«Nos prometimos el cielo, y nos quedamos en las nubes». Así dice un grafiti – expresión quizá de una pareja decepcionada– que contemplé hace algunos años. Hoy el ambiente cultural propicia una sexualidad desvinculada del amor y de la vida. Se facilita el sexo, pero se pone difícil encontrar el amor.
Con la intención de ofrecer algunas orientaciones a los educadores acerca de las cuestiones debatidas sobre la sexualidad humana «a la luz de la vocación al amor a la que toda persona es llamada», la Congregación para la Educación Católica ha publicado un documento titulado: «Varón y mujer los creó. Para una vía de diálogo sobre la cuestión del gender en la educación» (2-II-2019). Una cuestión importante que tiene que ver con la antropología y la teología del cuerpo y del amor.
No se trata de un documento doctrinal, sino de una invitación a la reflexión, ante todo desde la razón, también desde la fe, con vistas a la tarea educativa. Se quiere así animar al diálogo entre los educadores, en un momento en que la enseñanza católica sobre este tema es considerada a veces como retrógrada.
Punto de encuentro para educadores, catequistas y personas interesadas en la formación cristiana
domingo, 16 de junio de 2019
domingo, 9 de junio de 2019
La Iglesia, "misterio de la luna"
Como la madre y la luna, la Iglesia concibe en virtud de la semilla vital que recibe y da una luz que ella recibe del sol (Cristo) para hacerla suya.
Los escritores cristianos de los primeros siglos gustaban de comparar a la Iglesia con la luna, porque la luz que tiene no es propia, sino que la recibe del sol[1]. La constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia “Lumen gentium” (luz de las gentes) comienza por esas palabras, que no se refieren a la Iglesia sino a Cristo. Él es la luz de los pueblos. Y por eso, el Concilio, expresión de la Iglesia, “reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura[2] con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia”.
Para el papa Francisco, es importante percibir que el centro del cristianismo es Cristo. No somos nosotros y ni siquiera la Iglesia, que de otro modo podría funcionalizarse y convertirse en una ONG. Ella debe ser, según los Padres, como la luna, que transmite una luz que no es propia. No puede ser “autorreferencial” –es decir, hablar solo de sí misma, vivir para sí misma–, sino misionera. De otra manera, insiste el papa, dejaría de ser institución divina para pasar a ser obra de hombres (cf. Discurso en el Encuentro con el Comité del CELAM, Río de Janeiro, 28-VII-2013).
Los escritores cristianos de los primeros siglos gustaban de comparar a la Iglesia con la luna, porque la luz que tiene no es propia, sino que la recibe del sol[1]. La constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia “Lumen gentium” (luz de las gentes) comienza por esas palabras, que no se refieren a la Iglesia sino a Cristo. Él es la luz de los pueblos. Y por eso, el Concilio, expresión de la Iglesia, “reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura[2] con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia”.
Para el papa Francisco, es importante percibir que el centro del cristianismo es Cristo. No somos nosotros y ni siquiera la Iglesia, que de otro modo podría funcionalizarse y convertirse en una ONG. Ella debe ser, según los Padres, como la luna, que transmite una luz que no es propia. No puede ser “autorreferencial” –es decir, hablar solo de sí misma, vivir para sí misma–, sino misionera. De otra manera, insiste el papa, dejaría de ser institución divina para pasar a ser obra de hombres (cf. Discurso en el Encuentro con el Comité del CELAM, Río de Janeiro, 28-VII-2013).
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