L. Da Vinci, La última Cena (1495-1498)
De modo sencillo y profundo, y también con fuerza y originalidad, Benedicto XVI ha mostrado la importancia de la Eucaristía en el momento actual de globalización (cf. Homilía del Corpus Christi, 23-VI-2011).
Desde el corazón de Cristo, como fruto del Amor
1. “Todo parte, se podría decir, del corazón de Cristo”. En la Última Cena, Jesús convierte sacramentalmente el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, adelantando su sacrificio en la Cruz. La Eucaristía nace así en el interior de su oración, como fruto de su Amor. “Por esto sabe agradecer y alabar a Dios incluso frente a la traición y a la violencia, y en este modo cambia las cosas, las personas y el mundo”. Y esa capacidad de transformación pasa a los cristianos.
¿Cómo sucede esto? Al “recibir la comunión”, al comer el Pan eucarístico, y por la acción del Espíritu Santo, “entramos en comunión con la vida misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se da a nosotros y por nosotros”. Y a través de Cristo participamos en la vida de la Trinidad y al mismo tiempo nos unimos profundamente entre nosotros, en la Iglesia, germen de unidad en el mundo.
Por eso, ha explicado también el Papa: “En una cultura cada vez más individualista, como lo es aquella en la que estamos inmersos en las sociedades occidentales, y que tiende a difundirse en todo el mundo, la Eucaristía constituye una especie de ‘antídoto’, que actúa en las mentes y en los corazones de los creyentes y que siembra continuamente en ellos la lógica de la comunión, del servicio, del compartir, en resumen, la lógica del Evangelio” (Angelus, 26-VI-2011).
De esta manera, señalaba, se entiende la vida y la eficacia de los primeros cristianos, como también la de los mártires como los de Abitinia, cuando exclamaban: “!Sin el Domingo (es decir, sin la misa dominical) no podemos vivir!” Asimismo –por la Eucaristía– se explica la perseverancia de los cristianos oprimidos por régimenes totalitarios. En todo caso, observa Benedicto XVI, “la comunión con el Cuerpo de Cristo es fármaco de la inteligencia y de la voluntad, para volver a encontrar el gusto de la verdad y del bien común” (Ibid).
Un acto personal con efectos anti-individualistas
2. ¿Qué consecuencia tiene esto? Según el Papa, comulgar no puede entenderse en una perspectiva individualista, pues en la Eucaristía nos hacemos miembros del cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 10, 16-17). De esta manera explica lo que acontece a partir de ese contacto personalísimo con Cristo: “Nuestra individualidad, en este encuentro, se abre, liberada de su egocentrismo e insertada en la Persona de Jesús, que a su vez está inmersa en la comunión trinitaria” (Homilía, 23-VI-2011). Y desde ahí, subraya, “la Eucaristía, mientras que nos une a Cristo, nos abre a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: ya no estamos divididos, sino que somos una sola cosa en Él”. Más en concreto: “La comunión eucarística me une a la persona que tengo al lado, y con la que, quizás, ni siquiera tengo una buena relación, y también nos une a los hermanos que están lejos, en todas las partes del mundo”.
De ahí, prosigue Benedicto XVI, deriva “el sentido profundo de la presencia social de la Iglesia, como testifican los grandes Santos sociales, que fueron siempre grandes almas eucarísticas”. Así es, teniendo en cuenta que la presencia de la Iglesia en la sociedad no se restringe a su presencia institucional u “oficial”, por medio de los obispos o los sacerdotes, o por el testimonio de los miembros de la vida religiosa; la Iglesia se hace presente también a través de los fieles laicos (la mayoría de los cristianos). Los laicos no actúan ordinariamente representando a la Iglesia de modo oficial, sino que “son Iglesia” al tiempo que "hacen" el mundo. Es decir, en ellos la Iglesia se hace presente mientras conviven y trabajan en la sociedad, al lado de los otros ciudadanos, con coherencia cristiana.
Cristo en la Eucaristía y en los necesitados
3. Pues bien, en todos los cristianos deben manifestarse las consecuencias de recibir la comunión eucarística: “Quien reconoce a Jesús en la Hostia Santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es forastero, desnudo, enfermo, encarcelado; y está atento a todas las personas, se compromete, de modo concreto, por todos los que tienen necesidad”. En otras palabras: “Del don del amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra especial responsabilidad de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna”. Esto adquiere especial relieve en nuestra época de globalización, que nos hace cada vez más dependientes unos de otros: “El Cristianismo puede y debe hacer que esta unidad no se construya sin Dios, es decir, sin el Verdadero Amor, lo que daría lugar a la confusión, al individualismo, y la opresión de todos contra todos”.
Todo esto, que procede del amor de Cristo y que apela a nuestra generosidad es, según el Papa, la transformación que el mundo necesita, siguiendo el camino de Cristo que es Él mismo, viviendo con Él. No se trata de utopías ideológicas, ni de espejismos. “No hay nada de mágico en el Cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente de la semilla de grano que se parte para dar la vida, la lógica de la fe que mueve las montañas con el suave poder de Dios”. Así Dios “quiere continuar renovando la humanidad, la historia y el cosmos, a través de esta cadena de transformaciones, de la que la Eucaristía es el sacramento”.
En conclusión: “El Espíritu Santo, que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, transforma también a cuantos lo reciben con fe en miembros del cuerpo de Cristo, para que la Iglesia sea realmente sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos” (Angelus, 26-VI-2011). Así la Eucaristía es, por medio de los cristianos, semilla de unidad y paz en el mundo, y antídoto contra el veneno del individualismo; pues el amor que viene de Dios es más fuerte que el mal, la violencia y la muerte.