Dios, celebrado, profesado y testimoniado”. No por casualidad, observa el Papa, el primer documento aprobado fue la Constitución sobre la liturgia.


La fe, la oración, la vida de la gracia

      Ahora, señala Benedicto XVI, “nuestra situación requiere un renovado impulso, que apunte a aquello que es esencial en la fe y en la vida cristiana”. ¿Y qué es lo esencial? Así lo explica el Papa: “En un tiempo en el que Dios se ha vuelto para muchos el gran desconocido y Jesús solamente un gran personaje del pasado, no habrá relanzamiento de la acción misionera sin la renovación de la calidad de nuestra fe y de nuestra oración; no seremos capaces de dar respuestas adecuadas sin una nueva acogida del don de la Gracia; no sabremos conquistar a los hombres para el Evangelio a no ser que nosotros mismos seamos los primeros en volver a una profunda experiencia de Dios”.

      Cuarto, por tanto, no todo está al mismo nivel en este “apuntar a lo esencial”. Hay un objetivo primordial: el anuncio de Dios, hablar de Dios. “Sin embargo –añade el Papa a renglón seguido– siempre es importante recordar que la primera condición para hablar de Dios es hablar con Dios, convertirnos cada vez más en hombres de Dios, alimentados por una intensa vida de oración y modelados por su Gracia”. La iniciativa es divina y espera la respuesta de los hombres. “Por esto –explica Benedicto XVI- he querido convocar un Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, para redescubrir y volver a acoger este don valioso que es la fe, para conocer de manera más profunda las verdades que son la savia de nuestra vida, para conducir al hombre de hoy, a menudo distraído, a un renovado encuentro con Jesucristo ‘camino, vida y verdad’”.


La fe transforma la vida y la sociedad


     Quinto, y puede verse como un aviso a vivir la fe con toda su autenticidad, el encuentro con Jesucristo transforma desde dentro a cada persona y a la sociedad humana. Así lo indicó Pablo VI al escribir que es tarea de la Iglesia “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Exhort. Evangelii nuntiandi, 1975, n. 19).

    Esto queda bien expresado al evocar cómo Juan Pablo II comenzó a hablar de la “nueva evangelización”: en torno a una cruz que los obreros polacos se empeñaron en erigir, en un barrio que estaba destinado a ser una “ciudad sin Dios”. Allí dijo el Papa polaco: “La evangelización del nuevo milenio debe fundarse en la doctrina del Concilio Vaticano II. Debe ser, como enseña el mismo Concilio, tarea común de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los seglares, obra de los padres y de los jóvenes”. Y concluyó: “Habéis construido la iglesia; edificad vuestra vida según el Evangelio” (Homilía en el santuario de la Santa Cruz, Mogila, 9-VI-1979).

     En efecto, añade Benedicto XVI, donde entra el Evangelio, y por tanto la amistad de Cristo, “el hombre experimenta que es objeto de un amor que purifica, calienta y renueva, y lo hace capaz de amar y de servir al hombre con amor divino”. Por eso todo lo anterior (redescubrir el Concilio Vaticano II y su principal objetivo de recomenzar “desde Dios”, y para esto mejorar la calidad y el conocimiento de la fe, encontrarse con Cristo en la oración y en los sacramentos, que nos aseguran la vida de la gracia en amistad con Dios, y, desde ahí, la transformación de la sociedad) queda garantizado y resellado en la ayuda material y espiritual que necesitan los que nos rodean. 


Madurez en la fe: el Catecismo de la Iglesia Católica

      Hoy, entiende Benedicto XVI, se precisa formar cristianos adultos que sean “maduros en la fe y testigos de humanidad”: personas que conocen a Jesucristo porque lo aman y viceversa, capaces de dar razones sólidas y creíbles de su vida. Y un instrumento para lograr esta formación en lo esencial es el Catecismo de la Iglesia Católica:

     “En este camino formativo es particularmente importante —a los veinte años de su publicación— el Catecismo de la Iglesia católica, valiosa ayuda para un conocimiento orgánico y completo de los contenidos de la fe y para guiar al encuentro con Cristo. Que también gracias a este instrumento el asentimiento de fe se convierta en criterio de inteligencia y de acción que implique toda la existencia”.

(publicado en www.analisisdigital.com, 5-VI-2012)

Familia, trabajo, fiesta




“La familia, el trabajo y la fiesta” era el tema del VII Encuentro mundial de las familias. En su homilía en el parque de Bresso, Milán (3-VI-2012), Benedicto XVI ha explicado la relación de esos tres elementos en el marco cristiano.


La Iglesia como familia

      En primer lugar la Iglesia como familia. A ella nos incorporamos por el bautismo. “En aquel momento se nos dio un germen de vida nueva, divina, que hay que desarrollar hasta su cumplimiento definitivo en la gloria celestial”. Concretamente “hemos sido hechos miembros de la Iglesia, la familia de Dios”, sagrario de la Trinidad, en palabras de San Ambrosio, o como dice el Concilio Vaticano II, pueblo “unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 4).

      Por medio de la Iglesia, continúa el Papa, somos así llamados a vivir la comunión con Dios y entre nosotros según el modelo de la Trinidad. “Estamos llamados a acoger y transmitir de modo concorde las verdades de la fe; a vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo gozos y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorando los diferentes carismas bajo la guía de los pastores”. Se nos confía “la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más una familia, capaces de reflejar la belleza de la Trinidad y de evangelizar no sólo con la palabra. Más bien diría por ‘irradiación’, con la fuerza del amor vivido”. Todo esto tiene, en efecto, una importancia difícil de exagerar.


La familia, comunión de vida y amor

      En segundo lugar, la familia. “La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada, al igual que la Iglesia, a ser imagen del Dios Único en Tres Personas”. Hombre y mujer han sido creados para ser imagen de Dios no sólo cada uno sino en su colaboración y donación recíproca (cf. Gn 1, 27-28). “Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida”.

     Esto tiene un valor especial en el caso de los esposos, con una triple fecundidad de su amor: “Viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar”. En un segundo momento, “es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Y también “es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación”.


Educación de los hijos, cuidado de los padres


     Con respecto a la educación de los hijos, Benedicto XVI aconseja a los esposos: “Cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la debilidad”. Y dice a los hijos: “Procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor”.


Amor entre los esposos


    En cuanto al amor entre los esposos, “el proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, (…) haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total”. Esto se puede lograr manteniendo viva la gracia del sacramento del matrimonio y renovando con valentía cada día el “sí” al amor recíproco y hacia todos. De esta manera “también vuestra familia vivirá del amor de Dios, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret”.

      Insiste el Papa: “Queridas familias, pedid con frecuencia en la oración la ayuda de la Virgen María y de san José, para que os enseñen a acoger el amor de Dios como ellos lo acogieron. Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo”.


Evangelio vivo, Iglesia doméstica

      Es así, muestra Benedicto XVI, como cada familia puede convertirse en un “Evangelio vivo”, en una “Iglesia doméstica” (cf. Exh. Familiaris consortio, 49), con toda la belleza propia del proyecto familiar cristiano.

     Y no se trata de un ideal irrealizable: “Ante vosotros está el testimonio de tantas familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad civil”.


Familia y trabajo

     Tercero, la familia en relación con el trabajo, en nuestro ambiente utilitarista e individualista. “Vemos que, en las modernas teorías económicas, prevalece con frecuencia una concepción utilitarista del trabajo, la producción y el mercado. El proyecto de Dios y la experiencia misma muestran, sin embargo, que no es la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad justa, ya que supone una competencia exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio ambiente, carrera consumista, pobreza en las familias”. “Es más –añade el Papa­–, la mentalidad utilitarista tiende a extenderse también a las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social”.


Familia, trabajo y domingo 

     Cuarto y último elemento de esta relación: el descanso y la fiesta. A partir del Génesis (cf. Gn 2, 2-3), donde Dios mostró que el trabajo debía tener un descanso periódico, que se estableció semanal, “para nosotros, los cristianos el día de fiesta es el domingo, día del Señor, pascua semanal”.

     También es el “día de la Iglesia, asamblea convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio eucarístico, (…) para alimentarnos de él, entrar en su amor y vivir de su amor”.

     Asimismo “es el día del hombre y de sus valores: convivialidad, amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte”. Y “es el día de la familia, en el que se vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir, también en la participación de la santa Misa”.

      Por eso, pide el Papa: “Queridas familias, a pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido del día del Señor. Es como el oasis en el que detenerse para saborear la alegría del encuentro y calmar nuestra sed de Dios”.

     Y concluye: “Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el tiempo del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de rostro humano”.

      Un programa para meditar y sobre todo para vivir.




 (publicado en www.religionconfidencial.com, 4-VI-2012) 

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Imágenes del VII Encuentro Mundial de las Familias

martes, 5 de junio de 2012

Nuestra situación, entre Babel y Pentecostés


P. Brueghel, La torre de Babel (1563), Museo de Historia del Arte, Viena


(La figura recuerda, a propósito, al Coloseo romano, testigo de tantos mártires. Los pisos no siguen líneas horizontales sino una espiral perpendicular al terreno inclinado. La inestabilidad se muestra en el hecho de que hay algunos arcos derrumbados. Aunque se ha llegado hasta arriba, la base del edificio no está acabada)


Cuando según la Biblia, los hombres intentaron hacer una ciudad sin Dios (Babel: cf. Gn 11), sus lenguas quedaron confundidas. Cuando los apóstoles de Jesús recibieron el Espíritu Santo, los que les oían predicar les entendían “cada uno en su propia lengua” (cf. Hch. 2, 6-11). Ni Babel ni Pentecostés son acontecimientos meramente pasados: seguimos viviendo en ellos. Así lo ha dicho Benedicto XVI en su homilía del 27 de mayo.

      Después del Concilio Vaticano II, Louis Bouyer hacía notar que la vocación de Abraham (cf. Gn. 12) le prepara, a través de una peregrinación por el desierto, para la fundación de otra ciudad, contrapuesta a Babel. Una ciudad que Dios mismo construirá para los hombres con horizonte universal, y que se podrá considerar para siempre la familia de los hijos de Abraham (cf. L’Église de Dieu, ed. Du Cerf, Paris 1970).
 


Contraposición entre Babel y la Iglesia

     Así es, porque la Iglesia camina, desde Pentecostés, en la dirección contraria a Babel. Su misión consiste en transmitir la llamada de Dios Padre, que quiere convertir a los hombres en hijos, y por tanto en hermanos bien unidos entre sí; pues sólo la comunión con Dios hace posible la unión y la comprensión de los hombres entre sí.

      Explica el Papa nuestra experiencia cotidiana: “Todos podemos constatar que en nuestro mundo, aunque estamos cada vez más cerca uno del otro con el desarrollo de los medios de comunicación y las distancias geográficas parezcan desvanecerse, la comprensión y la comunión entre las personas es con frecuencia superficial y difícil. Permanecen desequilibrios que no raramente llevan a conflictos; el diálogo entre las generaciones se hace costoso y a veces prevalece la contraposición; asistimos a hechos cotidianos en los que parece que los hombres se están volviendo más agresivos y desabridos; comprenderse parece demasiado comprometido y se prefiere permanecer en el propio yo, en los propios intereses”.

      Así las cosas, se pregunta Benedicto XVI: “¿Podemos encontrar verdaderamente y vivir aquella unidad que necesitamos?”

      En la línea que comenzaron los padres de la Iglesia, en los primeros siglos, el Papa interpreta el relato de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-11) sobre el trasfondo de la historia de Babel (cf. Gn 11, 1-9), aquella torre que los hombres quisieron construir al margen de Dios. Y Benedicto XVI subraya, de un modo bien gráfico y actual, las consecuencias que hoy llamaríamos “antropológicas” y “eclesiológicas”; es decir, lo que sucede entre los hombres cuando se “olvida” a Dios y la relación que ello tiene con la Iglesia. 


 
Actualidad de Babel


      “¿Qué era Babel?”, se pregunta el Papa. Y responde, en primer lugar: “Es la descripción de un reino en el que los hombres han concentrado tanto poder que piensan que no han de referirse a un Dios lejano y que son suficientemente fuertes para poder construir ellos solos un camino que lleve al cielo, para abrir sus puertas y ponerse en el lugar de Dios. Pero justamente en esta situación sucede algo extraño y singular. Mientras los hombres están trabajando juntos para construir la torre, de repente se dieron cuenta de estaban construyendo uno contra el otro. Mientras intentaban ser como Dios, corrían el peligro de no ser ya siquiera hombres, porque habían perdido un elemento fundamental del ser persona humana: la capacidad de ponerse de acuerdo, de comprenderse y de trabajar juntos”.

      A continuación, la comparación entre Babel y nuestra situación se hace aún más clara: “Este relato bíblico contiene una verdad perenne; lo podemos ver a lo largo de la historia, pero también en nuestro mundo. Con el progreso de la ciencia y de la técnica hemos llegado al poder de dominar fuerzas de la naturaleza, de manipular los elementos, de fabricar seres vivos, llegando casi al mismo ser humano. En esta situación, rezar a Dios parece algo ya pasado, inútil, porque nosotros mismos podemos construir y realizar todo lo que queramos. Pero no nos damos cuenta de que estamos reviviendo la misma experiencia de Babel. Es verdad, hemos multiplicado las posibilidades de comunicar, de tener informaciones, de transmitir noticias, pero ¿podemos decir que ha crecido la capacidad de comprenderse o quizá, paradójicamente, nos entendemos cada vez menos? Entre los hombres ¿no parece tal vez insinuarse un sentido de desconfianza, de sospecha, de temor recíproco, hasta llegar a convertirnos en peligrosos uno para el otro?”. 



Pentecostés: un corazón nuevo y una comunicación nueva

      La respuesta a esta pregunta la encontramos, según Benedicto XVI, en la Escritura: “La unidad sólo puede existir con el don del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva, una capacidad nueva de comunicar”. En la mañana de Pentecostés, el Espíritu Santo se posó sobre cada uno de los discípulos y “encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor capaz de transformar. Desapareció el miedo, el corazón sintió una nueva fuerza, las lenguas se soltaron u comenzaron a hablar con franqueza, de modo que todos pudieran comprender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado: En Pentecostés, donde había división y desconocimiento, nacieron la unidad y la comprensión”.

      Esto tiene también consecuencias para los cristianos y para el modo en que hemos de sabernos, sentirnos y vivir como familia de Dios, como Iglesia. Según Jesús, la Iglesia es el lugar de la unidad y de la comunión en la Verdad (cf. Jn 6, 13). Jesús, señala el Papa, “nos dice que actuar como cristianos significa no cerrarse en el propio ‘yo’, sino orientarse hacia el todo; significa acoger en sí mismos a la Iglesia toda entera, o, todavía mejor, dejar interiormente que ella nos acoja. Entonces, cuando yo hablo, pienso, actúo como cristiano, no lo hago cerrándome en mi yo, sino que lo hago siempre en el todo y a partir del todo”. 



Dos amores hicieron dos ciudades

      Tal es, continúa observando, la obra del Espíritu Santo, que es Espíritu de unidad y de verdad: “Nosotros no crecemos en el conocimiento cerrándonos en nuestro yo, sino solamente llegando a ser capaces de escuchar y compartir, solamente en el ‘nosotros’ de la Iglesia, con una actitud de profunda humildad interior”.

      Y así queda clara la contraposición actualísima entre Babel y Pentecostés, de una forma que recoge a la vez la situación del mundo (ahora y en todos los tiempos), y la misión de los cristianos, cuando viven en la unidad y en la verdad de su “ser Iglesia”:

      “Donde los hombres quieren hacerse Dios, solamente pueden ponerse uno contra el otro. En cambio donde se situán en la verdad del Señor, se abren a la acción de su Espíritu que les sostiene y les une”. Esto lo confirma San Pablo al contraponer las “obras de la carne” al “fruto del Espíritu Santo” que comienza por el amor, la alegría y la paz (cf Ga 5, 22). Nos parece estar leyendo a San Agustín: '”Dos amores hicieron dos ciudades. El amor a sí mismo hasta el olvido de Dios hizo la ciudad terrestre; el amor a Dios hasta el olvido de sí mismo hizo la ciudad celeste'” (cf. De Civ. Dei, XIV, 28). Y quizá aluda también a esto la historia de “las dos torres” (que podrían ser Minas Tirith y Barad-dur), en El Señor de los anillos, de Tolkien. 




(publicado en www.cope.es, 4-VI-2012)