G. K. Olsen, Jesús, enseñando en la sinagoga de Nazaret
El 23 de enero se celebró el Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el Papa Francisco para el tercer domingo del tiempo ordinario. Una iniciativa pastoral llamada a promover la formación de los fieles, en orden a facilitarles extraer de la Sagrada Escritura "frutos inestimables de sabiduría, esperanza y vida” (Carta Aperuit illis, 30-IX-2019).
En su homilía, el Papa evocó la iniciativa de la Palabra de Dios al crear el mundo, y su amor al habernos elegido en Cristo, su Palabra eterna. Si en el Antiguo Testamento Dios nos habló por los profetas, al llegar la plenitud de los tiempos, esa Palabra se ha cumplido: ya no es una promesa, sino que se ha realizado (cf. Lc 4, 21). Ahora, “por obra del Espíritu Santo habitó entre nosotros y quiere hacernos su morada, para colmar nuestras expectativas y sanar nuestras heridas”.
Como aquellos judíos que le contemplaban en la sinagoga de Nazaret, teniendo sus ojos fijos en Él (cf. Lc 4, 20), también nosotros deberíamos ser capaces de captar su la radical novedad de esta Palabra que es Cristo. En ella, propone Francisco, podemos contemplar dos aspectos unidos entre sí: “la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre. Ella esta en el centro, revela a Dios y nos lleva al hombre”.