domingo, 26 de noviembre de 2023

Dimensión social de la evangelización

(imagen: P. Rubens, El pago del tributo, 1612-1614)

Con motivo del 10º aniversario de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, (=EG) el Papa ha dirigido un mensaje a un simposio promovido por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral (24-XI-2023)

En el texto, explica cómo la evangelización tiene necesariamente una dimensión social. Esto significa, entre otras cosas, que debe preocuparse por los pobres y por cambiar las estructuras sociales y las mentalidades. (Un tema que el Magisterio de la Iglesia ha ido confirmando –a la vez que aclarando, para rechazar interpretaciones ajenas al mensaje del Evangelio– en las últimas décadas).

Como desde el principio de la Iglesia, hoy –decía ya entonces Francisco en el texto programático de su pontificado– también tenemos dificultades, y resumía las causas (que vienen a ser: los límites humanos y el pecado, con sus consecuencias): “En todos los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro” (EG 263).


La “Iglesia en salida” nació entre dificultades

Esto sucedió ya desde los primeros cristianos: “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa” (EG 263). En estas circunstancias fueron difamados y perseguidos, pero ellos no se encerraron. Este, subraya ahora Francisco, fue “el paradigma de una Iglesia en salida” (es decir, el ejemplo y modelo que habrá de seguir la evangelización). Y esto se traduce así: “tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (EG 24)

En el mundo actual, sigue diciendo, el anuncio del Evangelio sigue requiriendo de nosotros “una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano” (EG 193), como la de los Padres de la Iglesia: “resistencia frente a un sistema que mata, excluye, destruye la dignidad humana; resistencia frente a una mentalidad que aísla, aliena, clausura la vida interior a los propios intereses, nos aleja del prójimo, nos aleja de Dios”. Resistencia, en suma, contra el secularismo (vivir como si Dios no existiera) y el individualismo de nuestro ambiente cultural.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Teología y fe vivida (*)

La teología representa al esfuerzo por comprender la fe al mismo tiempo que se hace vida. La teología puede considerarse como ciencia (dimensión especulativa, en cuanto que “especula” o refleja el orden real) y también como sabiduría (dimensión existencial o práctica, a veces llamada también dimensión afectiva o espiritual, presidida por el amor), al servicio de la vida cristiana y de la Iglesia, de la sociedad y del mundo.

En cualquiera de sus dimensiones, la teología requiere tener en cuenta los “signos de los tiempos”, para hacerse cargo de las necesidades y aspiraciones de la humanidad en un momento determinado. Veamos esto más despacio.


1. La teología como ciencia (especulativa) y como sabiduría (práctica)

La teología, además de ser ciencia (en el sentido de ciencia especulativa, pues se ordena al conocimiento de Dios, a la contemplación en el cielo), es también sabiduría, en el sentido de ciencia práctica, dirigida a la acción más perfecta que es el amor (cf. Santo Tomás, Summa theologiae, I, q. 1, a. 6). La fe se convierte en teología –dice san Buenaventura– impulsada “por el amor de Aquel a quien asiente” (Sent. I Proemium q. 2).

Puesto que la fe “incluye en sí misma la praxis cristiana, la teología ­­–fides quaerens intellectum– “no podrá limitarse a la reflexión sobre su dimensión cognitiva (…); deberá también tomar en consideración la praxis de la fe eclesial” (J. Alfaro, Revelación cristiana, fe y teología, Salamanca 1985, 120).

En efecto, la vida cristiana (“fe vivida”) viene pedida por la estructura profunda del acto de fe. Y por ello la reflexión sobre la “práctica de la fe” pertenece a la teología como una de sus dimensiones fundamentales.

De este modo, podríamos decir, desde dentro de su misma naturaleza, y no por una una mera razón funcional, la teología se sitúa tanto al servicio de la vida cristiana y de la misión evangelizadora de la Iglesia, como al servicio de las ciencias, en orden a iluminar la verdad sobre el hombre y su dignidad.

Dicho en otro orden, la teología ayuda a conocer la verdad sobre el hombre y su dignidad, y en esa medida ayuda a situarse a las ciencias y valorar su método y progreso verdadero, al manifestar cómo esos saberes engarzan en el todo de la existencia humana. Claro está que para ello la Teología debe estar contacto con las ciencias y mantenerse a la escucha de esos saberes.

Insistamos: por su naturaleza propia, la teología tiene una importante función de servicio a la comunión eclesial y a la evangelización, en colaboración con los pastores de la Iglesia.

Como consecuencia, en el ámbito de los estudios eclesiásticos no basta con transmitir conocimientos, competencias y experiencias, sino que es necesario elaborar herramientas intelectuales aptas para el anuncio del Evangelio en un mundo de pluralismo ético-religioso (cf. Francisco, Const. Ap. Veritatis gaudium, 2017).

En el ámbito educativo
, la teología contribuye a superar tentaciones como la aridez de corazón, el orgullo y la ambición, tanto en el profesor como en los alumnos. En relación con la educación de la fe, la teología ha de servir para ilustrar y confirmar la devoción de los sencillos. Es este otro buen indicador de calidad teológica junto con el dejarse ayudar por el Magisterio de la Iglesia.

Dinámicas de la sinodalidad


(Sinodalidad para la misión, IV)

La relación de síntesis del Sínodo sobre la sinodalidad, en su fase de octubre de 2023, desarrolla en la parte III aspectos de las dinámicas de la sinodalidad, bajo el título “Tejer lazos, construir comunidad”. Son siete capítulos que orientan cómo debe desarrollarse la sinodalidad.


Formación para la sinodalidad

En primer lugar, se refiere a la formación para la sinodalidad, tomando ejemplo del tiempo que Jesús dedicó a formar a sus discípulos y del modo en que lo hizo (no sólo con su enseñanza, sino también enseñándoles a orar, atender a los más necesitados, no huir de la cruz). 

“Del Evangelio aprendemos que la formación no es sólo ni principalmente un refuerzo de las propias capacidades: es la conversión a la lógica del Reino que puede hacer fecundas incluso las derrotas y los fracasos” (14 b). Como ocasiones privilegiadas de esa formación se destacan la vida familiar, la iniciación cristiana y el sacramento de la Reconciliación.

Ámbitos y medios: “Los ámbitos en los que se desarrolla la formación del Pueblo de Dios son múltiples. Además de la formación teológica, se han mencionado una serie de competencias específicas: el ejercicio de la corresponsabilidad, la escucha, el discernimiento, el diálogo ecuménico e interreligioso, el servicio a los pobres y el cuidado de la casa común, el compromiso como ‘misioneros digitales’, la facilitación de procesos de discernimiento y conversación en el Espíritu, la búsqueda del consenso y la resolución de conflictos. Debe prestarse especial atención a la formación catequética de niños y jóvenes, que debe contar con la participación activa de la comunidad” (14 e)

¿Cuál sería la finalidad y el modo de esta “formación para una Iglesia sinodal”? “Todo el Pueblo de Dios se forma junto al caminar juntos. Hay que superar la mentalidad de delegación que se da en tantos ámbitos de la pastoral. La formación en clave sinodal pretende capacitar al Pueblo de Dios para vivir plenamente su vocación bautismal, en la familia, en el trabajo, en el ámbito eclesial, social e intelectual, y hacer que cada uno sea capaz de participar activamente en la misión de la Iglesia según sus propios carismas y vocación” (14 f). 

Entre las cuestiones a afrontar, está la formación afectiva de los jóvenes (con la ayuda del diálogo entre la teología y las ciencias humanas, sobre todo de la psicología), la formación para el servicio sacerdotal (con la ayuda de las familias y de las mujeres), el fomento de una “cultura de la formación permanente”, y la promoción de un gobierno eclesial con estilo sinodal.

domingo, 12 de noviembre de 2023

Los "protagonistas" de la sinodalidad

 (Sinodalidad para la misión, III


En la “relación de síntesis” del sínodo sobre la sinodalidad, en la asamblea de octubre de 2023, la segunda parte se dedica a los sujetos o “protagonistas” de la sinodalidad. Y el título es bien expresivo: “Todos discípulos, todos misioneros”. No podía ser de otro modo, puesto que todos somos corresponsables de la Iglesia. El lugar de los pobres y necesitados en la sinodalidad se contempla ya en la primera parte (capítulo 4) vinculado a la Doctrina social de la Iglesia.


Todos los cristianos, discípulos misioneros  

Esta parte se distribuye en seis capítulos (del 8 al 13). Se comienza señalando que, en efecto, la Iglesia es misión y todos los cristianos somos discípulos misioneros corresponsables: “cada cristiano es una misión en este mundo” (8b). En este marco se subrayan algunos grupos: las familias (comunidad de vida y amor, en la que los padres y madres deben ser ayudados para que puedan conciliar su misión en la familia con el trabajo y sus tareas en la comunidad eclesial), los fieles laicos (que contribuyen a la misión de la Iglesia en todos los ambientes y en las situaciones más ordinarias, y por eso no deben ser clericalizados); los misioneros “ad gentes” (con su propia misión que será siempre importante y paradigmática de toda la misión de la Iglesia.

En esa misión en la que todos participamos, debe situarse la Eucaristía como centro, y cuidarse la relación de complementariedad entre ministerios, carismas y dones de cada uno, incluyendo los denominados “ministerios laicales”. A este propósito se advierte que la expresión “Iglesia toda ministerial”, que se usa en el Documento de trabajo, debe ser bien entendida (no se trata, en efecto de que todos sean ministros en el mismo sentido, pues deben distinguirse los ministerios ordenados de los instituidos o de los simplemente reconocidos; además, como queda dicho, los fieles laicos tienen su propia vocación y misión, que normalmente no se condiera propiamente ningún “ministerio”, sino que se desarrolla en su propio ambiente familiar, laboral y social). Entre las propuestas, se sugiere que se instituya un ministerio de la Palabra y otro formado por matrimonios, de manera que se pueda servir en estos aspectos a la comunidad cristiana. 

martes, 7 de noviembre de 2023

La sinodalidad: algunos principios y criterios


(Sinodalidad para la misión II)

“El rostro de una Iglesia sinodal” se perfila, en la relación de síntesis (“Una Iglesia sinodal en misión”, 28-X-2023),en 7 puntos, capítulos o epígrafes. Es la primera parte donde se formulan algunos principios teológicos, también para construir un "estilo" sinodal. 


La Iglesia, Pueblo, hogar y familia de Dios


1. El primer capítulo trata sobre la sinodalidad (en sí misma). Presupuesto que la Iglesia es en sí “sínodo” (comunidad en camino), se redescubre a la Iglesia como “Pueblo fiel de Dios, dentro del cual cada uno es portador de una dignidad derivada del Bautismo y llamado a la corresponsabilidad en la misión común de evangelización” (1a)

Dentro de esta plena continuidad con el Vaticano II se subraya inmediatamente “el estilo” operativo que se propone para esta conciencia renovada de ser Iglesia en misión.

“Este proceso ha renovado nuestra experiencia y nuestro deseo de una Iglesia que sea el hogar y la familia de Dios” (1b). Es interesante que entre las muchas maneras de entender y describir a la Iglesia, se diga aquí que la Iglesia se experimenta y se comprende en nuestros días ante todo como hogar y familia, “cercana a las personas, menos burocrática y más relacional”; en la línea que señalaban los jóvenes con ocasión del Sínodo dedicado a ellos.

Por tanto, más allá de las confusiones y preocupaciones que han podido suscitarse con este sínodo, lo que está de fondo, en continuidad con la fe apostólica, es que “la sinodalidad es una expresión del dinamismo de la Tradición viva” (1f). Esto debe entenderse de modo que se articule con la naturaleza jerárquica de la Iglesia.

En términos sencillos, se propone esta experiencia y comprensión de la sinodalidad: “La sinodalidad puede entenderse como el caminar de los cristianos con Cristo y hacia el Reino, junto con toda la humanidad; orientada a la misión, supone reunirse en asamblea en los distintos niveles de la vida eclesial, escucharse mutuamente, dialogar, discernir comunitariamente, consensuar como expresión de la presencia de Cristo en el Espíritu y tomar decisiones en corresponsabilidad diferenciada” (1h).

Luego, se dice, habrá que concretar cómo se entiende y se lleva a cabo esto en las diferentes culturas; y de modo que se eviten los riesgos de individualismo, populismo y de “una globalización que homogeneiza y aplana” (1l). Se pide superar los obstáculos para una mayor participación, especialmente de los jóvenes, y profundizar desde el punto de vista teológico y canónico, constituyendo para ello una comisión intercontinental.


La sinodalidad, enraizada en la Trinidad


2. Para fundamentar y desarrollar la sinodalidad es necesario mostrar que se enraiza en la Trinidad (capítulo 2) En la práctica, esto significa que cada cristiano está llamado a llevar adelante su vocación, su carisma, sus ministerios. La finalidad no es la Iglesia en sí misma, sino el anuncio del Reino de Dios. Para que la sinodalidad no se quede en una “renovación cosmética”, se requiere reconocer “la primacía de la gracia” y promover “la profundidad espiritual”: un auténtico encuentro con Dios y a la vez con los hermanos, “según el rico patrimonio espiritual de la Tradición”: “una oración abierta a la participación, un discernimiento vivido juntos, una energía misionera que nace del compartir y se irradia como servicio” (2c).

Esto se traduce en la práctica por medio del método de “la conversación en el Espíritu”, que, aunque tiene sus límites, fomenta la escucha, la conversión y la fraternidad. Para avanzar se piden criterios para el discernimiento, que tengan en cuenta ante todo la Sagrada escritura, la Tradición, el Magisterio de la Iglesia y los signos de los tiempos.

Además, se requiere una correcta visión antropológica y espiritual. El método debe integrar las aportaciones de la teología y de las ciencias humanas. Se propone una mayor valoración de las culturas y se pide cómo acompañar a las personas (y para ello preparar personas formadas) en cada Iglesia local en este discernimiento eclesial, teniendo en cuenta los diversos carismas, ministerios y caminos pastorales.


La primera forma de sinodalidad

3. El camino de la sinodalidad comienza con la entrada en la comunión de la fe. La iniciación cristiana (capítulo 3), que hoy se redescubre según el estilo del catecumenado primitivo, se considera como “la primera forma de sinodalidad” (3b). La base para todo ello es el Bautismo, que dota a los cristianos de igual dignidad y del “sentido de la fe” (sensus fidei: “cierta connaturalidad con las realidades divinas y en la aptitud para captar intuitivamente lo que se ajusta a la verdad de fe), como condición para llegar al “consenso de la fe”, como criterio seguro en el camino cristiano. La Confirmación hace presente para cada uno el acontecimiento de Pentecostés, y le prepara para desarrollar su propia vocación y misión. Se comprende que debe integrarse mejor en relación con los carismas y ministerios de la Iglesia.

En cuanto a la Eucaristía, sobre todo la dominical, es el centro de la comunión eclesial. De hecho el término comunión se emplea tanto para la Eucaristía como para la iglesia. De ahí que “la comunión celebrada en la Eucaristía y que brota de ella configura y orienta los caminos de la sinodalidad” (3e), puesto que el estilo cristiano es la unidad en la diversidad.

Como cuestiones a afrontar, se pide que se presente la iniciación cristiana según una visión más unitaria. El desarrollo del sensus fidei requiere que tras el Bautismo se acompañe la existencia del cristiano en medio de su ambiente cultural, y que la Confirmación se viva como raíz próxima de la vocación y misión en relación con el testimonio de la fe.

Entre las propuestas destaca “la liturgia celebrada con autenticidad” como “primera y fundamental escuela de discipulado y fraternidad”, teniendo en cuenta “su poderosa belleza y la noble sencillez de sus gestos” (3k). Además de la celebración de la Misa se pide valorar otras formas de plegaria litúrgica, así como la piedad popular, y singularmente la devoción mariana.


El papel de los pobres en la sinodalidad


4. Con ello llegamos a los pobres como protagonistas del camino de la Iglesia (capítulo 4). Se subraya el papel central de los pobres y necesitados (al lado de la pobreza material, también las “nuevas pobrezas”, la pobreza espiritual, la falta del sentido de la vida, etc.) en la sinodalidad. Esto abarca el compromiso por el cuidado de la casa común. En este punto se inscribe una clara llamada a un mayor conocimiento, formación y práctica de la Doctrina Social de la Iglesia (“recurso demasiado poco conocido”): “El compromiso de la Iglesia debe llegar a las causas de la pobreza y la exclusión. Esto incluye actuar para proteger los derechos de los pobres y excluidos, y puede requerir la denuncia pública de las injusticias, ya sean perpetradas por individuos, gobiernos, empresas o estructuras sociales. Escuchar sus reivindicaciones y puntos de vista para darles voz, utilizando sus palabras, es crucial” (4f).

Esto no debe quedarse en un plano puramente institucional: “Los cristianos tienen el deber de comprometerse a participar activamente en la construcción del bien común y en la defensa de la dignidad de la vida, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia y actuando de diversas formas (compromiso en organizaciones de la sociedad civil, sindicatos, movimientos populares, asociaciones de base, política, etc.). La Iglesia expresa su profunda gratitud por su acción. Las comunidades apoyan a quienes trabajan en estos campos con auténtico espíritu de caridad y servicio. Su acción se inscribe en la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio y colaborar en la llegada del Reino de Dios” (4 g).

La cuestión de fondo es que en los pobres vemos el rostro y la carne de Cristo, por lo que debemos no solo acercarnos a ellos, sino también aprender de ellos. En cuanto a la sinodalidad: “Si hacer sínodo significa caminar junto a Aquel que es el camino, una Iglesia sinodal necesita poner a los pobres en el centro de todos los aspectos de su vida: a través de sus sufrimientos tienen un conocimiento directo de Cristo sufriente (cfr. Evangelii gaudium, n. 198). La semejanza de su vida con la del Señor hace de los pobres heraldos de una salvación recibida como don y testigos de la alegría del Evangelio” (4h).

Por todo ello se propone, respecto a la Doctrina social de la Iglesia: “Las Iglesias locales deben comprometerse no sólo a dar a conocer mejor su contenido, sino a favorecer su apropiación mediante prácticas que pongan en práctica su inspiración” (4n). El servicio efectivo a los pobres, así como la enseñanza de la “ecología integral” (desde sus fundamentaos bíblicos y teológicos) deben ser aspectos integrales en todos los procesos formativos


Catolicidad e inculturación

5. Sigue un capítulo sobre “Una Iglesia de toda tribu, lengua, pueblo y nación” (capítulo 5). En él se manifiesta cómo los cristianos viven dentro de culturas específicas, tiempos y lugares diversos, contextos multiculturales y multirreligiososs que plasman las culturas y los lenguajes de las Iglesias locales. Es, en efecto, el tema de la catolicidad y de la inculturación.

En estos contextos es importante la valoración de los movimientos migratorios, y vale pena recoger este párrafo completo “A menudo los migrantes y refugiados, muchos de los cuales cargan con las heridas del desarraigo, la guerra y la violencia, se convierten en una fuente de renovación y enriquecimiento para las comunidades que los acogen y en una oportunidad para establecer un vínculo directo con Iglesias geográficamente distantes. Frente a actitudes cada vez más hostiles hacia los emigrantes, estamos llamados a practicar una acogida abierta, a acompañarles en la construcción de un nuevo proyecto de vida y a construir una verdadera comunión intercultural entre los pueblos. El respeto de las tradiciones litúrgicas y de las prácticas religiosas de los emigrantes es parte integrante de una acogida auténtica” (5d). Un cuidado especial ha de tenerse en relación con la inculturación que se realiza en las misiones, inculturación que hoy es más consciente de la importancia del diálogo interreligioso, el testimonio de la solidaridad y de la fraternidad, pues “la Iglesia es consciente de que el Espíritu puede hablar a través de las voces de hombres y mujeres de toda religión, convicción y cultura” (5f).

Sin duda -apunta el texto- esto requiere “cultivar la sensibilidad (junto con el aprecio por la unidad) ante la riqueza de la variedad de expresiones del ser Iglesia” (5g). De nuevo, una llamada al discernimiento ante un ambiente plural e incluso conflictivo: “La Iglesia también se ve afectada por la polarización y la desconfianza en ámbitos cruciales, como la vida litúrgica y la reflexión moral, social y teológica. Debemos reconocer las causas mediante el diálogo y emprender procesos valientes de revitalización de la comunión y la reconciliación para superarlas” (5h). Se reconocen las tensiones reales, a veces excesivas, que existen en el modo de entender la evangelización, poniendo el foco en uno u otro de sus aspectos. También a la hora de distinguir entre el mensaje del Evangelio y la cultura del evangelizador.

¿Qué se propone ante estas dificultades? Las propuestas no pueden ser sino múltiples: atención a los lenguajes y los procesos de la evangelización (escucha, discernimiento, participación, etc.); formación en las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del magisterio posconciliar (poco conocido), de la Dcotrina social de la Iglesia (ya apuntado) y, en general, formación teológico-pastoral.


Las Iglesias orientales católicas y el ecumenismo

6. Otro capítulo llama la atención sobre las tradiciones de las Iglesias orientales y sus peculiaridades (litúrgicas, teológicas, eclesiológicas y canónicas), junto con las propias de la Iglesia latina (capítulo 6). Esto adquiere especial actualidad por el fenómeno de las migraciones. Se pide que se establezcan a nivel internacional estructuras y comisiones adecuadas para afrontar este reto.

7. Finalmente está “el camino hacia la unidad de los cristianos”, es decir, el ecumenismo (capítulo 7). Puesto que el Bautismo es a la vez el principio de la sinodalidad y el fundamento del ecumenismo, “no puede haber sinodalidad sin dimensión ecuménica” (7b). La tarea ecuménica, que los especialistas teólogos llevan a cabo con paciencia y dedicación, implica una renovación espiritual,  la purificación de la memoria histórica y la oración de los cristianos. Hoy se avanza en la conciencia de la participación de todos en medio de su vida cotidiana, así como la necesidad de la formación ecuménica. Además es importante la colaboración en los múltiples “caminos” del ecumenismo práctico, entre ellos, en las tareas de promoción humana y cultural.

En relación con la sinodalidad, se precisa percibir las diferencias en el modo de entender y practicar la sinodalidad entre las confesiones cristianas, la relación que establecen (en el caso de los ortodoxos) entre los obispos y los fieles, así como la relación entre la sinodalidad y el primado pontificio. En este punto hay una referencia a la profundización en el modo del ejercicio del ministerio petrino al servicio de la unidad, tal como pidió Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint (1995).

Ante el 1700 aniversario del concilio de Nicea (325), donde se elaboró el símbolo (credo) de la fe cristiana, se sugiere que se aproveche esa celebración en relación con el actual proceso sobre la sinodalidad, así como la coincidencia, en 2025, de la fecha de la Pascua para todas las confesiones cristianas.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

En el surco del Vaticano II

 (Sinodalidad para la misión, I)

(En la imagen, Pablo VI presidiendo el Concilio Vaticano II en 1963)

La relación de síntesis del sínodo sobre la sinodalidad, en su primera sesión de 2023 (“Una Iglesia sinodal en misión”, 28-X-2023), consta de una introducción y tres partes. Aquí nos referimos únicamente a la introducción.


En ella se recoge el agradecimiento por haber participado en la experiencia sinodal: “En la multiplicidad de intervenciones y la pluralidad de posiciones resonó la experiencia de una Iglesia que está aprendiendo el estilo de la sinodalidad y buscando las formas más adecuadas para realizarla”.

Después de las consultas realizadas en las etapas diocesana, nacional y continental, en esta sesión se abría la recepción de los frutos de esa amplia consulta “para discernir, en la oración y el diálogo, los caminos que el Espíritu nos pide seguir”. Al mismo tiempo se daba paso a una segunda fase del sínodo sobre la sinodalidad, fase que se cerrará en octubre de 2024.


En la estela del Concilio Vaticano II

Probablemente el párrafo más importante de la introducción es el que se refiere a la inserción del sínodo en la estela o surco del Concilio Vaticano II, así como a los presupuestos fundamentales del método utilizado, presupuestos que se enraízan en el mismo concilio y desean servir a su inspiración, recepción y fuerza evangelizadora. Vale la pena, por ello, recoger este párrafo por entero:

“Todo el camino, enraizado en la Tradición de la Iglesia, se desarrolla a la luz del magisterio conciliar. El Concilio Vaticano II fue, en efecto, como una semilla sembrada en el campo del mundo y de la Iglesia. La vida cotidiana de los creyentes, la experiencia de las Iglesias en todos los pueblos y culturas, los numerosos testimonios de santidad, la reflexión de los teólogos fueron el terreno en el que germinó y creció. El Sínodo 2021-2024 sigue aprovechando la energía de esa semilla y desarrollando su potencial. De hecho, el camino sinodal pone en práctica lo que el Concilio enseñó sobre la Iglesia como Misterio y Pueblo de Dios, llamada a la santidad. Valora la contribución de todos los bautizados, en la variedad de sus vocaciones, a una mejor comprensión y práctica del Evangelio. En este sentido, constituye un verdadero acto de recepción ulterior del Concilio, prolongando su inspiración y relanzando su fuerza profética para el mundo de hoy”.

La “plantilla” para el desarrollo de la asamblea sinodal ha sido el documento de trabajo (Instrumentum laboris), con su invitación a reflexionar sobre los principios y características de una Iglesia sinodal, y sobre las dinámicas de comunión, misión y participación que hacen posible la colaboración de todos los cristianos en el impulso con que el Espíritu Santo une, vivifica y guía a la Iglesia. “Pudimos –se declara– entrar en el fondo de las cuestiones, identificar los temas que requieren un estudio en profundidad y presentar un primer núcleo de propuestas”. El presente informe, se entiende como “una herramienta al servicio del discernimiento que aún deberá continuar”, a la vez que subraya los contenidos que se consideran prioritarios.